Hay dos versículos que no
descarto comentar en algún sermón. Tres líneas de Hechos de los Apóstoles
bastantes desconocidas incluso para los sacerdotes. Y es que la Biblia cuenta
este último detalle acerca de Judas Iscariote:
Porque fue contando
entre nosotros y se le asignó su porción en este ministerio. Ahora este hombre
adquirió un campo con la recompensa de su maldad. Y, cayendo de cabeza, estalló
en la mitad y todas sus entrañas se derramaron (Hechos
1, 17-18).
Hay una insistencia en dos verbos
griegos en afirmar que reventó. He traído aquí este pasaje porque en una cena
con unos amigos estábamos hablando de cómo hay muertes cuyos signos en el
cuerpo parecen indicar la grandeza del alma que allí habitó. Y otras muertes
que parecen manifestar la podredumbre del espíritu que estuvo dentro.
Acordaos del precioso vídeo que
os puse aquí de un funeral por un obispo en el que, en mitad de la ceremonia,
una paloma se posó sobre el ataúd y no se movió de su lado, a pesar de toda la
gente que había allí. Mientras que hay otros casos en que los signos son
diametralmente los opuestos. Y podría poner un ejemplo muy concreto de una
persona conocida. Os ahorraré detalles y, piadosamente, dejaré el hecho en la
oscuridad.
Pero sí, el Bien y el Mal, a
veces, dan impresionantes signos incluso en este mundo.
P. FORTEA
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