Continuamos con la
segunda parte de la ponencia del Padre Miguel Angel Fuentes IVE, acerca del
amor a la verdad. Imperdible para la reflexión y oración personal, de cara a
los tiempos que vivimos.
Nuestro
tiempo es el tiempo de las grandes mentiras. De las mentiras
institucionalizadas, divulgadas masivamente. El
tiempo de las mentiras sobre Dios, sobre el mundo y sobre el hombre. Es el tiempo del “poder”
de la mentira. De la seducción de la mentira. De la “mentira” y de la “capacidad
de mentir” entendidas como sinónimo de política, de periodismo, de
manejo de masas, de comercio o de diplomacia (incluso eclesiástica), calzándole
muy exactamente la descripción que Jeremías hacía de su tiempo:
“¡Quién me
diese en el desierto una posada de caminantes, para poder dejar a mi pueblo y
alejarme de su compañía! Porque todos ellos son adúlteros, un hatajo de
traidores que tienden su lengua como un arco. Es la mentira, que no la verdad,
lo que prevalece en esta tierra. Van de mal en peor, y a Yahveh desconocen.
¡Que cada cual se guarde de su prójimo!, ¡desconfiad de cualquier hermano!,
porque todo hermano pone la zancadilla, y todo prójimo propala la calumnia. Se
engañan unos a otros, no dicen la verdad; han avezado sus lenguas a mentir, se
han pervertido, incapaces de convertirse. Fraude por fraude, engaño por engaño,
se niegan a reconocer a Yahveh” (Jer 9,1-5)
Esto penetra la escuela, la familia y la misma
religión. Cuando la
mentira se instala en los hombres de Iglesia se llama “abominación” y
“sacrilegio” y siempre termina en el homicidio del inocente. El proceso a Jesucristo
es el modelo supremo de las mentiras de los hombres religiosos para destruir la
Verdad Divina: mintió Caifás, mintió Anás, mintieron los sacerdotes, los
escribas y los fariseos. Cuando Jesucristo dijo Yo soy
la Verdad, se condenó a muerte. Hizo
lo mismo que hace un soldado que declara su nacionalidad detrás de las filas
enemigas: se delató. Y los enemigos de la Verdad
lo condenaron a muerte. En el
fondo, siendo quiénes eran o siendo lo que eran, no podían obrar de otro modo.
Un
castigo que preanuncia otro castigo
El
desamor por la verdad se paga caro. Y la manipulación de la verdad se paga carísimo.
Dios
es la Verdad; toda otra verdad es un reflejo o participación de la divina. El desamor
por la verdad es desamor hacia Dios. Y esto cuesta caro.
Hay
un primer castigo que es al mismo tiempo castigo y pecado (culpa et poena, dice Santo
Tomás). Es la “seducción”, puesto que, como
dice san Juan, “muchos seductores han salido al
mundo” (2Jn 7). Y esto es un castigo para los malos: “Dios les envía un poder seductor que les hace creer en
la mentira” (2 Tes 2,11). Ricciotti traduce literalmente del griego: “una operación interna de engaño (enérgeian planés)” (Cf.
G. Ricciotti, Las Epístolas de San Pablo, Conusar, Madrid 1953, 21-22). Y Bover
comenta: “Por eso, en pago de no haber abierto su
corazón a la verdad, envíales Dios eficiencia de seducción. Es una
acción de Dios consecuente y posterior a la malicia humana: es un acto de
justicia vindicativa. Para que den fe a la mentira: no es una finalidad de
Dios, ni antecedente ni consecuente, sino un resultado o consecuencia (o, si se
quiere, una finalidad) de la eficiencia de seducción. La seducción tiende a que
los hombres den fe a la mentira que se les persuade” (J. M. Bover, Las
Epístolas de San Pablo, Balmes, Barcelona 1950, 406). Es lo que leemos en
Isaías en un texto recordado también por el evangelista san Juan: “Engorda el
corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no sea que vea
con sus ojos y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y
se le cure” (Is 6,19; cf. Jn 12,40).
¡Justicia
vindicativa! Sí, Dios se venga (o mejor debemos decir “hace justicia” para
que no se malentienda esta expresión moral clásica que hoy ha tomado un sentido
pasional que poco tiene en común con la virtud de la “vindicta”,
parte de la justicia conmutativa) de los que “usan”
y manosean la verdad. Y el castigo es
dejarlos que se engañen y que los engañen.
