viernes, 1 de marzo de 2019

(535) ESCÁNDALOS SEXUALES. TOMEMOS MEDIDAS ¡Y PROCUREMOS VIRTUDES!


–La Iglesia se acusa públicamente a sí misma de ciertos escándalos sexuales.
–Y se propone acabar con ellos «tomando medidas» fuertes, concretas, eficaces…
—LA IMPUNIDAD AMENAZA LA VIDA DE LA IGLESIA
Ciertas normas doctrinales y leyes morales pueden infringirse en buen número de Iglesias locales de modo público y persistente sin que ocasionen sanción alguna. Por ejemplo:
Herejías. La Iglesia, por ejemplo, manda en el Derecho Canónico que «debe ser castigado con una pena justa quien enseña una doctrina condenada por el Romano Pontífice o por un Concilio Ecuménico o rechaza pertinazmente la doctrina que», etc. (c. 1371,1). Sin embargo, como es patente y declarado por los Papas, son «innumerables las herejías» difundidas en Seminarios, Facultades y publicaciones. Pero, fuera de algunos casos extremos, los teólogos heréticos no son sancionados, sino que en no pocas ocasiones son defendidos por sus Obispos de las acusaciones que reciben, e incluso promovidos a altas funciones de la Jerarquía apostólica.
Abusos litúrgicos. Aquí y allá, duran y perduran desde hace más de medio siglo. Tal sacerdote «añade, quita o cambia» lo que sea por iniciativa propia en la liturgia, como si ésta le perteneciera en propiedad. La profana así con sus arbitrariedades, quebrantando lo dispuesto por la Iglesia y mandado por el Vaticano II (SC 22,3). Impunemente, en muchos casos. Es incluso posible que su creatividad sea premiada con el episcopado.
La Misa dominical. La misión más grandiosa de todo creyente es amara Dios con todo el corazón, y santificar las fiestas, ofreciéndole culto litúrgico. Ya desde la Antigua Alianza ¡es éste el IIIº mandamiento del Decálogo! (Ex 20,2-17; Dt 5,6-21). Y en la Nueva, el domingo, «por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto» (Código c.1246). «El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la Mis(c. 1247; cf. Catecismo 2177). No hay vida cristiana sin Eucaristía (Vaticano II: LG 11, CD 30, PO 5-6, UR 6). Los cristianos no-practicantes son pecadores públicos. 
¿Llama hoy la Iglesia –la predicación, la catequesis, la confesión– a la Misa dominical, como obediencia a un mandato de Cristo –«haced esto en memoria mía» (Lc 22,19)–, recibido «por tradición apostólica»? No. Casi nunca predica la grave obligatoriedad en conciencia de este máximo precepto. No es infrecuente por eso en ciertas Iglesias locales el alejamiento masivo de la Misa dominical. Tampoco es raro que a cristianos no-practicantes sean admitidos al sacramento del matrimonio, al oficio de catequista o de padrino. Y a la comunión eucarística, llegado el caso.
Marcial Maciel Degollado (1920-2008). El Fundador de la Legión de Cristo, en cartas de sus primeros y  principales colaboradores (Federico Domínguez, 1954, y Luis Ferreira, 1956) fue acusado al Arzobispado de México D.C. de drogadicción y de abusos sexuales contra seminaristas. Estos pecados y delitos se prolongaron a lo largo de los años. A pesar de las denuncias presentadas en la Santa Sede,  continuaron hasta que Benedicto XVI, en 2006, le impuso una vida retirada de «oración y penitencia»… Medio siglo de impunidad. «Nadie sabía nada».
Theodore Edgar McCarrick (1930-). Su máxima condición de depredador sexual, especializado durante muchos años en seminaristas y sacerdotes jóvenes, no impidió, sino que favoreció –gracias a una secreta red clerical de homosexuales– su promoción continua como sacerdote, obispo, obispo de Washington, Cardenal de la Iglesia, colaborador del papa Francisco, hasta que en 2019 le fue aplicada la dimisión del estado clerical… Medio siglo de impunidad. «Nadie sabía nada».
