Rafael Pérez Huete se convirtió en una
experiencia mística y fue misionero en un barrio muy difícil.
Rafael Pérez Huete, párroco de los Santos
Inocentes, en Madrid, ya de niño conoció de cerca la muerte y la lejanía de
Dios... pero Él lo reservó y lo llamó a servirle
Rafael Pérez Huete es párroco en los Santos Inocentes de Madrid, en el barrio de Legazpi. Antes, de 1998 a 2004,
fue misionero en una zona muy pobre de Argentina donde unos criminales
le pusieron una pistola en la cabeza y casi lo secuestran. De joven, llegó a la fe
después de un proceso personal difícil, de enfado y alejamiento, y una llamada
asombrosa por parte de Dios. Ha contado su historia a ReL mientras asistía en
Montserrat al encuentro europeo de LifeTeen,
el método de evangelización de adolescentes, él, que se enfadó con Dios a los
14 años y cortó relaciones con Él.
UNA
FAMILIA CRISTIANA EN VALLE HEBRÓN, BARCELONA
“Nací en una familia cristiana, practicante, en el barrio de Valle
Hebrón, en Barcelona, una zona obrera en los años 70, de clase media más bien
humilde. Los niños jugábamos en las calles, en los campos de fútbol. La
catequesis de niño me aburría bastante y la viví como un trámite.
Una vez rezamos el rosario en familia. No era algo que hiciéramos con
frecuencia, pero aquella vez sentí como una especie de escudo de bendición
sobre nuestro hogar. Nuestra madre nos enseñó oraciones y yo rezaba con mi hermano, bendiciendo
la mesa, por ejemplo.
Y cada domingo íbamos a misa”,
recuerda.
ESCUDO
HUMANO, AMENAZADO -CASI SEGURO- POR ETA
El padre
de Rafael era un funcionario del Estado de cierta relevancia. Eran los peores tiempos de la banda terrorista ETA. Rafael recuerda que cuando tenía 6 años fue usado
como escudo humano para proteger a su familia...
“Mi madre, mi padre y yo salíamos de la mercería de mamá, que estaba a
unos 200 metros de nuestra casa. Una vez fuera, vimos un hombre con gabardina y
manos en los bolsillos. Se veía que estaba esperando que saliéramos. Mi madre se puso nerviosa y yo entendí
que pasaba algo peligroso. Ella se puso detrás de mi padre, cubriéndole
la espalda, y a mí me puso delante de él. Le protegíamos con nuestros cuerpos. Así caminamos rápido hacia
nuestra casa. El tipo de la gabardina nos seguía. Y también un coche. El hombre
que nos seguía hizo un gesto al coche, se subió a él y se marcharon. Años
después, reflexionando, he pensado que Dios me ha preservado la vida en varias
ocasiones y esa fue la primera. Eso te hace pensar que Dios espera algo de
uno”.
UNA
TERRIBLE TRAGEDIA FAMILIAR: ENFADO CON DIOS
Cuando
Rafael tenía 14 años, murió repentinamente su hermano de 17, al que estaba muy
ligado. “Murió de un derrame cerebral. Llegué a casa y
me lo encontré tirado en el comedor de casa. Salí corriendo a pedir ayuda. Me dirigí a Dios: “si estás ahí y me escuchas, y salvas a mi hermano, yo te
entrego mi vida”. Fue como un impulso o recurso desesperado. Mi hermano era mi
defensor, mi confidente… Yo llevaba un tiempo sin rezar, algo alejado de la fe,
pero en esos días volví a orar”.
“En cuidados intensivos nos dijeron que el derrame era masivo, que una
arteria se rompió. Al cabo de unos días, mi hermano murió. Fui testigo de la
amargura de mi madre. Reflejaba mi propio dolor e impotencia. Le
hablé a Dios con una queja agria: “Tú no me has dado lo que te pedía, así que
ya no quiero tener nada que ver contigo”, le dije”.
