Con motivo del Adviento, el Cardenal Carlos Osoro,
Arzobispo de Madrid, propuso una serie de “bienaventuranzas” o “rasgos
fundamentales” que vivió la Virgen María y que explican la grandeza de su
entrega al Señor.
En una carta por Adviento titulada “La Madre
y nuestro encuentro con Ella”, publicada en diciembre de 2018 pero que
mantiene su actualidad para este 2019, el Cardenal propuso “ocho rasgos fundamentales que, contemplando a la Virgen
María, descubro como unas bienaventuranzas que el Señor nos quiere
entregar”.
1. En ese sentido explicó la
bienaventuranza “de la grandeza que le viene a
María de la fe en Dios, aun en momentos de oscuridad”. Porque según
precisó “Ella prefiere fiarse de Dios, de un Dios
que nos ama incondicionalmente, de un Dios que ha querido establecer su
presencia en medio de los hombres y que desea mantenerla a través de la
Iglesia”.
2. Otra está relacionada con “la grandeza le viene también de su amor: nunca
dejó de amar, nunca estuvo contra nadie. Incluso cuando vio con sus
propios ojos cómo moría su Hijo Jesucristo en la Cruz, Ella continuó amando. Le
pidió que fuese Madre de todos los hombres y Ella lo aceptó y visibilizó en el
apóstol Juan”.
3. Además mencionó la bienaventuranza
de “la grandeza que le viene de su sencillez”
porque “hizo natural lo sobrenatural,
fácil lo difícil, simple lo complicado, ordinario lo extraordinario”.
4. La cuarta bienaventuranza es “la grandeza que le viene de su humildad: su elección para
ser Madre de Dios no fue motivo para envanecerse, olvidó y nunca tuvo en cuenta
lo que la hicieron, como cerrarle las puertas cuando iba a dar a luz”.
5. También destacó como
bienaventuranza “la
grandeza que le viene de su obediencia, pues no pretendió determinar la forma de seguir a Dios,
sino que dejó que Dios dispusiera de Ella como Él quisiera”.
6. La sexta bienaventuranza
de la Virgen es "la
grandeza que le viene de su fidelidad, aun a costa de grandes sufrimientos. Sufrió cuanto
humanamente se puede sufrir sin quejarse”.
7. También el Cardenal se refirió a
la “bienaventuranza de la grandeza que le viene
de su fortaleza: fue capaz de
llevar una cruz encima, cantar el magníficat y hablar con tranquilidad de otras
cosas”.
8. La octava es la que le viene “de saber mantenerse junto a la Cruz de su Hijo
como se lo pedía su corazón de Madre, de pie”.
El Cardenal Osoro también hizo tres propuestas para
poner por obra estas "bienaventuranzas marianas".
1. El Purpurado anima a dejarse “preguntar por Dios teniendo delante a la
Virgen María”, y alienta a
recitar el Magníficat antes de hacerte las preguntas trascendentales de la
vida.
2. Asimismo, insta a “vivir como hijo de Dios y hermano de todos los hombres”
para experimentar “la gran
bendición de Dios que es vivir con, por y desde el amor de Dios” y
a dejarse decir por Dios “Alégrate, el Señor está
contigo” y acercarse a la vida a nuestra Madre, ponerse a su lado y
escuchar junto a Ella “esas palabras que llenan y
colman de alegría la vida de un ser humano, cayendo en la cuenta de que Dios
cuenta contigo; te ama, desea que tú le hagas presente en este mundo”.
3. El Arzobispo de Madrid también
animó a no temer porque “como a su Madre, te va a ayudar con
su gracia y con su amor, te dará su fuerza para hacer lo que desde tus
razonamientos te parece imposible.
Solamente hace falta que te sitúes ante Dios como María, dile así: ‘Aquí me
tienes Señor, me fío de Ti y me fío de tu Palabra’”.
LA MADRE Y NUESTRO ENCUENTRO CON ELLA
La Iglesia acogió desde el
inicio mismo de su misión a la Santísima Virgen María. Nunca sabremos agradecer
al Señor el regalo que nos hizo cuando estaba en la Cruz y dijo a Juan: «Hijo, ahí tienes a tu Madre». Y al tiempo nos
puso a todos en sus manos al decirle: «Mujer, ahí
tienes a tu hijo». Desde aquel «Alégrate
llena de gracia, el Señor está contigo» hasta ese sí al pie de la Cruz,
la Virgen nos muestra la plenitud que alcanza nuestra vida al ponerla en manos
de Dios.
En Madrid estamos celebrando
un Año Jubilar Mariano. Por la catedral, que es santuario de la Virgen, pasan
creyentes de todos los lugares de España y del mundo y también hombres y
mujeres que no creen. Cuando estoy allí, observo que donde más tiempo se quedan
mirando, y muy a menudo se sientan, es ante nuestra Madre. Miran a Santa María;
allí se sienten reconocidos, queridos, no son extraños, están en la casa de la
que es Madre de todos los hombres. ¡Qué alegría da ver que María vive en el
corazón del pueblo!
