miércoles, 19 de junio de 2019

¿CÓMO ES EL CORAZÓN DE JESÚS?


Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. (Mateo 11, 29)

Por: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant | Fuente: Catholic.net
La Fiesta de El Sagrado Corazón de Jesús”, no invita a mirar a Cristo y a aprender de su ejemplo; “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”.  (Mateo 11, 29), Nuestro amor cristiano puede ser de diversas maneras, pero cuanto más nos acerquemos al de Cristo, será mas transparente y cristalino. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo  5,8)

EL CORAZÓN, SÍMBOLO Y PARÁBOLA DE NUESTRA PERSONALIDAD

Lucas escribe en su Evangelio: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón”  (Lucas  2,19), también refiriéndose a María dice que: conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. (Lucas  2, 51). En muchos versículos Lucas se refiere a los sentimientos que tenían los hombres como sentimientos que nacían y se cuidaban en el corazón, es así como también escribe: “porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. (Lucas  12). Todos estos versículos, nos ayudan de buena manera a comprender de algún  modo la interioridad de María y de Jesús, junto con la de los protagonistas de los relatos evangélicos, como por ejemplo en este relato; “Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor.  (Lucas  9,47).

En otras palabras, podemos afirmar, que tanto en las Sagradas Escrituras como en los escritos de la vida cotidiana, todo aquel que desee describir como son los sentimientos de alguien determinado, se refiere al corazón, por lo que este órgano humano es todo un símbolo y parábola de nuestra personalidad y allí se atesoran las cosas buenas; “porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Lucas  12,34), después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia. (Lucas  8,15) o allí se manifiestan nuestros miedo; ¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón?  (Lucas  24,38)

  EL CORAZÓN DE LOS HOMBRES

El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno,  (Lucas  6,45) El corazón representa algo muy importante en el ser humano, podríamos incluso decir que el corazón personifica  en su integridad al hombre, y es porque es el centro único y excepcional de la persona humana, un hombre sin corazón, es un ser sin vida de amor, no tiene con que amar y no puede cumplir lo que Jesús nos ha pedido: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”  (Lucas  10,27), por tanto el corazón es el centro de nuestro ser, la fuente de nuestro temperamento, allí se anida la virtud de la mansedumbre, de la humildad y es el sitio preferido de la misteriosa acción de Dios.

Y por cierto, al Señor le gusta el hombre de corazón puro, porque es un corazón que sabe amar: “Amaos intensamente unos a otros con corazón puro” (1 Pedro  1,2), y no solo le encanta, sino que a los puros de corazón les bendice; Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo  5,8). No obstante, sabemos también que hay dureza en el corazón y en él puede existir el bien y el mal, es así como los hay traicioneros; Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle,  (Juan  13,2), “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas”(Marcos  7,21), pero a pesar de estos corazones enrarecidos, Jesús tiene confianza en que los hombres pueden transformarse en hombre de buen corazón y les pone como ejemplo el corazón suyo: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.  (Mateo  11,29)

EL CORAZÓN DE JESÚS

Al cristiano, le enternece hablar desde el corazón, del Corazón de Jesús. En efecto, a todos nos conmueve y nos emociona profundamente, porque sabemos que esta figura nos habla de un amor dotado de hermosura, porque no nos cabe ninguna duda que el Corazón de Jesús, es para nosotros el más bello emblema del amor. Su corazón fue colmado de amor total al Padre y a los hombres. Es tan importante en todos nosotros, que para aprender a amar a los demás de gran forma, tratamos de de comprender algo del amor de Cristo Jesús a todos los hombres.

