Hay católicos que
dan culto a personajes populares -p. ej.: Gilda o Rodrigo- o creen en el tarot
u otras supersticiones, ¿están cayendo en pecado?
Por: P. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E. | Fuente: Ediciones del Verbo Encarnado
PREGUNTA:
Estimado Padre, quisiera saber si para un católico es pecado aceptar
alguna de las supersticiones que día a día se nos ofrecen (como consultar el
tarot, encender sahumerios o rezar a Gilda). Estoy viendo estas y otras
prácticas no sólo en personas no creyentes sino entre muchos católicos. ¿Cuál es el límite de toda esta credulidad? Gracias por
su respuesta.
RESPUESTA:
Estimado:
Usted me da pie para tratar un tema que no sé si calificar sólo como
delicado o abiertamente dramático. El motivo lo menciona Usted: la superstición no es ya práctica de no creyentes sino de
personas que se consideran sinceramente católicas (en muchos casos bien
intencionadas pero con poca o casi ninguna formación). Y digo dramático
tanto por el número de católicos que mezclan en su religiosidad elementos
supersticiosos, cuanto por la falta de reacción proporcionada a la gravedad
problema por parte de la de la Iglesia.
Voy pues a dividir mi respuesta en tres puntos.
1. Una oferta que llega a la ridiculez
Leer las ofertas del supermercado de la superstición en cualquier página
de avisos clasificados nos puede llevar del asombro al escándalo o a la
carcajada. Allí no se roza la bufonada, sino que se puede nadar dentro de ella.
Para muestra cito algunos de los clasificados aparecidos hace un par de
años en un periódico de mucha divulgación:
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se te fue? ¿En tu trabajo te va mal? ¿No podés progresar? ¿Estás enfermo? ¿Te
hicieron algún daño con magia negra? ¿En tu casa está todo mal? ¿En tu negocio
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en una sesión especial, y descubrí todo lo que deseas. Lo más fuerte en
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de todo el país ya conocen los resultados. No se deje engañar más con falsos
curanderos y hechiceros. Deje de sufrir y venga a visitarme. 1º premio
Tarotista Brasil 1998. Diploma de Reconocimiento por trayectoria en Provincia
de Chaco. Argentina 1999.
•Etc.
¡Parece una buena broma! Sin embargo esto se vende a
los incautos y desesperados. Y tiene muchos compradores.
2. El drama actual
El drama consiste en que muchas personas creen lo que se ofrece en el
hipermercado de las supersticiones. Y ¿qué es la
superstición? La superstición es la corrupción de la fe verdadera y un
peligroso juego en el que también puede tomar parte el diablo o detonar más de
una alteración psicológica.
I) Pecado contra la fe[1]
La superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las
prácticas que impone[2]. Se puede definir como un vicio que ofrece culto divino
a quien no se debe, o a quien se debe, pero de un modo indebido. Según esta
definición se divide en dos especies: el culto indebido al Dios verdadero y el
culto a dioses falsos.
a)
El culto indebido consiste en ofrecer a Dios un
culto falso o de un modo que no corresponde (culto superfluo). Se denomina
culto falso cuando es ofrecido por quien no es verdadero ministro de Dios, o
porque expresa falsedad (haciendo adorar falsas reliquias, falsificando
milagros). Es de suyo pecado mortal[3]. En cambio, se denomina culto superfluo
cuando se tributa culto a Dios pero de un modo no aprobado por la Iglesia,
alterando las ceremonias de culto, introduciendo en el culto elementos
supersticiosos. Por la ignorancia de los fieles generalmente no es más que
pecado venial.
b) El culto a falsos dioses consiste, como su nombre lo indica, en el hecho de rendir adoración a cosas o seres que no son verdaderamente Dios. Bajo este concepto tradicionalmente se colocan tres especies:
b) El culto a falsos dioses consiste, como su nombre lo indica, en el hecho de rendir adoración a cosas o seres que no son verdaderamente Dios. Bajo este concepto tradicionalmente se colocan tres especies:
a. La idolatría que es el culto divino rendido a creaturas representadas bajo formas
sensibles llamadas ídolos; este culto consiste en signos sensibles,
sacrificios, juegos, ritos diversos. Se denomina idolatría interna cuando la
persona somete la inteligencia y la voluntad a la adoración del falso dios; en
cambio es externa cuando se manifiesta exteriormente por palabras, gestos o
símbolos (esta es sólo material si falta el consentimiento interno o formal si
además se consiente internamente). Se trata siempre de un pecado gravísimo, por
la injuria que se hace a Dios; sin embargo, subjetivamente, la gravedad del
pecado puede estar atenuada en muchos idólatras que obran por ignorancia (en
este caso su falta denota menos perversidad que la de ciertos herejes que
conscientemente desnaturalizan la fe).
