Hubo presbíteros y obispos
casados en la Iglesia Antigua. Pero para aquellos que piensen que las iglesias
del Imperio Romano de Occidente y las del Imperio de Oriente eran un faro de
espiritualidad y constituían una edad dorada de la Iglesia, les recomendaría
que leyesen mis posts sobre Gregorio de Nacianzo. Ahora estoy dando unos
sermones (todavía no puestos) sobre Cirilo de Jerusalén. San Cirilo fue un
hombre muy santo, no lo dudo, pero también una fuente de problemas. En los
iconos queda genial, pero su episcopado está repleto de decisiones digamos que “controvertidas”.
Lejos de ser una época dorada,
esa fue una época siempre agitada por conflictos internos, por grandes
rivalidades eclesiásticas. Entre los obispos, había un impresionante “mal rollo”. Resulta sorprendente la muchísima
ambición que existía por lograr los puestos eclesiásticos. Y las disputas se
solucionaban no solo con palabras, sino también con piedras y palos. Es una
época que es de todo, menos pacífica.
Los cristianos del siglo IV y V
verían nuestra época como una era de paz eclesial. Las cuestiones de fe ahora
están más claras. El campo de lo civil y de lo religioso se muestran mucho más
delimitados. Los párrocos ahora están mucho mejor formados que los presbíteros
de entonces.
Imaginaos un presbítero del siglo
IV o V de un pueblo de trescientos habitantes en Libia, vestido como el resto
de sus feligreses. Con cuatro hijos, una docena de gallinas y unos huertos que
cultiva como el resto de las personas con las que convive. La misa solo es
dominical. Pero se rezan salmos al caer el sol en la pequeña construcción
rectangular con techo de vigas de madera. Una construcción donde no caben todos
los habitantes. En una población de ese tamaño, tendría una edificación donde
cupieran apretados algo menos de una tercera parte. Su formación teológica
resulta exigua.
A media hora de caminata, hay
otro presbítero de una ciudad de mil quinientos habitantes, mucho mejor
vestido, más refinado. Su mujer también viste mejor. Él dispone de más dinero.
Se nota que vive mejor. (Véase, por ejemplo, el presbítero que aparece en Los Diálogos que
le hace la vida imposible a san Benito.) El presbítero de la ciudad busca que
sus hijos prosperen en la vida. Por supuesto, no quiere ni oír hablar de que
otro clérigo se establezca en la ciudad. Además, ya ha decidido que su
primogénito le sucederá y le prepara para eso. Como ya tiene cierta edad, ve al
obispo una vez al año. Hace un viaje hasta la sede episcopal para saludarle y
llevarle algunos regalos y una donación.
Y visita a un obispo que también
tiene su familia y sus negocios, que se marcha de viaje durante varios días
(sin poder comunicarse con él), que promueve a sus familiares... Cuando escribí
mi libro La catedral de san Agustín me sorprendió la cantidad de veces que, en el
norte de África, se escogía para suceder a un obispo a un comerciante rico o a
un terrateniente. Y que se escogía a gente rica por razones meramente de
interés material para la diócesis. No todos eran o monjes o laicos ricos,
también había clérigos de la curia episcopal que pasaban a tener muchos
partidarios.
No siempre había facciones detrás
de cada candidato, facciones dispuestas a presionar mucho. La historia de los
clérigos de esa época era una mezcla de espiritualidad y asuntos mundanos, de
ascetismo y ambición. Había de todo. Pero el clero de nuestra época de ningún
modo es peor que el de entonces. Y los obispos son mucho mejores globalmente
considerados.
El que los clérigos pasaran a ser
hombres totalmente consagrados a Dios; dedicados solo al culto, la predicación
y la caridad fue un claro avance. Recibieron vestiduras que mostraban su
consagración, se tonsuraron, comenzaron a tener un tenor de vida dedicado solo
al Reino de Dios, se obligaron a rezar las horas canónicas. Fruto de esto, la
obediencia pasó a ser algo mucho más importante. El obispo pudo cambiarles de
destino con libertad.
Ojo, solo he querido señalar
estos aspectos históricos en la discusión. También podría hablar de los
aspectos positivos. Incluso podría hablar de los aspectos positivos que ese
sistema tuvo en su época. Ciertamente los hubo.
Pero hay una consideración del
párroco como, digámoslo así, monje en el mundo. No se me escapa a mí mismo lo
incorrecto de esta calificación, pero algo de eso hay. Y hay otra consideración
del párroco como rabino al modo judío. ¿Es el
párroco un monje dedicado a la oración y la lectura de la Biblia, que, además,
cuida de sus fieles? ¿O es un rabino que dirige el lugar de oración y todo lo
que se ramifica desde allí: caridad, etc.?
¿Es una persona
totalmente consagrada, un nuevo levita? ¿O es un hermano entre los hermanos que
dirige la casa de oración y se encarga de lo ritual? Por favor, no quiero hacer de menos la segunda opción. Soy consciente de
que lo segundo es una simplificación, como lo del párroco-monje también lo era.
Lo de hoy ha sido un
primer acercamiento, acercamiento negativo. Mañana seguiré aproximándome a la
cuestión desde otros ángulos.
P. FORTEA
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