Participó en la JMJ de Panamá, donde pudo
saludar personalmente al Papa.
La Jornada Mundial de la Juventud reunió
la pasada semana a cientos de miles de jóvenes provenientes de todo el mundo.
La inmensa mayoría ya está de vuelta en sus hogares haciendo balance de lo que
ha supuesto este encuentro para su vida cristiana con la esperanza de que dé
frutos abundantes. Otros aún están de regreso y siguen anunciando a Cristo por
las calles sabiendo de la sed que hay en el mundo por conocer la verdadera
libertad.
Y para
otros peregrinos la JMJ ha sido un auténtico shock al encontrarse a una Iglesia joven y con
ganas de llevar al mundo el mensaje de Cristo. Y es que entre estos peregrinos había también recién llegados al
catolicismo.
BAUTIZADO
EN LA ÚLTIMA VIGILIA PASCUAL
Este es
el caso de Naoki Kawada, un
joven de 29 años que peregrinó a Panamá con la Archidiócesis de París. Fue bautizado el pasado 31 de marzo, por lo
que aún no lleva ni un año como católico. Sin embargo, vivió durante
estos días uno de los momentos más especiales de su vida pues pudo saludar
personalmente al Papa Francisco, algo que hace tan sólo unos meses no lo habría
podido ni imaginar
Naoki
proviene de una familia no cristiana, es más, su padre es de origen budista y
su madre judía, por lo
que acabar siendo católico es algo que no entraba en sus planes. Sin embargo,
desde su etapa escolar empezó a tener contacto con la Iglesia y luego a sentir
una gran atracción hacia el catolicismo que finalmente le llevó a ser bautizado
en la última Vigilia Pascual.
La rencontre inattendue de
Naoki, un jeune néophyte du @dioceseparis avec le pape François. #JMJ2019
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— KTOTV (@KTOTV) 27 de enero de 2019
“Estuve a punto de no ir a la JMJ. Me parecía demasiado cara, demasiado
lejana, y lo más importante, tenía mucho trabajo. Pero sucedió que desde la Diócesis de París nos invitaron especialmente
a los neófitos a ir allí”, afirma
este joven a Famille Chretienne,
orgulloso finalmente de haber hecho caso a las recomendaciones de la Iglesia.
Este
nuevo católico explica que “no provengo de una
familia católica: mi padre es japonés y recuerdo haber visto a mi abuelo rezar
frente a su altar budista. La familia de mi madre es judía. Dicho esto, para mis padres no tenía sentido que yo no
conociera el catolicismo. Así que me inscribieron a catequesis en 6º
grado. También estuve en los scouts de Francia durante algunos años”. Tuvo
en la práctica una conversión, pero seguía sin estar bautizado.
SU
DESEO DE SER BAUTIZADO
Una vez
llegó a la universidad se mudó a Lille para continuar con sus estudios. En esta ciudad francesa se sintió llamado en
su interior a ir a misa tanto el día de Navidad como el Domingo de Ramos.
Simplemente, se presentó en la iglesia e ingresó en ella.
Durante
ese momento de su vida se dio cuenta de que realmente quería ser bautizado. “Me dije a mí mismo: “no puedo seguir este itinerario como católico como el mío sin una
culminación”.
Naoki
tuvo entonces el deseo de empezar el catecumenado y así por fin recibir aquel
ansiado bautismo. Sin embargo, en la escuela de ingeniería en la que estudiaba
les obligaban a cambiar de ciudad dos o tres veces en esos años, por lo que aplazó este deseo y quedó un poco apagado en
su interior.
ATRAÍDO
POR UN TEMPLO Y UN SACERDOTE
Un tiempo
más tarde ya en París descubrió un lugar que le marcaría para siempre, la capilla de Notre-Dame des Anges, en el
distrito seis. Fue todo gracias a la música, puesto que Naoki pertenecía a un
coro de amigos cuya una parte de su repertorio era de música sacra. Los
ensayos los realizaban en esta capilla, por lo que empezó a conocer a los feligreses de esta comunidad, quedando prendados
por ellos.
“Me gustó el espíritu y el carisma del sacerdote. Pero también encontré algunos
gestos, aunque fuera sólo saludar al prójimo antes de la misa. Este simple
gesto significa que no soy anónimo en medio de una multitud: soy alguien. Ir a
misa es vivir algo juntos. Si esto es así se debe ser consciente de ello antes
de la misa. Esto también te permite vivir cosas juntos después, como ir a comer
por ejemplo. En general, me quedó diez o quince minutos para hablar con otros
feligreses. Mientras que la iglesia que tengo más cerca de casa, llego, no
saludo a nadie y me voy cuando acabo”, explica
este converso.
Al
encontrar su lugar, su comunidad y su parroquia se lanzó rápidamente a hacer el catecumenado de adultos, que le ha
llevado a ser un miembro más de la Iglesia Católica, hacer su primera gran
peregrinación y poder hablar incluso con el mismo Papa.
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