–La Iglesia se acusa
públicamente a sí misma de ciertos escándalos sexuales.
–Y se propone
acabar con ellos «tomando medidas» fuertes, concretas, eficaces…
—LA IMPUNIDAD AMENAZA LA VIDA DE LA IGLESIA
Ciertas normas doctrinales y
leyes morales pueden infringirse en buen número de Iglesias locales de modo
público y persistente sin que ocasionen sanción alguna. Por ejemplo:
–Herejías. La Iglesia, por ejemplo, manda
en el Derecho Canónico que «debe ser castigado
con una pena justa quien enseña una doctrina condenada por el Romano Pontífice
o por un Concilio Ecuménico o rechaza pertinazmente la doctrina que», etc.
(c. 1371,1). Sin embargo, como es patente y declarado por los Papas, son «innumerables las herejías» difundidas en
Seminarios, Facultades y publicaciones. Pero, fuera de algunos casos extremos,
los teólogos heréticos no son sancionados, sino que en no pocas ocasiones son
defendidos por sus Obispos de las acusaciones que reciben, e incluso promovidos
a altas funciones de la Jerarquía apostólica.
–Abusos litúrgicos. Aquí y allá, duran y perduran
desde hace más de medio siglo. Tal sacerdote «añade,
quita o cambia» lo que sea por iniciativa propia en la liturgia, como si
ésta le perteneciera en propiedad. La profana así con sus arbitrariedades,
quebrantando lo dispuesto por la Iglesia y mandado por el Vaticano II (SC
22,3). Impunemente, en muchos casos. Es incluso posible que su creatividad sea premiada con el episcopado.
–La Misa dominical. La misión más grandiosa de
todo creyente es amara Dios con todo el corazón, y santificar
las fiestas, ofreciéndole culto litúrgico. Ya desde la Antigua
Alianza ¡es éste el IIIº mandamiento del Decálogo! (Ex 20,2-17; Dt 5,6-21). Y
en la Nueva, el domingo, «por tradición apostólica,
ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto» (Código c.1246). «El domingo y las
demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en
la Misa» (c. 1247; cf. Catecismo 2177). No hay vida
cristiana sin Eucaristía (Vaticano II: LG 11, CD 30,
PO 5-6, UR 6). Los cristianos no-practicantes son pecadores públicos.
¿Llama hoy la
Iglesia –la predicación, la catequesis, la confesión– a la Misa dominical, como
obediencia a un mandato de Cristo –«haced esto en memoria mía» (Lc 22,19)–,
recibido «por tradición apostólica»? No. Casi nunca predica la grave obligatoriedad en conciencia de este
máximo precepto. No es infrecuente por eso en ciertas Iglesias locales el
alejamiento masivo de la Misa dominical. Tampoco es raro que a cristianos
no-practicantes sean admitidos al sacramento del matrimonio, al oficio de
catequista o de padrino. Y a la comunión eucarística, llegado el caso.
–Marcial Maciel Degollado (1920-2008). El Fundador de la
Legión de Cristo, en cartas de sus primeros y principales colaboradores
(Federico Domínguez, 1954, y Luis Ferreira, 1956) fue acusado al Arzobispado de
México D.C. de drogadicción y de abusos sexuales contra seminaristas. Estos
pecados y delitos se prolongaron a lo largo de los años. A pesar de las
denuncias presentadas en la Santa Sede, continuaron hasta que Benedicto
XVI, en 2006, le impuso una vida retirada de «oración y penitencia»… Medio
siglo de impunidad. «Nadie sabía nada».
–Theodore Edgar McCarrick (1930-). Su máxima condición
de depredador sexual, especializado durante muchos años en seminaristas y
sacerdotes jóvenes, no impidió, sino que favoreció –gracias a una secreta red
clerical de homosexuales– su promoción continua como sacerdote, obispo, obispo
de Washington, Cardenal de la Iglesia, colaborador del papa Francisco, hasta
que en 2019 le fue aplicada la dimisión del estado clerical… Medio siglo de
impunidad. «Nadie sabía nada».
