Existe en nuestro interior una zona inviolable, un
espacio de intimidad que de forma natural tendemos a defender, y nos molesta si
alguien la invade sin nuestro consentimiento. Así el pudor establece un límite
entre lo que puede ser mostrado y lo que deseamos que permanezca protegido. El
pudor también ordena las miradas y los gestos en conformidad con la relación de
las personas. Es evidente que no mostramos el mismo grado de intimidad física
con un desconocido que con un familiar cercano y muy querido. Tampoco
comunicamos nuestros sentimientos y pensamientos más íntimos a cualquiera, los
reservamos para aquellas personas con las que tenemos más confianza.
El pudor es un sentimiento universal, se da en todas las culturas aunque
a veces se manifiesta de manera distinta en cada una de ellas.
Por respetar el espacio de intimidad uno toca la puerta antes de entrar,
no abrimos los cajones de un despacho ajeno sin antes pedir permiso, no abrimos
cartas o mails de otras personas, no entramos al baño cuando hay una persona
dentro, no nos desvestimos delante de nuestro tío que ha venido de visita, ni delante
de un profesor. Hay conversaciones telefónicas que nos sentimos incómodas si
nos están escuchando, posturas que según dónde estemos o con quién no las
adoptamos, no nos gusta que mientras hablan con nosotros no nos miren a los
ojos, y nos incomodaría si en lugar de mirarnos a los ojos nos estuvieran
mirando el escote o el culo.
Por eso, la forma de vestir debe ayudar a que la mirada se centre en
nosotras, no en una parte de nuestro cuerpo porque lo mostramos o resaltamos
excesivo.
La provocación siempre busca la mirada del otro,
aunque sea para mostrar rechazo.
¿Qué busca una chica con un escote excesivo, una
transparencia total, o con la ropa excesivamente ajustada en las zonas más
sensuales del cuerpo? Muchas veces sin ser muy consciente de ello, mendiga una
mirada. Una mirada que se dirige a su cuerpo, teniendo al menos la falsa ilusión de que a
través de su cuerpo, le pueda alcanzar a ella.
Ofrecer a las miradas ajenas las partes íntimas del cuerpo implica dejarse poseer y vender
a bajo precio lo que una o uno tiene de más peculiar, propio y personal.
Protegerse pudorosamente de miradas extrañas no indica ñoñería, aceptación de
tabúes... significa que evitas que lo más genuino e íntimo de la persona sea
rebajado de rango y convertido en algo erótico.
El pudor nos protege y nos hace libres de miradas y situaciones
incómodas. No consiste tanto en ocultar una parte de nuestra superficie
corpórea cuanto en salvaguardarnos del uso irrespetuoso, manipulador, posesivo,
de nuestra persona.
Toca pues a cada una y cada uno decidir, también por cómo vestimos,
dónde queremos que los demás fijen su mirada… A eso dedican mucho tiempo y
dinero, las empresas de moda. El pudor es un buen aliado que nos ayuda a
acertar… si queremos.
Eli Bengoetxea
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