viernes, 10 de mayo de 2019

(249) EL FUEGO DE NOTRE DAME Y EL HUMO DE SATANÁS -PRUEBAS Y CONSIDERACIONES-


“¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Hay fuego en la casa de Dios! ¡Fuego en las almas! ¡Fuego en el Santuario!”  (S. Luis M. de Montfort, Súplica Ardiente)
Tras el silencio, el estupor y el llanto, todavía caben y urgen las palabras, y el buen tino cristiano nos debe llevar también a buscar respuestas tanto naturales como sobrenaturales.
Negarse a ver los signos que Dios envía o permite a veces tan meridianamente claros, es necedad mayúscula, sobre todo si proviene de almas presuntamente católicas, que han sido gravemente inficionadas de racionalismo, como los que en este mismo portal dejaban comentarios días atrás:  “…esto es una desgracia para creyentes y no creyentes, para el patrimonio De la humanidad";  “.. en cuanto a las “apocalípticas señales divinas”, devienen de un hecho fortuito…” , o bien  “Me produce hilaridad los que ven en esto un signo divino ….”
Hay que decir entonces que aún entre las personas piadosas hay multitud de necios, que se resisten pertinazmente a reconocer las causas y significados de lo que tienen ante sus narices, y no conformes con el “humo de Satanás", se regodean en tender además cortinas de humo para ocultarlo. Siguiendo con el juego de palabras, podemos decir tal vez que les falta el verdadero fuego para dar testimonio pleno de la verdad, por amarga e sorprendente que sea…
“…vendrá tiempo en que no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo ansias de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” (2 Tim.4, )
Por nuestra parte, creemos por el contrario que no podemos quedarnos en la anécdota periodística ni en un lamento políticamente correcto, mesurado, calculando los valores monetarios o culturales de las llamas sobre este símbolo mayor de la Cristiandad en forma de templo.
Por ello no nos parece historia ya pasada, a menos de un mes de lo sucedido, sino muy actual.
Porque lo cierto es que más allá de los festejos de los enemigos internos y externos de la Iglesia (aquí  o aquí), o de la “casualidad” de que el siniestro se produjera en el Día mundial del Arte -declarado por los amos del mundo-; más allá de  las sospechosas “certezas” del gobierno del masón-Macrón, desmentidas por el antiguo arquitecto en jefe Benjamín Mouton, lo que siempre debe primar es la búsqueda de la verdad y ésta permanece, y sigue alumbrando.
En primer término, la verdad natural, inmediata, que debe ser asequible a todos, pero que no está reñida -todo lo contrario-  con la verdad sobrenatural y espiritual, que como bautizados no sólo nos es lícito sino necesario procurar ver a través de lo que nos rodea, atentos a lo que Nuestro Señor nos pide
“Fíjense en la higuera y en los demás árboles. Cuando ven que empiezan a dar fruto, saben que ya está cerca el verano. Así también, cuando vean que suceden las cosas que les he dicho, sepan que el Reino de Dios está cerca (…) Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse“. (Lc. 21,29-33).
Y nos sigue increpando, como a los fariseos y saduceos, que querían ponerlo a prueba:
“…le pidieron que les hiciera ver un signo del cielo. Él les respondió: “Al atardecer, decís: “Va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojo. Y de madrugada, decís: “Hoy habrá tormenta, porque el cielo está rojo oscuro". ¡Necios!  Sabéis interpretar el aspecto del cielo, pero no sabéis discernir los signos de los tiempos?“(Mt 16,2-4)
¿Habremos de creer acaso obstinadamente, que la Palabra de Dios es puro símbolo impreciso, negándonos siempre a ver la claridad de su paulatino pero íntegro cumplimiento?:
“…se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores.  Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán.   Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. (…) Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el Lugar Santo -el que lea, que entienda-, (…) habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá…” (Mt. 24, 7-13.15.21)
Por todo esto es que nos parece muy oportuno difundir un video preparado por la Dra. Pilar Baselga, quien pese a no ser católica práctica (rogamos por su conversión) creemos que es una persona animada sinceramente por la búsqueda de la verdad, tarea que realiza con suficiente seriedad y expone con admirable libertad de espíritu, que ya quisiéramos en algunos de nuestros pastores.