b. Junto a la idolatría se enumera la adivinación idolátrica. Esta pretende usurpar indebidamente la predicción del porvenir. Es una forma de superstición, porque es un recurso a los demonios, ya sea que se les invoque expresamente para pedirles la revelación del porvenir, ya sea que ellos mismos se insinúen en las vanas inquisiciones para enredar los espíritus de los hombres en la mentira.
b. Junto a la idolatría se enumera la adivinación idolátrica. Esta pretende usurpar indebidamente la predicción del porvenir. Es una forma de superstición, porque es un recurso a los demonios, ya sea que se les invoque expresamente para pedirles la revelación del porvenir, ya sea que ellos mismos se insinúen en las vanas inquisiciones para enredar los espíritus de los hombres en la mentira.
La adivinación procede de maneras múltiples y variadas; desde la antigüedad son conocidas algunas formas de adivinación, como, por ejemplo el explícito recurso a los demonios (invocándolos para conocer el porvenir), la oniromancia (la adivinación recurriendo a los sueños); la nigromancia (pretendiendo hacer aparecer o hablar a los muertos), el pitonismo (contestando a través de brujos o adivinos), el aruspicio (adivinación del futuro consultando las entrañas de los animales inmolados), las falsas conjeturaciones (es decir, el conjeturar acontecimientos faustos o infaustos por medio de hechos fortuitos como el romperse un espejo, cruzar un gato negro; hay que incluir aquí a los que dicen la buenaventura, a los tarotistas, etc.). También se debe enumerar entre estas supersticiones algunas formas de espiritismo.
El Catecismo enseña al respecto: Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto... Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone desvelan el porvenir (cf. Dt 18,10; Jr 29,8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a mediums encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y tal respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios[4].
c. Por último hay que señalar las llamadas vanas observancias. Se denomina así al uso de medios desproporcionados para obtener un efecto en sí mismo natural. Se divide en el arte notoria (tiene como objeto el adquirir repentinamente una ciencia sin trabajo, y por medios ineptos), el arte de la salud (que busca sanaciones, curaciones con remedios fútiles como falsos ungüentos, amuletos, encantamientos, etc.; tales prácticas si no tienen naturalmente ese poder, no son sino signos mágicos que algunas veces llegan a ocultar pactos con los demonios), la magia[5] (el arte de realizar cosas maravillosas por causas ocultas o por invocación o intervención diabólica). Hay que añadir el maleficio (que consiste en la expresa invocación del demonio con el fin de dañar o perjudicar a alguna persona en lo espiritual o corporal).
El Catecismo dice: "Todas las prácticas de magia o de hechicería
mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su
servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para
procurar la salud-, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas
prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de
dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos
es también reprensible"[6].
A veces se enumera aquí al magnetismo. Esta es la influencia de cierto
fluido magnético o eléctrico que brota de los minerales o del sistema nervioso
de algunos hombres, y que sería apto para curar ciertas enfermedades por su
propia virtud magnética o por sugestión sobre el magnetizado; de suyo,
considerado objetivamente y en abstracto, nada malo hay en él; puede
considerarse como uno de los tantos remedios físicos para curar las
enfermedades, parecido a la electroterapia, psiquiatría, etc. Pero en concreto,
o sea, tal como suele ejercerse, de modo irresponsable, está lleno de peligros
contra la fe, por los fines preternaturales que se intentan, por sus
procedimientos ocultos y adivinatorios, etc.[7].
El motivo formal de la fe, es decir, la razón por la que profesamos los
misterios de nuestra fe, es la Revelación de Dios, Verdad Primera que no puede
engañarse ni mentir, y que nos propone sus misterios por medio del Magisterio
de la Iglesia. No se trata de conjeturas, ni de pálpitos, ni de fe humana, ni
de tradiciones culturales. Al mezclar las verdades pertenecientes a la fe
católica con elementos espurios como aguas sanadoras, runas, adivinaciones,
santones, curanderismo, energía positiva, etc., no se elevan estas creencias al
nivel de la fe (porque nadie ignora que la Iglesia jamás ha propuesto estas
cosas para ser creídas con fe divina) sino que se rebajan las auténticas
verdades de fe al nivel de la creencia humana. Se cree así en San Cayetano o
San Antonio, en la Virgen
Desatanudos, en el agua bendita y la señal de la cruz, o en cualquier santo
o advocación mariana por los mismos motivos que se aceptan las falsas
prácticas; pero esto no es fe sobrenatural. Signo de ello lo tenemos en el
hecho de que algunas personas dicen no creer del todo en estas cosas, pero lo
hacen por las dudas. Las dudas serias son realmente las que se meten como
gusanos en el articulado de la fe católica.