—¿Hay que deducir de los ejemplos citados que
la Iglesia, de hecho, es una sociedad sin leyes, como pretendía Lutero? ¿Tenía
el razón cuando decía que toda ley o norma en la Iglesia implica una
judaización del Evangelio, una falsificación del cristianismo?… No. En absoluto. Las leyes y
normas disciplinares de la Iglesia son buenas, evitan muchos males y facilitan
muchos bienes. Pero cuando no se aplican, cuando se encubren los crímenes,
cuando se demoran sine die las sanciones penales debidas, sobre todo
aquellas que son merecidas por los miembros más altos de la Iglesia (teólogos,
obispos, cardenales), los males que se producen son muchas veces inmensos.
Véanlo a la luz de los cinco casos concretos que he puesto, bien distintos
entre sí.
—LAS GRAVES INMORALIDADES SEXUALES
Hace algunos años se viene denunciando la multiplicación de los graves
pecados sexuales, como la pederastia, la efebofilia, la fornicación heterosexual, la
anticoncepción, la homosexualidad activa, el adulterio (aunque estos tres
últimos pecados, sin dejar de ser graves en sí mismos, son en ciertos casos
tolerados [¡-!], haciéndolos incluso compatibles a veces con la comunión
eucarística). Es normal que con el crecimiento de la apostasía hayan ido
aumentando esas perversiones en la sociedad, hasta el punto que han infectado a
gran parte del pueblo cristiano, y también a un cierto número, no pequeño, de
sacerdotes, obispos y cardenales. Es ésta sin duda una de las más graves epidemias
inmorales de nuestro tiempo.
Pero son los pecados contra
sextum de algunos sacerdotes,
obispos o cardenales los que causan más grave escándalo, como debe ser.
Si fallan gravemente en su altísima misión, se da una corruptio optimi pessima, que causa en los
fieles una gran indignación. Sobre todo cuando a la miseria de los pecados producidos se añade el encubrimiento, tanto más estricto
cuanto más alto sea el nivel del pecador en la Jerarquía eclesiástica.
—IMPUNIDAD DE LOS PECADOS SEXUALES DE CIERTOS
CLÉRIGOS
Los últimos Papas la han
denunciado con palabras muy fuertes.
Juan Pablo II, en 2002, decía a los cardenales de EE.UU :
Lamenta el Papa los daños y
escándalos producidos por los sacerdotes y religiosos depredadores sexuales.
Por ellos, «a la Iglesia misma se la ve con
sospecha, y muchos se sienten ofendidos
por el modo como perciben que han actuado los responsables de la Iglesia a este
respecto. Desde todos los puntos de vista, el abuso que ha causado esta
crisis es inmoral y, con razón, la sociedad lo considera un crimen; es también
un pecado horrible a los ojos de Dios».
Lo mismo denuncia Benedicto XVI en su carta pastoral de 2010 a los católicos de Irlanda:
«Estoy
profundamente consternado por las noticias que han salido a la luz sobre el
abuso de niños y jóvenes vulnerables por parte de miembros de la Iglesia en
Irlanda, especialmente sacerdotes y religiosos. Comparto la desazón y el
sentimiento de traición que muchos de vosotros habéis experimentado al
enteraros de esos actos pecaminosos y criminales y del modo en que los afrontaron las autoridades de la Iglesia en Irlanda».
Igual reproche y acusación
dirige el papa Francisco en
carta de 2018 a los Obispos de Chile
después de realizada la «misión especial» encomendada
al Arzobispo Scicluna.
«Todos los
testimonios recogidos en ellas hablan en modo descarnado, sin aditivos ni
edulcorantes, de muchas vidas
crucificadas y les confieso que ello me causa dolor y vergüenza»… Solicito «Vuestra colaboración y asistencia en el discernimiento
de las medidas que a corto,
medio y largo plazo deberán ser adoptadas para restablecer la comunión eclesial
en Chile, con el objetivo de reparar en lo posible el escándalo y restablecer
la justicia».
Sí, hay que sancionar con caridad y fortaleza
tantas culpas gravemente escandalosas, mirando por el bien de los culpables y
protegiendo al pueblo cristiano.
