Sor Eugenia Bonetti, misionera de la Consolata, ha
sido la encargada de redactar las meditaciones del Vía Crucis que este Viernes
Santo 2019 presidirá el Papa Francisco en el Coliseo de Roma.
Según señaló en declaraciones a EWTN y ACI Prensa, las meditaciones se
centrarán en el sufrimiento de las víctimas de trata. Afirmó que Cristo
continúa muriendo “en nuestras calles y nos pide
ser nosotros mismos samaritanos, nos pide ser nosotros el Cirineo, ser nosotros
la Verónica, de secar aquel rostro que tiene lágrimas, sudor, que está sucio
por la calle, por la humillación, y Él nos pide hacer esto hoy”.
A continuación, publicamos el texto completo de las meditaciones que se
usarán en el Vía Crucis que presidirá el Santo Padre el día 19 de abril:
INTRODUCCIÓN
Ya han pasado 40 días de la imposición de la ceniza con la que empezamos
el camino cuaresmal. Hoy hemos revivido las últimas horas de vida terrena del
Señor Jesús, hasta que, suspendido en la cruz, gritó su: “consummatum est”,
“está cumplido”. Reunidos en este lugar, en el que millares de personas
en el pasado sufrieron el martirio por ser fieles a Cristo, queremos ahora
recorrer esta “vía dolorosa” junto a todos
los pobres, los excluidos de la sociedad y los nuevos crucificados de la
historia actual, víctimas de nuestra cerrazón, del poder y de las
legislaciones, de la ceguera y del egoísmo, pero sobre todo de nuestro corazón
endurecido por la indiferencia. Una enfermedad, esta última, que también
sufrimos nosotros, los cristianos. Que la cruz de Cristo, instrumento de muerte
pero también de vida nueva, que une como en un abrazo la tierra y el cielo, el
norte y el sur, el este y el oeste, ilumine la conciencia de los ciudadanos, de
la Iglesia, de los legisladores y de todos los que se profesan seguidores de
Cristo, para que llegue a todos la Buena Noticia de la redención.
I ESTACIÓN
Jesús es condenado a
muerte
«No todo el que me
dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos,
sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21)
sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21)
REFLEXIÓN: Señor, ¿quién mejor que María, tu Madre, supo ser tu discípula? Ella
aceptó la voluntad del Padre incluso en el momento más oscuro de su vida, y con
su corazón destrozado estuvo a tu lado. La que te engendró, te llevó en su
seno, te recibió en sus brazos, te alimentó con amor y te acompañó durante tu
vida terrenal, debía recorrer tu misma vía del Calvario y compartir contigo el
momento más dramático y doloroso de tu vida y de la suya.
ORACIÓN: Señor, ¿cuántas madres viven todavía hoy la
experiencia de tu Madre y lloran por el destino de sus hijas y sus hijos?
¿Cuántas, después de haberlos engendrado y dado a luz, los ven sufrir y morir
por las enfermedades, la falta de alimentos, de agua, de atención médica y
oportunidades de vida y de futuro? Te pedimos por aquellos que ocupan
puestos de responsabilidad, para que puedan escuchar el clamor de los pobres
que sube a Ti desde todo el mundo. El grito de todas esas jóvenes vidas, que de
muchos modos están condenadas a muerte por la indiferencia generada por
políticas exclusivas y egoístas. Que no falte a ninguno de tus hijos el trabajo
y lo necesario para una vida honrada y digna.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a hacer tu
voluntad”
― En los momentos de dificultad y desesperación.
― En los momentos de sufrimiento físico y moral.
― En los momentos de oscuridad y soledad.
II ESTACIÓN
Jesús con la cruz a
cuestas
«Si alguno quiere
venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga» (Lc 9,23)
REFLEXIÓN: Señor Jesús, es fácil llevar el crucifijo al cuello o colgarlo como un
ornamento en las paredes de nuestras hermosas catedrales o nuestras casas, pero
no es tan fácil encontrar y reconocer los nuevos crucificados de hoy: las
personas sin hogar, los jóvenes sin esperanza, sin trabajo y sin perspectivas,
los inmigrantes obligados a vivir en las barracas en los márgenes de nuestra
sociedad, después de haber padecido sufrimientos inauditos. Lamentablemente,
estos campamentos sin seguridad son quemados y arrasados, junto con los sueños
y esperanzas de miles de hombres y mujeres marginados, explotados y olvidados.
