El hecho es que
existen sacerdotes con tiempo para amar y otros que no.
El hecho es que
resulta imposible no darse cuenta debido al efecto que el amor produce en el
alma.
¿A qué se debe
que, contrario a lo que se espera, para amar no les quede tiempo?
Muchas son las razones pero,
sean las que fueren, el caso es que un sacerdote sin tiempo para la caridad, es
un sacerdote desnaturalizado que, cuando se ha visto que no tiene remedio, más
le valdría dejar el sacerdocio. Quizá es que nunca tuvo vocación, realmente.
Un sacerdote profundamente
alejado del amor viene a ser como un padre de familia que, por dar prioridad a
su trabajo, no le que queda tiempo para amar a su familia.
Lo grave es que, como en
muchas familias, nos llega a parecer natural (o nos resignamos) tener
sacerdotes que, ni por atisbo, sacan tiempo para demostrar amor por sus
semejantes.
Nos llegaríamos a acostumbrar
definitivamente si no fuera que existen sacerdotes para quienes amar es
prioridad.
Yo, por ejemplo, a padre
Vicente, lo conozco de hace cuarenta años. Estuvo en mi comunidad fundando
pero, sobre todo, haciendo sentir a cada uno amado y necesario. Después lo
enviaron a trotar mundo por muchísimos años pero el caso es que Vicente, ya
viejo, ha regresado a casa y con él la certeza de que Dios no nos olvida.
No más lo encuentro antes de
misa se me dibuja una sonrisa cuyo efecto en el alma me alcanza para toda la
semana porque Vicente lo que inspira es ser como el, estar siempre contento,
nunca quejarse, no hablar mal de nadie en absoluto, denunciar lo negativo pero
a la vez hacerle frente con ayuda de Dios, ver lo positivo a todo, tomar a cada
uno en cuenta, saber su nombre, interesarse por sus asuntos.
Con Vicente dan ganas de amar
a Dios, de obedecerle, de servir al prójimo, de tener Fe y Esperanza, de tener
sabiduría, prudencia, paciencia y fortaleza y de aprender a nunca callar cuando
hablar es deber de conciencia.
Echarse en sus brazos buscando
consuelo es el efecto final. Vicente siempre está ahí tal como Dios siempre lo
está. Vicente es cosa de Dios, verdaderamente.
A mí me queda ya muy poca
confianza en el ser humano y escasísima en el clero; sin embargo, mi Fe en Dios
es grande y también mi Esperanza y es porque conozco por Vicente de qué es
capaz Dios Todopoderoso cuando le permitimos instalarse en el alma.
Ustedes, sacerdotes que para
amar no les queda tiempo, modifiquen su conducta para que, al final de sus días
puedan presentarse ante Dios, contentos.
Ya basta de auto-compadecerse,
basta de dividirnos con su ambigüedad y de hacer sentir mal al prójimo por
cualquier motivo, basta de eludir ser santos. ¡Ya
basta!
Maricruz Tasies
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