A los que todavía permanecen sonriendo escépticamente tras el video, los invitamos a explicar el retiro prematuro de los Apóstoles de bronce del crucero y otras obras de valor, días antes del 15/4, o la falta de respuesta a las dos alarmas, contando con personal de vigilancia permanente, y sobre todo a determinar cómo fueron suficientes sólo dos o tres días para la difusión y aparición de los “brillantes” proyectos de restauración de la cúpula, y la elección de semejantes profesionales tan “calificados” para ello…
Ni hablar de los 5 años previstos para la vertiginosa “reconstrucción” que no será sino una vergonzosa y sacrílega transformación según el paladar masónico, a imagen del remedo grotesco que actualmente se va produciendo dentro de la propia Iglesia de Cristo.
Como ya lo hemos dicho en algún otro post, estamos asistiendo a una “nueva” iglesia que no conoce dogma mayor que la democracia universal ni virtud más heroica que la tolerancia y el sincretismo apóstata. Nos preguntamos, de paso, si desde la ley de 1905 (de separación entre la Iglesia y el Estado), la Iglesia en Francia habrá puesto suficiente empeño -mirando el mayor bien de los fieles- para recuperar las propiedades confiscadas en la Revolución Francesa, especialmente los templos, ni siquiera restituidos con el concordato de 1801...
Estos elementos hacen ocioso todo comentario, y en todo caso, invitan a la náusea frente al siniestro rito, tan bien orquestado.
No se debe pasar por alto, sin embargo, que por detrás de la trama, Dios sigue siendo el Señor de la Historia. Es de notar lo que a propósito apuntaba J.M. De Prada:
“… ¿Y si el incendio de la catedral de París fuese grato a Dios? Pocas veces he comprobado más nítidamente la transformación de la «casa de oración» en «cueva de ladrones» - según la brutal expresión evangélica - que cuando visité la catedral de París, convertida en un parque temático para solaz de manadas de turistas, que eran paseadas por todos los lugares del templo, para que hollasen a gusto - pinreles en chanclas, camisetas reventonas de michelines, escotes disuasorios como albardas lacias -, mientras Dios se escondía (o lo escondían quienes más obligados están a mostrarlo) en alguna capilla lateral, para que no contemplase aquella apoteosis del horror. La catedral de París no simbolizaba ninguna de las paparruchas que en estos días se han escrito; simbolizaba lo que el profeta Daniel denomina «la abominación de la desolación», la profanación extrema del lugar santo, la fe «pisoteada por los gentiles» del nuevo paganismo, dispuestos a enseñorearse de sus escombros, convenientemente vaciados de Dios….”
Nos gustaría sin embargo ampliar algunas consideraciones a propósito de ciertas ideas que se han ido colando en la conciencia general y afloran tras este atentado, sobre todo en lo que atañe a la importancia de los templos, el significado de los cristianos como piedras vivas y el sentido del fuego.
PIEDRAS VIVAS Y LUGARES SAGRADOS
La insistencia sobre la consideración de los bautizados como “piedras vivas” presentados como una oposición dialéctica a los templos arquitectónicos, comenzando por el propio Arzobispo de París, es por lo menos llamativa, pero sobre todo incompleta.
No negamos su base cierta, explicitada en el Catecismo (Cf. n.1179), pero tampoco podemos sacar esto de contexto en una época en la que los templos son cada vez más despreciados y profanados por quienes deberían protegerlos, mientras por otra parte, los enemigos de la Iglesia se ceban en su ataque y ultraje, como si valorasen mucho mejor que los católicos el significado sobrenatural del espacio sagrado.
Los cristianos somos sin duda piedras vivas, significando la exigencia de sostener firmemente, con nuestro testimonio, la fe recibida, pero a su vez, en la edificación de templos dignos las almas expresan el deseo y vocación de elevarse hacia Dios, de permanecer como testigos fieles, desafiando el tiempo como hijos de Eternidad, así como se expresa en el encendido de los cirios nuestro deseo de consumirnos, negándonos a nosotros mismos por Cristo, a los pies de Su altar.
