La cita, de san Pablo es más
rica, por más extensa, de lo que he puesto en el título. Y -lo digo de intento,
pues sirve exactamente para REZAR- reza así:
¿O ignoráis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual
tenéis de Dios, y que no os pertenecéis? Porque habéis sido comprados a gran
precio? (I Cor 6,
19-20).
Antes de seguir adelante, una aclaración:
escribo desde la Palabra de Dios y, en primer
lugar, para los católicos de cualquier pelaje; pero más en particular para los
que, reconociéndose como tales, quieren sacar adelante, seriamente y con
fidelidad, su carácter y su vocación de hijos de Dios en su Iglesia; para los
que, aunque estén bautizados desconocen ya lo que eso significa realmente; e
incluso para aquellos que teniendo una práctica religiosa más que aceptable, no
llegan al “compromiso vital” que eso supone, de tal manera que su vida de
piedad va por un lado, y su vida real va por otro… y coinciden solo malamente,
o por casualidad, o en algunas cosillas. Como diría aquel: “son muy liberales", por poner un poner.
Volvemos a san Pablo. Está
exponiendo clarísimamente la primera VERDAD que,
en el orden práctico, es decir, en el ORDEN MORAL,
se le plantea a todo hombre, sea católico o no: el amor a Dios y, en el extremo
opuesto, el pecado. Dos realidades -el misterium amoris de Dios Padre a nosotros, y el misterium iniquitatis, o sea, la respuesta malvada del hombre a Dios: el
pecado-; las dos están ahí de modo patente e innegable, ciertamente; pero que,
como lo dice el mismo Jesús, son de suyo absolutamente incompatibles: No podéis servir a dos señores.
Y aquí viene el tema que
quería abordar, y que ya apunté en mi anterior post… pero dándole una nueva
vuelta de tuerca: porque
no podemos cohonestar con la ofensa a Dios ni con las estructuras de pecado: que las hay y fortísimas; más fuertes cuanto más débil
se hace la misma Iglesia, empezando por su Jerarquía, evidentemente, y también
más fuertes cuanto más se descristianizan las conciencias y la misma sociedad,
con todo lo que la compone. No podemos admitir nada de eso -nada que
diga razón de pecado- en nuestra vida personal, ni en nuestra vida social o en
la misma vida eclesial.
Y esto viene de lejos, de muy
lejos si abrimos la Bíblia, pues, ya desde sus primerísimas líneas, se aborda
frontalmente la problemática: Pondré enemistad entre tí y la mujer, entre tu descendencia y la suya, y
esta te aplastarála cabeza
Así habla Dios a la serpiente
en presencia de Adán y Eva. Por tanto, así habla también Dios, y con las mismas
palabras, a ellos y a su descendencia. Es decir: aquí se nos cita sin posibilidad
moral de pretender no haber oído nada, o sin el escapismo de pretender meter la
cabeza en un agujero, en plan avestruz: el Señor Dios se dirige a todos
nosotros y, por tanto, a esto se nos convoca. Pondré enemistad… Es
decir, y para que nos enteremos bien: estamos llamados vocacionalmente por Dios mismo a COMBATIR, en una lucha
sobrenatural -a lo divino-, y con las armas que el mismo Jesús nos ha dejado:
su Palabra y su Gracia, contra las asechanzas del demonio -sus pompas y sus
obras, como se pronuncian los católicos en
la Iglesia. Lo entendamos o no, lo queramos o no. Pero es Palabra de Dios: yo no me invento
nada; por tanto, si alguien quiere discutir, que lo haga con Él, que “yo me
llamo andana".
Pero todo esto, como
cualquiera puede también entender, nos compromete y mucho. Ciertamente. No solo
nos compromete: es que nos pide que seamos unos HÉROES,
sin miedo -o con él, pero enfrentándolo y venciéndolo- a que nuestra vida como
hijos de Dios y de su Iglesia, a veces, haya de ser realmente heroica, nos
juguemos lo que nos juguemos, incluso la misma vida. Cierto también al cien por
cien.
EXACTAMENTE ESTA HA SIDO LA VERDADERA VIDA -LA
ÚNICA Y VERDADERA HISTORIA- DE LA IGLESIA CATÓLICA, DESDE SUS INICIOS HASTA HOY
MISMO.
Y esto no es nada extraordinario.
La misma vida, a veces, nos pone en condiciones de ser auténticos héroes… en
favor, por ejemplo de nuestros semejantes. Ahí están los ejemplos de tantas
personas que han dado su vida por salvar las de otros: desde
un policía en la playa de La Coruña, que se ahogó tratando de salvar a una
persona en apuros; o los bomberos de Nueva York que, sabiendo que las Torres
estaban condenadas y podían caer sobre ellos, entraron en ellas a salvar a
todos los que pudieran: y perecieron.
Ni todos los policías estuvieron
en esa tesitura, ni todos los bomberos en la otra. Pero a los que sí estuvieron
o tuvieron que obedecer una orden, sí. Y lo asumieron.
En la vida católica, en
nuestra condición de hijos de Dios, imitadores de Cristo y obedientes a su
Espíritu Santo, sí se nos pide. A todos se nos pide, de parte de Dios mismo,
esta disposición. Luego, las circunstancias de la vida hará que tenga que
ejercitarse o no: pero hemos de estar dispuestos a ser los “héroes de Dios". Normalmente, en el ámbito
de lo cotidiano: y ahí ser heroicamente fieles. Y
otras veces en situaciones que, de suyo nos sobrepasan: son absolutamente extraordinarias; pero para las que tenemos toda la
gracia de Dios, toda la fortaleza del mismo Cristo y toda la audacia del
Espíritu Santo para ser mártires, si falta hiciere. Desde la
entrega total de los Apóstoles hasta el martirio de los católicos en Siria, en
Irak o en la India, pasando por san Agustín, santo Tomás Moro, los cristeros o
los miles ya de mártires beatificados de la guerra civil española.
Lo contrario, no es católico
ni de católicos. Como la cobardía no es de hombres: hay hombres cobardes, pero
esa no es la condición del hombre; como hay hombres corruptos y corruptores,
pero esa no es la condición del hombre; como los hay apóstatas y herejes,
pero esa no es la condición del católico; como los hay que somos pecadores:
pero no estamos hechos para el
pecado sino para la santidad: este es el hombre NUEVO, redimido
por Cristo y santificado por el Espíritu Santo.
Por tanto, la “ligereza” o la frivolidad a la hora de enfocar
las cosas como católicos, no es católica. El enfoque católico de las cosas y de
las situaciones, es decir, de las resoluciones que hemos de tomar ante ellas
para enfrentarlas como hijos de Dios, llamados a ser santos y a manifestarnos
como tales, es tan seria…, que nos jugamos la vida eterna. Porque al Cielo van
los santos. Y nadie más.
José Luis Aberasturi
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