Hace años recibí una
consulta sobre el tema del que he hablado ayer. Un sacerdote (fuera del ámbito
de la confesión) me hizo una serie de preguntas de conciencia: ¿cómo enfocar el
tema si su obispo le preguntaba?
(También le dije
que algún día comentaría este asunto en mi blog porque a algún sacerdote esta
información le podía dar luz ante este tipo de temas de morales.)
El tema lo pensé muy en serio
porque le atormentaba. Hablamos del asunto bastantes veces, siempre fuera de la
confesión. No solo lo medité con tiempo, sino que también, mucho después, lo
consulté con una persona de una congregación de Roma.
Tras varios años, creo que tengo
mucho más clara cuál debe ser la doctrina a seguir al respecto y la expongo
aquí porque no dudo de que a alguien le puede ser útil para ayudar a algún
sacerdote del mundo y no es fácil encontrar bibliografía sobre esto de lo que
voy a hablar.
Quiero aclarar antes que aquí no
se pone en duda la obligación de la castidad en el clérigo, ni la obligación de
no mentir, ni el derecho del obispo a preocuparse por el alma de un presbítero.
La cuestión que aquí expongo es la del derecho del presbítero a preservar su
intimidad en materia de ocultis.
Un obispo puede preguntar acerca
de rumores que corren, acerca de las denuncias, acerca de las sospechas que él
mismo tenga. No hay nada malo en que un obispo pregunte: “Hijo mío, he escuchado tal cosa...”.
Ahora bien, un obispo no debería
preguntar in genere. No debería
preguntar: “¿Eres casto?”.
Si el obispo pudiera preguntarlo,
también podría preguntar: “¿Abusas del alcohol?
¿Rezas el breviario? ¿Me criticas?”.
Un obispo nunca debería preguntar:
“¿Me criticas?”. Pero sí que podría
preguntar: “He escuchado esto. ¿Es verdad que lo
has dicho?”.
Puede parecer que esto no tiene
demasiada importancia, pero el sacerdote tiene pleno derecho a que lo
totalmente oculto siga oculto.
Imaginemos que un venerable
anciano sacerdote es acusado por una viuda loca. Si el obispo pregunta in genere, el admirado sacerdote tendría que
desvelar, tal vez, un hecho puntual sucedido treinta años antes que
absolutamente nadie sospechaba. Tiene todo el derecho del mundo a que un
episodio totalmente oculto siga oculto.
Pero, evidentemente, no debe
mentir. Nadie debe mentir. Por eso, a los clérigos habría que acostumbrarles a
que no deben responder a preguntas cuya formulación supone una ilícita invasión
de su intimidad.
Hace años, me pidieron dar una
conferencia en una diócesis de Estados Unidos. Era una sola conferencia en una
parroquia. Iba a estar en esa diócesis un día. Cuál fue mi sorpresa cuando me
enviaron varias páginas (creo que eran cinco) con preguntas que debía responder
y cosas que debía firmar bajo juramento. Después de leerlas todas, le respondí
que a todas las preguntas podía responder que “no”,
pero que no iba a firmar esas hojas porque me parecía esa batería de
preguntas una total invasión de la intimidad. Precisamente porque yo puedo
responder “no” a todas las preguntas es por
lo que les digo que esas preguntas son un abuso.
En los últimos años, y hablo de
diócesis concretas que he conocido de primera mano (todas en determinado país),
se ha pensado que lo mejor para defender el buen nombre del sacerdocio era
romper el muro divisorio entre el fuero externo y el interno. Y no solo eso,
por sistema, desde ciertas curias se han pedido informaciones que no deberían
haberse pedido nunca, mucho menos por escrito y firmadas por el interesado.
Sirvan estas líneas de este
humilde autor para dar luz a quien tenga que dársela en materia tan delicada.
P. FORTEA
No hay comentarios:
Publicar un comentario