El riesgo no es, pues, añadir creencias a la fe,
sino perder la fe.
Por tanto, es un grueso error lo que declaró en un periódico uno de
estos profesores ocultistas: una señora una vez me preguntó -dice él- si tenía
que confesarse porque había venido a verme. Yo le dije que no, que éramos como
médicos, que la ayudábamos a aliviar su salud del alma, a buscar energía
positiva. No me parece que ir a un astrólogo, o hacerse tirar las cartas esté
en contra de ninguna religión[8]. Esto no es así; la superstición es pecado
grave.
II) EL JUEGO DEL
DIABLO
Cuando Santo Tomás se pregunta por la causa de la idolatría él señala
como predisposiciones en muchos hombres el desarreglo de sus afectos (razón por la cual terminan rindiendo
honores divinos a quienes veneran de modo desordenado; pensemos en nuestros
días el culto a cantantes como Gilda o Rodrigo); también el placer natural que le causan las imágenes y, especialmente, la ignorancia
del verdadero Dios, que los lleva a venerar como divinidades
las creaturas que los asombran (fuego, océano, sol, etc.). Sin embargo, indica
Santo Tomás que la causa determinante son los demonios, que para hacerse adorar
de los hombres explotan su ingenuidad y utilizan los ídolos para dar oráculos
y cumplir hechos sorprendentes. Y cita la frase de la Escritura: Todos los
dioses de los paganos son demonios (Sal 115,5).
Para evitar relatos morbosos no doy aquí ningún testimonio de los muchos
que han confesado haber quedado atrapados bajo la influencia diabólica por
jugar con estas cosas. Basta mencionar el tan mentado tablero Ouija o juego de la copa. Muchos han tenido que
aplicarse las palabras de Goethe: No puedo librarme
de los espíritus que invoqué.
El libro de la Sabiduría (4,12), en la versión de la Vulgata, habla de
la fascinatio nugacitatis y dice que ésta oscurece el bien: fascinatio enim
nugacitatis obscurat bona. La nugacitas es la frivolidad, la estupidez, la
necedad, el vacío. La nada ejerce una atracción misteriosa sobre los espíritus
débiles en la fe; esto explica la seducción que ejerce el mal sobre los
pecadores y desorientados. Pero a través de esa fascinación el mal actúa como
un imán que chupa y traga a los que se inclinan neciamente sobre él.
Sobre estos temas hay que ser extremadamente cuidadosos. Alguien que
durante mucho tiempo se dedicó a estudiar el tema del ocultismo y sus
trasfondos satánicos dejó escrito unas palabras de gran prudencia: La
investigación sobre estos temas, cuando es innecesaria y movida por la vana
curiosidad, es siempre peligrosa. Nunca insistiremos de modo suficiente en la
necesidad de no centrar nuestra atención en los fenómenos ruidosos y extraordinarios
del accionar diabólico. Permanezcamos en cambio firmes en la vigilancia y la
oración, para que el Adversario no esclavice nuestras almas por el error, la
mentira y el pecado[9].
III) CUIDADO CON
NUESTRO PSIQUISMO DÉBIL
Finalmente, quien se mete en este campo también arriesga mucho desde el
punto de vista psíquico. Es bien conocido el ambiente desequilibrado en que se
mueve este tipo de tendencias. Muchos de quienes dirigen este tipo de fenómenos
(fundadores de sectas, dirigentes, mediums espiritistas, pseudo-profetas,
iluminados, etc.), cuando no son vividores y delincuentes se encuadran entre
enfermos mitómanos, histéricos, paranoicos, esquizoides y obsesos
psíquicos[10]. Similar suerte pueden correr quienes se dejan influenciar por
ellos o por la atracción morbosa que suele caracterizar todo lo relacionado con
lo oculto, la magia, los poderes de la mente, las fuerzas ocultas de la
naturaleza, etc. Por eso afirma Martín Ebon, autor del libro La trampa de
Satanás: Los autores que se ocupan de la telepatía, la clarividencia, la
profecía, la acción de la mente sobre la materia y otras prácticas psíquicas
deben estar constantemente alertas ante el peligro de presentar esos temas
únicamente en términos brillantes y positivos. Hay en estos fenómenos otra
cara, una cara oscura, y en nuestro tiempo esta oscuridad parece difundirse
con suma rapidez... sufrimos una virtual epidemia de juego irresponsable con
los poderes ocultos... los poderes ocultos no son un juguete. Nos exponen a
influencias que desconocemos y que a veces no podemos controlar. Este mismo
autor señala entre las consecuencias más notables de estos juegos con los
poderes ocultos: los estados neuróticos, el desdoblamiento de la personalidad,
la obsesión y la posesión por entidades no determinadas, que para Ebon son tan
sólo fuerzas liberadas del subconsciente, pero que pueden llegar a ser incluso
seres demoníacos[11].