Pero se ha hecho de estos significados complementarios, una oposición indebida.
Y el camino ancho y en descenso de la corrupción es rápido, sin duda.  En Buenos Aires, por ejemplo,  hace un par de décadas muchos nos escandalizábamos cuando para ciertas fiestas litúrgicas se elegía un estadio de fútbol o una plaza alegando la gran cantidad de asistentes.
Luego fuimos siendo testigos cada vez más frecuentemente, de la cesión “amistosa” de templos y conventos  para usos profanos (léase profanación), desde conciertos hasta fiestas bailables emulando similares usos en Europa. Hace pocos años muchos cristianos ya se van acostumbrando a ver Iglesias derrumbadas o convertidas en mezquitas…
Y sin embargo Nuestro Señor dijo “voy a prepararos un lugar….” (Jn.14, 2) dando un sentido sobrenatural al espacio, pues la vida humana se desarrolla entre el “cuándo” y el “dónde”.
También pidió a sus apóstoles que procuraran para la Última Cena un sitio adecuado (Mt 26, 17-25) para la institución de Su divina Presencia Eucarística, alma de la Iglesia. Se trataba de un lugar digno, no de algo indiferente, y Nuestro Señor da detalles precisos; hay una casa determinada y no deja el asunto librado al azar o las ocurrencias del momento.
Y sin embargo algunos quisieran abolir los lugares sagrados de única Iglesia verdadera, fundada por Dios hecho Hombre.
En los días siguientes, no faltaron entre las condolencias, unas declaraciones de personajes más o menos notorios que pregonaban la necesidad de una Iglesia con “menos templos” y más obras para los pobres y refugiados. La Caram  -como Judas…- indignándose por las cuantiosas donaciones para “un edificio” mientras tantos mueren de hambre, fue una de las representantes de este sentir de muchos católicos con corazón y cerebro quemados por la teología de la liberación.
En el otro extremo, nos hemos hartado de oír los lamentos por los “tesoros culturales” que se perdían, pero sin que nadie se detuviera a decir que un pueblo que empeña tantas fortunas y años sin calcular pérdidas personales, no lo hace por la cultura ni por la humanidad sino por amor y reverencia al Señor del Universo.
Nuestra Señora también toma sus múltiples nombres y advocaciones de los lugares precisos donde quiso manifestarse y quedarse, como es el caso de Nuestra Señora de Luján, cuya fiesta celebramos ayer.
Lo cierto es que de uno y otro lado, se reflota nuevametne el antiguo iconoclasmo que no es sino el odio demoníaco a la Encarnación del Verbo.
Es ese odio el que alienta la diabólica sugestión de ser como ángeles -quienes no necesitan de los sentidos para conocer-, y que en Descartes inficionó la conciencia moderna, como señalaba Maritain: “el pecado de Descartes es un pecado de angelismo (…) porque ha concebido el pensamiento humano sobre el tipo de Pensamiento angélico.” (Tres Reformadores, Difusión, 1968, p.70)
Con el endemoniado Lutero, el rechazo a las imágenes, como de toda mediación de la Realidad –de allí el rechazo de la vía sacramental- fue haciéndose más violento y hoy con la acentuada protestantización del catolicismo, sazonado por el panteísmo new age, ya no sorprende a nadie; las monstruosas edificaciones pseudocristianas son testimonio de esa corrupción del genuino espíritu católico.
La reciente justificación de la “misa playera” es otro ejemplo de ello, prefiriendo la libertad de la “madre tierra” a los templos consagrados, contra lo que la propia Iglesia establece en el Catecismo:
1180 Cuando el ejercicio de la libertad religiosa no es impedido (cf DH 4), los cristianos construyen edificios destinados al culto divino. Estas iglesias visibles no son simples lugares de reunión, sino que significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres reconciliados y unidos en Cristo.