OBJETIVO
92: HACIA LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE BARCELONA
A Rafael
le daba la sensación de que tenía que hacer
algo grande en la vida “por mi hermano y por mí”. Se acercaba las Olimpiadas de Barcelona. “Yo quería ser jugador olímpico: me apunté a la selección
regional de baloncesto de Castilla la Mancha. En las competiciones
cazatalentos de Objetivo 92 me seleccionaron para la regional de baloncesto.
Eran unos entrenamientos tremendos, sin parar. Al cabo de un tiempo constaté
que no podría llegar a ser de élite: el médico me avisó que mi
corazón no podía rendir a un 100%. Podía jugar con amigos, pero no en la élite
deportiva. Fue como
una segunda ruptura. Se me cortaba un camino ilusionante en el deporte. Se me
cayó mi castillo de naipes, el mundo que quería… No tenía nada a qué
agarrarme”.
Pero
precisamente fue ese cardiólogo quien le dijo, por su propia cuenta: “Si te consideras creyente, en
la fe puedes encontrar ayuda”.
"Si hubiera hablado un cura, yo me habría enfadado con esas
palabras. Pero como era médico, me impactó y me hizo pensar. Me dije: ‘voy a darle una
oportunidad a Dios. Y quizá a mí mismo. ¿Por qué se me cierran estos
caminos? ¿He de quedarme en la desesperanza o habrá nuevos caminos? ¿Opto por
la falta de sentido, o salgo a buscar a ese Dios que cierra opciones?’”
DAR
UNA OPORTUNIDAD A DIOS... EN EJERCICIOS IGNACIANOS
“Yo tenía 17 años. En mi bolsa de deporte, puse mi muda y me fui a
unos ejercicios espirituales ignacianos con el jesuita Jesús Maestro. Él
proclamó en esos ejercicios: ‘Mira cómo te mira Cristo desde la Cruz, Él ha
dado por ti su vida. ¿Qué has hecho tú por Él?”
“Esto me hizo pensar que quizá Él quería abrirme ahora una puerta. Yo
sentía el impulso de acercarme a esa llamada pero ¿y si era todo solo una
sugestión mía? ¿De verdad un personaje muerto hace 2000 años me llamaba?
Yo tenía algo de miedo, algo de escepticismo”.
LA
EXPERIENCIA MÍSTICA: “UNA PRESENCIA INMENSA”
Rafael se
confesó durante ese retiro. Siguió reflexionando sobre estas cosas durante ese
tiempo de silencio. Y entonces, volviendo a considerar esa frase (‘mira cómo te mira Cristo, Él ha dado su vida por
ti...’) se activó una experiencia trascendente que cambió su vida para
siempre.
“Sentí otra vez esa frase y un océano infinito que resonó en mí. Era como
la mirada de Dios. Sin palabras Él me mostraba que estaba vivo, que me amaba,
que me había traído allí. Ni siquiera recuerdo en qué sala sucedió esto. Yo
estaba en silencio, meditando, no sé dónde. Aquello era como una Presencia inmensa que
me envolvía. No había limite en esa Presencia. Yo me sentí como privilegiado
por ese amor inesperado... e indigno de ese amor desbordante. Sentía una
gratitud infinita”.
HABLAR
CON OTROS, EXPLORAR LA VOCACIÓN
“Esa experiencia me cambió todo. Me pude apoyar espiritualmente en un
amigo que era seminarista. Vi en él a un hermano mayor, como el que había
perdido”.
Pero una
cosa es saber sin duda que Dios te ama personalmente, y otra, muy distinta, es
averiguar lo que pide que hagas con tu vida.
“Fue tres meses después, en un campamento de verano. Llegué a la certeza
de que Dios me llamaba para el sacerdocio. En una misa de campaña al aire libre, con el
sol poniéndose, en el momento de la paz, se iba la luz. A mí no me
gustaba mucho acercarme a la gente. Cuando el sacerdote dijo ‘daos
fraternalmente la paz’ yo no tenía a nadie cerca, así que miré en mi interior y
le
dije a Dios: ‘Señor, la paz sea contigo’. Y en ese momento volví a sentir esa
inundación de amor. Y
también sentí la convicción de que me respondía y que me llamaba pidiéndome un
seguimiento”.