Además, ¡cuántos niños son discriminados a causa de
su origen, del color de su piel o de su clase social!, ¡cuántas madres sufren
la humillación de ver a sus hijos ridiculizados y excluidos de las mismas
oportunidades que tienen sus coetáneos y compañeros de escuela!
ORACIÓN: Te damos gracias, Señor, porque con tu propia vida nos has dado ejemplo
de cómo se manifiesta el amor verdadero y desinteresado hacia los demás,
especialmente hacia los enemigos o simplemente hacia el que no es como
nosotros. Señor Jesús, cuántas veces también nosotros, igual que tus
discípulos, nos hemos declarado abiertamente seguidores tuyos en los momentos
en que realizabas curaciones y prodigios, cuando alimentabas a la multitud y
perdonabas los pecados. Pero no fue tan fácil entenderte cuando hablabas de
servicio y perdón, de renuncia y sufrimiento. Ayúdanos a que sepamos poner
siempre nuestras vidas al servicio de los demás.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a esperar”
― Cuando nos sentimos abandonados y solos.
― Cuando es difícil seguir tus pasos.
― Cuando el servicio a los demás se hace difícil.
III ESTACIÓN
Jesús cae por primera
vez
«Él soportó
nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53,4)
REFLEXIÓN: Señor Jesús, en el camino empinado que conduce al Calvario has querido
experimentar la fragilidad y la debilidad humana. ¿Cómo
sería hoy la Iglesia sin la presencia y la generosidad de tantos voluntarios,
los nuevos samaritanos del tercer milenio? En una fría noche de enero,
en una calle de las afueras de Roma, tres africanas casi niñas calentaban sus
cuerpos jóvenes y semidesnudos acurrucadas en el suelo alrededor de un brasero.
Algunos jóvenes, pasando con el automóvil, arrojaron material inflamable al
fuego para divertirse, quemándolas gravemente. En ese preciso momento, pasó una
de las muchas unidades callejeras de voluntarios que las socorrió y las llevó
al hospital para acogerlas después en una casa hogar. ¿Cuánto
tiempo pasó y ha de pasar para que esas muchachas se curen, no solo de las
quemaduras de sus miembros, sino también del dolor y de la humillación de
encontrarse con un cuerpo mutilado y desfigurado para siempre?
ORACIÓN: Señor, te agradecemos la
presencia de tantos nuevos samaritanos del tercer milenio que viven hoy la
experiencia del camino, inclinándose con amor y compasión sobre las numerosas
heridas físicas y morales de los que cada noche viven en el miedo y el terror
de la oscuridad, de la soledad y de la indiferencia. Señor, hoy por desgracia
ya no sabemos descubrir muchas veces quien está necesitado, ni ver quien está
herido y humillado. A menudo reclamamos nuestros derechos e intereses, pero
olvidamos los de los pobres y los últimos de la fila. Señor, danos la gracia de
no ser insensibles a sus lágrimas, a sus sufrimientos, a su grito de dolor
porque a través de ellos podemos encontrarte.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a amar”
― Cuando es difícil ser samaritanos.
― Cuando nos cuesta perdonar.
― Cuando no queremos ver el sufrimiento de los
demás.
IV ESTACIÓN
Jesús encuentra a su
Madre
«Una espada te
traspasará el alma, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos
corazones» (cf. Lc 2,35)
REFLEXIÓN: María, cuando presentaste al pequeño Jesús en el templo para el rito de
la purificación, el viejo Simeón te predijo que una espada atravesaría tu
corazón. Ahora es el momento de renovar tu fiat,
tu adhesión a la voluntad del Padre, a pesar de que acompañar a un hijo al
patíbulo, tratado como un criminal, causa un dolor desgarrador. Señor, ten
piedad de tantas madres, demasiadas, que han dejado partir hacia Europa a sus
jóvenes hijas con la esperanza de ayudar a sus familias que viven en la extrema
pobreza, encontrando en cambio humillaciones, desprecio e incluso, a veces, la
muerte. Como la joven Tina, asesinada brutalmente en una calle con solo veinte
años, dejando a una niña de pocos meses.
ORACIÓN: María, en este momento vives el
mismo drama de muchas madres que sufren por sus hijos que se han ido a otros
países con la esperanza de encontrar una oportunidad para un futuro mejor, para
ellos y para sus familias, pero que, por desgracia, han encontrado humillación,
desprecio, violencia, indiferencia, soledad e incluso la muerte. Dales fuerza y
valor.