1181 “En la casa de oración se celebra y se reserva la sagrada Eucaristía, se reúnen los fieles y se venera para ayuda y consuelo los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el altar del sacrificio. Esta casa de oración debe ser hermosa y apropiada para la oración y para las celebraciones sagradas” (PO 5; cf SC 122-127). En esta “casa de Dios", la verdad y la armonía de los signos que la constituyen deben manifestar a Cristo que está presente y actúa en este lugar (cf SC 7)
1186 Finalmente, el templo tiene una significación escatológica. Para entrar en la casa de Dios ordinariamente se franquea un umbral, símbolo del paso desde el mundo herido por el pecado al mundo de la vida nueva al que todos los hombres son llamados. La Iglesia visible simboliza la casa paterna hacia la cual el pueblo de Dios está en marcha y donde el Padre “enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 21,4).
Aquel panteísmo larvado es el que hoy hace despreciar los cuerpos humanos, ya sea experimentando con ellos en claro desafío al Creador, ya tiñéndolos de románticas y sensibleras fantasías cuando se arrojan las cenizas de los difuntos al viento o al mar.
El lugar sagrado es, pues, el enclave de nuestra realidad: fruto del contacto privilegiado entre lo divino y lo humano.
El hecho de que se haya señalado para el atentado a Notre Dame la Semana Santa hace converger asimismo lugar y tiempo sagrado, procurándose también así corromper el tiempo donde se salvan o pierden las almas, para así entorpecer la búsqueda de la eternidad.
Ahora sí, entonces, volvemos a considerar las piedras vivas, sin equívocos dialécticos.
Frente a todo pronóstico, la estructura de la Catedral ha quedado en pie, y así como la Cruz permanece mientras el mundo gira, la del altar mayor ha visto el espectáculo dantesco imperturbable, con la Piedad impertérrita a sus plantas. Alguien ha recordado a Santa Juana, joven patrona de la Francia “hija predilecta de la Iglesia”, y su pedido en el patíbulo: “poned la cruz bien alto, para que pueda verla en medio de las llamas”…
Hoy es patente la vocación martirial de los cristianos, tal vez con mayor claridad que en otras épocas de la historia, y ay del católico que no se convenza de que si apartamos la vista de la Cruz… estaremos perdidos sin remedio.
También Nuestra Señora ha quedado en pie, Reina y Señora de todo lo creado; y Santa Teresita, pequeña gigante de la Francia genuina que iluminó con la fe a través de San Bernardo, de Clodoveo, de Godofredo, San Luis rey, Carlomagno, y tantos otros, antes de que las sombras de la Ilustración se cernieran sobre el mundo.
Así, como esas piedras y esas imágenes que son figura de la verdadera vida de la Iglesia, se dieron cita espontáneamente muchas piedras vivas de la Iglesia militante de hoy, sin esperar convocatoria de pastores pusilánimes, como para decirle al mundo que el Espíritu Santo sigue animando al Pequeño Rebaño, pese a todas las apariencias de que la fe se haya extinguido.
La carta de Andrei, un joven bielorruso residente en París, es una bellísima y elocuente estampa de esto, y de muchos de los innegables signos que se dieron cita en ese atardecer, por lo que merece citarse in extenso (aquí completa) :
 "(…) En ese momento me movía la curiosidad, igual que a cualquiera. Aunque algo dentro de mí me decía que debía estar allí. No tenía la más mínima idea de lo que iba a suceder. Había gente en pie cantando el Ave María en francés, Je vous salue Marie. Me quedé allí con ellos. No dejaba de llegar gente, hasta que la calle acabó bloqueada por cientos de personas cantando. Algunos rezaban de rodillas, otros llevaban en la mano iconos o rosarios.  (…) La oración era constante, sin pausa. Vi hombres corpulentos llorando como niños. No eran los únicos. De vez en cuando alguno salía y delante de todos pedía un minuto de silencio. Luego seguían cantando. Llegando un cierto momento se leyó el evangelio de Juan 2,13-25, donde se habla de la expulsión de los mercaderes y de la profecía de Jesús sobre la destrucción del templo. (…) Luego rezamos juntos el Padre Nuestro. Después, la oración a santa Genoveva, patrona de París. Y la oración a la Virgen de san Juan Pablo II, que él mismo rezó en Notre Dame. Luego se leyó la oración de san Francisco y un fragmento de Charles Péguy sobre la Virgen. También rezamos por los bomberos.
