Aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.
(Mateo 11, 29)
Por: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant | Fuente: Catholic.net
La Fiesta de “El Sagrado Corazón de Jesús”, no invita a mirar a
Cristo y a aprender de su ejemplo; “aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas”. (Mateo 11, 29), Nuestro amor cristiano puede ser de
diversas maneras, pero cuanto más nos acerquemos al de Cristo, será mas
transparente y cristalino. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios. (Mateo 5,8)
EL
CORAZÓN, SÍMBOLO Y PARÁBOLA DE NUESTRA PERSONALIDAD
Lucas escribe en su Evangelio: “María, por
su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón”
(Lucas 2,19), también refiriéndose a María dice que: conservaba
cuidadosamente todas las cosas en su corazón. (Lucas 2, 51). En muchos
versículos Lucas se refiere a los sentimientos que tenían los hombres como
sentimientos que nacían y se cuidaban en el corazón, es así como también
escribe: “porque donde esté vuestro tesoro, allí
estará también vuestro corazón”. (Lucas 12). Todos estos versículos,
nos ayudan de buena manera a comprender de algún modo la interioridad de
María y de Jesús, junto con la de los protagonistas de los relatos evangélicos,
como por ejemplo en este relato; “Conociendo Jesús
lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo:
El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a
mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros,
ése es mayor. (Lucas 9,47).
En otras palabras, podemos afirmar, que tanto en las Sagradas Escrituras
como en los escritos de la vida cotidiana, todo aquel que desee describir como
son los sentimientos de alguien determinado, se refiere al corazón, por lo que
este órgano humano es todo un símbolo y parábola de nuestra personalidad y allí
se atesoran las cosas buenas; “porque donde esté
vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Lucas
12,34), después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y
recto, y dan fruto con perseverancia. (Lucas 8,15) o allí se manifiestan
nuestros miedo; ¿Por qué os turbáis, y por qué se
suscitan dudas en vuestro corazón? (Lucas 24,38)
EL CORAZÓN DE
LOS HOMBRES
El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca
lo bueno,
(Lucas 6,45) El corazón representa algo muy importante en el ser humano,
podríamos incluso decir que el corazón personifica en su integridad al
hombre, y es porque es el centro único y excepcional de la persona humana, un
hombre sin corazón, es un ser sin vida de amor, no tiene con que amar y no
puede cumplir lo que Jesús nos ha pedido: “Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón” (Lucas 10,27), por
tanto el corazón es el centro de nuestro ser, la fuente de nuestro
temperamento, allí se anida la virtud de la mansedumbre, de la humildad y es el
sitio preferido de la misteriosa acción de Dios.
Y por cierto, al Señor le gusta el hombre de corazón puro, porque es un
corazón que sabe amar: “Amaos intensamente unos a
otros con corazón puro” (1 Pedro 1,2), y no solo le encanta, sino
que a los puros de corazón les bendice; Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo 5,8). No
obstante, sabemos también que hay dureza en el corazón y en él puede existir el
bien y el mal, es así como los hay traicioneros; Durante la cena, cuando ya el
diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el
propósito de entregarle, (Juan 13,2), “Porque
de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas”(Marcos
7,21), pero a pesar de estos corazones enrarecidos, Jesús tiene confianza
en que los hombres pueden transformarse en hombre de buen corazón y les pone
como ejemplo el corazón suyo: “aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.
(Mateo 11,29)
EL
CORAZÓN DE JESÚS
Al cristiano, le enternece hablar desde el corazón, del Corazón de
Jesús. En efecto, a todos nos conmueve y nos emociona profundamente, porque
sabemos que esta figura nos habla de un amor dotado de hermosura, porque no nos
cabe ninguna duda que el Corazón de Jesús, es para nosotros el más bello
emblema del amor. Su corazón fue colmado de amor total al Padre y a los
hombres. Es tan importante en todos nosotros, que para aprender a amar a los
demás de gran forma, tratamos de de comprender algo del amor de Cristo Jesús a
todos los hombres.