Oremos juntos diciendo: “Señor, haz que sepamos dar
siempre apoyo y consuelo, y estar presentes para ofrecer ayuda”
― Para consolar a las madres que lloran el destino
de sus hijos.
― Para quien ha perdido toda esperanza en su vida.
― Para quien sufre violencia y desprecio todos los
días.
V ESTACIÓN
El Cireneo ayuda a
Jesús a llevar la cruz
«Llevad los unos
las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo» (Ga 6,2)
REFLEXIÓN: Señor Jesús, en el camino al
Calvario sentiste el peso y la dificultad de llevar esa áspera cruz de madera.
En vano esperaste el gesto de ayuda de un amigo, de uno de tus discípulos o de
una de las muchas personas a quienes aliviaste sus sufrimientos. Lamentablemente,
solo un desconocido, Simón de Cirene, por obligación, te echó una mano. ¿Dónde están hoy los nuevos cireneos del tercer milenio?
¿Dónde los encontramos? Me gustaría mencionar la experiencia de un grupo
de religiosas de diferentes nacionalidades, orígenes e institutos de
proveniencia con las que, durante más de diecisiete años, visitamos en Roma
todos los sábados un centro para mujeres inmigrantes indocumentadas. Mujeres, a
menudo jóvenes, en espera de conocer su destino, en vilo entre la deportación y
la posibilidad de quedarse. Cuánto sufrimiento, pero también cuánta alegría
percibimos en estas mujeres cuando encuentran religiosas provenientes de sus
países, que hablan sus lenguas, que secan sus lágrimas, que comparten momentos
de oración y de fiesta, que vuelven menos crueles los largos meses pasados
entre rejas y en sórdidas calles.
ORACIÓN: Por todos
los cireneos de nuestra historia. Para que nunca les falte el deseo de acogerte
bajo la apariencia de los últimos de la tierra, conscientes de que, al tender
la mano a los más pobres de nuestra sociedad, te acogemos a ti. Que ellos sean
samaritanos portavoces de aquellos que no tienen voz.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a llevar
nuestra cruz”
― Cuando estamos cansados y desanimados.
― Cuando sentimos el peso de nuestras debilidades.―
Cuando nos pides que compartamos los sufrimientos de los demás.
VI ESTACIÓN
La Verónica enjuga el
rostro de Jesús
«Cada vez que lo
hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40)
REFLEXIÓN: Pensemos en los niños de diversas partes del mundo que no pueden
ir a la escuela y que, en cambio, son explotados en las minas, en los campos,
en la pesca; vendidos y comprados por traficantes de carne humana, para
trasplantes de órganos; abusados y explotados en nuestras calles por muchos,
incluidos los cristianos, que han perdido el sentido de la sacralidad propia y
de los demás. Como una menor de edad de cuerpo diminuto, encontrada una noche
en Roma, a la que hombres en automóviles lujosos hacían fila para aprovecharse
de ella. Y, sin embargo, podía tener la misma edad de sus hijas... ¡Qué desequilibrio puede crear esta violencia en la vida
de tantas jóvenes que experimentan solo el abuso, la arrogancia y la
indiferencia de aquellos que, de noche y de día, las buscan, las usan, se
aprovechan de ellas, y luego las arrojan de vuelta a la calle para caer en las
garras del próximo comerciante de vidas!
ORACIÓN: Señor
Jesús, limpia nuestros ojos para que sepamos descubrir tu rostro en nuestros
hermanos y hermanas, especialmente en todos aquellos niños que, en muchas
partes del mundo, viven en la miseria y en la degradación. Niños privados del
derecho a una infancia feliz, a una educación escolar, a la inocencia.
Criaturas usadas como mercancía barata, vendidas y compradas por placer. Señor,
te pedimos que tengas piedad y compasión de este mundo enfermo y ayúdanos a
redescubrir la belleza de nuestra dignidad como seres humanos, creados a tu
imagen y semejanza.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a ver”
― El rostro de los niños inocentes que piden ayuda.
― Las injusticias sociales.
― La dignidad que cada persona posee y que es
pisoteada.
VII ESTACIÓN
Jesús cae por segunda
vez
«Él no devolvía
el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; sino que se
entregaba al que juzga rectamente» (1 P 2,23)
REFLEXIÓN: ¡Cuántas venganzas en este nuestro tiempo! La sociedad actual ha perdido el gran valor del perdón, don por
excelencia, curación para las heridas, fundamento de la paz y de la convivencia
humana. En una sociedad donde el perdón se experimenta como debilidad, tú,
Señor, nos pides que no nos quedemos en las apariencias. Y no lo haces con
palabras, sino con el ejemplo. A los que te atormentan, tú les respondes: “¿Por qué me perseguís?”, sabiendo muy bien que la
verdadera justicia nunca puede basarse en el odio y la venganza. Haznos capaces
de pedir y dar perdón.