Traían agua y biscotes para repartir. No había sacerdotes, no había nadie que dirigiera de alguna manera, todo se organizó espontáneamente. Aparecieron una pareja de jóvenes con violines y acompañaron con música los cantos. Al oscurecer, se encendieron las farolas. Desde las dos columnas de la catedral se veían las luces de las linternas de los bomberos. Encima del incendio, luces rojas, hasta las estrellas parecían rojas, eran drones tomando fotografías. Sonaban las campanas por todas partes.
A las 23.10 h una persona anunció a todos que habían conseguido salvar la estructura de la catedral. Algunos empezaron a cantar el himno Nous Te saluons, couronnée d’étoiles y todos se unieron al coro. Luego hubo otros cantos dedicados a la Virgen. Dijeron que la Corona de espinas y la túnica de san Luis se han salvado del fuego, y entonamos el Salve Regina en latín, para repetir después varias veces Je vous salue Marie.
El fuego todavía ardía, pero ya más débil. Poco a poco, la gente empezó a marcharse. (…)Era como si hubiera sucedido lo mismo en todas las calles, puentes y plazas. Miles de personas cantando por las calles durante horas. Era algo parecido a la revolución.
Ahora pienso que la gente con la que estuve rezando no rezaba por el mero disgusto de la destrucción de una pieza esencial de nuestro patrimonio cultural, no lloraban solo porque ardía un símbolo de la nación francesa. La gente estaba allí rezando a Notre Dame, Nuestra Señora. Nadie había convocado a todos esos jóvenes, ni los curas ni los obispos. Fue un movimiento espontáneo pero al mismo tiempo ordenado y respetuoso. Eran piedras de la Iglesia real, una Iglesia joven y viva que se mostraba a sí misma. (…) Nadie se esperaba el incendio. Pero tampoco nadie se esperaba una reacción de este tipo. Fue un acontecimiento, diferente a cualquier otra cosa que pudiéramos imaginar. Algo que rompía una continuidad.   Ahora veremos qué nos pedirá Dios en los próximos días …".
 DOS FUEGOS VERDADEROS
El fuego es también, como signo, susceptible de varias lecturas que desde la fe tendrían que hacernos reflexionar.
Por una parte, la innegable referencia al infierno, tan pertinazmente negado incluso desde la Jerarquía de la Iglesia, con grave peligro para las almas que se les  ha confiado. A dicha Jerarquía se refería De Mattei también, a propósito del incendio, precisamente de la cúpula:
“¿Cómo no ver en el humo y las llamas que la envolvieron el pasado 15 de abril la imagen del humo y las llamas que envuelven actualmente a la Iglesia de Cristo? Desde 1972 Pablo VI hablaba del humo de Satanás que se había introducido en el templo de Dios. El humo actual es de un incendio que se ha propagado por la Iglesia que ha llegado a carbonizar su cúpula. El desplome de la alta aguja de Notre Dame, ¿no sería más bien una imagen del desplome de la cúspide de la Iglesia? (…) El lenguaje de los gestos expresa de modo directo una realidad que fácilmente puede discernir todo bautizado que no haya perdido el sensus fidei.
Pero por otra parte, debe recordarnos el ardor evangélico que por doquier se ha venido entibiando en el seno de la Iglesia, desde el repudio a todo “proselitismo”, hasta la acusación velada o explícita de fanatismo a quienes predican la fe de nuestros padres incansablemente, pisoteando todo respeto humano, que hoy se vende como virtud bajo capa de “tolerancia”.
