Nos cuesta mucho
ejercer las virtudes pero si perseveramos serán entonces inspiradas por el
Paráclito y se llaman frutos del Espíritu Santo.
Por: Catholic.net | Fuente: Catecismo de la Iglesia Católica y Royo Marín, Teología de la Perfección Cristiana, BAC
NATURALEZA DE LOS
FRUTOS ESPÍRITU SANTO Y LA SANTIFICACIÓN
Al principio nos cuesta mucho ejercer las virtudes. Pero si perseveramos dóciles al Espíritu Santo, Su acción en nosotros hará cada vez mas fácil ejercerlas, hasta que se llegan a ejercer con gusto. Las virtudes serán entonces inspiradas por el Espíritu Santo y se llaman frutos del Espíritu Santo.
Cuando el alma, con fervor y dócil a la acción del Espíritu Santo, se ejercita en la práctica de las virtudes, va adquiriendo facilidad en ello. Ya no se sienten las repugnancias que se sentían al principio. Ya no es preciso combatir ni hacerse violencia. Se hace con gusto lo que antes se hacía con sacrificio.
Al principio nos cuesta mucho ejercer las virtudes. Pero si perseveramos dóciles al Espíritu Santo, Su acción en nosotros hará cada vez mas fácil ejercerlas, hasta que se llegan a ejercer con gusto. Las virtudes serán entonces inspiradas por el Espíritu Santo y se llaman frutos del Espíritu Santo.
Cuando el alma, con fervor y dócil a la acción del Espíritu Santo, se ejercita en la práctica de las virtudes, va adquiriendo facilidad en ello. Ya no se sienten las repugnancias que se sentían al principio. Ya no es preciso combatir ni hacerse violencia. Se hace con gusto lo que antes se hacía con sacrificio.
Les sucede a las virtudes lo mismo que a los árboles: los frutos de
éstos, cuando están maduros, ya no son agrios, sino dulces y de agradable
sabor. Lo mismo los actos de las virtudes, cuando han llegado a su madurez, se
hacen con agrado y se les encuentra un gusto delicioso. Entonces estos actos de
virtud inspirados por el Espíritu Santo se llaman frutos del Espíritu Santo, y
ciertas virtudes los producen con tal perfección y tal suavidad que se los
llama bienaventuranzas, porque hacen que Dios posea al alma plenamente.
ELENCO DE LOS
FRUTOS:
De los frutos de caridad, de gozo y de paz
De los frutos de Paciencia y Mansedumbre
De los frutos de bondad y benignidad
Del fruto de longanimidad(perseverancia)
Del fruto de la fe
De los frutos de Modestia, Templanza y Castidad
LA FELICIDAD
Cuanto más se apodera Dios de un alma más la santifica; y cuanto más
santa sea, más feliz es.
Seremos más felices a medida que nuestra naturaleza va siendo curada de
su corrupción. Entonces se poseen las virtudes como naturalmente.
Los que buscan la perfección por el camino de prácticas y actos
metódicos, sin abandonarse enteramente a la dirección del Espíritu Santo, no
alcanzarán nunca esta dulzura. Por eso sienten siempre dificultades y
repugnancias: combaten continuamente y a veces son
vencidos y cometen faltas. En cambio, los que, orientados por el
Espíritu Santo, van por el camino del simple recogimiento, practican el bien
con un fervor y una alegría digna del Espíritu Santo, y sin lucha, obtienen
gloriosas victorias, o si es necesario luchar, lo hacen con gusto. De lo que se
sigue, que las almas tibias tienen
doble dificultad en la práctica de la virtud que las fervorosas que se
entregan de buena gana y sin reserva. Porque éstas tienen la alegría del
Espíritu Santo que todo se lo hace fácil, y aquéllas tienen pasiones que combatir
y sienten las debilidades de la naturaleza que impiden las dulzuras de la
virtud y hacen los actos difíciles e imperfectos.
La comunión frecuente perfecciona las virtudes y
abre el corazón para recibir los frutos del Espíritu Santo porque nuestro Señor,
al unir su Cuerpo al nuestro y su Alma a la nuestra, quema y consume en
nosotros las semillas de los vicios y nos comunica poco a poco sus divinas
perfecciones, según nuestra disposición y como le dejemos obrar. Por ejemplo: encuentra en nosotros el recuerdo de un disgusto, que
aunque ya pasó, ha dejado en nuestro espíritu y en nuestro corazón una
impresión, que queda como simiente de pesar y cuyos efectos sentimos en muchas
ocasiones. ¿Qué hace nuestro Señor? Borra el recuerdo y la imagen de ese descontento,
destruye la impresión que se había grabado en nuestras potencias y ahoga
completamente esta semilla de pecados, poniendo en su lugar los frutos de
caridad, de gozo, de paz y de paciencia. Arranca de la misma manera las
raíces de cólera, de intemperancia y de los demás defectos, comunicándonos las
virtudes y sus frutos.
