Ante las consultas
recibidas (especialmente por los más jóvenes) acerca de lo que constituye la
ideología liberal, dejamos este texto breve del mártir argentino, Carlos Sacheri, donde expresa brevemente y con
sencillez el error liberal.
Para mayor
abundamiento, puede leerse la encíclica Libertas de León XIII; o “El
liberalismo es pecado”, de Sardá i Salvany, en nuestra sección “Libros recomendados”.
Que
no te la cuenten…
P. Javier Olivera
Ravasi
Carlos Sacheri, El orden natural, Vórtice, Buenos
Aires 2008, 64-72.
LA IGLESIA FRENTE AL LIBERALISMO
La actitud de la Iglesia
frente a los errores del liberalismo fue constante y reiterada en innumerables
textos del Magisterio. Desde la carta Quod
Aliquantum (10-3-1791), de Pío
VI, hasta la reciente Carta de Pablo VI al Cardenal Roy (14-5-1971), la
coherencia doctrinal de los documentos pontificios es invariable en su continuidad
de dos siglos.
¿Cuáles son los motivos de tal severidad por parte de la Iglesia, frente a una doctrina que dominó a las naciones de Occidente durante casi tres siglos? Una consideración atenta de los principales aspectos de la doctrina liberal nos permitirá comprender las razones del sostenido combate que la Iglesia ha librado heroicamente, con todos los riesgos que ello supuso, con todos los mártires que contó en sus filas.
¿Cuáles son los motivos de tal severidad por parte de la Iglesia, frente a una doctrina que dominó a las naciones de Occidente durante casi tres siglos? Una consideración atenta de los principales aspectos de la doctrina liberal nos permitirá comprender las razones del sostenido combate que la Iglesia ha librado heroicamente, con todos los riesgos que ello supuso, con todos los mártires que contó en sus filas.
FUENTES DOCTRINALES
La corriente liberal tuvo
particular vigencia durante los siglos XVIII y XIX. A través del proceso
revolucionario francés de 1789 -que constituyó la primera Revolución
internacional- se extendió rápidamente en los países europeos, difundida por
los ejércitos napoleónicos, e infundió su inspiración ideológica al movimiento
emancipador de los países de Hispanoamérica. Desde fines del siglo XIX, el
liberalismo clásico fue adoptando posturas más matizadas, ante la tremenda
evidencia del caos social y económico causado en Europa por la aplicación de
sus principios fundamentales.
Las raíces doctrinales de la corriente liberal pueden sintetizarse en cuatro principales:
1) el nominalismo del siglo XIV, con
su negación de la universalidad del conocimiento y su énfasis en lo
individua!;
2) el racionalismo del siglo XVI con
su exaltación de la razón humana;
3) el iluminismo
que dio lugar al librepensamiento y a la concepción del hombre como absolutamente autónomo
en lo moral.
4) a ellos debe
sumarse el influjo del
protestantismo, sobre todo en su versión calvinista, que fomentó
-como lo prueban los estudios de Troelsch, Tawney, Sombart, Belloc y Max Weber-
el espíritu de acumulación de riquezas.
EL HUMANISMO LIBERAL
Desde el punto de vista
filosófico, el
liberalismo considera a la libertad como la esencia misma de la persona, desconociendo que los actos humanos son libres
en cuanto suponen una guía u orientación de la razón. El hombre es considerado
como naturalmente bueno y justo, poseedor de una libertad absoluta, que no
reconoce límite alguno. El “buen salvaje” rousseauniano
es el arquetipo del individuo independiente y soberano, incapaz de malicia
alguna. Es bueno por el simple hecho de ser hombre, sin que su perfección
requiera una educación, un esfuerzo o una decisión personales.
En la medida del ejercicio
pleno de su independencia, el ser humano está llamado a un progreso indefinido y necesario, tanto intelectual como moral. En el plano de la
conducta, el sujeto no puede estar sometido a regulación ética alguna que no
provenga de su propia autodeterminación. Este subjetivismo moral lleva aparejada
la negación de todo orden objetivo de valores, del derecho natural y de la ley
o Providencia divina.
LA ECONOMÍA LIBERAL
El liberalismo económico
centra todo en la iniciativa y el interés individuales. Adam Smith habla del “sano egoísmo individual” como motor del
dinamismo económico. La única ley fundamental es la ley de la oferta y la
demanda; respetándola cabalmente se producirá espontáneamente la armonía de
los intereses particulares.
Esta concepción asigna al
lucro, a la ganancia por la ganancia misma, el carácter de fin último de la economía.
El afán de lucro no reconoce limitación de ningún tipo moral ni religioso. El
derecho de propiedad es exaltado como derecho absoluto, de modo tal que el
dueño puede llegar hasta la destrucción del bien que posee, en nombre de sus
derechos (ver “Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano” de 1791); no se asigna a la propiedad ninguna
función social.