Recordando entonces las escenas del incendio, y las lágrimas por él alrededor de todo el mundo, no podemos sino pensar en un velado reproche de Nuestro Señor, como si nos recordara que No he venido a traer sino fuego a la tierra, y cómo quisiera que ya estuviese ardiendo!” (Lc.12, 49),
Cabría pensar entonces que así como si nosotros callamos, “gritarán las piedras” (Lc. 19, 40), de manera semejante, si las piedras vivas - los cristianos- nos negamos a incendiar el mundo con un testimonio decidido, veremos arder nuestros templos bajo las llamas justas y vengativas de los enemigos del nombre de Cristo, permitidos para sacudir nuestra molicie y para que no nos dejemos arrastrar por la corriente de tibieza y apostasía
Este ha sido sin duda el bendito fruto para muchas almas, algunos de cuyos testimonios han sido publicados.
SIGNOS… ¿PARA QUIÉN?
Este suceso, que sin duda marcará un hito en la historia de la Iglesia y las persecuciones a ella, tiene a nuestro juicio, por parte de la Providencia, una apelación ambivalente.
Por una parte para la propia Iglesia, instándola a despertar del letargo, como castigo y advertencia, con ecos de La Salette (llamada por S.Juan Pablo II “madre de todas las profecías”), en donde Nuestra Señora dijo que  “París será quemada y Marsella tragada [por las aguas]; varias grandes ciudades serán sacudidas y tragadas por temblores de tierra; se creerá que todo está perdido; solo se verán homicidios, se oirán únicamente ruidos de armas y blasfemias.”
También recordamos los más que significativos párrafos de la Bta. Ana Catalina Emmerich: “De golpe, una llama partió la torre, se extendió sobre el tejado y parecía que todo se iba a consumir. Pensaba yo entonces en el ancho río que pasaba por uno de los lados de la ciudad, preguntándome si no se podría con su agua apagar el fuego. Pero las llamas hirieron muchos de los que habían puesto su mano en el trabajo de demolición: las llamas los cazaron y la iglesia continuó de pié. Sin embargo vi que no se salvaría más que tras la gran tormenta que se aproximaba. 
Este incendio, cuyo aspecto era espantoso, indicaba en primer lugar un gran peligro, en segundo lugar un nuevo esplendor de la Iglesia tras la tempestad. En este país ellos han comenzado ya a arruinar a la Iglesia por medio de escuelas que entregan a la incredulidad.”
Un fraile dominico, Fray Aquinas Guilbeau O.P., ha sintetizado un “diagnóstico” en un par de líneas: “Solo hay una opción: ‘Repara mi iglesia. No cometamos el mismo error de San Francisco cuando él escuchó estas palabras de nuestro Señor. Dios no se refería solamente en el edificio”.
Pero este inmenso ataque permitido por Dios es seguramente también apelación al mundo, pues si se quemara el Louvre o alguna gran mezquita … no creermos que el orbe entero se hubiese paralizado como lo hizo ese lunes santo, aunando corazones, lágrimas y plegarias de todos los confines de la tierra, como si clamasen: “No canten victoria, que aunque esté llena de cismáticos, herejes y apóstatas aún desde su cúpula, la Iglesia vive por ser el Cuerpo Místico de Aquel que es el Alfa y la Omega, y que resurge vencedor de su sepulcro.” Cristo Vence.
Vayan pues como cierre estas magníficas y casi proféticas palabras de San Pedro Julián Eymard -fundador de los Sacramentinos, y reverenciado por el Santo Cura de Ars- que sin duda debe velar aún por su patria terrena desde la Celestial, junto a Santa Juana y San Bernardo, a los pies de Nuestra Señora: 
 “A la puesta del sol siguen las tinieblas, y cuando el sol se esconde, hace frío.
Si el amor a la Eucaristía se extingue, piérdese la fe, reina la indiferencia y en esta noche del alma, como bestias feroces, salen los vicios a hacer presa de ella. (…)
Y lo que hace Jesucristo con los individuos lo hace igualmente con los pueblos. Si éstos no le aman, ni le respetan, ni le conocen, sino que le abandonan y desprecian, ¿qué hará el rey al verse de esta manera abandonado de sus súbditos? ¡Jesús se va, se marcha a otro pueblo mejor! ¡Qué espectáculo más triste es el que ofrecen los pueblos cuando Jesús se aparta de ellos! En otro tiempo tuvo un sagrario en el cenáculo, que hoy está convertido en mezquita, y la verdad, no teniendo ya verdaderos adoradores, ¿qué había de hacer allí Jesucristo?  En Egipto y otras partes de África, que fueron otrora tierra por excelencia de los sanos, en que habitaron legiones de santos monjes, han sido dejados por Nuestro Señor y reina por doquier la desolación, pero no hay duda de que Jesucristo fue el último en abandonar esos países, cuando no encontró un solo adorador. ¡También esta nube desoladora ha pasado por Europa! Jesús ha sido arrojado de los templos y profanados sus altares, sin que haya vuelto a entrar en ellos.