—¿Hay que deducir de los ejemplos citados que la Iglesia, de hecho, es una sociedad sin leyes, como pretendía Lutero? ¿Tenía el razón cuando decía que toda ley o norma en la Iglesia implica una judaización del Evangelio, una falsificación del cristianismo?… No. En absoluto. Las leyes y normas disciplinares de la Iglesia son buenas, evitan muchos males y facilitan muchos bienes. Pero cuando no se aplican, cuando se encubren los crímenes, cuando se demoran sine die las sanciones penales debidas, sobre todo aquellas que son merecidas por los miembros más altos de la Iglesia (teólogos, obispos, cardenales), los males que se producen son muchas veces inmensos. Véanlo a la luz de los cinco casos concretos que he puesto, bien distintos entre sí.
—LAS GRAVES INMORALIDADES SEXUALES
Hace algunos años se viene denunciando la multiplicación de los graves pecados sexuales, como la pederastia, la efebofilia, la fornicación heterosexual, la anticoncepción, la homosexualidad activa, el adulterio (aunque estos tres últimos pecados, sin dejar de ser graves en sí mismos, son en ciertos casos tolerados [¡-!], haciéndolos incluso compatibles a veces con la comunión eucarística). Es normal que con el crecimiento de la apostasía hayan ido aumentando esas perversiones en la sociedad, hasta el punto que han infectado a gran parte del pueblo cristiano, y también a un cierto número, no pequeño, de sacerdotes, obispos y cardenales. Es ésta sin duda una de las más graves epidemias inmorales de nuestro tiempo.
Pero son los pecados contra sextum de algunos sacerdotes, obispos o cardenales los que causan más grave escándalo, como debe ser. Si fallan gravemente en su altísima misión, se da una corruptio optimi pessima, que causa en los fieles una gran indignación. Sobre todo cuando a la miseria de los pecados producidos se añade el encubrimiento, tanto más estricto cuanto más alto sea el nivel del pecador en la Jerarquía eclesiástica.
IMPUNIDAD DE LOS PECADOS SEXUALES DE CIERTOS CLÉRIGOS
Los últimos Papas la han denunciado con palabras muy fuertes.
Lamenta el Papa los daños y escándalos producidos por los sacerdotes y religiosos depredadores sexuales. Por ellos, «a la Iglesia misma se la ve con sospecha, y muchos se sienten ofendidos por el modo como perciben que han actuado los responsables de la Iglesia a este respecto. Desde todos los puntos de vista, el abuso que ha causado esta crisis es inmoral y, con razón, la sociedad lo considera un crimen; es también un pecado horrible a los ojos de Dios».
Lo mismo denuncia Benedicto XVI en su carta pastoral de 2010 a los católicos de Irlanda:
«Estoy profundamente consternado por las noticias que han salido a la luz sobre el abuso de niños y jóvenes vulnerables por parte de miembros de la Iglesia en Irlanda, especialmente sacerdotes y religiosos. Comparto la desazón y el sentimiento de traición que muchos de vosotros habéis experimentado al enteraros de esos actos pecaminosos y criminales y del modo en que los afrontaron las autoridades de la Iglesia en Irlanda».
Igual reproche y acusación dirige el papa Francisco en carta de 2018 a los Obispos de Chile después de realizada la «misión especial» encomendada al Arzobispo Scicluna.
«Todos los testimonios recogidos en ellas hablan en modo descarnado, sin aditivos ni edulcorantes, de muchas vidas crucificadas y les confieso que ello me causa dolor y vergüenza»… Solicito «Vuestra colaboración y asistencia en el discernimiento de las medidas que a corto, medio y largo plazo deberán ser adoptadas para restablecer la comunión eclesial en Chile, con el objetivo de reparar en lo posible el escándalo y restablecer la justicia».
Sí, hay que sancionar con caridad y fortaleza tantas culpas gravemente escandalosas, mirando por el bien de los culpables y protegiendo al pueblo cristiano.