1.
DE LOS FRUTOS DE CARIDAD, DE GOZO Y DE PAZ
Los tres primeros frutos del Espíritu Santo son la caridad, el gozo y la paz, que pertenecen especialmente al Espíritu Santo.
Los tres primeros frutos del Espíritu Santo son la caridad, el gozo y la paz, que pertenecen especialmente al Espíritu Santo.
-La caridad, porque es el amor del Padre y
del Hijo
-El gozo, porque está presente al Padre y al Hijo y es como el complemento de su bienaventuranza.
-La paz, porque es el lazo que une al Padre y al Hijo.
Estos tres frutos están unidos y se derivan naturalmente uno del otro.
-El gozo, porque está presente al Padre y al Hijo y es como el complemento de su bienaventuranza.
-La paz, porque es el lazo que une al Padre y al Hijo.
Estos tres frutos están unidos y se derivan naturalmente uno del otro.
-La caridad o el amor ferviente nos da la posesión
de Dios.
-El gozo nace de la posesión de Dios, que no es
otra cosa que el reposo y el contento que se encuentra en el goce del bien
poseído.
-La paz que, según San Agustín; es la tranquilidad
en el orden. Mantiene al alma en la posesión de la alegría contra todo lo que
es opuesto. Excluye toda clase de turbación y de temor.
LA SANTIDAD Y LA
CARIDAD VALEN MAS QUE TODO
La caridad es el primero entre los frutos del Espíritu Santo, porque es el
que más se parece al Espíritu Santo, que es el amor personal, y por
consiguiente el que más nos acerca a la verdadera y eterna felicidad y el que
nos da un goce más sólido y una paz más profunda. Dad a un hombre el imperio
del universo con la autoridad más absoluta que sea posible; haced que posea
todas las riquezas, todos los honores, todos los placeres que se puedan desear;
dadle la sabiduría más completa que se pueda imaginar; que sea otro Salomón y
más que Salomón, que no ignore nada de toda lo que una inteligencia pueda
saber; añadidle el poder de hacer milagros: que detenga al sol, que divida los
mares, que resucite los muertos, que participe del poder de Dios en grado tan
eminente como queráis, que tenga además el don de profecía, de discernimiento
de espíritus y el conocimiento interior de los corazones. El menor grado de
santidad que pueda tener este hombre, el menor acto de caridad que haga, valdrá
mucho más que todo eso, porque lo acercan al Supremo bien y le dan una
personalidad más excelente que todas esas otras ventajas si las tuviera; y
esto, por dos razones:
1- Porque participar de la santidad de Dios, es participar de todo lo más importante, por decirlo así, que hay en Él. Los demás atributos de Dios, como la ciencia, el poder, pueden ser comunicados a los hombres de tal manera que les sean naturales. Unicamente la santidad no puede serles nunca natural (sino por gracia).
2- Porque la santidad y la felicidad son como dos hermanas inseparables y porque Dios no se da ni se une más que a las almas santas y no a las que sin poseer la santidad, poseen la ciencia, el poder y todas las demás perfecciones imaginables.
Por lo tanto, el grado más pequeño de santidad o la menor acción que la aumente, es preferible, a los cetros y coronas. De lo que se deduce que perdiendo cada día tantas ocasiones de hacer actos sobrenaturales, perdemos incontables felicidades, casi imposibles de reparar.
1- Porque participar de la santidad de Dios, es participar de todo lo más importante, por decirlo así, que hay en Él. Los demás atributos de Dios, como la ciencia, el poder, pueden ser comunicados a los hombres de tal manera que les sean naturales. Unicamente la santidad no puede serles nunca natural (sino por gracia).
2- Porque la santidad y la felicidad son como dos hermanas inseparables y porque Dios no se da ni se une más que a las almas santas y no a las que sin poseer la santidad, poseen la ciencia, el poder y todas las demás perfecciones imaginables.
Por lo tanto, el grado más pequeño de santidad o la menor acción que la aumente, es preferible, a los cetros y coronas. De lo que se deduce que perdiendo cada día tantas ocasiones de hacer actos sobrenaturales, perdemos incontables felicidades, casi imposibles de reparar.
NO PODEMOS ENCONTRAR
EN LAS CRIATURAS EL GOZO Y LA PAZ, QUE SON FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO, POR DOS
RAZONES.
1- Porque únicamente la posesión de Dios nos afianza contra las turbaciones y temores, mientras que la posesión de las criaturas causa mil inquietudes y mil preocupaciones. Quien posee a Dios no se inquieta por nada, porque Dios lo es todo para él, y todo lo demás solo vale en relación a El y según El lo disponga.