También un autor que se consideraba representante del esoterismo
tradicional (opuesto, pues al moderno ocultismo) como René Guénon sostenía que
todo intento de practicar cualquiera de las artes ocultas representa, para el
hombre contemporáneo, un grave peligro mental e incluso físico[12].
Un autor no católico sino evangelista, Kurt Koch,
de gran experiencia en el tema señala como efectos de este tipo de actividades:
•En el carácter producen: un aumento agudo y pertinaz de los afectos, e
hipersensibilidad que se manifiesta en accesos de ira, susceptibilidad
explosiva y sexualidad aumentada, es decir, un desborde incontrolado de las
pasiones.
•En el plano de la patología
psíquica se producen: alucinaciones, estados melancólico‑depresivos, apatía,
pérdida de ganas de vivir, tendencia compulsiva al suicidio; y síntomas como
los pensamientos hipnóticos, las obsesiones, las disgregaciones y
desdoblamientos de la personalidad que pueden llegar hasta la locura completa.
Incluso puede llegar a la misma obsesión y posesión diabólica.
•En la vida espiritual y
religiosa llevan a la pérdida de la fe, y producen estados que se caracterizan
por la animosidad contra Dios y contra Cristo, desgano hacia la Palabra de Dios
y la oración, pensamientos blasfemos, piedad simulada y locura religiosa.
•El desarrollo de facultades
mediales (emparentadas con el desdoblamiento de la personalidad) así como la
producción de fenómenos paranormales pueden, según la experiencia de Koch,
afectar a los descendientes del sujeto hasta la tercera y cuarta generación,
así como a los lugares (casas, establecimientos) donde se realizan las
prácticas ocultistas[13].
3. EL GRAN DESAFÍO
Estamos ante una situación muy grave que exige remedios proporcionados.
En algunas publicaciones se insiste, a mi parecer de modo erróneo, en las
causas socioeconómicas del problema. Atormentado, el hombre recurre a la
religión y las creencias para soportar las condiciones de vida y sus avatares,
se lee[14]. No hay que confundir. Es cierto que gran parte de la gente recurre
a tarotistas, brujos, sanadores y otros rubros, para
pedir trabajo o salir de la desesperación económica que los aflige. Pero esta
no es la explicación de la causa sino la descripción de las consecuencias.
Épocas más duras ha conocido la historia; piénsese si no en las dos grandes
guerras que afligieron el siglo XX; y en esta misma época que vivimos, personas
hay que están en condiciones más ásperas que muchos de los que recurren a estos
medios alternativos y sin embargo no lo hacen.
Corremos el riesgo de refugiarnos en explicaciones sociológicas y
económicas. Pero la cuestión aquí es teológica. El problema afecta a la fe y
tiene raíces en la fe. Manifiesta una crisis muy grave en el plano pastoral y
evidencia una insuficiencia en la praxis pastoral por parte de los responsables
de ésta. Probablemente estamos atrapados en una pastoral de escritorio,
prejuiciada (pues es por prejuicios que se han abandonado métodos pastorales
que han dado en el pasado felices resultados) y lejos de la altura que exigen
las circunstancias.
Hay que ir a las raíces. Estamos ante una reviviscencia del paganismo o
una paganización de la religión (no me animo a decir demonización). Entonces
hay que atacar con una evangelización de profundidad y amplitud.
Por amplitud quiero decir: vasta, es decir, que llegue a las grandes
masas. No basta la cátedra de la escuela ni el ambón de la Iglesia (y ojalá éstas
fuesen más eficaces). Hace falta catequizar por medio de los grandes medios:
televisión, radio, periódicos, revistas de todos los niveles. No podemos seguir
lamentándonos de que las sectas o los movimientos ocultistas bombardean a los
pobres incautos; hay que ganar espacio. Y hay que reconocerlo: los católicos no
evangelizan a través de los medios como deberían; o, al menos, lo hacen con
mucha tibieza. Es cierto que los grandes medios muchas veces no dan lugar a
ello (por el contrario, se ponen al servicio de la confusión que reina en este
campo); entonces no queda otra solución que crear grandes medios católicos; o
aumentar los que ya existen.