–ES NECESARIO Y URGENTE TOMAR «MEDIDAS» CONCRETAS Y EFICACES
«Medidas» contra la epidemia de inmoralidad sexual…
En el Diccionario de la Real Academia se da a la palabra «medida» varias acepciones, y la 6ª es «Disposición, prevención… Tomar, adoptar medidas». Es prudente tomar, adoptar, aplicar ciertas medidas para combatir un mal presente o amenazante. Por ejemplo, la drogadicción, la pederastia, el absentismo laboral, ciertas prácticas abusivas de los Bancos, etc. Tratamos ahora de tomar medidas contra la epidemia de lujuria en el pueblo cristiano, y más concretamente en la que afecta a ciertos grupos clericales.
Los cristianos se indignan en sumo grado, y con razón, cuando algunos sacerdotes, obispos o cardenales profanan malamente el santo celibato que libremente profesaron, por don de Dios. De la indignación suele surgir la proposición y creación de nuevas «medidas» de control, previsión e información, vigilancia, denuncia y sanción, tanto en el mundo cívico como en el de la Iglesia, por medio de las cuales se pretende combatir esos males y reducirlos cuanto sea posible. Es evidente la necesidad de adoptar nuevas medidas que puedan frenar esos males con mayor eficacia. Aunque muchas veces, en vez de multiplicar las normas y cautelas, bastaría «aplicar» fielmente, sin impunidades culpables, ni encubrimientos cómplices, las mismas normas ya existentes.
Las medidas tomadas por la Autoridad apostólica contra los pecados sexuales de ciertos clérigos se han referido especialmente a la pederastia, pero no tantas contra la homosexualidad, muy relacionada con la primera.
Además de las intervenciones ya citadas de los tres últimos Papas, recordaré aquí como ejemplo la carta a los Obispos dirigida por el —cardenal Levada, Prefecto de la Doctrina de la fe, sobre el abuso de menores (3-V-2011), y las instrucciones recientemente dadas por el —papa Francisco en la Cumbre contra la pederastia (21/24-04-2019): en ellas invita a reflexionar sobre 21 medidas para acabar con abusos, y en el discurso de la Misa final de la citada Cumbre llama a la lucha contra del abuso de menores, concluyendo en 8 puntos práticos.
ABUSOS SEXUALES: TODOS ORIENTAN SU LUCHA POR LA ADOPCIÓN DE «MEDIDAS»
El cardenal Daniel Di Nardo, presidente de la Conferencia Episcopal de EE.UU., hizo públicas el 27-VIII-2018, en relación al informe del Arzobispo Viganò, unas enérgicas declaraciones:
«Estoy ansioso por una audiencia con el Santo Padre para ganar su apoyo para nuestro plan de acción. Ese plan incluye propuestas más detalladas para: buscar estas respuestas, facilitar el reporte de abusos y mala conducta por parte de los obispos y mejorar los procedimientos para resolver las quejas contra obispos». También el obispo británico Philip Egan escribe al Papa una carta abierta sugiriendo ciertas medidas prácticas en orden a la crisis del clero. 
Teólogos y pastores, canonistas y psicólogos cristianos, y cuantos han colaborado en esa noble campaña, todos han propuesto medidas más rigurosas y eficaces en relación a los abusos sexuales producidos o encubiertos por clérigos. Todos ofrecen en principio «medidas» concretas, urgentes y eficaces para neutralizar los graves delitos sexuales: atención a los víctimas, investigaciones no retardadas, verificación de los hechos y de sus antecedentes, acogida de testigos, ayuda de psiquiatras, denuncias rápidas, comunicación interdiocesana de datos, investigación de los cómplices y encubridores, sanciones justas y coherentes, no condicionadas por encubrimientos o complicidades, colaboración con las autoridades civiles, indemnizaciones adecuadas, y tantas otras normas que, ajustadas a cada caso, pueden sin duda ser benéficas.