En Francia se ha disminuido la fe y el amor a la Eucaristía, ¡cuántas de sus iglesias en poder de los herejes, en las que contó anteriormente con fervientes adoradores! (…)¡Y en nuestras aldeas se cierran iglesias por miedo a los ladrones y porque nadie entra en ellas!
Estemos bien seguros de que si se marcha Jesucristo, volverán los crímenes, la persecución y la barbarie. ¿Quién podrá contener o será capaz de conjurar estas públicas calamidades?
 ¡Oh, Señor, permanece con nosotros, seremos tus fieles adoradores! Permanece con nosotros, que se hace tarde y sin Ti la noche se nos echa encima! (…) ¡Que llegue vuestro reino, que se acreciente, que se eleve y perfeccione!(…)¡Pequeño, muy pequeño es el reino de Jesucristo!
Se han menospreciado y cercenado tanto sus derechos, así como los de su Iglesia, y por doquier es perseguido Nuestro Señor, arrebatándole los templos y los pueblos! (…)
¡Cuántos pueblos a los que nunca ha llegado la fe! Pedid a Nuestro Señor buenos sacerdotes que sean verdaderos apóstoles, esa debe ser vuestra continua súplica. Esos pobres infieles no conocen a su Padre celestial, ni a su tierna madre, ni a Jesús su Salvador!
(…) Para trabajar por la conservación de la fe es necesario adoptar un lenguaje cristiano, usar el lenguaje de la fe. ¡Cambiad el lenguaje del mundo! Por una culpable tolerancia hemos dejado que Nuestro Señor fuese desterrado de las costumbres, de las leyes, de las formas y conveniencias sociales, y en los salones de los grandes nadie se atreve ya a hablar de Jesucristo. Hay tantos, dicen, que no cumplen con la Iglesia ni asisten al sacrificio de la Misa, que teme uno molestar a alguno de los contertulios… Se hablará del arte religioso, de las verdades morales, de la belleza de “la religión”, pero de Jesucristo,  de la Eucaristía, jamás. (…)
¡Cambiad todo eso!¡Haced profesión de vuestra fe, sabed decir Nuestro Señor Jesucristo, Nuestro Señor Jesucristo, y no Cristo a secas. En fin; es necesario demostrar que Nuestro Señor tiene derecho a vivir y reinar en el lenguaje social. Es una deshonra para los católicos tener siempre a Jesucristo bajo el celemín…
Se oye a cada paso proclamar principios ateos; por doquier hay gente que se jacta de no creer en nada, ¿y nosotros hemos de temer afirmar nuestra fe y pronunciar el nombre del Divino Maestro? (…)  Hay dos ejércitos frente a frente.  No hay más remedio que alistarse en el bando de Jesucristo o en el de Satanás. Confesad, pues, el nombre de nuestra bandera, y a tenerla enhiesta, sin cobardías (…) ¿Qué soberano podrá reinar como dueño y señor, si no domina todos los confines de su estado?(…) A veces se le deja poner un pie en el corazón, pero en seguida tropieza con un obstáculo; se le concede una cosa y se le niega otra.(…)
Aflige que las almas piadosas que viven en el mundo, consideren la perfección como reservada sólo para el estado religioso. Y es que no se tiene el valor de amar, esa es la verdad…”
A enjugar todas las lágrimas y penas que nos trae ese humo denso a todos los confines de la Iglesia, y a pesar de todas las mentiras e imposturas, a seguir adelante, edificando en la Verdad.
Mª Virginia

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