¿Debe la mujer quedarse en casa? ¿Y su desarrollo profesional?
¿Y el cuidado que le debe a su familia? Una elección importante para toda
mujer.
En el año
1997 una mujer llamada Brenda Barnes de cuarenta y tres años de edad y
directora entonces de Pepsi-Cola en los Estados Unidos dio mucho de qué hablar.
Decidió renunciar a su brillante, exitoso y ejecutivo cargo. ¿La razón? Consagrarse al cuidado de sus hijos.
The Wall Street Journal publicó la noticia en la que anunciaba que su marido
Randall y sus tres hijos: Jeff, de diez años, Erin
de ocho y Brian de siete la necesitaban más que una compañía que pudiera
pagarle $100,000 millones de dólares al año. En sus declaraciones al
periódico, Barnes dijo lo siguiente: “Espero que mi
decisión no haga pensar a la gente que las mujeres no valen, sino que saquen la
siguiente conclusión: durante veintidós años Brenda dio todo lo que podía a la
empresa y consiguió muchas cosas importantes. No me marcho porque mis hijos
necesitan tenerme más cerca, sino porque yo necesito estar más con ellos”.
(1)
No hay
duda alguna de que vivimos en una época en que la decisión de quedarse en casa
para consagrarse al cuidado de los hijos, es una de las acciones más difíciles
a la que se enfrenta en estos tiempos ultra-modernos una mujer preparada
profesionalmente.
¿QUÉ ES QUEDARSE EN
CASA?
Es
escuchar y acudir al llamado vital de ser generosa, pues los hijos, son la
fuerza que nos mueve dentro y hondo para abrir el corazón y tomar la decisión
de realizarse como profesional en ese mundo escondido que se llama hogar. Es
ignorarse mucho a sí misma, a los propios sueños profesionales para convertirse
en su mayor bien, en esa trabajadora auténtica que ayuda a sacar todo lo que
cada hijo tiene dentro para convertirse en persona. Es decirle a tu hijo o a tu
hija, “te pertenezco toda entera, no tengas
temores, ni dudas que yo seré tu mamá, tu alfarero, tu custodia. Seré yo misma,
la que te irá enseñando día a día con mi entrega, atención, alegría y paciencia
lo que es ser persona y lo que significa vivir en relación con el mundo y ser
un ser de verdadero encuentro. Juntos creceremos y haremos que en nuestro hogar
resplandezca la humanidad verdadera.
Por eso
cuando Dios le permite a una mujer ser madre es necesario detenerse y
concientizarse que ellos serán una extensión de lo que yo lleve en el alma, de
mi fe y de mis valores, así como de mi amor.
¿PARA QUÉ QUEDARSE EN
CASA?
Para
ayudar a descubrir los valores y hacer de nuestros hijos personas virtuosas.
Para esto, seré yo misma quien en primer lugar los encarne, los practique, los
viva. Ya que los valores no pueden imponerse, los valores son interiorizados,
descubiertos, piden ser realizados. Es a través de nuestros actos como ellos,
nuestros hijos los van interiorizando y expresando una forma diferente de
conducta a la del resto. Por eso, el primer valor que se le enseña a un hijo es
el de la generosidad pues la madre misma lo está mostrando con su entrega
incondicional diaria. El término generosidad proviene del latín genus, que a su
vez deriva del verbo gignere, engendrar. La generosidad es la medida que se
utiliza para darse cuenta cuanto amor hay en cada corazón. Es la palabra que se
opone totalmente al egoísmo. De ahí, por lo que hay que tomar muy en cuenta que
tan egoístas somos cuando decimos, “yo no nací para
quedarme en la casa”. Y si no es la madre quien deba asumir el rol de
amamantar, custodiar, dirigir, formar la conciencia y enseñar la belleza de ser
persona, ¿quién será?
-¿No es ella la que enseña a ser empáticos y a amar?
– Que es mejor, ¿brillar como profesional y ser auto-realizada y dejar
que mis hijos sean educados por personas que harán todo lo que yo puedo hacer
pero sin lo que sostiene todo, es decir el amor?
¿O ser yo misma, quien a costa de una renuncia que es inclusive dolorosa
asegure las fundaciones de auto-estima y amor que tendrán para ser personas
firmes? Si
aspiramos a que haya responsabilidad, sentido de vida, altos ideales y calidad
humana debemos comenzar en las entrañas mismas de la sociedad aceptando
gustosamente ser profesionales escondidas en la familia que un día, por amor
decidimos fundar. Se convierte entonces la generosidad en un valor porque nos
ofrece posibilidades para realizar nuestro verdadero ideal (2) como mujeres: la
creación de modos elevados de unidad. En cuanto este valor exige renuncia y
desprendimiento de nuestra parte se convierte en virtud y me modela a mí como
una mujer virtuosa.
La
generosidad pues al abrazar la posibilidad de quedarse a tiempo completo en
casa es “un murmullo que en el alma se eleva y va
creciendo como volcán que sordo anuncia que va a arder. (3)
LA ILUSIÓN DE CADA DÍA
De esta
forma, ser ama de casa no se convertirá o representará una rutina. Al contrario
vendrá a ser la ilusión de cada día. Una ilusión que puede compararse con la
que se presenta cuando nos enamoramos por primera vez. O esa, que llena de
júbilo nuestra alma cuando caminamos de la mano de nuestro papá por el pasillo
de la Iglesia, al estar a punto de decir “sí” al
hombre que compartirá nuestra biografía.
Esa
ilusión de saberse bendecida al descubrir que se lleva un hijo por primera vez
en lo más íntimo y sagrado de nuestro ser de mujer, nuestro útero. ¡Cuántas ilusiones! ¡Cuántas oportunidades para descubrir
lo que es ser mujer! Por lo tanto cada día al cuidado de nuestros hijos
representara:
-La ilusión de enseñarle que el día más bello es hoy.
-La ilusión de levantarlo cada mañana en nuestros brazos y comunicarles
el amor.
-La ilusión de enseñarles a ser persona como sistema abierto a los
demás.
-La ilusión de poder cansarse otro día más y esperar la noche para volver
a empezar. Date la oportunidad de pensarlo.
1- La Armonía Vital, Covadonga O”Shea
2- El libro de los valores, Gustavo Villapalos/Alfonso López Quintas.
3- Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas.v.
2- El libro de los valores, Gustavo Villapalos/Alfonso López Quintas.
3- Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas.v.
Sheila Morataya-Fleishman
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