Gelsomino del Guercio asegura que «Donde hay medidas de prevención ha disminuido la pedofilia en la Iglesia». Cita las medidas propuestas por el teólogo Hans Zollner (Gregoriana). También sugiere medidas Meter onlus, sociedad fundada por el sacerdote Fortunato Di Noto: «diáconos para la infancia», «Oficinas pastorales pro infancia». Cinco medidas principales propone el P. Dominic Legge, profesor dominico«Limpiando la Iglesia de sacrilegios clericales». Carlos Esteban propone «Cuatro medidas para acabar con los abusos sexuales de clérigos» (25-VII-2018). 
–Las medicinas elegidas indican ya el diagnóstico que se hace de una enfermedad. Creo yo que en el combate que se promueve hoy contra los abusos sexuales predominan casi exclusivamente los medios condicionantes exteriores: mejoras en información, asesoría, investigación, asistencia psicológica, denuncias, sanciones, controles, etc. Todas esas medidas, ciertamente buenas y necesarias, son medios de mayor o menor eficacia para reducir el desastre, o incluso eliminarlo. Pero como en su mayoría se dan en el orden administrativo-funcional-laboral-policíaco-judicial, no llegan a operar lo suficiente en la mente, voluntad y sensibilidad de las personas. Son buenas y necesarias, pero no bastan, como nos dice la experiencia. Disminuirán los robos, quizá, pero no el número de ladrones.
Por otra parte, ¿valdrá de algo proponer nuevas medidas, si en tantos casos no se ha dado cumplimiento fiel en mucho tiempo a tantas normas disciplinares referidas al clero, enseñadas y mandadas por la Iglesia desde hace decenios o incluso siglos?
Recordaré algunas más recientes: Vaticano II (Presbyterorum ordinis, 1965); Sínodo Episcopal de 1971; Código de Derecho Canónico (1983); exhortación Pastores dabo vobis (1992); Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (1994, actualizado en 2013). Son muchos los documentos pontificios doctrinales o disciplinares de la Iglesia sobre los sacerdotes en los últimos decenios. Sin embargo, a pesar de su excelente calidad, no han tenido la aplicación que los hubiese hecho suficientes. ¿Para qué más medidas y más Encuentros especiales, que hoy, por cierto, no tendrían fácilmente el nivel teológico y espiritual de sus precedentes?
 * * *
–LAS VERDADERAS CAUSAS DE LOS ESCÁNDALOS SEXUALES
Digámoslo abiertamente. Todas esas «medidas» serán insuficientes mientras no se predique con la debida fuerza e insistencia la sacralidad del Orden sacramental, la castidad y el pudor, la soteriología evangélica  (cielo o infierno), etc.
Y es que «el justo vive de la fe» (Rm 1,17); «la fe es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo» (10,17). Las medidas para combatir los pecados sexuales del clero tendrán eficacia no por sí mismas, sino en el grado en que el espíritu que las impulsa sea conocido, asimilado y aplicado por el gremio eclesiástico. Las normas se aplican y actúan solamente si se dan y se reciben juntamente con el espíritu que las genera. Por eso la negación o el silenciamiento durante muchos años de verdades fundamentales de la fe son las causas principales de las infracciones culpables que puedan darse en el clero, sea en cuestiones sexuales o en cualquier otra materia. El silencio prolongado de una verdad de fe equivale prácticamente  a su negación.
Las inumerables herejías  Juan Pablo II: «Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral» (6-II-1981). Ellas son  la causa principal de los escándalos morales recientes que tanto  han afligido a la Iglesia. Soberbia - herejía - pecado persistente - encubrimiento. Los italianos expresan la enseñanza de los grandes Doctores de la Iglesia afirmando en proverbio: nascosta superbia, manifesta lussuria
Santo Tomás«Ad convincendum superbiam hominum Deus aliquos punit, permittens eos ruere in peccata carnalia, quae, etsi sint minora, tamen manifestiorem turpitudinem continent» (Para mostrar la soberbia de los hombres, castiga Dios a algunos permitiendo que caigan en pecados carnales, que si bien son menores, contienen un género de torpeza más evidente y vergonzosa) (STlg. II-II, 162, 6 ad 3).  
