Somos muchos los
que por diferentes motivos un día decidimos dejar nuestra casa, familia, amigos
y amor para irnos a otra tierra a empezar de
nuevo.
Sin ventajas, sin enchufes, sin apoyo, sólo con la
maleta llena de trapos inadecuados para el invierno, ilusiones, un título
enrolladito (que sigue enrolladito y sin homologar). Un bolsillo escaso del
dinero reunido durante el proceso de indecisión, y por si acaso, con las
groserías bien aprendidas en todos los idiomas posibles, para por lo menos
saber cuándo nos estaban insultando.
Muchos hemos
querido alguna vez tirar la toalla más de una vez y mandar a donde se merecía
al ignorante de turno, agarrar el primer avión cuando no teníamos cerca a nadie
que nos hiciera un caldo de pollo para pasar la gripe. Muchos gastamos todo lo
que nos sobraba del sueldo en tarjetas, recargas, y cuanto medio nos permitiera
seguir en contacto con los que se quedaron en casa o con los otros que estaban
desparramados por el mundo.
Muchos hemos
tenido que auto-cantarnos el feliz cumpleaños, cenar solos en Navidad, trabajar
en Año Nuevo para que el trago fuera menos amargo. Muchos nos estamos perdiendo
los momentos importantes en la vida de nuestros seres queridos, no sólo la
cotidianidad, sino esos momentos memorables. Somos los eternos ausentes en las
bodas, nacimientos, graduaciones, incluso de los funerales. Nuestro amor,
dolor, llanto, melancolía, es como el valor en el servicio militar, se
presupone. Nos hemos convertido en facebook-instagram -whatsapp- dependientes.
Hemos hecho nuevos
amigos, formado una familia o hemos sido adoptados por la de otros. Nos hemos
acostumbrado al frío o al calor, a que por estos lugares nadie hace cola para
usar el transporte público, a caminar sin aferrar la cartera como si se tratara
de la vida, a usar los hospitales públicos, a no dejar la luz encendida, a
abrir las ventanas antes que encender el aire acondicionado, a dejar las frutas
tropicales para los momentos especiales. Hemos aprendido a cruzar la calle por
donde se debe, conducir como se debe, bajar y subir por donde se debe, a
sentarnos en el autobús o ir apretados pero nunca colgando en la puerta, al
silencio, a los parques con los columpios puestos, a la basura en los
basureros, a la radio, al acento de Los Simpson, a cargar muchas moneditas en
el bolsillo y reírnos solos pensando que rompimos el cochinito. Hemos aprendido
a explicarle al carnicero cuál es el corte de carne que queremos para hacernos
una comida. Se nos ha hecho un nudo en la garganta cuando vemos que aquí botan
lo que allá tanta falta hace. Hemos sido hormiguitas ahorradoras para
organizarnos unas vacaciones en nuestra casa.
Nosotros no somos
millonarios porque ganemos en dólares, euros o libras, no somos extranjeros
porque tengamos doble nacionalidad. Somos un montón de gente que se ha jugado…
y puso lo que tenía que poner, tanto como en nuestro propio país, pero con las
oportunidades que allí no nos jugaban a favor. Nosotros somos testigos del
cambio, porque para poder ver la totalidad de las cosas, hay que tomar
distancia. Somos unos nostálgicos permanentes que añoramos el lugar donde
nacimos y crecimos, pero el que era cuando nos fuimos… no el de ahora y que ya
no reconocemos. Nosotros somos esos con amigos en todo el mundo, somos de esos
que entendieron que las fronteras solo vienen en los mapas dibujadas, que
siempre tenemos visita en casa, que enviamos cosas y pedimos encargos, esos
mismos que sufrimos paranoias nocturnas preguntándonos si nuestros seres
queridos están en casa sanos y salvos y que aunque estemos pasando un mal
momento siempre le decimos a nuestras madres que “estamos
bien”. Somos de esos que cuando el teléfono suena de madrugada ya
contestamos casi llorando, algo nos perdimos. Nosotros somos los que hacemos
reír a nuestros nuevos amigos, los que les decimos que tienen que conocer el
país más lindo del mundo…
A todos los que
como yo dejamos nuestra tierra les digo:
¡¡¡Somos
auténticos guerreros, nunca se dobleguen ni tiren la toalla!!!
Sigan
cultivando sueños y bendiciones
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