ORACIÓN: «Padre, perdónalos porque no saben lo
que hacen» (Lc 23,34). Señor, también tú sentiste el peso de
la condena, del rechazo, del abandono, del sufrimiento ocasionado por personas
que te habían encontrado, acogido y seguido. Con la certeza de que el Padre no
te había abandonado, encontraste la fuerza para aceptar su voluntad perdonando,
amando y ofreciendo esperanza a quien como tú recorre hoy el mismo camino de
burla, desprecio, escarnio, abandono, traición y soledad.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a dar
consuelo”
― A quien se siente ofendido e insultado.
― A quien se siente traicionado y humillado.
― A quien se siente juzgado y condenado.
VIII ESTACIÓN
Jesús encuentra a las
mujeres
«Hijas de
Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos» (Lc23,28)
REFLEXIÓN: La
situación social, económica y política de los migrantes y de las víctimas de la
trata de personas nos cuestiona y nos sacude. Debemos tener el valor, como
afirma con fuerza el Papa Francisco, de denunciar el tráfico de seres humanos
como un crimen contra la humanidad. Todos nosotros, especialmente los
cristianos, debemos tomar más conciencia de que todos somos responsables del
problema y que podemos y debemos ser parte de la solución. A todos, pero, sobre
todo, a nosotras las mujeres, se nos pide el desafío de ser valientes. La resolución
de saber ver y actuar, individualmente y como comunidad. Solamente sumando la
pobreza de cada uno, esta puede convertirse en una gran riqueza, capaz de
cambiar la mentalidad y de aliviar el sufrimiento de la humanidad. El pobre, el
extranjero, el que es diferente no debe ser visto como un enemigo que hay que
rechazar o combatir sino, más bien, como un hermano o hermana que hay que
acoger y ayudar. Ellos no son un problema, sino un recurso valioso para
nuestras ciudades blindadas, donde el bienestar y el consumismo no apaciguan el
cansancio y la fatiga crecientes.
ORACIÓN: Señor,
enséñanos a tener tus ojos. Esa mirada de bienvenida y misericordia con la que
ves nuestros límites y nuestros temores. Ayúdanos a ver las diferencias de
ideas, hábitos y puntos de vista. Ayúdanos a reconocernos a nosotros mismos
como parte de la misma humanidad y a convertirnos en promotores de formas
audaces y nuevas de acogida a los diferentes, para crear juntos comunidad,
familia, parroquias y sociedad civil.
Oremos juntos diciendo: “Ayúdanos a compartir el
sufrimiento de los demás”
― Con el que sufre la muerte de sus seres queridos.
― Con el que le cuesta pedir ayuda y consuelo.
― Con el que ha experimentado maltrato y violencia.
IX ESTACIÓN
Jesús cae por
tercera vez
“Maltratado,
voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al
matadero” (Is 53,7)
REFLEXIÓN: Señor, has caído por tercera vez, exhausto y humillado, bajo el peso de
la cruz. Como tantas jóvenes, obligadas en las calles por grupos de traficantes
de esclavos, que sufren el cansancio y la humillación de ver sus propios
cuerpos y sus sueños manipulados, abusados, destruidos. Esas jóvenes mujeres se
sienten como desdobladas: por una parte buscadas y usadas, por otra rechazadas
y condenadas por una sociedad que no quiere ver este tipo de explotación,
causado por el triunfo de la cultura del usar y tirar. Una de las tantas noches
pasadas en las calles de Roma, buscaba una joven recién llegada a Italia. Al no
verla en su grupo, la llamaba insistentemente por su nombre: “¡Mercy!”. En la oscuridad, la vi acurrucada y
dormida al borde de la calle. Al oírme se despertó y me dijo que no podía más. “Estoy exhausta”, repetía… Pensé en su madre: si supiese lo que le ha sucedido a su hija, se quedaría
sin lágrimas.
ORACIÓN: Señor, ¿cuántas veces nos has dirigido
esta pregunta incómoda: “Dónde está tu hermano, dónde está tu hermana”?
