Qué quieren que les
diga, pues que todo depende…
Durante años he mantenido días y horas fijos para los bautizos. La ventaja fundamental es la
de poder organizarte sobre todo en caso de parroquias con un número muy
abundante de niños. Cuando al año se tienen cientos y cientos no es posible
adaptarse a las circunstancias y necesidades de cada familia. Es verdad
que, en teoría, se subraya el aspecto
comunitario del sacramento, pero solo en teoría. En la práctica es un follón de niños, padres, padrinos, primitos y
abuelos que difícilmente permite una celebración medio decente.
Otro de los problemas que he
venido constatando en los últimos años estriba en las circunstancias tan diversas y cambiantes de las familias. Hoy, a
nada que te descuides, los papás viven en Madrid, unos abuelos en Logroño, los
otros abuelos son de Monforte de Lemos, un tío está de Erasmus en Milán, otros
tienen un comercio de obligada apertura en sábado y otros un restaurante con
horarios propios. Y entonces va el señor cura y dice que todos los bautizos los
segundos domingos de mes.
Ya en la parroquia de Madrid, con bastantes bautizos al año, comenzamos
a facilitar a los padres que eligieran el día que mejor les viniera, y si dos familias coincidían
en sus preferencias, entonces sí veíamos la posibilidad de celebración
conjunta.
Hoy no tengo ese problema. En mis minúsculos pueblos apenas tenemos
bautizos, y algunos
de los que nos llegan son de familias que, aunque viviendo en otros lugares,
tienen algún tipo de relación con el pueblo por fines de semana, casa de verano
o afecto especial. En estos casos no pongo pegas especiales.
Los curas tenemos nuestra forma de ver las cosas: días,
horas, que si bautizos comunitarios, que si papeles, que si permisos de la
parroquia de origen que a lo mejor jamás pisaron no por falta de práctica
religiosa, sino simplemente porque en el horario de misas les es más cómodo en
otra o porque de siempre el domingo van a misa en el pueblo que es donde pasan
los fines de semana.
Los tiempos cambian. Estamos en la era de la globalización, la aldea universal, el movimiento
continuo de personas y formas nuevas de trabajar. Así que lo de seguir bautizando como empezamos a hacerlo en
los años setenta se nos queda corto.
Por otra parte, cada vez tenemos menos bautizos y de padres
más alejados. Quizá por eso sea momento de volver a individualizar,
preparar a cada familia sin prisas, hacer una celebración más adaptada a sus
circunstancias personales (evidentemente no en el ritual, sino en horarios,
días, facilitar asistencia a todos los familiares) y, eso sí, tratar de hacer
un seguimiento de la familia, aunque a veces sea complicado.
Jorge González
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