Yo soy un hombre de
paz. Ay del que derrama sangre del prójimo. Ay de los nuevos caínes. Jamás
empuñaré en mis manos la espada porque soy un sacerdote de Dios. Pero al
presbítero se le pregunta qué es lícito y qué no es lícito; y es nuestro deber
responder. El silencio no es una contestación. Es deber del sacerdote iluminar
la conciencia con la palabra. El silencio no es una contestación.
La pregunta es muy sencilla: ¿Sería moral intervenir militarmente en Venezuela para
liberar a todo un pueblo de una espantosa opresión?
Si el seguimiento de Jesús me
lleva a no desentenderme del prójimo, ¿qué se puede
decir cuando estamos hablando del bien de millones de seres humanos? ¿Es moral
que los grandes de este mundo se limiten a intervenir con palabras y más
palabras y más declaraciones oficiales? ¿Sería inmoral decir algo con el hierro
de la infantería, con los tanques y los aviones?
La respuesta es más que evidente.
No insultaré vuestra inteligencia con una respuesta.
Curiosa situación en la que la
población entera de un país está deseando ser invadida. Qué paradoja la de una
nación que está clamando una invasión extranjera cuanto antes, al coste que
sea.
¿Grandes de este
mundo, no os dais cuenta de que el Pueblo de ese país ya no puede hacer más?
¿Por qué pedís lo que no puede hacer? ¿Pero es que no os dais cuenta de que la
nación entera está atada, amordazada y violada? ¿No os dais cuenta cuando pedís
negociaciones de que no sabéis lo que pedís?
Pero no solicito a los grandes de
este mundo una guerra en nombre de la Justicia, en nombre de la Humanidad: sé que no la van a hacer. Hasta las palabras les
cuestan a los jefes de Estado europeos. Son tacaños hasta en sus condenas. Hoy
siento una gran vergüenza de la Unión Europea.
Pero se plantea otra cuestión: ¿Es lícita la rebelión armada en una situación como la de
Venezuela? O dicho de otra manera: ¿Es
lícito que el hombre esclavizado luche por romper sus grilletes? ¿Es necesario
que dé una respuesta? Me parece una verdad tan evidente que no quiero
ofender vuestros oídos.
Muchas veces os he pedido que
usarais solo las armas espirituales. Pero, llegados al punto que hemos llegado,
sería inmoral por mi parte deciros que resulta ilícito usar los medios
necesarios para recuperar vuestra libertad. Con tristeza y vergüenza reconozco
que los de fuera no os van ayudar. Conquistar la libertad vosotros mismos es un
derecho.
Yo creo en el Dios de la Biblia,
no en el Dios de Gandhi o de los budistas. Creo en el Dios de la ira, en el
Dios que leemos en las Escrituras durante la santa misa.
Tenéis todo el derecho a
defenderos. Y si os atacan con hierro y fuego, podéis responder con hierro y
fuego.
Un hombre libre hará lo que sea
por romper sus cadenas y con toda razón. Escalará murallas, tomará fortalezas,
arremeterá contra sus enemigos, una y otra vez. Perseverará, esperará, se
agazapará. Las veces que haga falta. Lo hará él. Y cuando falte él, sus hijos.
Y cuando falten sus hijos, sus nietos. No hay muro, no hay cadenas, que puedan
contener a un hombre libre, a millones de hombres libres. Podrás matarlos,
podrás disparar sobre ellos, podrás amenazarlos, pero mientras vivan añorarán
la libertad.
Y, al
final, esas fuerzas del infierno perderán, serán vencidas, serán humilladas. El
Pueblo puede perder cien veces, mil veces, año tras año. La cúpula militar no puede
perder ni una sola vez. El día que pierdan el control, ¡y
lo perderán!, todo se les escapará de las manos y el Pueblo será su
juez.
Sí, generales, no serán vuestros camaradas jueces, ni vuestros tribunales de opereta los que os juzgarán, sino hombres libres. Y, una vez más en la Historia, os juzgarán férreamente aquellos con los que no tuvisteis misericordia.
Sí, generales, no serán vuestros camaradas jueces, ni vuestros tribunales de opereta los que os juzgarán, sino hombres libres. Y, una vez más en la Historia, os juzgarán férreamente aquellos con los que no tuvisteis misericordia.
P. FORTEA
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