¿Cuántas veces nos has recordado que su grito desgarrador había llegado hasta
ti? Ayúdanos a compartir el sufrimiento y la humillación de tantas
personas tratadas como desechos. Es muy fácil condenar seres humanos y
situaciones vergonzosas que humillan nuestro falso pudor, pero no es tan fácil
asumir nuestras responsabilidades como individuos, como gobiernos y también
como comunidades cristianas.
Oremos juntos diciendo: “Concédenos, Señor, fuerza
y valentía para denunciar”
― Ante la explotación y la humillación sufrida por
tantos jóvenes.
― Ante la indiferencia y el silencio de tantos
cristianos.
― Ante leyes injustas y carentes de humanidad y
solidaridad.
X ESTACIÓN
Jesús es despojado de
sus vestiduras
“Revestíos de
compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col3,12)
REFLEXIÓN: Dinero, bienestar, poder. Son los ídolos de todas las épocas. También y
sobre todo de la nuestra, que presume de los grandes pasos dados en el
reconocimiento de los derechos de la persona. Todo se puede comprar, incluso el
cuerpo de los menores, despojados de su dignidad y de su futuro. Hemos olvidado
la centralidad del ser humano, su dignidad, su belleza, su fuerza. Mientras en
el mundo se levantan muros y barreras, queremos recordar y agradecer a todos
los que, en estos últimos meses, desde distintas funciones han arriesgado su
propia vida, particularmente en el Mar Mediterráneo, para salvar las de tantas
familias en busca de seguridad y oportunidades. Seres humanos escapando de la
pobreza, las dictaduras, la corrupción, la esclavitud.
ORACIÓN: Ayúdanos, Señor, a descubrir la belleza y la riqueza que toda persona y
todo pueblo encierran en sí como don tuyo, único e irrepetible, para poner al
servicio de toda la sociedad y no para alcanzar intereses personales. Te
pedimos, Señor, que tu ejemplo y tus enseñanzas de misericordia y perdón, de
humildad y paciencia nos hagan un poco más humanos y, por tanto, más
cristianos.
Oremos juntos diciendo: “Concédenos, Señor, un
corazón lleno de misericordia”
― Ante la ambición del placer, del poder y del
dinero.
― Ante las injusticias infligidas a los pobres y a
los más débiles.
― Ante el espejismo de los intereses personales.
XI ESTACIÓN
Jesús es clavado en la
cruz
“Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)
REFLEXIÓN: Nuestra sociedad proclama la igualdad de derechos y la dignidad de todos
los seres humanos; pero practica y tolera la desigualdad, acepta incluso hasta
sus formas más extremas. Hombres, mujeres y niños son comprados y vendidos como
esclavos por los nuevos mercaderes de seres humanos. A su vez, las víctimas de
la trata son explotadas por otros individuos. Y finalmente desechadas como
mercancía sin valor. ¿Cuántos se hacen ricos
devorando la carne y la sangre de los pobres?
ORACIÓN: Señor, cuántas personas todavía hoy son clavadas en una cruz, víctimas
de una explotación deshumana, privadas de dignidad, de libertad, de futuro. Su
grito de auxilio nos interpela como hombres y mujeres, como gobiernos, como
sociedad y como Iglesia. ¿Cómo es posible que
continuemos crucificándote, siendo cómplices de la trata de seres humanos? Concédenos
ojos para ver y un corazón para sentir los sufrimientos de tantas personas que
aún hoy son clavadas en la cruz de nuestros sistemas de vida y de consumo.
Oremos juntos diciendo: “Señor, piedad”
― Por los nuevos crucificados de hoy, dispersos por
toda la tierra.
― Por los poderosos y los legisladores de nuestra
sociedad.
― Por quien no sabe perdonar y no sabe amar.
XII ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
“Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34)
REFLEXIÓN: También tú, Señor, has sentido en la cruz el peso de la burla, del
desprecio, de los insultos, de la violencia, del abandono, de la indiferencia.
Solo María, tu madre, y otras pocas discípulas, permanecieron allí, testigos de
tu sufrimiento y de tu muerte. Que su ejemplo nos inspire a comprometernos para
no hacer sentir la soledad a cuantos agonizan hoy en tantos calvarios dispersos
por el mundo, como los campos de acogida similares a campos de concentración en
los países de tránsito, los barcos a los que se niega un puerto seguro, las
largas negociaciones burocráticas para llegar al destino final, los centros de
permanencia, las zonas críticas, los campos para trabajadores temporales.
