Dios se llevó mi tesoro más preciado
¿Cómo afronto
esto?
Por: P. Jorge Oswaldo Barahona | Fuente: PadreSam.com
Eran las 5.30 de la madrugada, de ese 08 de septiembre del 2016. La
noche anterior, había visitado un pueblo (Ataco, Ahuachapán, El Salvador), en
el que tradicionalmente se celebra una fiesta llamada “Los
Farolitos”: una fiesta colorida, alegre y en la que el tiempo se va volando… en
efecto, regresé a la parroquia a las 02:00 am.
Normalmente dejo mi celular en silencio, para que ningún mensaje o
llamada me despierten. Pero esa madrugada no me despertó el ruido de un
celular… sino el ruido DE LA PUERTA DE MI CUARTO
ABRIÉNDOSE ESCANDALOSAMENTE. Era el párroco con quien trabajo, P. David
(Catedral de Santa Ana, El Salvador), que literalmente irrumpió en mi cuarto ante mi sorpresa y
asombro.
La noche anterior había recibido una llamada de mi hermana: “Jorge, mi mami está un poco delicada. Vamos a ingresarla
a la clínica. Reza por ella”. Entonces, cuando el párroco entró a mi
cuarto, me miró y me dijo: “Vengo a darte una mala
noticia”. Yo sabía perfectamente de qué (o más bien de
quién) se trataba. Le quité la palabra y le dije: “¿Mi
mamá verdad?”; él dijo, “si”.
Fue un tanto gracioso, ahora que lo veo en retrospectiva… porque no
estoy seguro qué sentí en ese momento. No eran ganas de llorar… no era
tristeza… tampoco era alegría, obviamente. Era una especie de “estado de suspensión”. Me levanté, me bañé, me
fui a rezar a la iglesia, y al volver a mi cuarto le llamé por teléfono a
Karlita Estrada, mi mejor amiga. Le comenté lo que había pasado y al escucharla
a ella sí lloré un poco. Quizá era más por escucharla a ella, que por mi mamá.
Y es que… desde que Dios me regaló a mis dos mejores amigos, todos los días en
la Santa Misa le pedí a Dios una gracia: Señor, cuando mi mamá o mi papá se vayan de este
mundo, te pido QUE MIS HERMANOS (Samuel
y Karlita, es decir, mis dos mejores
amigos) O UNO DE ELLOS, ESTÉ CONMIGO. Dios me concedió esa gracia.
Karla estaba cerca. Les explico lo increíble. Ambos están en el extranjero:
Samuel (el Padre Sam)
está en México, y Karla estaba en ese momento en Francia, pero había venido de
vacaciones e increíblemente se iba el sábado 10. Un detallazo de Dios.
Me puse en camino hacia mi casa, me acompañaba un hermano sacerdote, que
ha sido y sigue siendo un modelo y un maestro para mí. En el camino, rezamos el
rosario, pedimos por mi mamá, y nos encaminamos a mi casa, donde sería el
velorio, para preparar todos los detalles.
Cuando vi el cuerpo sin vida de mi madre… sentí un poco de nostalgia…
fue increíble. Esa mujer, todo el tiempo llena de vida, que me esperaba cada
semana en casa, que me hacía sentir su calor de madre cuando me abrazaba… ahora
yacía ahí, en esa cama, fría, pálida… ya no estaba. Le di un beso en
su frente y después la colocamos en la caja donde la tendríamos.
Es muy difícil, emocionalmente, controlarse en situaciones como esa. Yo
soy el menor de mis hermanos (somos 12) y soy el único religioso. En ese
momento, típicamente de ser “el niño de la casa, el
chimpe (decimos en mi país, El Salvador) el menor, pues, pasé a ser el
hermano mayor. El hermano que tenía que dar palabras de consuelo, el
hermano que tenía que fortalecer –como le tocó a san Pedro después que Jesús
murió– a los demás. Sin embargo, a pesar del desconsuelo, del desánimo, todos
mis hermanos y mi papá tenían algo muy claro en su mente: Dios había
querido llevársela, y sabíamos que estaba (y nosotros también lo estábamos) en
manos de Él.
Algunos días después, le pregunté a mi papá cómo se sentía… ¡llevaban 52 años de casados! Me respondió,
sereno, y con mucha seguridad: “La extraño. Pero llevaba
varios días enferma… y no podía soportar verla sufrir. Ahora ella descansa en
Dios”. Definitivamente, SOLO DIOS DA ESA
PAZ.