El trabajo humano -en
particular, el del obrero- es asimilado a una mercancía más, objeto de
compra-venta en el mercado, con olvido total de la dignidad propia del
asalariado. El salario, sometido a la “ley de
bronce”, sólo tiene en cuenta al individuo que trabaja y no al
sostenimiento de su familia.
LA SOCIEDAD Y EL ESTADO
En razón de postular que el
solo respeto de la libertad absoluta de cada ciudadano asegura automáticamente
la armonía de los intereses particulares, el liberalismo suprime todos los
grupos e instituciones existentes entre los individuos y el Estado. Es así
como la familia se ve gravemente afectada por la introducción del divorcio, por
la total libertad de designar herederos, por la división del patrimonio
familiar. Así también, la ley Le Chapelier (1791) suprimió todas las
organizaciones artesanales y profesionales existentes en Francia, prohibiendo
toda forma de reunión y de asociación, por considerarlas atentatorias de la
libertad individual.
El Estado, definido cómo dictatorial por
naturaleza, es relegado a mero custodio de la libertad y la propiedad de cada
ciudadano;
en virtud
del “laissez faire, laissez passer”, la autoridad
política carece de toda función positiva.
LA MORAL Y EL DERECHO
Dado que el individuo es
autónomo, no reconoce otras normas que las que él mismo se dicte. Todos los
valores morales se reducen a lo subjetivo, razón por la cual, lo que uno
concibe como recto o justo no tiene por qué ser admitido por los demás.
Así como la moral se separa totalmente de la religión, el derecho se independiza de la moral (positivismo jurídico). Todo derecho es subjetivo y no reconoce otra regla que la voluntad de los sujetos que libremente acuerdan convenios, contratos, sociedades, etc.
En nombre del sufragio universal y de la soberanía popular, la democracia liberal expresa en forma de ley lo que los individuos han decidido. El derecho positivo no reconoce ninguna dependencia con relación al derecho natural y se exige en principio la separación total entre Iglesia y Estado.
CULTURA Y RELIGIÓN
Esta exaltación de los valores
individuales también afecta el plano de la cultura, que es concebida como una
actividad autónoma, desvinculada de los valores éticos. El culto del “arte por el arte” es una expresión concreta de
tal actitud.
En el plano religioso, el liberalismo conduce
primeramente a un indiferentismo y, luego, al ateísmo. Su naturalismo integral lo
seculariza todo. La religión se reduce a sentimientos subjetivos, separados de
las actividades diarias.
Ese ateísmo práctico se
traduce en el laicismo educativo y social, que elimina toda referencia a lo
trascendente y exalta la libertad de conciencia y de cultos. El reciente
Concilio ha definido claramente esta concepción: “Los
que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que
el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia” (Gaudium et Spes,
n. 20).
Lo expuesto muestra claramente
que la doctrina liberal elabora una concepción de la persona y de las
relaciones sociales en abierta oposición al sentido cristiano de la vida.
LA IGLESIA FRENTE AL CAPITALISMO
Uno de los grandes temas que
preocupan actualmente al hombre es el sistema llamado “capitalismo”
o economía capitalista. Al enjuiciar tantas injusticias, sobre todo en
el plano económico, surge la cuestión relativa a la legitimidad del capitalismo
y, en consecuencia, se plantea el problema de si la solución a tales desórdenes
reside o no en la modificación o aún en la destrucción del actual sistema
socio-económico capitalista. La gravedad de tales planteos requiere un examen
atento del problema a la luz de los principales documentos del Magisterio de
la Iglesia.
DISTINCIONES PREVIAS
En materia tan controvertida
suelen deslizarse con frecuencia confusiones y equívocos respecto de los
conceptos básicos. Esto ocurre constantemente en referencia al capitalismo.
En primer lugar, conviene
recordar que en su significado estricto, “capital” no
es mero sinónimo de “dinero”. La ciencia
económica define el capital como “un bien destinado
a la producción de otros bienes económicos”. Así por ejemplo, es
“capital” toda la maquinaria utilizada en la industria para la producción de
diversos artículos (tejidos, automóviles, muebles, etc.). El “bien de capital” se contrapone al “bien de consumo”, esto es, a los bienes
destinados directamente a satisfacer las necesidades primarias del hombre. El
dinero, en este contexto, sólo es “capital” en
tanto que implica la posibilidad de adquirir bienes de capital.
Pero el mayor de los equívocos
reside en el concepto mismo de capitalismo. En su sentido corriente, el
capitalismo designa la actual economía; al constatar muchos abusos que se dan en la vida
diaria, se achacan al capitalismo esas injusticias y, en consecuencia, algunos
concluyen que el capitalismo es de suyo un sistema injusto, opresor, inhumano. En esto hay
una parte de verdad, pero también una
confusión profunda, pues se ignora que por capitalismo pueden entenderse
dos cosas muy diferentes.
