Uno de los tesoros que ofrece
la Iglesia a los fieles es la Liturgia de las horas. Y dentro de dicho tesoro
es fácil encontrar perlas tan magníficas como esta cita del comentario de San
Agustín al Samo 138: Si no cesamos en nuestra buena
conducta, alabaremos continuamente a Dios. Dejas de alabar a Dios cuando te
apartas de la justicia y de lo que a él le place. Si nunca te desvías del buen
camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios atienden
a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así
los oídos de Dios escuchan nuestros
pensamientos.
No hay nada que se escape al
conocimiento del Señor. Él es quien escudriña los corazones
Él escruta el abismo y el corazón de los hombres, y penetra todos sus secretos.
El Altísimo conoce toda ciencia y examina los signos de los tiempos, anunciando
el pasado y el porvenir, y desvelando los rastros de las cosas ocultas. No se le escapa ningún pensamiento, ni
una sola palabra le es desconocida. Eccle 42,18-20
Y en base a lo que sabe de
nosotros y a cómo actuamos, nos juzgará: … y sabrán
todas las iglesias que yo soy el que
escudriña los corazones y las entrañas y os daré a cada uno según
vuestras obras. Ap, 2,23
No en vano Cristo nos advirtió
que el pecado no solo consiste en realizar malas acciones, sino en desearlas
(Mt 5,28). Por ello es altamente recomendable confesarnos no solo de lo que
obramos mal sino de los deseos desordenados que son la puerta hacia las malas
acciones.
A su vez, los buenos deseos
pueden y deben ser la antesala de las obras meritorias. De ahí que debamos
implorar del Señor la gracia de que purifique nuestros pensamientos. Recordemos
que la gracia actúa concediéndonos primero el deseo de obrar bien y luego el
poder cumplir la voluntad de Dios. Él mismo es
“quien obra en vosotros el querer y el
actuar conforme a su beneplácito” (Fil 2,13).
Mi experiencia personal me indica que es precisamente en el ámbito de
los pensamientos donde se libra la gran batalla entre el viejo Adán, que se
resiste a morir, y el nuevo Adán, que es Cristo Jesús operando en nosotros.
Despojaos del hombre viejo y
de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renovaos en la mente y en el espíritu y
revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.
Efe 4,22-24
Efe 4,22-24
Hay un método poco menos que
infalible para conducir nuestra mente por los caminos de Dios: la oración. Quien ora constantemente deja que el
Señor lo llene todo.
Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la
súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a
Dios. Y la paz de Dios, que
supera todo juicio, custodiará vuestros
corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Fil 4,6-7
Fil 4,6-7
De ahí que el apóstol nos
exhorte: ORAD SIN CESAR 1
Tes 5,17
No temamos abrir la puerta de
nuestro corazón al Señor, porque Él nos purificará de aquello que nos separa de
Él. Y ello es prueba de su amor: Yo, a cuantos amo, los reprendo y castigo.
Por tanto, ten celo y arrepiéntete. Mira, estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta,
entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo.
Ap 3,19-20
Ap 3,19-20
Repitamos con la Virgen María,
Madre de Dios y Madre nuestra, las palabras de quien ha visto obrar a Dios en
el alma: “Proclama mi alma las grandezas del Señor
y se alegra mi espíritu en Dios mi
Salvador“ (Luc 1,46)
Laus Deo Virginique Matri
Luis Fernando
Pérez Bustamante
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