Podría producirse un choque armado por la
titularidad del monasterio
En la auto-declarada república
filo-rusa de Donetsk y Lugansk, los monjes de Sviatogorsk se mantienen
neutrales respecto al conflicto que rige entre Rusia y Ucrania. Sin embargo,
desaprueban lo que llaman el «cisma satánico» de
Constantinopla, consumado con la concesión de la auto-cefalia.
(Asia News/InfoCatólica) Un corresponsal del sitio
ruso Lenta.ru, Igor Rotar, se dirigió al monasterio del
Donbass, la región ucraniana donde continúan los enfrentamientos de la guerra
soterrada entre Rusia y Ucrania, al cumplirse cinco años desde el inicio del
conflicto.
Como peregrino, Rotar ha tratado de entender cómo viven las
personas y, sobre todo, cómo practica la fe ortodoxa la feligresía, que
ha quedado dividida entre las dos Iglesias, hoy formalmente separadas.
Precisamente en el día de escribir la crónica, se esperaba al presidente ruso
Vladimir Putin en Sebastopol, Crimea, para celebrar los cinco años de la
anexión de la península a Rusia.
El monasterio que visitó Rotar se encuentra en la localidad de
Sviatogorsk, cuyo
nombre significa «la santa montaña» y evoca la patria de todo el monaquismo
ortodoxo, el monte Athos. Está situado en la región más atormentada por
los enfrentamientos, cerca de la ciudad de Sloviansk, y es un santuario muy
conocido, incluso fuera de Ucrania. Se trata de una «Lavra»,
al igual que los monasterios de las Grutas de Kiev y de Pochaevsk –más
famosos-, es decir, de un conjunto de
iglesias y comunidades inspirados en la «idiorritmia», la variedad de votos y prácticas ascéticas que
rigen entre los distintos grupos de monjes, tan típica del monaquismo
ruso-ucraniano.
Svjatogorsk, célebre en todo el territorio del imperio ruso, fue visitado por Antón
Chejov, el gran escritor ateo buscador de respuestas, y por muchos otros
artistas y literatos como Fedor Tjutcev, Ivan Bunin y Marina Cvetaeva. En
agosto de 2014, el cantante ruso Andrej Makarevich, guitarrista del famoso
grupo Mashina Vremeni, vino aquí
a visitar a los que habían huido para escapar de las bombas rusas, y por ello,
en Moscú se lo declaró enemigo de la patria. También se dice que aquí estuvo
escondido el presidente depuesto, Viktor Janukovich, que desde febrero de 2014
vive en Moscú, en una casa de campo que Putin le ha ofrecido.
Tal como sucede con las otras
Lavras ucranianas, Svjatogorsk también
podría ser confiscada a los titulares actuales, el patriarcado de Moscú, para
ser incorporada a la nueva Iglesia auto-céfala ucraniana. Por ello, en
los últimos tres meses, el número de peregrinos ha aumentado
significativamente, pese a que los monjes del lugar evitan tomar una posición
abierta en lo que concierne al conflicto entre las dos jurisdicciones
ortodoxas. La seguridad del santuario está garantizada por el «Batallón de los Cosacos de Svjatogorsk«, un grupo
de voluntarios del lugar armados de manera absurda y bastante toscos; su
comandante, el atamán Vitalij Kushin, cuenta que fue despedido por las fuerzas
armadas soviéticas por la decepción sufrida con la traición de Yeltsin, cuando
éste puso fin a la URSS con el presidente ucraniano Leonid Kuchma. Desde
entonces, sueña con la restauración del imperio.
A diferencia de los monjes, que han tratado de mantenerse neutrales, los sacerdotes y los fieles han incursionado en el campo de batalla
ya desde los primeros enfrentamientos,
apoyando a los «separatistas» de la auto-declarada república filo-rusa de
Donetsk y Lugansk, reconocida solamente por los rusos y que las fuerzas
ucranianas pretenden reconquistar constantemente. Los curas ortodoxos han incitado a todos a la «guerra
santa» contra el ejército de Kiev, confesando y bendiciendo a los
fieles y cosacos que se baten junto a los mercenarios rusos.