–ES NECESARIO Y URGENTE TOMAR «MEDIDAS» CONCRETAS Y
EFICACES
«Medidas» contra la epidemia de
inmoralidad sexual…
En el Diccionario de la Real
Academia se da a la palabra «medida» varias
acepciones, y la 6ª es «Disposición, prevención… Tomar,
adoptar medidas». Es prudente tomar, adoptar, aplicar ciertas
medidas para combatir un mal presente o amenazante. Por ejemplo, la
drogadicción, la pederastia, el absentismo laboral, ciertas prácticas abusivas
de los Bancos, etc. Tratamos ahora de tomar medidas contra la epidemia de
lujuria en el pueblo cristiano, y más concretamente en la que afecta a ciertos
grupos clericales.
Los cristianos se indignan en
sumo grado, y con razón, cuando algunos sacerdotes, obispos o cardenales
profanan malamente el santo celibato que libremente profesaron, por don de
Dios. De la indignación suele surgir la proposición y creación de nuevas «medidas» de control,
previsión e información, vigilancia, denuncia y sanción, tanto en el mundo
cívico como en el de la Iglesia, por medio de las cuales se pretende combatir
esos males y reducirlos cuanto sea posible. Es evidente la necesidad de
adoptar nuevas medidas que
puedan frenar esos males con mayor eficacia. Aunque muchas veces, en vez de
multiplicar las normas y cautelas, bastaría «aplicar» fielmente, sin
impunidades culpables, ni encubrimientos cómplices, las mismas normas ya
existentes.
Las medidas tomadas por la
Autoridad apostólica contra los pecados sexuales de ciertos clérigos se han
referido especialmente a la pederastia,
pero no tantas contra la homosexualidad,
muy relacionada con la primera.
Además de las intervenciones
ya citadas de los tres últimos Papas, recordaré aquí como ejemplo la carta a los Obispos dirigida por el —cardenal Levada, Prefecto
de la Doctrina de la fe, sobre el abuso de menores (3-V-2011), y las
instrucciones recientemente dadas por el —papa Francisco en la Cumbre contra la pederastia (21/24-04-2019):
en ellas invita a reflexionar
sobre 21 medidas para acabar con abusos, y en el discurso de la
Misa final de la citada Cumbre llama a la lucha contra del abuso de menores,
concluyendo en 8 puntos práticos.
ABUSOS SEXUALES: TODOS ORIENTAN SU LUCHA POR LA
ADOPCIÓN DE «MEDIDAS»
El
cardenal Daniel Di Nardo, presidente de la Conferencia
Episcopal de EE.UU., hizo públicas el 27-VIII-2018, en relación al informe del
Arzobispo Viganò, unas enérgicas declaraciones:
«Estoy ansioso
por una audiencia con el Santo Padre para ganar su apoyo para nuestro plan
de acción. Ese plan incluye propuestas más detalladas para: buscar
estas respuestas, facilitar el reporte de abusos y mala conducta por parte
de los obispos y mejorar los procedimientos para resolver las quejas contra
obispos». También el obispo británico Philip Egan escribe al Papa una carta abierta
sugiriendo ciertas medidas prácticas en orden a la crisis del clero.
Teólogos y pastores,
canonistas y psicólogos cristianos, y cuantos han colaborado en esa noble
campaña, todos han propuesto medidas más
rigurosas y eficaces en relación a los abusos sexuales producidos o encubiertos
por clérigos. Todos ofrecen en principio «medidas» concretas,
urgentes y eficaces para neutralizar los graves delitos sexuales:
atención a los víctimas, investigaciones no retardadas, verificación de los
hechos y de sus antecedentes, acogida de testigos, ayuda de psiquiatras,
denuncias rápidas, comunicación interdiocesana de datos, investigación de los
cómplices y encubridores, sanciones justas y coherentes, no condicionadas por
encubrimientos o complicidades, colaboración con las autoridades civiles,
indemnizaciones adecuadas, y tantas otras normas que, ajustadas a cada caso,
pueden sin duda ser benéficas.
Gelsomino del Guercio asegura que «Donde hay medidas
de prevención ha disminuido la pedofilia en la Iglesia». Cita las medidas
propuestas por el teólogo Hans
Zollner (Gregoriana). También sugiere medidas Meter onlus, sociedad
fundada por el sacerdote Fortunato
Di Noto: «diáconos para la infancia», «Oficinas pastorales pro
infancia». Cinco medidas principales propone el P. Dominic Legge, profesor dominico, «Limpiando la Iglesia de sacrilegios clericales». Carlos Esteban propone «Cuatro medidas para acabar con
los abusos sexuales de clérigos» (25-VII-2018).
