Esta mala costumbre
es una forma de self-service ajena por completo a la tradición eclesial.
Por: P. Javier Sánchez Martínez | Fuente: InfoCatolica.com
Una mala comprensión del misterio de la Eucaristía se tradujo en una
praxis, en una práctica, que era un abuso absoluto. Hace años era muy frecuente
que se dejase la patena y el cáliz sobre el altar y que cada fiel pasase y
comulgase directamente por sí mismo, una forma de self-service ajena por
completo a la tradición eclesial, mientras el sacerdote permanecía sentado. O
también se hacía otra variante, la de pasar de mano en mano la patena y luego
el cáliz estando todos sentados.
La concepción sacramental que había detrás es de una gran pobreza. Se
consideraba el santísimo sacramento de la Eucaristía como una simple comida de
fraternidad, y se quería realizar de modo que fuese semejante a una comida de
amigos, llena de igualitarismo y de informalidad. Pero, ¿acaso la Eucaristía es comida de amigos? ¿Lo que Jesucristo realizó
al instituir la Eucaristía en la Última Cena era una comida de colegas, sin
más? ¡Es evidente que no! Estas son concepciones nuestras, que hemos
secularizado totalmente la persona de Cristo y sus acciones. Son concepciones
de una teología liberal, del modernismo, que niegan la divinidad de Cristo y
naturalizan todo lo que Él es y realizó.
Esa forma de autocomunión se hizo común en Misas para grupos reducidos
en convivencias y encuentros, en campamentos juveniles, en Misas domésticas
para “comprometidos”, y en algunos casos
incluso en las Misas parroquiales. Pero es un completo abuso, es una aberración ante el Misterio de la Eucaristía.
En la Tradición de la Iglesia, siempre es un ministro el que entrega la
Comunión al fiel con una fórmula para que se responda “Amén”,
como profesión de fe en la Presencia real de Cristo. ¡Cuántas veces san
Agustín comentó la fórmula “El Cuerpo de Cristo” y
la respuesta del fiel “Amén”! Después el
diácono ofrecía el cáliz al fiel para que bebiera un poco, casi se mojase los
labios simplemente, diciendo: “La Sangre de Cristo”,
a lo que se respondía: “Amén”. Esto es común
a todos los ritos y familias litúrgicas. En nuestro rito hispano-mozárabe, se
distribuye la comunión diciendo: “El Cuerpo de
Cristo sea tu salvación - Amén”, “La sangre de Cristo permanezca contigo como
verdadera redención - Amén”. O en la divina liturgia de San Juan
Crisóstomo, el rito bizantino, se dice: “El siervo
de Dios N. recibe el Cuerpo y la Sangre de Cristo para el perdón de los pecados
y la vida eterna”.
No era el fiel quien tomaba directamente el Cuerpo y la Sangre del
Señor, sino que se le entregaba, y la fórmula de distribución de la comunión
era una profesión de fe en la Presencia real para que el comulgante la
rubricara diciendo “Amén”, algo que,
evidentemente, no se hace cuando se autocomulga, dejando sin más el Cuerpo y la
Sangre del Señor sobre el altar para libre disposición de todos.
Por supuesto, ni qué decir tiene, que esta posibilidad no aparece en la
Introducción General del Misal romano al describir el rito de la comunión (cf.
IGMR 84-85. 160-162. 285-285). Al contrario, se afirma taxativamente: “No está permitido a los fieles tomar por sí mismos el
pan consagrado ni el cáliz sagrado, ni mucho menos pasarlo de mano en mano
entre ellos” (IGMR 160). Nadie puede achacar este abuso a la
liturgia actual, como si lo aceptase.
Más recientemente, la instrucción Redemptionis sacramentum lo recordaba
y reafirmaba la disciplina sacramental: “No está
permitido que los fieles tomen la hostia consagrada ni el cáliz sagrado «por sí
mismos, ni mucho menos que se lo pasen entre sí de mano en mano». En esta
materia, además, debe suprimirse el abuso de que los esposos, en la Misa
nupcial, se administren de modo recíproco la sagrada Comunión” (n. 94).
¿Por qué esta disciplina? La liturgia siempre es un DON que se recibe, no algo que se toma por sí
mismo. Es la dinámica sacramental de la Iglesia, donde todo se recibe como un
Don: nadie se bautiza a sí mismo, nadie se absuelve
de sus pecados a sí mismo, nadie se unge con óleo de los enfermos a sí mismo… La
mediación de la Iglesia entrega el Don sacramental. Lo mismo ocurre con la
santísima Eucaristía: nadie se la administra a sí
mismo, nadie se autocomulga (ni siquiera el diácono, que debe recibir la
comunión de manos del sacerdote, ni tampoco un sacerdote que no haya
concelebrado y asista a la Misa). ¡Se recibe como una gracia y se profesa el
“Amén” que ratifica la fe en la Presencia real de Cristo en la Eucaristía!
La aberración de la autocomunión debe ser extirpada
de raíz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario