Pascal llegó a intentar suicidarse, pero
Dios puso un monje y un sacerdote en su camino.
Dios siempre espera y siempre perdona si hay
arrepentimiento: es el mensaje de Pascal, quien lo vivió en primera persona.
La
publicación francesa L'1visible
recoge la experiencia de vida de Pascal,
un hombre que torció su camino y supo encontrarlo volviendo a los orígenes: Al
principio de mi vida “lo hice todo bien”: bautismo,
primera comunión, profesión de fe, confirmación, matrimonio, niños e incluso
una buena situación profesional. Luego me desvié… Engañé a mi esposa, me hice ateo, incluso un
ateo muy proselitista. Al cabo de un cierto tiempo pedí el divorcio, que
finalmente conseguí. Pero las cosas fueron muy difíciles y complicadas. Pensé
incluso que había perdido a mis hijos, porque se pusieron de parte de su madre.
Creí que ya no me querían, que todo estaba perdido. Un día hice un intento de suicidio. Un año después,
gracias a un curso de formación sobre la gestión del estrés en el trabajo,
comprendí que necesitaba un retiro.
SAINT-WANDRILLE
Entre los
18 y los 25 años solía acudir periódicamente a “cargar
las pilas” a la abadía de Saint-Wandrille, en
Normandía. No había otro lugar donde encontrase verdaderamente la
paz. Así pues, dado que atravesaba un momento muy difícil, para mí estaba claro
que tenía que volver a ese lugar.
Llegué a
la abadía, llamé a la puerta y pedí ver
a un sacerdote. Una vez con él, le expliqué: “Heme
aquí, engañé a mi mujer, pedí el divorcio y me he hecho ateo”... Me
escuchó pacientemente y nuestro encuentro duró al final tres horas. Al final de la conversación, el sacerdote me sugirió
que saliese a tomar el aire antes de comer y diese un paseo por el bosque.
No sé qué
pasó allí exactamente, no tengo ningún recuerdo, pero cuando volví parecía
haberme transformado. Dios me había dado cambiado de forma increíble, al
decirme: “Deja de hacer el idiota. Tengo un plan
para ti. Es demasiado pronto para decírtelo. Pero ya lo verás, es genial. Simplemente, confía en mí”. Y,
efectivamente, decidí confiar en Él. La verdad es que no tenía otra opción.
LA
CONFESIÓN
En 2017,
una amiga me invitó a su confirmación, que iba a recibir ya como adulta en una
gran fiesta de su diócesis. Al comenzar la ceremonia tuve una gran necesidad de
ir al servicio. Al bajar las escaleras para ir al servicio, escuché una especie
de llamada interior: “¡Confiésate con el sacerdote
con quien te vas a cruzar!” En efecto, hacía tiempo que quería confesar
algo muy difícil de contar, que siempre había guardado para mí. Paré al
sacerdote y le dije de buenas a primeras: “Padre, tengo que confesarme”. Me
respondió: “¡Pero va a comenzar la ceremonia!”
“Tengo solo una cosa que decirle: durará dos minutos”.
Dos
minutos después, efectivamente, yo había terminado. Pero el sacerdote me dedicó
mucho tiempo… Me anunció la misericordia infinita de Dios conmigo. Dios me perdonaba todo y me amaba
infinitamente. ¡Era fantástico!
Dos días
después, al despertarme, recibí de nuevo como una llamada interior. Comprendí
que Dios me decía: “Te he dado un talento, que es
hablar en público. Lo haces muy bien en tu trabajo. Pero casi nunca lo has
hecho por mí. Pues bien, ahora vas a dar testimonio de que, sea cual sea el
camino de nuestra vida (y el mío había sido muy sinuoso, y todavía lo es un
poco…), ¡todo el mundo tiene su lugar
en la Iglesia!”.
De hecho,
lo que Dios hizo en mi vida se resume en estas palabras que me dijo y que me
transformaron: “¡Te amo! Te amo, y hayas hecho lo
que hayas hecho, estoy y estaré siempre ahí para ti. Soy un padre, un padre con
un amor infinito, que no juzga, que acoge, y que te dice: ‘Eres muy valioso a mis ojos’ ¡Hay
tantas personas que piensan que no caben en el canon de la Iglesia, donde
habría que ser de esta manera o de aquella, y que se autoexcluyen de la Iglesia! ¡Pues bien, a ti yo fui a buscarte
porque llegaste demasiado lejos en tus idioteces, y sin embargo tienes
plenamente un lugar en la Iglesia!”
Hay un
camino de crecimiento para cada persona. Un camino que nos permite progresar y
acercarnos a Dios.
Traducción de Carmelo López-Arias.
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