Los Evangelios, nos hablan del corazón de Jesús, mostrándonos un corazón humano y al mismo tiempo con el misterio de un amor humano-divino. El corazón humano de Cristo está unido a su divinidad, es así como podemos decir que el amor de Dios se ha encarnado en el amor humano de Cristo y él nos pide; “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”  (Lucas  10,27),porque él es “El Señor, nuestro Dios, es el único Señor”  (Marcos  12,29), y cuando el “escriba” le dijo a Jesús, “Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón,  (Marcos  12, 32), le dijo que; “No estás lejos del Reino de Dios”.  (Marcos  12, 34)

Con todo, Jesús, tuvo también un corazón muy humano y sensible, como lo demuestra en el relato de la resurrección de Lázaro; “Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente…..y  Jesús se echó a llorar.  (Juan  11, 33-35). Luego de que Jesús entregó su espíritu en la cruz, el Corazón de Jesús se detuvo y cesó de latir, y luego al resucitar, “no ha cesado nunca, ni cesará ya jamás de palpitar con un apacible e imperturbable latido”. (HA 28). Como lo demuestra Juan, quien sintió su latidos al reposar sobre el pecho (el Corazón) de Jesús, cuando escribe el amoroso dialogo de amor entre Pedro y su Maestro; “dice Jesús a Simón Pedro: Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?”  (Juan  21,15)

EL CORAZÓN DE DIOS, AMOR HACIA LOS HOMBRES

El amor de Dios hacia el hombre existe desde siempre y para toda la eternidad; “De lejos el Señor se me apareció y me dijo; Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti”.  (Jeremías  31, 2). Es así, como San Juan Evangelista que conoció a Jesús íntimamente descansando sobre el pecho (corazón) de Jesús, tanto que fue el discípulo amado, exclama; “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” (Juan  3, 16-17), es decir, un amor extremo, que llevo a su propio Hijo a la Cruz por amor a los hombres, revelado el mismo Jesús; “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos”  (Juan  15, 12-13).

Esto nos revela el gran corazón de Dios; “más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”  (Romanos  5,8) así como también Jesús nos muestra su gran corazón, su sufrimiento y muerte en cruz son una muestra de su amor por nosotros, como lo declara San Pablo; “y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”.  (Gálatas  2,20)

LAS FUENTES DE LA FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Una vez concluida la fiesta de Pentecostés la Iglesia durante un día viernes, después de la fiesta de Corpus, celebra la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Esta es un fiesta relativamente nueva, no obstante la idea de celebrar tiene muchos años, y la fuente está en las misma Sagradas Escrituras. Dios nos amado siempre, “Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”.  (1 Juan  4, 8-10). Por eso, lo que celebramos en esta fiesta, es el amor de Dios revelado en Cristo Jesús y manifestado sobre todo en su pasión. El símbolo de ese amor es el corazón de Cristo herido por los pecados de los hombres.

Es así entonces, que la devoción al Sagrado Corazón es devoción a Cristo mismo, y hacia Él se dirige nuestra oración: "Venid, adoremos al corazón de Jesús, herido por nuestro amor".

Una monja, Margarita María Alacoque, de la orden de la Visitación, en Francia, fue quien impulsó la idea que se concretaría en una nueva fiesta en el calendario litúrgico. Los antecedentes son que entre 1673 y 1675 tuvo santa Margarita María, en su convento de Paray-le-Monial, una sucesión de visiones en las que Jesucristo le habló pidiéndole que se ocupase por la institución de una fiesta del Sagrado Corazón, que debería celebrarse el viernes después de la octava del Corpus Christi. Luego en 1856, el papa Pío IX la hizo extensiva a toda la Iglesia.

 LA LECTURA DE LA LITURGIA

La liturgia de esta fiesta, en sus tres ciclos de la solemnidad del Corazón de Jesús nos hace contemplar en conjunto desde su clave profunda: “el amor de Dios”.

Ciclo A: “El Señor se prendó de ustedes y los eligió, no porque sean el más numeroso de todos los pueblos. Al contrario, tú eres el más insignificante de todos. Pero por el amor que les tiene” (Deut 7,6-11). Dios no nos ama por lo que somos o tenemos, sino que al amarnos nos regala y nos bendice. Es un amor gratuito y misericordioso, que toma la iniciativa constantemente. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él”. (1Jn 4,7-16). “Venid a mí los que estáis cansados”. (Mt 11,25-30). Frente a los fariseos, que cargaban fardos pesados e insoportables sobre la gente, obligándoles a cumplir meticulosamente la Ley, Jesús afirma que su yugo es llevadero y ligero. Acoger a Cristo es recibir su amor, que lo hace todo fácil. Por eso seguir a Jesús no es una carga pesada, sino encontrar en Él nuestro descanso. Él toma nuestro cansancio y alivia nuestros agobios porque en la cruz ha tomado el peso del pecado que nos destruía.