San Buenaventura«Item Isidorus: «Deus occultam superbiam clericorum vindicat per manifestam luxuriam»… ergo manifesta luxuria est poena superbiae» (También Isidoro: «Dios castiga la soberbia oculta de los clérigos por la lujuria manifiesta»… luego la lujuria manifiesta es castigo de la soberbia). (Quaestio 1. Utrum peccatum sint poena peccatiRationes principales, 4).
La tolerancia impune de graves pecados: la anticoncepción, el absentismo a la Misa dominical, la eliminación del sacramento de la Penitencia, el impudor extremo generalizado, la pornografía… Se habla hoy de «tolerancia cero para los crímenes sexuales»; pero es falsa esa intolerancia cuando al mismo tiempo se aceptan con «tolerancia», como progresos, tantas otras herejías. 
Pablo VI: «Los hombres, en los juicios de hoy, no son considerados pecadores… La palabra pecado no se encuentra jamás… El mundo moderno ha perdido el sentido del pecado» [cf. Pío XII, Juan Pablo II]» (2-XII-1884)… Hoy reina el Eufemismo: en muchas Iglesias nunca se habla de pecados, sino de errores, actitudes equivocadas, situaciones irregulares, acciones desordenadas, ideales no alcanzados todavía, divorciados que viven un segundo matrimonio
La eliminación de lo intrinsece malum ha descatalogado muchos pecados, que ya hoy pueden ser cometidos con «buena conciencia»…
La autoridad apostólica debilitada ha sido y es una de la causas principales de los abusos sexuales –en el clero o en cualquier cristiano–. Si la Autoridad de la Iglesia enseña, por ejemplo, con absoluta firmeza una doctrina y una disciplina moral como lo hace en la Humanae vitae, y luego se resigna a que sea rechazada e incumplida, promoviendo incluso al Episcopado no raras veces a sacerdotes que la impugnan, va haciéndose de la Iglesia una sociedad falsa, que no hace lo que dice, ni exige lo que manda. En ese marco, los crímenes sexuales prolongados durante decenios hallan posibilidades insospechadas.
La devaluación de la Cruz. El más grave de todos los errores actuales es el horror a la cruz: «no puede ser pecado aquello [por ejemplo, la anticoncepción] que sólo puede ser evitado abrazando la Cruz». Ya decía un Cardenal hace un par de años que «los cristianos no están llamados a ser mártires». Pero Cristo enseñaba y enseña: «Nadie puede ser mi discípulo si no toma su cruz cada día y me sigue» (Mt 16,24).
Grandes verdades de la fe hoy silenciadas. Esos graves pecados escandalosos que, sobre todo si se dan en sacerdotes y Obispos, tanto indignan y desmoralizan al pueblo, no podrán ser vencidos sino en la medida en que se recuperen las grandes verdades de la fe que hoy son silenciadas, e incluso a veces negadas, en no pocos seminarios y noviciados, catequesis y predicaciones, facultades y publicaciones. Señalo algunas. 
+Doxología: la gloria de DiosEs el PRIMER mandamiento del Decálogo, amar a Dios con todo lo que somos; procurar por encima de todo que sea conocido, amado y obedecido: «Oh Dios, que todos los pueblos te alaben» (Sal 66,4). Muy especialmente, ésta es la finalidad principal del sacerdocio ministerial: «El fin que los presbíteros persiguen con su ministerio y vida es procurar la gloria de Dios en Cristo» (Presbyterorum ordinis, 4).
Tantos sacerdotes, que ignoran en la práctica la finalidad propia de su vida y ministerio, son vulnerables a tantos males porque no saben quiénes son ni para qué: desconocen su identidad personal  y funcional. No han sido formados en ese espiritu doxológico, que les libraría de pecados sexuales y de tantos otros. Por eso «vagan sin sentido por el país» (Jer 14,18). Se limitan en el mejor de los casos a la beneficencia material, no suscitan vocaciones sacerdotales y tampoco misioneras.
