Ahora resulta que el problema es un servidor. Según
algunos lectores y comentaristas, no sé si buenos, ingenuos o lo que sea, que
mejor no entrar, todo es maravilloso en esta misericordiosa Iglesia nuestra del
siglo XXI. Es verdad que puede haber cosas incorrectas, pero, en cualquier
caso, mejor callar y hablar de cosas
bonitas y positivas.
Comprendido. Te pisan el callo, te meten el dedo en
el ojo y, encima, cuando te quejas y lo
denuncias te salen que eso es echar leña al fuego y escandalizar, y que
mejor digas que qué bonita es la amistad.
Entiendo que echar leña al
fuego sea descubrir lo oculto, desvelar secretos, contar chismes y realizar
juicios temerarios. No es el caso.
No
creo que sea desvelar arcanos preguntarse qué fue de aquellas dubia, firmadas por cuatro cardenales, dos de ellos ya fallecidos, que llevan
esperando respuesta casi tres años. Ni que sea motivo de escándalo afirmar que la plaza de San Pedro presenta cada vez
mayores vacíos, o que es incomprensible que las interpretaciones de Amoris Laetitia sean contradictorias dependiendo de conferencias episcopales. Decir
que la respuesta a los escándalos sexuales con niños y jovencitos no parece especialmente
eficaz lo afirma todo el mundo, y lo de los acuerdos con China simplemente que nos gustaría conocerlos en aras
de transparencia y espíritu sinodal. Esto, simplemente, por poner algunos
ejemplos. Viganó, bien, gracias.
Es lo de siempre. Alguien pega
la patada al gato y la culpa es de quien lo cuenta. Elemental,
querido Watson: no se haga y no se contará. Pero
aquí queremos todo: hacer y callar, y hoy se hace imposible.
Ya saben mis lectores cómo
pienso. Ya saben que la fuente que no falla en dogma, liturgia y moral es el
catecismo, he machacado hasta resultar cansino lo de la importancia del culto
al Santísimo Sacramento, la oración y la vida sacramental.
Mucho
más bonito, mucho más lindo, hablar de los milagros de santa Pepita, animar a la novena de san
Apapucio, virgen y mártir, gritar viva el papa y, sobre todo, proclamar un “ábranse fronteras” mientras animamos al orbe católico a conseguir
que los consumibles para la eucaristía, pan y vino, sean de cultivos
ecológicos.
La barca de Pedro no anda muy
allá. Hay datos que remueven.
Por ejemplo, constatar el cierre en España de un convento
contemplativo por mes, y uno de vida activa cada día y medio,
reconocer que la práctica religiosa en España se desploma,
según reconocía hace poco el secretario portavoz de la conferencia episcopal
española o enterarte, noticia de ayer mismo, de que en Cádiz, por ejemplo, las
bodas por la iglesia apenas llegan a un 30 % del total.
Escribir
de esto, según algunos bien pensantes, o mejor ingenuo pensantes o
tal vez manipulo pensantes, es echar leña al fuego. Puede ser. A lo mejor es que nos
estamos quedando muy fríos de fe y hace falta leña. Vaya usted a saber.
Esto es como si en naufragio
del Titanic alguien se hubiese empeñado en decir que no se hable del naufragio
porque eso es echar leña al fuego. Mejor comenten la calidad de la langosta, el
virtuosismo de la orquesta y la comodidad de los camarotes. No pasa nada.
Cuando el avestruz
esconde la cabeza bajo tierra, deja el trasero al aire.
Jorge
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