Los Evangelios, nos hablan del corazón de Jesús, mostrándonos un corazón
humano y al mismo tiempo con el misterio de un amor humano-divino. El corazón
humano de Cristo está unido a su divinidad, es así como podemos decir que el
amor de Dios se ha encarnado en el amor humano de Cristo y él nos pide; “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”
(Lucas 10,27),porque él es “El Señor, nuestro
Dios, es el único Señor” (Marcos 12,29), y cuando el “escriba” le dijo a Jesús, “Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el
corazón, (Marcos 12, 32), le dijo que; “No estás lejos del Reino de Dios”. (Marcos
12, 34)
Con todo, Jesús, tuvo también un corazón muy humano y sensible, como lo
demuestra en el relato de la resurrección de Lázaro; “Viéndola
llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió
interiormente…..y Jesús se echó a llorar. (Juan 11,
33-35). Luego de que Jesús entregó su espíritu en la cruz, el Corazón de Jesús
se detuvo y cesó de latir, y luego al resucitar, “no
ha cesado nunca, ni cesará ya jamás de palpitar con un apacible e imperturbable
latido”. (HA 28). Como lo demuestra Juan, quien sintió su latidos al
reposar sobre el pecho (el Corazón) de Jesús, cuando escribe el amoroso dialogo
de amor entre Pedro y su Maestro; “dice Jesús a
Simón Pedro: Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?” (Juan
21,15)
EL
CORAZÓN DE DIOS, AMOR HACIA LOS HOMBRES
El amor de Dios hacia el hombre existe desde siempre y para toda la
eternidad; “De lejos el Señor se me apareció y me
dijo; Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti”.
(Jeremías 31, 2). Es así, como San Juan Evangelista que conoció a Jesús
íntimamente descansando sobre el pecho (corazón) de Jesús, tanto que fue el
discípulo amado, exclama; “Porque tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino
que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar
al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” (Juan 3,
16-17), es decir, un amor extremo, que llevo a su propio Hijo a la Cruz por
amor a los hombres, revelado el mismo Jesús; “Este
es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.
Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis
amigos” (Juan 15, 12-13).
Esto nos revela el gran corazón de Dios; “más
la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores,
murió por nosotros” (Romanos 5,8) así como también Jesús nos
muestra su gran corazón, su sufrimiento y muerte en cruz son una muestra de su
amor por nosotros, como lo declara San Pablo; “y no
vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en
la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo
por mí”. (Gálatas 2,20)
LAS FUENTES DE LA
FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Una vez concluida la fiesta de Pentecostés la Iglesia durante un día
viernes, después de la fiesta de Corpus, celebra la Solemnidad del Sagrado
Corazón de Jesús. Esta es un fiesta relativamente nueva, no obstante la idea de
celebrar tiene muchos años, y la fuente está en las misma Sagradas Escrituras.
Dios nos amado siempre, “Dios es Amor. En esto se
manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo
único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo
como propiciación por nuestros pecados”. (1 Juan 4, 8-10).
Por eso, lo que celebramos en esta fiesta, es el amor de Dios revelado en
Cristo Jesús y manifestado sobre todo en su pasión. El símbolo de ese amor es
el corazón de Cristo herido por los pecados de los hombres.
Es así entonces, que la devoción al Sagrado Corazón es devoción a Cristo
mismo, y hacia Él se dirige nuestra oración: "Venid, adoremos al corazón de Jesús, herido
por nuestro amor".
Una monja, Margarita María Alacoque, de la orden de la Visitación, en
Francia, fue quien impulsó la idea que se concretaría en una nueva fiesta en el
calendario litúrgico. Los antecedentes son que entre 1673 y 1675 tuvo santa
Margarita María, en su convento de Paray-le-Monial, una sucesión de visiones en
las que Jesucristo le habló pidiéndole que se ocupase por la institución de una
fiesta del Sagrado Corazón, que debería celebrarse el viernes después de la
octava del Corpus Christi. Luego en 1856, el papa Pío IX la hizo extensiva a
toda la Iglesia.
LA
LECTURA DE LA LITURGIA
La liturgia de esta fiesta, en sus tres ciclos de la solemnidad del
Corazón de Jesús nos hace contemplar en conjunto desde su clave profunda: “el amor de Dios”.
Ciclo
A: “El Señor se
prendó de ustedes y los eligió, no porque sean el más numeroso de todos los
pueblos. Al contrario, tú eres el más insignificante de todos. Pero por el amor
que les tiene” (Deut
7,6-11). Dios no nos ama por lo que somos o tenemos, sino que al amarnos nos
regala y nos bendice. Es un amor gratuito y misericordioso, que toma la
iniciativa constantemente. “Nosotros hemos conocido
el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. Dios es amor, y el que
permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él”. (1Jn
4,7-16). “Venid a mí los que estáis cansados”.
(Mt 11,25-30). Frente a los fariseos, que cargaban fardos pesados e insoportables
sobre la gente, obligándoles a cumplir meticulosamente la Ley, Jesús afirma que
su yugo es llevadero y ligero. Acoger a Cristo es recibir su amor, que lo hace
todo fácil. Por eso seguir a Jesús no es una carga pesada, sino encontrar en Él
nuestro descanso. Él toma nuestro cansancio y alivia nuestros agobios porque en
la cruz ha tomado el peso del pecado que nos destruía.