ORACIÓN: Te pedimos, Señor, que nos ayudes a estar cerca de los nuevos
crucificados y desesperados de nuestro tiempo. Enséñanos a enjugar sus
lágrimas, a confortarlos como supieron hacerlo María y las otras mujeres al pie
de tu cruz.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a dar
nuestra vida”
― Por cuantos han sufrido injusticias, odio y
venganza.
― Por cuantos han sido injustamente calumniados y
condenados.
― Por cuantos se sienten solos, abandonados y
humillados.
XIII ESTACIÓN
Jesús es bajado de la
cruz
“Si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”
(Jn 12,24)
REFLEXIÓN: ¿Quién recuerda, en esta era de noticias vertiginosas, a las veintiséis
jóvenes nigerianas, desaparecidas bajo las olas, cuyos funerales fueron
celebrados en Salerno? Su calvario fue duro y largo.
Primero la travesía por el desierto del Sahara, hacinadas en un improvisado
autobús. Después la parada forzosa en los horribles campos de acogida en Libia.
Finalmente, el salto al mar, donde encontraron la muerte a las puertas de la “tierra prometida”. Dos de ellas llevaban en su
seno el don de una nueva vida, niños que no verán nunca la luz del sol. Pero su
muerte, como la de Jesús bajado de la cruz, no fue en vano. Confiamos todas
estas vidas a la misericordia del Padre nuestro y de todos, pero sobre todo
Padre de los pobres, de los desesperados y de los humillados.
ORACIÓN: Señor, en
este momento, sentimos resonar una vez más el clamor que el papa Francisco
elevó en Lampedusa, meta de su primer viaje apostólico: «¿Quién ha llorado?». Y ahora, después de infinitos naufragios,
seguimos clamando: «¿Quién ha llorado?». ¿Quién ha
llorado?, nos preguntamos frente a los 26 ataúdes alineados y en los que
se distingue una rosa blanca. Solo cinco de ellas fueron identificadas. Con o
sin nombre, todas, sin embargo, son hijas y hermanas nuestras. Todas merecen
nuestro respeto y recuerdo. Todas nos piden que nos sintamos responsables:
instituciones, autoridades y también nosotros, por nuestro silencio y nuestra
indiferencia.
Oremos juntos: “Señor, ayúdanos a compartir el
llanto”
― Ante los sufrimientos de los demás.
― Ante todos los ataúdes sin nombre.
― Ante el llanto de tantas madres.
XIV ESTACIÓN
Jesús es puesto en el
sepulcro
“Está cumplido” (Jn 19,30)
REFLEXIÓN: El desierto y el mar se han convertido en los nuevos cementerios
de hoy. Frente a esas muertes no hay respuestas; pero hay responsabilidad.
Hermanos que dejan morir a otros hermanos. Hombres, mujeres, niños que no hemos
podido o querido salvar. Mientras los gobiernos discuten, encerrados en los
palacios del poder, el Sahara se llena de esqueletos de personas que no han
resistido el cansancio, el hambre, la sed. ¡Cuánto
dolor provocan estos nuevos éxodos! Cuánta crueldad se ensaña con el que
huye: los viajes de la desesperación, las
extorsiones y las torturas, el mar transformado en tumba de agua.
ORACIÓN: Señor, haznos comprender que todos somos hijos del mismo Padre. Que la
muerte de tu hijo Jesús haga que los jefes de las naciones y los responsables
de las legislaciones tomen conciencia de su rol en defensa de toda persona
creada a tu imagen y semejanza.
CONCLUSIÓN
Queremos recordar la historia de la pequeña Favour, de 9 meses, que
partió de Nigeria junto a sus jóvenes padres en busca de un futuro mejor en
Europa. Durante el largo y peligroso viaje en el Mediterráneo, su mamá y su
papá murieron junto a centenares de personas que se habían fiado de los
traficantes sin escrúpulos para poder alcanzar la “tierra
prometida”. Solo Favour sobrevivió, también ella, como Moisés, fue
salvada de las aguas. Que su vida se convierta en luz de esperanza en el camino
hacia una humanidad más fraterna.
ORACIÓN: Al concluir tu Vía Crucis, te pedimos Señor que nos enseñes a velar,
junto a tu Madre y a las mujeres que te acompañaron en el Calvario, en espera
de tu resurrección. Que ella sea faro de esperanza, de alegría, de vida nueva,
de fraternidad, de acogida y de comunión entre los pueblos, las religiones y
las leyes. Para que todos los hijos e hijas del hombre sean reconocidos
verdaderamente en su dignidad de hijos e hijas de Dios y nunca más tratados
como esclavos.
Redacción ACI
Prensa
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