Ciclo B; “Sacarán agua con alegría de las fuente de la salvación”. (Is 12,2-6). La tradición cristiana ha entendido que la antigua profecía de Isaías se ha cumplido en Jesús. Al ser traspasado su costado, “salió sangre y agua”. Jesús muerto y resucitado se convierte en manantial de vida y salvación. Derrama su Espíritu, su amor, su misma vida. Por eso, estamos invitados constantemente a acudir a Él para beber esa agua que sacia su sed y le purifica y para recibir la aspersión de su sangre que le regenera y le embriaga. “Verán al que ellos mismos traspasaron”. (Jn 19,31-37). Desde los apóstoles, todas las generaciones cristianas han descubierto el amor de Dios contemplando a Cristo crucificado. La cruz es la expresión mayor de este amor. Por eso también nosotros somos invitados antes que nada a mirar a Jesús. El apóstol Juan nos enseña este secreto y desea contagiarnos esta mirada contemplativa: para que entendamos hasta qué punto somos amados y aprendamos a amar de una manera semejante.

Ciclo C, “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él”, (Ez 34,11-16). Frente a los malos pastores de Israel, que se aprovechaban de las ovejas, Dios anuncia que Él mismo en persona saldrá en busca de sus ovejas. Es lo que ha hecho en la encarnación de su Hijo. No ha dado por perdidas a las ovejas obstinadas y rebeldes, sino que las ha buscado hasta las puertas mismas del infierno. La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. (Rom 5,5-11), es lo que llena de asombro y gratitud el corazón de Pablo, el haber sido amado siendo pecador, siendo incluso perseguidor de la Iglesia. “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”. (Lc 15,3-7) Es sorprendente escuchar la alegría de Dios por la conversión del hombre. Jesús no acusa ni reprocha; al contrario, se alegra indeciblemente cuando alguien acepta dejarse encontrar y volver al redil. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. La gloria de Dios es que el hombre viva, que se deje vivificar en plenitud, hasta la santidad. ¿Cuántas alegrías estoy dispuesto a dar a Jesucristo que lo ha entregado todo por mí?

 LA CONTEMPLACIÓN DE ESTE MISTERIO

La contemplación de este misterio, causa en nosotros profundos sentimientos de amor y es una gran invitación a adorar al Señor. Pero también, a compadecernos por los sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo, que padeció en manos de los hombres. Ciertamente, la reflexión de los sufrimientos de Cristo debería producir en nosotros el dolor de los pecados, de los nuestros propios y de los del mundo. Pero hay también lugar para el gozo, gozo de conocer que somos tan amados y que ha triunfado el amor, por tanto, nuestra devoción no debe permanecerse solo en el nivel del estremecimiento, sino que además, sea un dulce momento para ayudar a cargarle la cruz  a Cristo Jesús.

En efecto, esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús, debe hacerse aceptando la invitación de Cristo a tomar nuestra cruz y seguirle como se nos ha pedido en Aparecida, como  “discípulos y misioneros  de Jesucristo”, seducido por El, por su entrega de amor en la Cruz, por tanto, nos corresponde a todos, los que somos su Iglesia, Obispos, Presbíteros, Diáconos, Religiosos y Fieles Laicos, ponernos en el lugar de Cristo y tomar parte en la obra salvadora de Jesús, con amor mutuo, porque “si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu”. (1 Juan  4,11-13)

La Fiesta de “El Sagrado Corazón de Jesús”, no invita a mirar a Cristo y a aprender de su ejemplo; “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”.  (Mateo  11, 29), Nuestro amor cristiano puede ser de diversas maneras, pero cuanto más nos acerquemos al de Cristo, será más transparente y cristalino.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo  5,8)

Cristo Jesús, viva en sus corazones

 Fuentes:
Sagrada Biblia de Jerusalén
P. Julio Alonso Ampuero, Meditaciones Bíblicas Sobre el Año Litúrgico
El Papa Pío XII en su Encíclica sobre el Corazón de Jesús “Haurietis Aquas” (HA)

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