Vivimos en
una sociedad en la que un cardenal es condenado a pasar el final de su vida en
la cárcel por
la palabra de una sola persona que
estuvo cinco minutos a solas con él al final de una misa, mientras que unas
activistas feministas son absueltas tras
subirse a la peana de la cruz de la Catedral de la Almudena con el torso
desnudo y gritando unas cosas que prefiero no poner aquí.
Cierto que
estas feministas, en segunda instancia, han sido condenadas; pero a una multa
mínima. Alguien me preguntaba que porqué hablaba de “ultrafeminismo”.
Las cosas que defendían y defienden algunas feministas son totalmente
justas: igualdad de dignidad, igualdad de salarios, acabar con acoso
en el trabajo, acabar con prácticas y mentalidades machistas.
El problema
es que el movimiento feminista ha derivado hacia otras muchas cosas, y estas no
son razonables. Y, en los últimos tiempos, están volviéndose un peligro para la
libertad de pensamiento con la imposición de un pensamiento que no admite
disidencia.
En mis posts de todos los años pasados, siempre me
refería al ultrafeminismo. Pero ya es justo afirmar que feminismo se ha
radicalizado. No hace falta colocar el prefijo “ultra”,
ya no. El feminismo en España, hoy día, es una agresiva corriente inquisitorial que solo mejoraría sus esencias si fuera
obligatorio ser lesbiana para incorporarse a ella.
P. FORTEA
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