Pero aún esto no basta. Es necesario que esta evangelización sea
profunda y capaz de calar hondo. Y esto sólo es posible tomando en serio el
espíritu misionero de la Iglesia. No sólo de la misión ad gentes, en tierras de
paganos; sino de las misiones populares, como las concibieron San Pablo, San
Alfonso, San Luis María Grignión de Montfort y todos los grandes predicadores
populares, los cuales revirtieron situaciones como la nuestra.
Junto a la misión popular hace falta una predicación de la fe viva y
vivificante, completa y pormenorizada. Incluso, aunque se escandalicen muchos,
hay que decir que es necesaria una buena formación apologética. San Pedro insta
a los cristianos a estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza (cf. 1Pe
3,15), es decir, de las cosas que creemos y esperamos. Lamentablemente la
mayoría de los católicos no estamos hoy en condiciones de ejecutar el mandato
del Primer Papa.
La confusión que reina en cuestiones elementales de nuestra fe (como las
que analizamos en este artículo) lo demuestra. Si San Juan Bautista se
presentase hoy nuevamente no dudaría en predicarnos como a los judíos: En medio
de vosotros está uno a quien no conocéis (Jn 1,26). Porque a Jesucristo -ese
Uno que vive en medio de los cristianos- poco lo conocemos. Si lo conociéramos
más no lo rebajaríamos al nivel de los falsos mesías y tendríamos más en cuenta
la exhortación de la carta a los Hebreos: Ayer como hoy, Jesucristo es el
mismo, y lo será siempre. No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas
(Hb 13,8-9).
_______________________________
NOTAS:
[1] La superstición es analizada por Santo Tomás en
Suma Teológica, II-II, cuestión 93 y siguientes. Uso también aquí cuanto expone
Antonio Royo Marín, Teología Moral para Seglares, tomo I, n. 365 y siguientes.
[2] La superstición es la desviación del
sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al
culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una
importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte,
legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las
oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones
interiores que exigen, es caer en la superstición (Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 2111).
[3] El culto viene a ser falso y pernicioso si los
actos exteriores que lo expresan tienen un significado erróneo. Sería el caso,
por ejemplo, de que se celebren todavía bajo la ley nueva las ceremonias de la
ley antigua, porque éstas no eran sino figurativas de la futura pasión de
Cristo, y su empleo actualmente parecería significar que los misterios de
Cristo aún están por venir. Asimismo sería una falsedad el ofrecer a Dios un
culto en oposición a las reglas establecidas por la Iglesia: esto equivaldría a
substituir a la religión auténtica establecida por la autoridad divina una
iniciativa o una tradición completamente humana.
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2115-2116.
[5] Cf. Royo Marín, I, nº 368. No me refiero,
evidentemente, a la prestidigitación o ilusionismo.
[6] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2117.
[7] Cf. Declaración del Santo Oficio del 4 de
agosto de 1856: Dz 1653-1654.
[8] Clarín, 12/11/00, sección Zona, p. 4.
[9] P. Alberto Ezcurra, en la recensión al libro de
Malachi Martin, El rehén del diablo, en Revista Mikael 18 (1978), 146.
[10] Pensemos, por ejemplo, en Marsall Applewhite,
fundador de la secta Puerta del Cielo que hizo suicidar a 39 de sus miembros en
marzo del año pasado para poder engancharse en la nave espacial oculta en la
cola del cometa Hale Bopp, en David Koresh quien se creía el Mesías y trajo la
muerte de la mayoría de sus seguidores que termiranon calcinados en su
fortaleza de Waco, Texas, en 1993, en Jim Jones que se suicidó en Guyana con
mil de sus seguidores; en Shoko Asahara, lider de la secta Aum Shinrikyo
(Verdad Suprema) que inundó de gas sarín los subterráneos de Tokio, etc.
[11] Ebon, Martín, y otros, La trampa de Satanás,
Troquel, Buenos Aires 1978. Este libro tiene datos interesante, pero contiene
también muchos errores.
[12] Lo dice Mircea Eliade hablando de la posición
de Guénon en: Ocultismo, brujería y modas culturales, Marymar, Buenos Aires
1977, pp. 105-106.
[13] Citado por Alberto Ezcurra, La moda del
ocultismo, Mikael 30 (1982), 23-25.
[14] Clarín, citado, p. 4.
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