Han mentido; que se traguen en castigo la Gran Mentira: la mentira de la
Historia contada según la interpretación de Satanás; la mentira sobre Dios que inauguró la Serpiente en el Edén (pues en Gn 3,4-5 tenemos el más antiguo ejemplo
de la historia relatada de modo mentiroso). Satanás fue definido por
Jesucristo como Mentiroso desde el principio y Padre de la mentira. El castigo de los mentirosos y de los
desamorados por la verdad, es dárselos Dios por
“hijos” al diablo (cf. Jn 8,44).
San
Juan de la Cruz llama a este castigo “espíritu de entender al revés”. Y el místico doctor apela al mismo texto de Isaías que usa Santo Tomás
en su comentario a 2Tes que estamos meditando: Is 19,14: miscuit Dominus in
medio eius spiritum vertiginis. Traduce la Biblia de Jerusalén: “Yahvé ha infundido en ellos espíritu de vértigo que hace
dar tumbos a Egipto en todas sus empresas, como se tambalea el ebrio en su
vomitona. Y no le sale bien a Egipto empresa alguna que haga la cabeza o la
cola, la palmera o el junco” (Is 19-14-15). Y San Juan de la Cruz vierte
diciendo: “El Señor mezcló en medio espíritu de
revuelta y confusión, que en buen romance quiere decir espíritu de entender al
revés” (San Juan de la Cruz, Subida, 3, 21, 11-13). Les mezcló, explica,
“privativamente”, “que consiste en quitar él su
luz y favor; tan quitado, que necesariamente vengan en error”.
Y
de esta manera “da Dios licencia al demonio para que ciegue y engañe a muchos, mereciéndolo
sus pecados y atrevimientos. Y puede y se sale con ello el demonio, creyéndole
ellos y teniéndole por buen espíritu. Tanto, que, aunque sean muy persuadidos
que no lo es, no hay remedio de desengañarse, por cuanto tienen ya por
permisión de Dios, ingerido el espíritu de entender al revés”.
No
aman la verdad; pues entonces, que se traguen todo género de falsedades y
engaños.
Es
verdad que es la nuestra una época de mentiras institucionalizadas. Pero es
también una época de “buscadores de mentiras”. En
lenguaje bíblico se dice “necedad”. “El mundo
quiere ser engañado; pues ¡que se engañe!”, dijo Petronio (mundus vult
decipi, ¡decipiat!). Y abre su boca a todo género de fábulas y de fabuladores. Y adhiere su corazón a todo el que le venda una ilusión,
aunque sea falsa como el demonio y oscura como la noche. Y ahí
tenemos nuestro mundo ávido de brujos y chamanes, de videntes, aparicionistas y
curanderos, de magos y cartomancistas. Dejando que el primero que pase le meta
la mano en el bolsillo o le robe la fe.
Un
“poder seductor”, dice San Pablo (una “obra de error”).
Y
no se piense que esto vale sólo para los “crédulos”, para los incultos,
rústicos y analfabetos. No; entre estos puede haber
muchos que no alcanzan la verdad, pero la buscan y la aman. Por el contrario, los “novios” de la falsedad se
encuentran muchas veces entre los letrados, los “leídos” y versados en
discursos humanos. La Epístola a los Romanos increpa a los sabios de
los gentiles; éstos son los que tergiversaron el conocimiento de Dios y se
volcaron hacia el culto idolátrico y por eso Dios los entregó a sus pasiones
tergiversadas y dejó que vivieran engañados por aquello que adoraron; ellos no
sólo pecaron sino que aprobaron el pecado de los otros. Guías ciegos que guían
a otros ciegos.
En
la Segunda Carta a los Tesalonicenses el Apóstol va más lejos y dice que Dios
los entrega al engaño del Anticristo y al engaño de Satanás. En ellos éstos (el Anticristo y Satanás) operan
internamente entenebreciendo sus mentes y sus corazones y dándoles a
beber un vino de vértigo. Los hombres de nuestro tiempo, especialmente los que
se jactan de letrados, los intelectuales, los hombres religiosos… son juguetes
en las manos del Anticristo… porque no amaron la verdad. ¡Y el amor de la verdad los habría salvado!
Y
este engaño no es más que la antesala de la condenación.
Muchos
son corderos bien cebados para el día de la ira; lo demuestra el mismo hecho
de sus sonrisas al escuchar a los “fundamentalistas”
que todavía hablan de pecado, infierno, condenación… y, lo que es peor,
de ¡la verdad!
Dios nos conceda el amor
apasionado por la verdad, y por Aquel que dijo –y lo demostró– “Yo soy la Verdad”.
Schola Veritatis
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