2- Porque ninguno de los bienes terrenos nos puede satisfacer ni contentar plenamente. Vaciad el mar y a continuación, echad en él una gota de agua: ¿llenaría este vacío inmenso? Todas las criaturas son limitadas y no pueden satisfacer el deseo del alma por Dios. La paz hace que Dios reine en el alma y que solamente Él sea el dueño. La paz mantiene al alma en la perfecta dependencia de Dios. Por la gracia santificante, Dios se hace en el alma como una fortaleza donde habita. Por la paz se apodera de todas las facultades, fortificándolas tan poderosamente que las criaturas ya no pueden llegar a turbarlas. Dios ocupa todo el interior. Por eso los santos están tan unidos a Dios lo mismo en la oración que en la acción y los acontecimientos más desagradables no consiguen turballos.
1- Porque únicamente la posesión de Dios nos afianza contra las turbaciones y temores, mientras que la posesión de las criaturas causa mil inquietudes y mil preocupaciones. Quien posee a Dios no se inquieta por nada, porque Dios lo es todo para él, y todo lo demás solo vale en relación a El y según El lo disponga.
2- Porque ninguno de los bienes terrenos nos puede satisfacer ni contentar plenamente. Vaciad el mar y a continuación, echad en él una gota de agua: ¿llenaría este vacío inmenso? Todas las criaturas son limitadas y no pueden satisfacer el deseo del alma por Dios. La paz hace que Dios reine en el alma y que solamente Él sea el dueño. La paz mantiene al alma en la perfecta dependencia de Dios. Por la gracia santificante, Dios se hace en el alma como una fortaleza donde habita. Por la paz se apodera de todas las facultades, fortificándolas tan poderosamente que las criaturas ya no pueden llegar a turbarlas. Dios ocupa todo el interior. Por eso los santos están tan unidos a Dios lo mismo en la oración que en la acción y los acontecimientos más desagradables no consiguen turballos.
2.
DE LOS FRUTOS DE PACIENCIA Y MANSEDUMBRE
Paciencia modera la tristeza
Mansedumbre modera la cólera
Los frutos anteriores disponen al alma a la de paciencia, mansedumbre y moderación. Es propio de la virtud de la paciencia moderar los excesos de la tristeza y de la virtud de la mansedumbre moderar los arrebatos de cólera que se levanta impetuosa para rechazar el mal presente. El esfuerzo por ejercer la paciencia y la mansedumbre como virtudes requiere un combate que requiere violentos esfuerzos y grandes sacrificios. Pero cuando la paciencia y la mansedumbre son frutos del Espíritu Santo, apartan a sus enemigos sin combate, o si llegan a combatir, es sin dificultad y con gusto. La paciencia ve con alegría todo aquello que puede causar tristeza. Así los mártires se regocijaban con la noticia de las persecuciones y a la vista de los suplicios. Cuando la paz está bien asentada en el corazón, no le cuesta a la mansedumbre reprimir los movimientos de cólera; el alma sigue en la misma postura, sin perder nunca su tranquilidad. Porque al tomar el Espíritu Santo posesión de todas sus facultades y residir en ellas, aleja la tristeza o no permite que le haga impresión y hasta el mismo demonio teme a esta alma.
Mansedumbre modera la cólera
Los frutos anteriores disponen al alma a la de paciencia, mansedumbre y moderación. Es propio de la virtud de la paciencia moderar los excesos de la tristeza y de la virtud de la mansedumbre moderar los arrebatos de cólera que se levanta impetuosa para rechazar el mal presente. El esfuerzo por ejercer la paciencia y la mansedumbre como virtudes requiere un combate que requiere violentos esfuerzos y grandes sacrificios. Pero cuando la paciencia y la mansedumbre son frutos del Espíritu Santo, apartan a sus enemigos sin combate, o si llegan a combatir, es sin dificultad y con gusto. La paciencia ve con alegría todo aquello que puede causar tristeza. Así los mártires se regocijaban con la noticia de las persecuciones y a la vista de los suplicios. Cuando la paz está bien asentada en el corazón, no le cuesta a la mansedumbre reprimir los movimientos de cólera; el alma sigue en la misma postura, sin perder nunca su tranquilidad. Porque al tomar el Espíritu Santo posesión de todas sus facultades y residir en ellas, aleja la tristeza o no permite que le haga impresión y hasta el mismo demonio teme a esta alma.
3.
DE LOS FRUTOS DE BONDAD Y BENIGNIDAD
Estos dos frutos miran al bien del prójimo.
La bondad y la inclinación que lleva a ocuparse de los demás y a que
participen de lo que uno tiene.
