«LIBERALISMO DE
TERCER GRADO.
14. Hay otros liberales algo
más moderados, pero no por esto más consecuentes consigo mismos; estos
liberales afirman que, efectivamente, las leyes divinas deben regular la vida y
la conducta de los particulares, pero no la vida y la conducta del Estado; [y
que] es lícito en la vida política apartarse de los
preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada.» (LEÓN
XIII, Carta Encíclica Libertas praestantissimum,
20 de junio de 1888)
Liberalismo
de tercer grado es separación del orden político del orden
natural y sobrenatural, y relegacion de éste al ámbito doméstico, para
salvaguardia de la libertad negativa (que diría Danilo Castellano) del Estado y los
particulares.
El liberalismo de tercer
grado, es decir el personalismo político, pretende ser antiliberal y
antimarxista sin dejar de ser moderno. Pero el subjetivismo moderno es la causa del
liberalismo y del marxismo, conforme a su concepción desustanciada de la
persona.
El liberalismo católico de
tercer grado pretende poner las fuerzas sobrenaturales de la religión al
servicio del progreso. Y desde abajo, desde las subjetividades individuales, a
modo de fermento. Nunca desde arriba, desde las leyes, desde las instituciones,
desde la comunidad política.
La
ambigüedad del liberalismo de tercer grado, que aplicado al cristianismo se llama personalismo, consiste en que se
sitúa en una posición de invisibilidad, entre los ojos, en una zona muerta a
salvo de la crítica. Porque, por una lado, no apoya explícitamente el error
liberal; pero por otro, tampoco apoya explícitamente la verdad católica. Por lo
que se mueve en un terreno de doble realidad, de doble catolicismo, de
anfibológica indefinición, que le protege cual coraza de toda crítica.
El
personalismo tercergradista pide a la Virgen le ayude a construir el Estado Nominalista de los
derechos positivistas, en que el deber religioso de las sociedades ha
desaparecido, y la ley moral tan sólo brilla en la subjetividad del testimonio.
Pero luego se lamenta de las leyes que vomita el Leviatán.
El personalismo tercergradista
no busca el Reino de Dios sino una Nueva Humanidad en que la gracia está al
servicio del hombre, como instrumento para fines inmanentes. El amor humano
está en el centro, con la gracia subordinada a él, a su servicio, como simple
ayuda para fines temporales autónomos.
Alonso Gracián
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