domingo, 1 de septiembre de 2019

LA IGLESIA ES UNA, Y HA DE GUARDARSE UNIDA EN DOCTRINA Y DISCIPLINA


Confesamos en el Credo que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica (Vat. II, LG 8)

Por: P. José María Iraburu | Fuente: InfoCatolica.com

–¿Y NO SE CANSA DE COMBATIR ERRORES?
–NO, POR GRACIA DE DIOS. Y QUE ÉL ME ASISTA SIEMPRE PARA ENSEÑAR LA VERDAD Y PARA REPROBAR LOS ERRORES CONTRARIOS.

«Confesamos en el Credo que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica» (Vat. II, LG 8)
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LA IGLESIA ES UNA
El Sumo Sacerdote «profetizó que Jesús había de morir por el pueblo, y no sólo por el pueblo, sino para congregar en la unidad a todos los hijos de Dios que están dispersos» (Jn 11,51-52). En la Cruz, pues, al precio de la sangre de Cristo, se formó la unidad de la Iglesia. El mismo término Ecclesia nos hace ver que es la Con-vocada: la reunión de todos aquellos hombres elegidos y llamados que, por la gracia de Dios, han escuchado y seguido esa vocación excelsa.
«Sólo hay un cuerpo y un espíritu, como también una sola esperanza, la de vuestra vocación. Sólo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, que está sobre todo, por todos y en todos» (Ef 4,4-6). Babel es orgullo, pecado, mentira, división. Pentecostés es humildad, gracia, verdad, unión. «La Iglesia es una debido a su “alma”: “el Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles, y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia”» (Catecismo 813, citando a Clemente de Alejandría)

«Es Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una» (LG 8). La unidad interna de la Iglesia está causada por la voluntad de Cristo y su oración continua: «Padre, que todos sean uno, como tú en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). Siendo  las divisiones internas (Babel) lo más frecuente en el mundo, la unidad interna de la Iglesia (Pentecostés) es un milagro permanente, que no se ha dado ni remotamente en modo semejante en ningún lugar, institución, ni época de la historia.

El cardenal Ratzinger, en su introducción a la declaración Dominus Jesus, de la Congregación de la fe  (6-VIII-2000)  indica que «la pretensión de unicidad y universalidad salvífica del Cristianismo proviene esencialmente del misterio de Jesucristo, que continúa su presencia en la Iglesia, su Cuerpo y su Esposa». El evangelio de San Mateo termina con estas palabras de Jesús, en las que se funda la unidad de la Iglesia: «Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo» (28,20).
 –LA IGLESIA ES ÚNICA
Cristo es la Cabeza, el Esposo, el Pastor de la Iglesia: no tiene varios Cuerpos, ni varias Esposas, ni varios rebaños distintos. Llamar Iglesias a las comunidades cristianas separadas de la Iglesia, no tiene sentido. La declaración Dominus Iesus afirma que «las Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico (Vat. II, UR 22), no son Iglesia en sentido propio» (n.17).

LOS PASTORES HAN DE GUARDAR EN LA UNIDAD AL PUEBLO DE DIOS QUE HAN RECIBIDO A SU CUIDADO
Ésa es la imagen fundacional de la Iglesia: los que habían recibido la fe y el bautismo «perseveraban en oír la enseñanza de los apóstoles, y en la unión, en la fracción del pan y en la oración» (Hch 2,42). «Vivían unidos, teniendo todos sus bienes en común» (2,44). «La muchedumbre de los que habían creído tenía un corazón y un alma sola» (4,32).

–LA VERDAD ES UNA Y UNE. LOS ERRORES SON INNUMERABLES Y DIVIDEN
La verdad católica une; los errores doctrinales y morales dividen. Como dice el Vaticano II, «la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros» (DV 10). Forman un triángulo equilátero, en el que cada uno de los lados sostiene a los otros dos. La unidad interna de la Iglesia se fundamenta, pues, en la verdad revelada, y ésta fluye de la triple fuente única: Escritura, Tradición y Magisterio apostólico. Toda doctrina o disciplina que no tenga su fundamento en esa fuente es causa necesaria de división interna en la Iglesia.

La Iglesia de Cristo es una. Y si no es una, no es la Iglesia de Cristo.  La Iglesia nunca contra-dice su propia doctrina. Ésta se va desarrollando por obra del Espíritu Santo, que la guía hacia «la verdad completa» (Jn 16,13), pero siempre en el mismo pensamiento y sentido. Crece la doctrina católica como crece un árbol: siempre fiel a sí mismo. La Iglesia es una en su doctrina: no enseña una cosa en cierta nación, acomodándose a su cultura, y en otra nación otra cosa distinta y contraria. No sería entonces «columna y fundamento de la verdad» (1Tim 3,15). Eso explica la pasión de los primeros apóstoles por la unidad del pueblo cristiano: la unidad en la caridad, por supuesto; pero también en la doctrina de la fe: «una sola fe».