Uno de los párrocos de la
zona, el padre Vitalij Veselij, que además es un conocido poeta local, acompaña
las bendiciones con una de sus composiciones: «Yo
amo al soldado ruso/dispuesto a morir por la Patria/de monstruos como la OTAN/
de todos los bandidos, ¡él la defiende!». Por todas estas razones, las autoridades ucranianas están más que
convencidas de que deben deshacerse
de cualquier estructura que siga siendo dependiente del patriarcado de Moscú,
en todo el país.
Para evitar ser rechazado,
Igor Rotar, se dirigió a la Lavra como simple peregrino, y fue recibido por los
monjes en el comedor de uso común, donde a quien llega se le ofrece una frugal
comida a base de patatas y pepinillos salados. En el período más cruento de los enfrentamientos, los monjes ofrecieron
refugio a cientos de prófugos, y hoy albergan a unos cincuenta. El zar
Nicolás II también fue recibido y revitalizado allí a principios del siglo XX,
y en su honor se levanta –fuera de las murallas- el restaurante El Monarca donde,
según Rotar, se come incluso peor que en la mesa de los monjes.
Entre los prófugos vive una
anciana mujer de 75 años, Natalia, que escapó de Donetsk, y fue entrevistada
por Rotar. Ella le contó que «quien llega aquí, debe registrarse de alguna
manera; de lo contrario, pierde la pensión y todas las formas de asistencia.
Yo llegué aquí con mi hijo de 45 años, que quedó inválido por las lesiones
sufridas mientras servía en el ejército. Somos muchos los pensionados que
vivimos aquí, en una situación ruinosa, y si yo fuese Putin vendría a
socorrernos, para mostrar quién es realmente».
La ermita de los monjes está
situada en una zona más aislada que el sitio donde se aloja a los prófugos,
pero ellos, junto a los huéspedes, van a recoger leña, pues no hay otra forma
de calefacción en el lugar. Uno de los
temas más discutidos entre los que viven en el monasterio es el «cisma satánico» provocado por Constantinopla,
según la definición que dan los mismos monjes, para pasar a la
geopolítica: «Entiéndelo, no existe el pueblo ucraniano; somos todos rusos; aquí estamos en la
Pequeña Rusia», afirma Aleksej de Charkov, aludiendo al antiguo
nombre imperial de la Malorossija,
hoy, tan odiado por los nacionalistas ucranianos. Según Aleksej, la revuelta de Maidán fue «el castigo divino por nuestros pecados», que es la explicación que los rusos dan ante
cualquier catástrofe, desde los tiempos de yugo tártaro medieval.
Sergej, de Lugansk, otra
persona que huyó y se aloja actualmente en el monasterio, confirma que «el mundo entero, incluida Rusia, se ha
rendido al diablo; ¡solo aquí, en el Donbass, hemos
conservado la verdadera fe ortodoxa! No
usamos los chips electrónicos y todas las demás diabluras de hoy... ya lo decía
nuestro profeta, San Felipe de Lugansk, que predicó entre nosotros en el siglo
pasado, y que había vaticinado el fin de la URSS y el triunfo del Anticristo
en Malorossija. A la voz de Sergej se suma la de Roman, de
Avdeevka, quien recomienda al periodista «ir por
todo el mundo diciendo que vengan acá para salvarse, sobre todo a los
americanos, porque pronto Dios
destruirá a América [EEUU] por sus grandes pecados. ¡Entonces habrá un nuevo
zar ruso, y construiremos, aquí, el reino de la Ortodoxia!».
Uno de los superiores del
monasterio, que aceptó conversar con Rotar informalmente, admitió que el «cisma» de los auto-céfalos era algo que
se esperaba desde hace tiempo, desde el inicio de los enfrentamientos «desde el momento en que la ilegalidad devino norma,
hasta llegar a reducir a la Iglesia a una bacanal; pero quizás esto sea bueno,
así podremos extirpar las malas hierbas». El radicalismo intolerante del
Donbass es consecuencia de la profunda grieta surgida entre la gente que puebla
este territorio, una fisura que ha atravesado regiones, familias e iglesias,
transformando incluso a parientes cercanos en enemigos acérrimos.
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