–Las medicinas elegidas indican ya el diagnóstico que se hace de una
enfermedad. Creo yo que
en el combate que se promueve hoy contra los abusos sexuales predominan casi
exclusivamente los medios
condicionantes exteriores: mejoras en información, asesoría,
investigación, asistencia psicológica, denuncias, sanciones, controles, etc. Todas esas medidas, ciertamente buenas y
necesarias, son medios de mayor o menor eficacia para reducir el
desastre, o incluso eliminarlo. Pero como en su mayoría se dan en el orden
administrativo-funcional-laboral-policíaco-judicial, no llegan a operar lo suficiente en la mente, voluntad y sensibilidad de
las personas. Son buenas y necesarias, pero no bastan, como nos dice la
experiencia. Disminuirán los robos, quizá, pero no el número de ladrones.
Por otra parte, ¿valdrá de algo proponer nuevas medidas, si en tantos casos no se ha dado cumplimiento fiel
en mucho tiempo a tantas normas
disciplinares referidas al clero, enseñadas y mandadas por la Iglesia
desde hace decenios o incluso siglos?
Recordaré algunas más
recientes: Vaticano II (Presbyterorum ordinis, 1965); Sínodo
Episcopal de 1971; Código de Derecho Canónico (1983);
exhortación Pastores dabo vobis (1992); Directorio para el ministerio
y la vida de los presbíteros (1994, actualizado en 2013). Son muchos
los documentos pontificios doctrinales o disciplinares de la Iglesia sobre los
sacerdotes en los últimos decenios. Sin embargo, a pesar de su excelente
calidad, no han tenido la aplicación que los hubiese hecho suficientes. ¿Para qué más medidas y más Encuentros especiales,
que hoy, por cierto, no tendrían fácilmente el nivel teológico y espiritual de
sus precedentes?
* * *
–LAS VERDADERAS CAUSAS DE LOS ESCÁNDALOS SEXUALES
Digámoslo abiertamente. Todas esas «medidas»
serán insuficientes mientras no se predique con la debida fuerza e
insistencia la sacralidad del Orden sacramental, la castidad y el pudor, la
soteriología evangélica (cielo o infierno), etc.
Y es que «el justo vive de la fe» (Rm 1,17); «la fe es por la predicación, y la predicación por la
palabra de Cristo» (10,17). Las medidas
para combatir los pecados sexuales del clero tendrán eficacia no por sí
mismas, sino en el grado en que el espíritu
que las impulsa sea conocido, asimilado y aplicado por el gremio
eclesiástico. Las normas se
aplican y actúan solamente si se dan y se reciben juntamente con el espíritu que las genera. Por eso la negación o el silenciamiento
durante muchos años de verdades fundamentales de la fe son las
causas principales de las infracciones culpables que puedan darse en el clero,
sea en cuestiones sexuales o en cualquier otra materia. El silencio prolongado de una verdad de fe equivale
prácticamente a su negación.
–Las inumerables herejías Juan Pablo II: «Se han
propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral»
(6-II-1981). Ellas son la causa principal de los escándalos morales
recientes que tanto han afligido a la Iglesia. Soberbia - herejía -
pecado persistente - encubrimiento. Los italianos expresan la enseñanza de
los grandes Doctores de la Iglesia afirmando en proverbio: nascosta superbia, manifesta lussuria.
Santo Tomás: «Ad convincendum superbiam hominum Deus aliquos
punit, permittens eos ruere in peccata carnalia, quae, etsi sint minora, tamen
manifestiorem turpitudinem continent» (Para mostrar la soberbia de los hombres, castiga Dios a algunos
permitiendo que caigan en pecados carnales, que si bien son menores, contienen
un género de torpeza más evidente y vergonzosa) (STlg. II-II, 162,
6 ad 3).