La Benignidad. No tenemos en nuestro idioma la palabra que exprese propiamente el significado de benignitas. La palabra benignidad se usa únicamente para significar dulzura y esta clase de dulzura consiste en tratar a los demás con gusto, cordialmente, con alegría, sin sentir la dificultad que sienten los que tienen la benignidad sólo en calidad de virtud y no como fruto del Espíritu Santo.
4. DEL FRUTO DE
LONGANIMIDAD (PERSEVERANCIA)
La longanimidad o perseverancia nos ayudan a mantenernos fieles al Señor
a largo plazo. Impide el aburrimiento y la pena que provienen del deseo del
bien que se espera, o de la lentitud y duración del bien que se hace, o del mal
que se sufre y no de la grandeza de la cosa misma o de las demás
circunstancias. La longanimidad hace, por ejemplo, que al final de un año
consagrado a la virtud seamos más fervorosos que al principio.
5. DEL FRUTO DE LA
FE
La fe como fruto del Espíritu Santo, es cierta facilidad para aceptar
todo lo que hay que creer, firmeza para afianzarnos en ello, seguridad de la
verdad que creemos sin sentir repugnancias ni dudas, ni esas oscuridades y
terquedades que sentimos naturalmente respecto a las materias de la fe.
Para esto debemos tener en la voluntad un piadoso afecto que incline al
entendimiento a creer, sin vacilar, lo que se propone. Por no poseer este
piadoso afecto, muchos, aunque convencidos por los milagros de Nuestro Señor,
no creyeron en Él, porque tenían el entendimiento oscurecido y cegado por la
malicia de su voluntad. Lo que les sucedió a ellos respecto a la esencia de la fe, nos sucede con
frecuencia a nosotros en lo tocante a la
perfección de la fe, es decir, de las cosas que la pueden perfeccionar y
que son la consecuencia de las verdades que nos hace creer.
No es suficiente creer, hace
falta meditar en el corazón lo que creemos, sacar conclusiones y responder
coherentemente.
Por ejemplo, la fe nos dice que Nuestro Señor es a la vez Dios y Hombre
y lo creemos. De aquí sacamos la conclusión de que debemos amarlo sobre todas
las cosas, visitarlo a menudo en la Santa Eucaristía, prepararnos para
recibirlo y hacer de todo esto el principio de nuestros deberes y el remedio de
nuestras necesidades.
Pero cuando nuestro corazón está dominado por otros intereses y afectos,
nuestra voluntad no responde o está en pugna con la creencia del entendimiento.
Creemos pero no como una realidad viva a la que debemos responder. Hacemos una
dicotomía entre la "vida espiritual" (algo
solo mental) y nuestra "vida real" (lo
que domina el corazón y la voluntad). Ahogamos con nuestros vicios los afectos
piadosos. Si nuestra voluntad estuviese verdaderamente ganada por Dios,
tendríamos una fe profunda y perfecta.
6.
DE LOS FRUTOS DE MODESTIA, TEMPLANZA Y CASTIDAD
La modestia regula los movimientos del cuerpo, los gestos y las palabras. Como fruto del Espíritu Santo, todo esto lo hace sin trabajo y como naturalmente, y además dispone todos los movimientos interiores del alma, como en la presencia de Dios. Nuestro espíritu, ligero e inquieto, está siempre revoloteando par todos lados, apegándose a toda clase de objetos y charlando sin cesar. La modestia lo detiene, lo modera y deja al alma en una profunda paz, que la dispone para ser la mansión y el reino de Dios: el don de presencia de Dios. Sigue rápidamente al fruto de modestia, y ésta es, respecto a aquélla, lo que era el rocío respecto al maná. La presencia de Dios es una gran luz que hace al alma verse delante de Dios y darse cuenta de todos sus movimientos interiores y de todo lo que pasa en ella con más claridad que vemos los colores a la luz del mediodía.
La modestia nos es completamente necesaria, porque la inmodestia, que en
sí parece poca cosa, no obstante es muy considerable en sus consecuencias y no
es pequeña señal en un espíritu poco religioso.
Las virtudes de templanza y
castidad atañen a los placeres del cuerpo, reprimiendo los ilícitos y
moderando los permitidos.
-La templanza
refrena la desordenada afición de comer
y de beber, impidiendo los excesos que pudieran cometerse
-La castidad regula o cercena el uso de los placeres de la carne.
Más los frutos de templanza y castidad desprenden de tal manera al alma del amor a su cuerpo, que ya casi no siente tentaciones y lo mantienen sin trabajo en perfecta sumisión.
-La castidad regula o cercena el uso de los placeres de la carne.
Más los frutos de templanza y castidad desprenden de tal manera al alma del amor a su cuerpo, que ya casi no siente tentaciones y lo mantienen sin trabajo en perfecta sumisión.
El Espíritu Santo actúa siempre para un fin: nuestra
santificación que es la comunión con Dios y el prójimo por el amor.
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