San Pablo: «Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos habléis igualmente, y no haya entre vosotros cisma, sino que seáis concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir» (1Cor 1,10). «Haced pleno mi gozo, teniendo todos el mismo pensar, la misma caridad, el mismo ánimo, el mismo sentir» (Flp 2,2). San Pablo no pretende hacer «paulinos», sino discípulos de Cristo, «cristianos» católicos.

EN EL POST-CONCILIO YA SE FUE DISGREGANDO EN NO POCOS LUGARES LA UNIDAD DE LA IGLESIA, sobre todo en el Occidente más rico e ilustrado. Es decir, fue acrecentándose la apostasía. Los Papas declararon abiertamente la profunda des-unión interna generalizada en amplias zonas de la Iglesia.

-Pablo VI, poco después del Concilio que presidió, afirmó en varias ocasiones que la unidad de la Iglesia en doctrina y disciplina se iba quebrantando más y más. «La Iglesia se encuentra ahora en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de autodemolición… Está prácticamente golpeándose a sí misma (7-XII-1968)… «se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios» (29-VI-1972). Es lamentable «la división, la disgregación, que por desgracia se encuentra en no pocos sectores de la Iglesia» (30-VIII-1973) -San Juan Pablo II: «se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones. Se ha manipulado incluso la liturgia» (6-2-1981). -El cardenal Ratzinger, un mes antes de ser constituido papa Benedicto XVI, en el Via Crucis del Coliseo: «¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!… Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo» (25-III-2005).

–ACTUALMENTE ESA FALTA INTERNA DE UNIDAD EN LA IGLESIA HA LLEGADO CON DEMASIADA FRECUENCIA A EXTREMOS CLAMOROSOS. Y la divisiones que contraponen a los mismos Pastores de la Iglesia la ponen en peligro de ruina, porque la Iglesia o es una o no es Iglesia. Ya traté de este tema, con ocasión de los Sínodos, en el artículo (342) Agua y aceite. Concretamente, en torno al capítulo 8º de la Amoris lætitia las enseñanzas contrarias entre sí abundan escandalosamente en no pocos Obispos y Cardenales, teólogos y fieles, tratándose a veces de temas graves, como es la posibilidad de comulgar en los divorciados vueltos a casar, antes llamados adúlteros...

–Cuando fracasa definitivamente un matrimonio, puede Dios permitir un segundo matrimonio, que exige la misma fidelidad que exigía el primero, y que ha de considerarse muchas veces como «un regalo de Dios», un «camino de perfección» evangélica. –La misericordia de Pedro no ha de ser menor que la de Moisés, que toleró el divorcio y el matrimonio nuevo posterior. –El matrimonio es ciertamente indisoluble; pero en algunos casos es disoluble. –Privar de la comunión a ese segundo matrimonio aleja de la Iglesia a sus hijos. –El bien de los hijos, incluso el espiritual, exige no pocas veces que se prolongue la unión adúltera indefinidamente. –Privar de la Eucaristía a parejas «irregulares» es una crueldad inexcusable: Dios Padre no excluye de su mesa a ninguno de sus hijos. –Simplemente, deben ir confiadamente a comulgar todos los que en conciencia se sienten en paz con Dios misericordioso. –Cristo no dudó en comer con los publicanos y pecadores públicos. –Es evidente que hay actos intrínsecamente malos, gravemente prohibidos por la ley divina, que ninguna circunstancia puede justificar (Veritatis splendor 67); pero en ciertas situaciones (como la creada en un segundo matrimonio fiel y estable), pueden ser realizados sin culpa, sin perder la gracia de Dios, más aún, haciendo así la concreta voluntad de Dios providente. –Pueden darse situaciones en que la obediencia estricta a un mandamiento de Dios no pueda darse sin pecar. –Los que rechazan algunos puntos de la Amoris laetitia suelen ser eclesiásticos o laicos frustrados, que «buscan dividir», lo que es propio del diablo. Et sic de caeteris.

Esos argumentos vergonzosos son lanzados hoy por algunos Cardenales, Obispos y teólogos contra otros Cardenales, Obispos y teólogos… Ignominioso… ¿La Iglesia ES una?

Solamente en la verdad católica puede darse la unidad de la Iglesia.