Acabó la
misa. Yo tenía un nudo en la garganta. Me metí en la
tienda de campaña, la cerré y lloré. Un seminarista que compartía
la tienda conmigo llegó y le pregunté: ‘¿cómo
supiste que tenías vocación?’. Me dio unas pistas. Y pensé: ‘algo interior me dice que si Dios ha dado la vida por
mí, ¿por qué no darla yo por Él?’ Y se me consolidó esa certeza”.
DEL
CAMPO EN CUENCA A LAS MISIONES EN ZONAS POBRES DE ARGENTINA
Rafael se
ordenó en 1993, al año después de los Juegos Olímpicos. Tenía 26 años. Sus
cinco primeros años fue párroco rural en Cañizares, en la alta serranía de
Cuenca, “donde el Solán de Cabras”. Disfrutaba
mucho con la naturaleza y sacaba a los chicos al campo con
mochilas, en acampadas, excursiones de espeleología. Intentaban ver amanecer
entre las montañas, hacer vivac bajo el cielo. Él buscaba
acercar a los chicos a Dios en la maravilla de su Creación, en la naturaleza.
Después,
de 1998 a 2004, fue misionero en Argentina. “Estuve
seis años en el Gran Buenos Aires, en Lomas de Zamora, en Banfield Oeste, una
zona con mucha pobreza y conflictos, drogas y prostitución. Yo atendía una
parroquia de 180.000 personas.
Todas las situaciones allí eran de una intensidad brutal. Atendía 8 capillas y
4 colegios de doble turno de escolaridad. Los jueves confesaba desde las 9 de la mañana
hasta las diez u once de la noche. No he conocido nunca algo así en España”.
Su padre
le había dado una carta para abrir sólo en Argentina. En ella le decía que se
sentía muy orgulloso y daba gracias a Dios. “Mis
padres crecieron en su vida cristiana, entraron en la Legión de María, con misa
diaria y apostolado intenso”.
“ME
APUNTARON CON UNA NUEVE MILÍMETROS”
“Hubo varios momentos de pasar miedo en Lomas de Zamora”, recuerda el padre Rafael. “El peor fue cuando me intentaron secuestrar. Yo iba a atender un enfermo, dejé
abierta la verja de la parroquia un minuto... y al subir al coche me
apuntaron por la ventanilla con una 9 milímetros. Un disparo de aquello me
mataba seguro. Salí del coche, levanté los brazos. Llevaba la
Eucaristía en el pecho. Me registraron los bolsillos… Yo no podía dejar que se
llevaran la Eucaristía... pero por fortuna no vieron mi cinta con el
portaviático. Me quitaron todo lo de los bolsillos”.
“Me dijeron: ‘súbete al coche y vente con nosotros’. Les
dije: ‘ya tenéis el coche arrancado, pero yo no me voy con vosotros’.
Y aceptaron, se fueron con el coche, un Falcon muy pesado, de 2.000 kilos. Pero
no sabían que tenía un sistema antirrobo, con un emisor de señal que se paraba
a los 200 metros. Yo sabía que no llegarían lejos”.
Varios
vecinos se sumaron al sacerdote y le propusieron recuperar el coche. Lo
localizaron. “Fuimos un grupo de 9 o 10 y como los
criminales eran solo 3 o 4 salieron huyendo. Un mecánico nos acompañaba y con él pudimos recolocar en el coche las piezas que ya
estaban desmontando”.
PUSIERON
PRECIO A LA CABEZA DEL CURA ESPAÑOL
Eso no
gustó nada a la banda de criminales. Pusieron un precio a la cabeza del cura
español. Cualquiera podía recibir una recompensa por matarlo.
Y Rafael vivía pensando que cada día podía ser el último.
“Cada día, al salir a la calle, yo pensaba que quizá no volviera vivo.