En este tiempo de
Adviento os quiero presentar ocho rasgos fundamentales que, contemplando a la
Virgen María, descubro como unas bienaventuranzas que el Señor nos quiere
entregar:
a) La bienaventuranza de la
grandeza que le viene a María de la fe en Dios, aun en momentos de oscuridad.
Ella prefiere fiarse de Dios, de un Dios que nos ama incondicionalmente, de un
Dios que ha querido establecer su presencia en medio de los hombres y que desea
mantenerla a través de la Iglesia.
b) La bienaventuranza de la grandeza le viene también de su amor: nunca
dejó de amar, nunca estuvo contra nadie. Incluso cuando vio con sus propios
ojos cómo moría su Hijo Jesucristo en la Cruz, Ella continuó amando. Le pidió
que fuese Madre de todos los hombres y Ella lo aceptó y visibilizó en el
apóstol Juan.
c) La bienaventuranza de la
grandeza que le viene de su sencillez: hizo natural
lo sobrenatural, fácil lo difícil, simple lo complicado, ordinario lo
extraordinario.
d) La bienaventuranza de la grandeza que le viene de su humildad: su elección para ser Madre de Dios no fue motivo para
envanecerse, olvidó y nunca tuvo en cuenta lo que la hicieron, como cerrarle
las puertas cuando iba a dar a luz.
e) La bienaventuranza de la grandeza que le viene de su obediencia, pues no
pretendió determinar la forma de seguir a Dios, sino que dejó que Dios
dispusiera de Ella como Él quisiera. Nos lo repite a nosotros en la boda de
Caná: «Haced lo que Él diga».
f) La bienaventuranza de la
grandeza que le viene de su fidelidad, aun a costa de grandes sufrimientos.
Sufrió cuanto humanamente se puede sufrir sin quejarse.
g) La bienaventuranza de la grandeza que le viene de su fortaleza: fue capaz de llevar una cruz encima, cantar el magníficat
y hablar con tranquilidad de otras cosas.
h) La bienaventuranza de la grandeza que le viene de saber mantenerse
junto a la Cruz de su Hijo como se lo pedía su corazón de Madre, de pie,
repitiendo «Hágase tu voluntad» en unas
circunstancias que ninguno de nosotros querría para sí mismo.
Ante estas
bienaventuranzas, y con ellas, te hago tres propuestas:
1.- ¡DÉJATE PREGUNTAR POR DIOS TENIENDO DELANTE A
LA VIRGEN MARÍA! RECITA EL MAGNÍFICAT ANTES DE HACERTE PREGUNTAS. La Virgen María expuso su vida
delante de Dios y ante Dios y se dejó preguntar: ¿Dónde
estás? ¿En quién y dónde pones el fundamento de tu vida? ¿Para qué y para quién
vives? ¿Quién te da luz para hacer tus proyectos o tomar tus decisiones más
importantes? ¿Quién te informó de que estás desnudo cuando no vives más que de
tus propias fuerzas? ¿Quién te ha dicho que estás vacío? ¿Quién te hace ponerte
frente a ti mismo para ver que sin Dios estás vacío y sin sentido? Déjate
también hacer esta pregunta: ¿qué es lo que has hecho? ¿Desde dónde lo haces?
¿Qué haces con tu vida? ¿Qué haces por los demás y con los demás?
2.- ¡ATRÉVETE Y DECÍDETE A VIVIR COMO HIJO DE DIOS
Y HERMANO DE TODOS LOS HOMBRES! EXPERIMENTA LA GRAN BENDICIÓN DE DIOS QUE ES
VIVIR CON, POR Y DESDE EL AMOR DE DIOS. Ese amor que se nos ha manifestado y que podemos aprender de Cristo.
María es la primera discípula de su Hijo, Ella nos enseña a ser hijos de Dios y
hermanos de todos los hombres. A través de Santa María resuena siempre en
nuestra vida la llamada a ser santos y a serlo encarnando esa realidad de la
santidad en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Esa
es la santidad de la puerta de al lado de la que nos habla el Papa Francisco.
3.- ¡DÉJATE DECIR POR DIOS: «Alégrate, el
Señor está contigo»! Para ello acerca la vida a nuestra Madre, ponte a su lado y escucha
junto a Ella esas palabras que llenan y colman de alegría la vida de un ser humano,
cayendo en la cuenta de que Dios cuenta contigo; te ama, desea que tú le hagas
presente en este mundo. No temas: como a su Madre,
te va a ayudar con su gracia y con su amor, te dará su fuerza para hacer lo que
desde tus razonamientos te parece imposible. Solamente hace falta que te
sitúes ante Dios como María, dile así: «Aquí me
tienes Señor, me fío de Ti y me fío de tu Palabra».
Con gran afecto,
os bendice, + Carlos Cardenal Osoro, arzobispo de
Madrid
Redacción ACI Prensa
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