San Buenaventura: «Item Isidorus: «Deus occultam superbiam
clericorum vindicat per manifestam luxuriam»… ergo manifesta luxuria est poena
superbiae» (También Isidoro: «Dios castiga la soberbia
oculta de los clérigos por la lujuria manifiesta»… luego la lujuria
manifiesta es castigo de la soberbia). (Quaestio 1. Utrum peccatum sint
poena peccati. Rationes principales, 4).
–La tolerancia impune de graves pecados:
la
anticoncepción, el absentismo a la Misa dominical, la eliminación del
sacramento de la Penitencia, el impudor extremo generalizado, la pornografía… Se habla hoy de «tolerancia cero para los crímenes
sexuales»; pero es falsa esa intolerancia cuando al mismo
tiempo se aceptan con «tolerancia», como
progresos, tantas otras herejías.
Pablo VI: «Los hombres, en
los juicios de hoy, no son considerados pecadores… La palabra pecado no
se encuentra jamás… El mundo moderno ha perdido el sentido del pecado» [cf. Pío XII,
Juan Pablo II]» (2-XII-1884)… Hoy reina el Eufemismo: en
muchas Iglesias nunca se habla de pecados, sino de errores,
actitudes equivocadas, situaciones irregulares,
acciones desordenadas, ideales no alcanzados todavía,
divorciados que viven un segundo matrimonio…
–La eliminación de lo intrinsece
malum ha descatalogado muchos
pecados, que ya hoy pueden ser cometidos con «buena conciencia»…
–La autoridad apostólica debilitada ha sido y es
una de la causas principales de los abusos sexuales –en el clero o en cualquier
cristiano–. Si la Autoridad de la Iglesia enseña, por ejemplo, con absoluta
firmeza una doctrina y una disciplina moral como lo hace en la Humanae vitae, y luego se resigna a que sea
rechazada e incumplida, promoviendo incluso al Episcopado no raras veces a
sacerdotes que la impugnan, va haciéndose de la Iglesia una sociedad falsa, que no hace lo que
dice, ni exige lo que manda. En ese marco, los crímenes sexuales prolongados
durante decenios hallan posibilidades insospechadas.
–La devaluación de la Cruz. El más grave de todos los
errores actuales es el horror a la
cruz: «no puede ser pecado aquello [por
ejemplo, la anticoncepción] que sólo puede ser evitado abrazando la Cruz». Ya
decía un Cardenal hace un par de años que «los
cristianos no están llamados a ser mártires». Pero Cristo enseñaba y
enseña: «Nadie puede ser mi discípulo si no toma su
cruz cada día y me sigue» (Mt 16,24).
–Grandes verdades de la fe hoy silenciadas. Esos graves pecados
escandalosos que, sobre todo si se dan en sacerdotes y Obispos, tanto indignan
y desmoralizan al pueblo, no podrán ser vencidos sino en la medida en que se
recuperen las grandes verdades de la fe que hoy son silenciadas, e incluso a
veces negadas, en no pocos seminarios y noviciados, catequesis y predicaciones,
facultades y publicaciones. Señalo algunas.
+Doxología: la gloria de Dios. Es el PRIMER mandamiento del Decálogo, amar a Dios con
todo lo que somos; procurar por encima de todo que sea conocido, amado y
obedecido: «Oh Dios, que todos los pueblos te
alaben» (Sal 66,4). Muy especialmente, ésta es la finalidad principal del
sacerdocio ministerial: «El fin que los presbíteros persiguen con su ministerio
y vida es procurar la gloria de Dios en Cristo» (Presbyterorum
ordinis, 4).
Tantos sacerdotes, que ignoran
en la práctica la finalidad propia de su vida y ministerio, son vulnerables a
tantos males porque no saben quiénes son ni para qué: desconocen su identidad personal y funcional. No han sido
formados en ese espiritu doxológico, que les libraría de pecados sexuales y de
tantos otros. Por eso «vagan sin sentido por el
país» (Jer 14,18). Se limitan en el mejor de los casos a la beneficencia
material, no suscitan vocaciones sacerdotales y tampoco misioneras.