+Soteriología: la salvación de los hombres. Si durante medio siglo no se predica casi nunca en una Iglesia local –o incluso se niega– la soteriología evangélica (salvacción/condenación, cielo/infierno), uno de los centros  principales del Evangelio, es normal que el sacerdote y el obispo formados en esa obscuridad, desconozcan su propia identidad, no sean capaces de «invitar a todos insistentemente a la conversión y la santidad» (Presbyterorum ordinis, 4a), sino que se pongan al servicio de otros fines, procurando ante todo ser simpáticos y apreciados (cf. Gál 1,10).
+La devaluación del sacramento del Orden, asimilado en la práctica a la espiritualidad de los laicos. El Vaticano II enseña que los sacerdotes «han sido consagrados de manera nueva a Dios por la recepción del Orden» (Presbyterorum ordinis 12: qui, Deo in Ordinis receptione novo modo consecrati). Por tanto, sobre la consagración bautismal, han recibido una nueva configuración sacramental a Cristo como sacerdotes, pastores y maestros del Evangelio. Pero esta realidad maravillosa de gracia es ignorada e incluso negada por muchos. ¿Qué tiene de sorprendente que se vean cautivos de tales o cuáles miserias morales?
+El silencio casi absoluto sobre el pudor y sobre la castidadNo se entiende que hoy tantos cristianos estén perplejos, o incluso abandonen la Iglesia, cuando conocen los enormes escándalos que en ella se dan en el campo de la sexualidad. No se entiende, porque si desde hace medio siglo no se predican ninguna de los dos virtudes, ni el pudor ni la castidad, como no sea para ridiculizarlas, ¿qué de extraño habrá en que el Príncipe de este mundo consiga impregnarlo todo de lujuria: noviazgos fornicarios, matrimonios anticonceptivos, divorcios, adulterios, modas, espectáculos, costumbres, televisión, internet, publicidad, artes, medios de comunicación… perversiones sexuales en ciertos eclesiásticos? «Es ya público que reina entre vosotros la fornicación» (1Cor 5,1)… ¿Y qué se esperaba de tales silencios?… Y sigo ya en modo breve:
+El silenciamiento de verdades evangélicas fundamentales sobre el demonio, sobre el mundo en cuanto enemigo del Reino de Dios; sobre la carne, es decir, sobre el pecado original; etc. 

–FINALMENTE:
JESUCRISTO VIVE Y REINA POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS
También hoy, ciertamente. No se da en la Iglesia y en el mundo un gramo más de mal de lo que Cristo Rey permite. Y todos los bienes que florecen en la Iglesia y el mundo están causados por su gracia. Ningún creyente, por tanto, puede autorizarse a la desesperanza, y ni siquiera a la perplejidad: «el que me sigue no anda en tinieblas» (Jn 8,12). El Salvador único del mundo hace que «todas las cosas colaboren al bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28).
La fe produce en nosotros la esperanza, la paz y la alegría propia de los hijos de Dios. Nos prometió Jesucristo estar con nosotros siempre, hasta la consumación del mundo, y aunque hayamos de pasar por valles de tinieblas, nada debemos temer, porque Él va con nosotros. En todas las Iglesias católicas, hasta en aquellas hoy más descristianizadas, hay siempre restos de Yahvé, a veces de una calidad sobrehumana, que nos están asegurando que Cristo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
José María Iraburu, sacerdote
Post post.–Leo en un diario la reseña de una conferencia dada en un centro católico sobre la pornografía. Después de suministrar datos fidedignos y realmente abrumadores, se han propuesto al final algunas «medidas» para librarse de esa miseria, referidas concretamente al uso de internet: «no llevar el móvil a la cama, activar el filtro anti-porno, situar el ordenador en un sitio abierto y visible, llamar a un amigo, leer un libro, escuchar música, hacer deporte, ordenar la vida, ocupar el tiempo, cuidar el sueño, salir del confort, afiliarse a algún voluntariado», etc. Podemos preguntarnos: ¿serán suficientes para vencer ese vicio?… Es posible que en la ponencia se ofrecieran otras medidas más fuertes, omitidas por el periodista. Dios lo quiera.
José María Iraburu

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