ESTA SITUACIÓN NO DURARÁ INDEFINIDAMENTE
Tres cosas. 1ª) Si se acepta que actos intrínsecamente malos pueden ser lícitos en ciertos casos, y se aplica ese principio, por ejemplo, a la anticoncepción, al aborto, al fraude, al homicidio exigido por el honor familiar, a la homosexualidad operativa, a la pederastia, a la comunión de los adúlteros, etc., cae arruinada toda la moral católica, como bien lo muestra y demuestra el profesor Josef Seifert. 2ª) La Iglesia Católica ya no sería «una», pues quedaría dividida en partes irreconciliables, ya que están separadas por doctrinas abiertamente contrarias entre sí. 3) En medio de las infinitas divisiones que caracterizan al mundo, la Iglesia no será ya «columna y fundamento de la verdad (1Tim 3,15)… Las tres cosas nos hacen prever que esta situación no puede durar mucho, pues nuestro Señor y Salvador Jesucristo profetizó la indefectibilidad de la Iglesia.

–EL PAPA, COMO SUCESOR DE PEDRO, ES EL PRIMER MINISTRO DE LA UNIDAD ECLESIAL
La autoridad doctrinal y pastoral del Obispo de Roma se extiende a toda la Iglesia. Él está especialmente asistido por Cristo para guardar a la Iglesia, es decir, a todos los Obispos y fieles católicos, «en la paz y la unidad», que en la Eucaristía, antes de la comunión, pedimos al Señor todos los días. No olvidemos que, precisamente, la Eucaristía es el sacramento que causa y expresa la unidad de la Iglesia.

Veinte siglos llevamos pidiendo a Dios en la Misa «por tu Iglesia santa y católica, para que le concedas la paz, la protejas, la congregues en la unidad y la gobiernes en el mundo entero, con tu servidor el Papa N., con nuestro obispo N., y todos los demás obispos que, fieles a la verdad, promueven la fe católica y apostólica» (Canon romano). Y lo mismo pedimos antes de la comunión en todas las Plegarias eucarísticas postconciliares.

EL PAPA TIENE COMO MINISTERIO PROPIO, ESTABLECIDO Y ASISTIDO POR CRISTO,
guardar la unidad doctrinal de la Iglesia, «confortando en la fe» (Lc 22,31-32) a sus hermanos Obispos y a todos sus hijos católicos. Ello exige confesar aquella fe que nace de Escritura–Tradición–y Magisterio apostólicos (DV 10). Precisamente por eso los Papas deben ser muy moderados a la hora de irradiar a toda la Iglesia sus opiniones personales, sus ocurrencias, sus preferencias teológicas en temas discutidos, porque no pocos cristianos más o menos afectados de papolatría: los más sencillos, por ignorancia, y algunos eclesiásticos carrieristas, por oportunismo –denunciados éstos por Francisco en su discurso sobre «las 15 enfermedades»–. Unos y otros tomarían en todo su palabra pontificia como doctrina de la Iglesia, que exige la adhesión de todos los fieles. En tal supuesto, el Papa sería una de las causas principales de la des-unión interna de la Iglesia.

guardar la unidad de todos en la caridad. Precisamente por eso los Papas deben moderar muy atentamente la manifestación exterior de sus preferencias personales en temas doctrinales o pastorales discutidos. Si alabaran y promovieran a aquellos que más participan de sus opiniones y tendencias personales, y si vituperaran y degradaran a otros que no participan de ellos, no serían para la Iglesia causa de unión, sino de profundas des-uniones y agravios comparativos.

–EL PAPA, EN CUANTO A SUS MODOS PROPIOS DE SER Y DE OBRAR, NO ESTÁ EN LA SEDE DE PEDRO COMO EJEMPLO A IMITAR POR TODOS LOS OBISPOS Y FIELES
No es ése su carisma y su ministerio propio, ni tampoco lo es en el Obispo respecto de su diócesis. El Papa y los Obispos van cambiando, y suelen ser bastante diferentes unos de otros (Pío X, Pío XII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco…) Si la adhesión fiel de los católicos al Papa y a su Obispo propio exigiera esta asimilación profunda de sus modos personales de ser, de sus tendencias y preferencias, de sus estilos pastorales, al cabo de unos años, habiéndose sucedido un buen número de Papas y Obispos diocesanos, los fieles católicos, y especialmente los sacerdotes, acabaríamos todos esquizofrénicos.

 En este sentido, si el Papa, concretamente, procurara que todos los Obispos y fieles piensen, sean y operen como él, aceptando su estilo pastoral en seminarios y universidades, parroquias y movimientos; es decir, si el Obispo de Roma quisiera infundir en la totalidad de la Iglesia católica su modo de pensar, su estilo pastoral, sus maneras de enfrentar los conflictos morales, necesariamente favorecería a quienes aceptasen serle clónicos, y se  mostraría hostil a los diferentes. De nuevo venimos a concluir que, en tal supuesto, el Papa no sería de hecho causa de unidad en la Iglesia, sino el principal promotor de divisiones y tensiones sin fin. 