Dios nunca me dejó solo. Muchísimos amigos, amigas, familiares, me
acompañaron en la vela. Me acompañaron alrededor de 87 sacerdotes en el
transcurso del velorio y el funeral, e incluso en el momento del entierro de mi
madre, habíamos 4 sacerdotes acompañando.
Quisiera compartir 3 detalles en torno a la muerte de mi mamá y el por
qué yo no tuve razón para llorar en su velorio y su funeral.
- Mi madre me contó alguna vez que ella siempre le había pedido dos gracias al Señor antes de morir: la
primera, no morir sin antes verme ordenado sacerdote. La segunda, morir en
una fiesta de la Virgen. ¿Adivinen qué? Dios le concedió ambas. Ella perteneció
toda su vida a la Legión de María, y fue
premiada con ello. Me vio y (me) disfrutó dos años como sacerdote, y Dios
la llamó un 08 de septiembre, fiesta de la Natividad de Nuestra Madre
María. En resumen, Dios tenía ya todo planeado para ella. ¿Por qué sentirme triste
ante esto?
- Dios de
algún modo me
preparó espiritualmente para la muerte de mi madre. Desde el 16 de agosto, en
el clero de mi diócesis se dio un fenómeno un tanto inusual… comenzaron a morirse los familiares de algunos
sacerdotes… en dos semanas, fallecieron familiares de 5
sacerdotes (en orden: mamá, papá, hermana, hermano) antes de la muerte de
mi mamá. Cuando falleció el 4to, en ese orden, un día mientras rezaba
sentí que Dios me dijo: prepárate porque
seguís vos. Dos días antes de su muerte, le dije a mi mamá: “Mami, me da miedo que Dios se la quiera llevar, se
están muriendo los familiares de los curas”. A lo que ella tranquilamente me respondió: “Si eso es lo que Dios quiere, vos y yo tenemos que
ser felices”. Por tanto, cuando supe la noticia de su partida, no
sentí, como ya dije, tristeza, ni dolor… Dios ya había preparado mi
corazón.
- Mi mamá
fue una fiel
devota del rezo del santo Rosario toda su vida. Una mujer de oración, y no
lo digo porque sea mi madre, lo digo porque es la verdad. Y ¿cuál fue el premio por esto? Mi mamá tuvo el
auxilio de los sacramentos en sus últimos días (¡Faltaba
más, tiene un hijo sacerdote!), en su velorio aparte de muchísima
gente que acompañó, -como ya he mencionado- nos visitaron alrededor de 87
sacerdotes. Tuvimos 3 eucaristías dentro del velorio, aparte del funeral,
en el que participamos alrededor de 30 sacerdotes… y así podría mencionar
cientos de regalos y gracias que Dios nos dio tanto a ella, como a la
familia… en resumidas cuentas… recemos, amemos y hagámonos devotos del santo
Rosario.
¿Tenía alguna razón para llorar? Humanamente sí dolió, siempre
hay un duelo; pero de la mano de Dios todo adquiere sentido y se vive en paz.
Es lógico, perder a un ser querido, y más a tu madre, es algo sumamente duro.
Es una pérdida irreparable. Bien dice el dicho “madre,
solo hay una”. Y los católicos tenemos dos: la terrenal y la del cielo,
nuestra Madre Santísima. Por tanto, humanamente, sí había razón.
Pero ¿Por qué no me sentí triste? En primer lugar porque NUNCA
ESTUVE SOLO. Dios no me dejó solo, porque Dios me mando uno de mis dos
ángeles en la vida, Karlita, que me apoyó y estuvo ahí. Además de muchísimos
amigos, hermanos, compañeros que estuvieron pendientes. Y no me sentí triste
por una sencilla razón: Dios la quería a ella allá. Para que desde allá, ella
realice dos tareas: Rezar e interceder por mí; y prepararme un lugar a
donde llegar. Solo puedo decir: “Señor, Gracias infinitas por
regalarme una madre santa”.
Si usted ha perdido a un ser querido, en verdad lo
lamento, y lo entiendo. Pero TENGA FE. ESE SER QUERIDO, ESTÁ GOZANDO DE DIOS.
Dios les bendiga
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