+Soteriología: la
salvación de los hombres. Si durante medio siglo no se predica casi nunca en una Iglesia local
–o incluso se niega– la soteriología evangélica
(salvacción/condenación, cielo/infierno), uno de los centros principales
del Evangelio, es normal que el sacerdote y el obispo formados en esa
obscuridad, desconozcan su propia
identidad, no sean capaces de «invitar a
todos insistentemente a la conversión y la santidad» (Presbyterorum
ordinis, 4a), sino que se pongan al servicio de otros fines,
procurando ante todo ser simpáticos y apreciados (cf. Gál 1,10).
+La devaluación del sacramento del Orden, asimilado en la práctica a
la espiritualidad de los laicos. El Vaticano II enseña que los sacerdotes «han sido consagrados de manera nueva a Dios por la
recepción del Orden» (Presbyterorum ordinis 12: qui, Deo in Ordinis
receptione novo modo consecrati). Por tanto, sobre la consagración
bautismal, han recibido una nueva configuración
sacramental a Cristo como
sacerdotes, pastores y maestros del Evangelio. Pero esta realidad maravillosa
de gracia es ignorada e incluso negada por muchos. ¿Qué
tiene de sorprendente que se vean cautivos de tales o cuáles miserias morales?
+El silencio casi absoluto sobre el pudor y sobre la castidad. No se
entiende que hoy tantos cristianos estén perplejos, o incluso abandonen la
Iglesia, cuando conocen los enormes escándalos que en ella se dan en el campo
de la sexualidad. No se entiende, porque si desde hace medio siglo no se
predican ninguna de los dos virtudes, ni el pudor ni la castidad, como no sea
para ridiculizarlas, ¿qué de extraño habrá en que
el Príncipe de este mundo consiga impregnarlo
todo de lujuria: noviazgos fornicarios, matrimonios anticonceptivos,
divorcios, adulterios, modas, espectáculos, costumbres, televisión, internet,
publicidad, artes, medios de comunicación… perversiones sexuales en ciertos
eclesiásticos? «Es ya público que reina entre vosotros la fornicación»
(1Cor 5,1)… ¿Y qué se esperaba de tales silencios?…
Y sigo ya en modo breve:
+El silenciamiento de verdades evangélicas
fundamentales sobre el demonio,
sobre el mundo en cuanto enemigo del Reino
de Dios; sobre la carne,
es decir, sobre el pecado
original; etc.
–FINALMENTE:
JESUCRISTO VIVE Y REINA POR LOS SIGLOS DE LOS
SIGLOS
También hoy, ciertamente. No
se da en la Iglesia y en el mundo un gramo más de mal de lo que Cristo Rey permite. Y todos los bienes que florecen en la Iglesia
y el mundo están causados por su gracia. Ningún creyente, por tanto, puede autorizarse a la desesperanza, y
ni siquiera a la perplejidad: «el que me sigue no
anda en tinieblas» (Jn 8,12). El Salvador único del mundo hace que «todas las cosas colaboren al bien de los que aman a
Dios» (Rm 8,28).
La fe produce en nosotros la esperanza, la paz y la alegría propia de los hijos de Dios.
Nos prometió Jesucristo estar con nosotros siempre, hasta la consumación del
mundo, y aunque hayamos de pasar por valles de tinieblas, nada debemos temer,
porque Él va con nosotros. En todas las Iglesias católicas, hasta en aquellas
hoy más descristianizadas, hay siempre restos de Yahvé, a veces de una calidad sobrehumana, que nos están
asegurando que Cristo vive y reina por
los siglos de los siglos. Amén.
José María Iraburu, sacerdote
Post
post.–Leo en un
diario la reseña de una conferencia
dada en un centro católico sobre
la pornografía. Después de suministrar datos fidedignos y realmente
abrumadores, se han propuesto al final algunas «medidas»
para librarse de esa miseria, referidas concretamente al uso de
internet: «no llevar el móvil a la cama, activar el filtro anti-porno, situar
el ordenador en un sitio abierto y visible, llamar a un amigo, leer un libro,
escuchar música, hacer deporte, ordenar la vida, ocupar el tiempo, cuidar el
sueño, salir del confort, afiliarse a algún voluntariado», etc. Podemos preguntarnos:
¿serán suficientes para vencer ese vicio?… Es
posible que en la ponencia se ofrecieran otras medidas más fuertes, omitidas por el periodista. Dios lo
quiera.
José María
Iraburu
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