La configuración estricta a los modos personales del Papa causaría graves daños sobre todo en aquellas Iglesias locales de muy antigua tradición, que en su larga historia han ido desarrollando ciertos modos propios de servir a Cristo y de difundir su Reino. No pueden, no deben ir cambiando su propia historia para acomodarla cada pocos años a las preferencias personales del Papa reinante, que puede durar 10 o 30 años, para dar paso después a otro Papa que, probablemente, será bastante diferente.

–«LA ENFERMEDAD DE DIVINIZAR A LOS JEFES»
A fines de diciembre de 2014, el papa Francisco tuvo su encuentro anual con la Curia Vaticana en la Sala Clementina para intercambiar las felicitaciones de Navidad. Y en su discurso a los miembros de los dicasterios, tribunales, consejos, oficinas y comisiones advirtió del peligro de 15 enfermedades que podrían afectarles. La 10ª de éstas es:
«La enfermedad de divinizar a los jefes: Es la enfermedad de los que cortejan a los superiores, con la esperanza de conseguir su benevolencia. Son víctimas del arribismo y del oportunismo, honran a las personas y no a Dios. Son personas que viven el servicio pensando sólo en lo que tienen que conseguir y no en lo que tienen que dar. Personas mezquinas, infelices e inspiradas sólo por su egoísmo fatal». Sin duda, el peligro es real, no es meramente imaginario.

–Hace unos pocos años declaraba un Arzobispo, todavía no Cardenal, que él quería ser un Obispo clónico del papa Francisco. Ya es Cardenal. –Por ese mismo tiempo, un Monseñor de la Congregación de Educación y Seminarios decía en una entrevista que su Congregación tenía ahora la gran tarea de acomodar todos los Seminarios de la Iglesia a la mentalidad y criterios personales del papa Francisco… En el supuesto de que el próximo Papa sea un León XIV, ¿tendrá que volver la Congregación a hacer una tarea análoga?

–LOS PAPAS, OBISPOS Y SACERDOTES QUE LA IGLESIA DECLARA «SANTOS» SON LOS MODELOS DE LOS PASTORES DE HOY
Para eso los ha canonizado la Iglesia. Pedro y Pablo, Atanasio, el Crisóstomo, Agustín, Borromeo, Mogrovejo, Vianney, Pío X, Juan Pablo II, etc., ésos y otros también canonizados como santos, son los Pastores que, configurando su vida y ministerio al Buen Pastor por obra del Espíritu Santo, son puestos por la Iglesia como intercesores y como ejemplares a los que deben seguir, según sus condiciones y gracias propias, los Pastores actuales.

Los excelentes documentos de la Iglesia sobre el sacerdocio, por otra parte, trazan también con Autoridad apostólica los grandes criterios de fe que deben guiar establemente, aunque con importantes desarrollos homogéneos, la vida y ministerio de Obispos y Presbíteros. Recordemos algunos documentos:
Haerent animo (San Pío X), Ad catholici sacerdotii (Pío XI), Menti Nostra (Pío XII), Sacerdotii nostri primordia (San Juan XXIII), Sumi Dei Verbum (Pablo VI), Sacerdotalis caelibatus (Pablo VI), Pastores dabo vobis (San Juan Pablo II), así como los grandes documentos del Concilio Vaticano II (Christus Dominus, Presbyterorum Ordinis, Optatam totius), etc. Es previsible que esta serie formidable de textos pontificios sea también continuada por el papa Francisco.

«NIHIL VIOLENTUM DURABILE»
La Iglesia es una. En todo lo fundamental en  doctrina, moral y disciplina, la unidad pertenece a la Iglesia como nota propia de su naturaleza. Puede sobrevivir la Iglesia a pesar de los pecados personales de sus Pastores y fieles, como veinte siglos de historia lo demuestran. Pero va en contra de la naturaleza de la Iglesia, es decir, le es violenta, toda des-unión en doctrinas y normas fundamentales. Es, pues, inadmisible  que en ciertos sitios se combata siempre el mal intrínsecamente prohibido («por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio»; Catecismo 1756), y que en otros se permita ese mal en ciertos casos–.

Pues bien, nada que violente la unión propia de la Iglesia es tolerable, pues atenta contra su propia naturaleza. Más aún: como afirma el adagio antiguo, nihil violentum durabile. Nada que sea violento puede ser duradero.


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