Pero, curiosamente, fueron días hermosos, porque cada mañana yo le hacía
ofrenda de mi vida al Señor. ‘Por ti vivo y por ti muero’, le decía
a Dios cada mañana”.
Pero al
cabo de un mes pasó algo inesperado: el cabecillo
de los criminales, el hombre que le había encañonado con la pistola, asaltó un
taxi, y el taxista, que iba armado, le disparó y lo mató. El enemigo de Rafael había
muerto. Lo más asombroso es que ¡la familia del criminal pidió al cura que
acudiera a rezar un responso en su funeral!
“Fui al velatorio del criminal. Yo sabía que era peligroso: estaría
lleno de gente armada que podía ponerse a disparar si se les cruzaba un cable. Allí
recé un padrenuestro junto a los cómplices que me habían asaltado. Ese
día desapareció la amenaza sobre mí, porque son supersticiosos y se extendió la
idea de que ‘al que se meta con el cura le irá todo mal’”.
DE
REGRESO AL MADRID OPULENTO DE “LA BURBUJA”
Rafael
volvió a Madrid en el 2004. En Argentina acompañaba espiritualmente a cien
jóvenes y dedicaba la mayor parte del día a ese acompañamiento
espiritual. En Madrid los jóvenes no tenían interés en
Dios, ni tampoco los mayores. “Me
encontré una sociedad de lujos y consumismo, en los años finales de la burbuja
inmobiliaria, con un tren de vida exagerado. No conocía esa España y me sentía
muy raro. Intentar ofrecer a Dios a estos madrileños era como tratar de vender
carne en una aldea de veganos”.
“Se suponía que a estas alturas yo era ya un sacerdote experimentado,
pero estaba muy descolocado. Ni la catequesis, ni los grupos de fe... nada
parecía llegar a la gente. Eso me hizo sufrir y sentirme solo. Estuve como
11 años dándome contra la pared”, recuerda.
CONSEJOS
PARA EVANGELIZADORES QUE LLEGAN A ESPAÑA
Rafael
tiene algunos consejos para misioneros o evangelizadores que en América hayan
vivido en ambientes de fe viva y en España encuentran aridez y tibieza. “A quien esté en esa situación hoy le diría: conoce a tu
gente de verdad, sus miedos y frustraciones y lo que buscan. Visita
sus casas, si te abren la puerta de casa te abren su corazón. Puedes
hacer una conversación con ellos, para entenderlos. Verás que mucha gente que
parecía no buscar a Dios, en realidad sí lo busca, porque se hacen las grandes
preguntas: por qué me pasan estas cosas, qué sentido tiene vivir, sufrir, el
vacío existencial...”
En los
últimos años, Rafael ha entendido que incluso en una sociedad más o menos rica
como la madrileña la gente tiene muchas heridas y Cristo sigue
curando, como el ungüento del Buen Samaritano. “El
cristiano, el sacerdote, ha de acudir con sus ungüento a sanar. Rafael
significa, precisamente, ‘medicina de Dios’. Descubrí que no podía reservar
eso, que era para darlo… Sí, Dios no es una aspirina; el Dios verdadero
te sana y te salva, pero también te pide servir. Pero Él nos ha hecho con barro y no le
molesta que le busques en la necesidad”.
También
en los últimos años ha explorado diversas formas de renovar la vida parroquial y
potenciar la evangelización. “Con
LifeTeen para adolescentes y con Cursos
Alpha, para adultos, adquirimos mucha esperanza. Nuestro
primer Curso Alpha dejó mucha huella, un grupo de fe estable que continúa.
En Lifeteen descubrimos que era posible transmitir la fe a adolescentes con
alegría y celebración festiva, con su propia cultura, sin ser marcianos
aterrizados en un ámbito ajeno. Llega a la psicología del joven. Sí, hay que
tener disponibilidad para escuchar a los chicos, pero eso a mí eso siempre me
gustó”.
Muchos
años después de su experiencia con las multitudes en Argentina, ahora también
en Madrid Rafael vuelve a ser “medicina de Dios” para
el alma de jóvenes, adolescentes y adultos.
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