Ciclo
B; “Sacarán agua
con alegría de las fuente de la salvación”. (Is 12,2-6). La tradición cristiana ha entendido que la antigua profecía
de Isaías se ha cumplido en Jesús. Al ser traspasado su costado, “salió sangre y agua”. Jesús muerto y resucitado
se convierte en manantial de vida y salvación. Derrama su Espíritu, su amor, su
misma vida. Por eso, estamos invitados constantemente a acudir a Él para beber
esa agua que sacia su sed y le purifica y para recibir la aspersión de su
sangre que le regenera y le embriaga. “Verán al que
ellos mismos traspasaron”. (Jn 19,31-37). Desde los apóstoles, todas las
generaciones cristianas han descubierto el amor de Dios contemplando a Cristo
crucificado. La cruz es la expresión mayor de este amor. Por eso también
nosotros somos invitados antes que nada a mirar a Jesús. El apóstol Juan nos
enseña este secreto y desea contagiarnos esta mirada contemplativa: para que entendamos hasta qué punto somos amados y
aprendamos a amar de una manera semejante.
Ciclo
C, “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él”, (Ez
34,11-16). Frente a los malos pastores de Israel, que se aprovechaban de las
ovejas, Dios anuncia que Él mismo en persona saldrá en busca de sus ovejas. Es
lo que ha hecho en la encarnación de su Hijo. No ha dado por perdidas a las
ovejas obstinadas y rebeldes, sino que las ha buscado hasta las puertas mismas
del infierno. La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros
cuando todavía éramos pecadores. (Rom 5,5-11), es lo que llena de asombro y
gratitud el corazón de Pablo, el haber sido amado siendo pecador, siendo
incluso perseguidor de la Iglesia. “Alégrense
conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”. (Lc 15,3-7)
Es sorprendente escuchar la alegría de Dios por la conversión del hombre. Jesús
no acusa ni reprocha; al contrario, se alegra indeciblemente cuando alguien
acepta dejarse encontrar y volver al redil. Dios no quiere la muerte del
pecador, sino que se convierta y viva. La gloria de Dios es que el hombre viva,
que se deje vivificar en plenitud, hasta la santidad. ¿Cuántas
alegrías estoy dispuesto a dar a Jesucristo que lo ha entregado todo por mí?
LA
CONTEMPLACIÓN DE ESTE MISTERIO
La contemplación de este misterio, causa en nosotros profundos
sentimientos de amor y es una gran invitación a adorar al Señor. Pero también,
a compadecernos por los sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo, que padeció
en manos de los hombres. Ciertamente, la reflexión de los sufrimientos de
Cristo debería producir en nosotros el dolor de los pecados, de los nuestros
propios y de los del mundo. Pero hay también lugar para el gozo, gozo de
conocer que somos tan amados y que ha triunfado el amor, por tanto, nuestra
devoción no debe permanecerse solo en el nivel del estremecimiento, sino que
además, sea un dulce momento para ayudar a cargarle la cruz a Cristo
Jesús.
En efecto, esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús, debe hacerse
aceptando la invitación de Cristo a tomar nuestra cruz y seguirle como se nos
ha pedido en Aparecida, como “discípulos y
misioneros de Jesucristo”, seducido por El, por su entrega de amor
en la Cruz, por tanto, nos corresponde a todos, los que somos su Iglesia,
Obispos, Presbíteros, Diáconos, Religiosos y Fieles Laicos, ponernos en el
lugar de Cristo y tomar parte en la obra salvadora de Jesús, con amor mutuo,
porque “si Dios nos amó de esta manera, también
nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos
amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en
nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en
nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu”. (1 Juan 4,11-13)
La Fiesta de
“El Sagrado Corazón de Jesús”, no invita a
mirar a Cristo y a aprender de su ejemplo; “aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas”. (Mateo 11, 29), Nuestro amor cristiano puede ser de
diversas maneras, pero cuanto más nos acerquemos al de Cristo, será más
transparente y cristalino.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios. (Mateo 5,8)
Cristo Jesús, viva en sus corazones
Fuentes:
Sagrada Biblia de Jerusalén
P. Julio Alonso Ampuero, Meditaciones Bíblicas
Sobre el Año Litúrgico
El Papa Pío XII en su Encíclica sobre el Corazón de
Jesús “Haurietis Aquas” (HA)
No hay comentarios:
Publicar un comentario