DEL OFICIO DE
LECTURAS DE HOY EN LA LITURGIA DE LAS HORAS:
Yo reconozco mi culpa, dice el
salmista. Si yo la reconozco, dígnate tú perdonarla. No tengamos en
modo alguno la presunción de que vivimos rectamente y sin pecado. Lo que
atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de nuestras culpas.
Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados
para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en
qué pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre
dispuestos a acusar a los demás…
Sintamos
disgusto de nosotros mismos cuando pecamos, ya que el pecado disgusta a Dios. Y, ya que no
estamos libres de pecado, por lo menos asemejémonos a Dios en nuestro disgusto por
lo que a él le disgusta. Así tu voluntad coincide en algo con la de Dios,
en cuanto
que te disgusta lo mismo que odia tu Hacedor.
San Agustín de Hipona, Sermón 19,2-3
San Agustín de Hipona, Sermón 19,2-3
El camino al cielo está
jalonado de caídas provocadas por nuestros pecados. Caídas de las que nos
levantamos por la gracia de Dios a través del sacramento de la confesión.
Sacramento que empieza por el reconocimiento interno de nuestras infidelidades
y que acaba en el confesionario y el cumplimiento de la penitencia que se nos
imponga.
No hay cosa más peligrosa para
el alma que tener en poco el pecado, especialmente si se trata del pecado
mortal. Quien así obra, puede parecer que está vivo, pero en realidad es un
muerto en vida.
Detestar el pecado es prueba del amor a Dios. Aquel que nos da gracia
suficiente para no pecar (1 Cor 10,13) es ofendido por nuestra infidelidad,
pero su propia fidelidad nos abre las puertas de par en par a la
reconciliación. ¿Cómo no amar a quien nos perdona
vez tras vez si volvemos a Él con el corazón contrito? Mucho ha de amar
aquel a quien se le perdona mucho.
De hecho, el sentir repulsa
por los pecados es camino seguro para no vivir esclavos de ellos. ¿O acaso no
será más fácil alejarse de aquello que detestamos? Si el alma se deleita en lo
que le aleja de Dios está perdida. Si se quebranta en la infidelidad, volverá
pronto a la comunión con Aquél que le da la vida.
Danos Señor la gracia de odiar
aquello que odias de nosotros, para que así solo quede tu amor en nuestra
almas.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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