miércoles, 3 de julio de 2019

FUI ORDENADO HACE 25 AÑOS


Hoy justamente cumplo 25 años de sacerdocio. Un lejano julio de 1994, un joven diácono de veinticinco años. Si alguien me preguntara si tengo alguna nostalgia por haber creado una familia, por haber desempeñado un trabajo civil o por conocer el amor humano de una esposa, la respuesta sincera y categórica es no.

Solo me veo como sacerdote. Ningún tesoro valoro más aquí en la tierra que mi sacerdocio. Incluso eso se lo he ofrecido al Señor si quiere tomarlo. Y lo he hecho de corazón. Pero amo mi sacerdocio más ahora que cuando fui ordenado. Celebro ahora la misa con más devoción que en cualquier otra época precedente de mi vida. Leer la Biblia me llena más ahora que en el pasado.

También a mis cincuenta años me veo más paciente, con un juicio más reposado, más sereno. Podría enumerar los campos de mi vida en los que he empeorado. Ciertamente, en unas cosas he mejorado y en otras he empeorado. Pero no haré esa enumeración lamentable. Dar una mala impresión de mi vida haría daño a personas que me tienen admiración. Es mejor no echar ninguna mancha sobre el óleo enmarcado.

Mi mayor alegría es la Eucaristía y la diaria lectura de Valtorta. Me gusta meditar en silencio, a solas, en una iglesia sumida en la penumbra, a la luz de las velas. No soy nada dado a la oración vocal, a ningún tipo de oración vocal. En mi vida, la oración siempre ha sido sinónimo de oración mental. También las jaculatorias, la conversación con Dios mientras voy de un lugar a otro. Os confieso que nunca he sentido ni la más mínima devoción ni en el rosario ni en el viacrucis, ni la más mínima. 

Jamás dejo de hacer la acción de gracias tras la comunión. Como mínimo diez minutos, normalmente veinte. Me gusta orar con toda reverencia mientras me voy colocando los ornamentos sagrados al revestirme en la sacristía. Tengo tendencia a acostarme tarde, pero cada vez necesito dormir menos horas. Si un día duermo cinco horas, me despierto exactamente igual que si duermo siete. Ocho horas ya me resulta imposible dormir.

La mayor tristeza de estos años de sacerdocio, por supuesto, me la han proporcionado no los enemigos del Evangelio, no los increyentes, sino los clérigos. Nunca he querido yo hacer daño a nadie. Es un enigma para mí porqué los sentimientos que han habitado en los corazones de algunos consagrados a Dios se han mostrado permanentes. Los años pasaban, yo perdonaba, les trataba bien, incluso muy bien, pero la bilis agria continuaba.

Cuando hablo de ese “vinagre”, me estoy refiriendo a la voluntad decidida de hacer sufrir, de provocar daño. He hecho el mayor esfuerzo posible por tratar de comprender sus razones, por meterme en sus mentes, para tratar de ver su punto de vista. Pero el odio totalmente injustificado es difícil de entender.

Antes de acabar este post, otro apunte: Mi paz os dejo, mi paz os doy. Esta es otra característica que creo sobresaliente de mi vida: la paz que siento. Mi conciencia está en paz. Siento una serenidad, una calma, tan grande que no dudo de que es un don celestial.

Acabaré diciendo que me gustaría vivir más de cien años. Ojalá que dentro de otros veinticinco años pudiera preguntar a vuestros nietos: “¿Os acordáis cuando todavía escribía en blogspot?”.

P. FORTEA

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