La eucaristía nos
une a Dios de manera peculiar, pues en ella se nos da Dios mismo en el cuerpo y
la sangre de Cristo.
Por: Gabriel González Nares | Fuente: Encuentra.com
El día de Corpus Christi fue instituido en 1264 como festividad del
cuerpo y la sangre de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. Muchos son los
signos de alegría y veneración popular en esta fiesta. Sin embargo, surgen
entre los fieles algunas inquietudes sobre este sacramento. Por ejemplo, no se
sabe con claridad cómo está presente Cristo en el pan y el vino. Tampoco hay seguridad
sobre la verdadera conversión del pan en el cuerpo de Cristo.
Es verdad que no se puede amar lo que no se conoce. Y si nos acercamos a
la eucaristía sin tener una firme convicción, basada en razones que armonicen
con la fe y ayuden a su comprensión, no se puede gozar de la plenitud en
Cristo. Trataremos sobre tres interrogantes principales. Primero, si la
eucaristía es una realidad o sólo un signo. Después, el modo en que Cristo está
presente en el sacramento, y finalmente, el poder que convierte el pan en el
cuerpo de Cristo.
EUCARISTÍA:
¿REALIDAD O SÓLO UN SIGNO?
La eucaristía es sacramento porque es un signo sensible que nos une a la
vida divina. Sin embargo, a diferencia de los otros sacramentos, nos une a Dios
de manera peculiar, pues en ella se nos da Dios mismo en el cuerpo y la sangre
de Cristo bajo las especies de pan y vino.
Es del común conocimiento de los cristianos la presencia real de Cristo,
de su cuerpo, alma y divinidad en la eucaristía. Pero las explicaciones de esta
presencia no son claras, pues: Si en verdad está
presente el cuerpo de Cristo en el sacramento ¿No debiéramos notar esta
presencia con toda la naturaleza que un cuerpo humano implica? Es decir,
¿No debiera estar presente un cuerpo orgánico con
verdadera sangre y verdadera carne? Se podría pensar que, si no hay
tales manifestaciones de un cuerpo vivo, la eucaristía es sólo un signo, pero
no la presencia real de Cristo.
Contra esto, sabemos por fe que Jesucristo hace del pan, su carne y del
vino su sangre. En este sacramento está el verdadero cuerpo de Cristo y su
sangre, no lo pueden verificar los sentidos, sino la sola fe, que se funda en
la autoridad divina. En breve podemos decir que Cristo ha querido permanecer
con nosotros para fortalecer amorosamente nuestro proceso de optimación. Ha
querido permanecer como sacramento para que recurramos constantemente a él, y
en él nos perfeccionemos. Cristo, con autoridad, instituyó este sacramento con
palabras claras: “Esto es mi cuerpo”, “Este es el
cáliz de mi sangre”. Entonces, creemos por la fe basada en la autoridad,
que en la eucaristía está realmente presente Cristo.
¿CÓMO
ESTÁ CRISTO REALMENTE PRESENTE EN EL SACRAMENTO?
Lo que inmediatamente podemos preguntarnos es ¿Cómo es que está
presente? Algunos dicen: “Yo no lo veo”, y
dicen bien, pues no podemos ver a Cristo en el sacramento porque nuestros
sentidos no lo perciben. En cambio, por fe sabemos que está presente, y por
razón, conocemos que toda la substancia de Cristo está ahí. El modo en que la
Iglesia ha tradicionalmente explicitado la presencia de Cristo en el sacramento
es la transubstanciación.
Substancia es lo que es por sí mismo. O sea, lo que no necesita de otro
para ser ni está en otra cosa. Ahora bien, transubstanciación significa cambiar
de substancia, el cambio de una naturaleza determinada por otra. Cristo, al ser
un hombre resucitado, está en algún lugar. Y para hacerse presente en
sacramento no deja el lugar en donde está, pues no vemos que su cuerpo caiga
del cielo o que entre por la puerta. Por tanto, el cambio de pan y vino a
cuerpo y sangre de Cristo no ocurre como el cambio de lugar entre dos cosas,
sino por cambio substancial. Es decir, el pan deja de ser propiamente pan y se
convierte en carne. El vino deja de ser propiamente vino y se convierte en
sangre. Es obvio que en la Eucaristía no comemos propiamente carne ni bebemos
sangre, pero es verdad que las consumimos, sólo que bajo las especies y
accidentes del pan y del vino.
En la transubstanciación no queda nada de la substancia del pan y del
vino. Sí en cambio, queda toda la substancia de Cristo, pero no sus propiedades
particulares, pues la substancia se entiende, no se ve. Si se nos permite esta
expresión digamos que no vemos ni las manos ni los pies de Cristo, pero
sabemos, por fe en la autoridad de Jesús, que él mismo está presente en el
sacramento.
Bien entonces podríamos pensar que la transubstanciación es un mero
juego de palabras, con las que atribuimos a alguna cosa una naturaleza que no
le pertenece. Mencionemos a colación que, usando esta falacia, un artista “cambió” un vaso de vidrio a ser un roble.
EL
PODER AGENTE: LA CARIDAD DIVINA
La transubstanciación necesita un poder agente. No sólo por atribuir una
naturaleza a una cosa, se dará el hecho en la realidad, pues se necesita una
mediación a través de un poder. El poder que acciona el cambio de pan a carne y
de vino a sangre no es otro sino el de Dios. Cristo, siendo Dios, instituyó el
sacramento y lo encomendó a los discípulos. Sin embargo, no son las fuerzas del
sacerdote las que convierten los dones eucarísticos en el cuerpo y la sangre de
Cristo, sino el poder mismo de Dios, presente por las palabras de consagración
que se hace in persona Christi, a
nombre de Cristo.
Pero ¿cuál es el poder agente que convierte
el pan y vino en cuerpo y sangre de Cristo? Para responder esta pregunta
basta recordar que la eucaristía es sacramentum
caritatis, sacramento y misterio del amor. Sacramento se puede
entender como misterio, pues misterio es lo que une con Dios, y es su misma
caridad benevolente la que une a los cristianos en el cuerpo de la Iglesia. El
amor de Dios es el poder agente que convierte nuestros dones en el cuerpo y la
sangre de Cristo, pues por su amor Dios desea estar entre nosotros para
hacernos plenos y participarnos de su vida inmortal.
Finalicemos con una frase de San Cirilo usada por Santo Tomás de Aquino,
en cuya doctrina nos hemos basado para aclarar las cuestiones vistas: No dudes de que esto sea verdad, sino recibe con fe las
palabras del Salvador, ya que, siendo la verdad, no miente.
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