DOS SIGNIFICADOS DE CAPITALISMO
En sentido estricto, se
denomina economía capitalista a “aquella economía
en la cual los que aportan los medios de producción y los que aportan su
trabajo para la realización común de la actividad económica, son generalmente
personas distintas” (Pío XI, Quadragesimo Anno, n. 100). Esto
implica asimilar la economía capitalista al régimen del asalariado. En términos
generales, puede decirse que la economía anterior al siglo XVII no era “capitalista”, en cuanto que los medios de
producción o capital estaban en las mismas manos que ejecutaban los trabajos.
Los talleres o empresas familiares, los artesanos, los pequeños comerciantes,
son ejemplos de economía no-capitalista. En la actualidad, lo que predomina es
la distinción del sector capital y del sector trabajo, lo que configura una
economía capitalista, según se ha dicho.
Pero existe otro sentido, muy difundido, de
capitalismo. Por él se designa un proceso histórico determinado, el cual debería llamarse capitalismo liberal.
Podemos caracterizarlo con palabras de Pablo VI: “Pero,
por desgracia, sobre estas nuevas condiciones de la sociedad [la revolución
industrial], ha sido construido un sistema que considera el provecho como motor
esencial del progreso económico, la concurrencia como ley suprema de la
economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho
absoluto, sin límites ni obligaciones sociales correspondientes. Este liberalismo sin freno, que conduce a la
dictadura, justamente fue denunciado por Pío XI como generador de “el
imperialismo internacional del dinero”. No hay mejor manera de
reprobar tal abuso que recordando solemnemente una vez más que la economía
está al servicio del hombre” (Populorum Progressio, n. 26).
El texto citado sintetiza
claramente la realidad de los dos últimos siglos: al
sistema capitalista se agregó la ideología del liberalismo económico (ver
cap. 12). Como surge claramente de su lectura, Pablo VI se refiere al
liberalismo a secas, sin emplear el término capitalismo salvo para hacer la
distinción siguiente: “Pero si es verdad que un
cierto capitalismo ha sido la causa de muchos sufrimientos, de injusticias y
luchas fratricidas, cuyos efectos duran todavía, sería injusto que se
atribuyera a la industrialización misma los males que son debidos al nefasto
sistema que la acompaña. Por el contrario, es justo reconocer la aportación
irremplazable de la organización del trabajo y del progreso industrial a la obra
del desarrollo” (id., n. 261).
Del texto resulta manifiesta
la distinción arriba realizada entre el sistema capitalista (división
capital-trabajo) y el liberalismo económico que, de hecho pero no de derecho,
lo acompañó históricamente. Esto explica por qué la Iglesia ha condenado siempre con tanto énfasis al
liberalismo mientras que no ha condenado nunca al capitalismo. Mientras el liberalismo ha sido el responsable
del caos socio económico que dio lugar a la “cuestión
social”, el sistema capitalista es un tipo de economía que ha aumentado
en forma extraordinaria la producción de bienes y servicios.
GRAVEDAD DEL CAPITALISMO LIBERAL
Por su énfasis en el interés
individual, su exaltación de la iniciativa y de la libertad, su falta de
regulación moral de las relaciones económicas y sociales, la doctrina liberal,
difundida sobre todo a partir de la Revolución Francesa, dio lugar a toda clase
de abusos. Mientras favoreció la “acumulación
excesiva de bienes privados”, “el abuso de las grandes riquezas, y del derecho
de propiedad” (Pío XII, Menti Nostrae, 23-9-50), el capitalismo
liberal destruyó el orden social y la pequeña propiedad, sumiendo a la mayor
parte del cuerpo social en la miseria más espantosa (ver Pío XII, Alocución del
1-1-44).
En 1931, Pío XI denunció con excepcional vehemencia las injusticias del capitalismo liberal en su admirable encíclica Quadragesimo Anno: “Salta a la vista que en nuestros tiempos no se acumulan solamente riquezas, sino también se crean enormes poderes y una prepotencia económica despótica en manos de muy pocos. Muchas veces no son éstos ni dueños siquiera, sino sólo depositarios y administradores que rigen el capital a su voluntad y arbitrio. Estos potentados son extraordinariamente poderosos; como dueños absolutos del dinero gobiernan el crédito y lo distribuyen a su gusto. Diríase que administran la sangre de la cual vive toda la economía, y que de tal modo tienen en su mano, por así decirlo, el alma de la vida económica, que nadie podría respirar contra su voluntad. Esta acumulación de poder y de recursos, nota casi originarla de economía modernísima, es el fruto que naturalmente produjo la libertad infinita de los competidores, que sólo dejó supervivientes a los más poderosos, que es a menudo lo mismo que decir los que luchan más violentamente, los que menos cuidan su conciencia” (n. 105-107).
El espíritu de lucro,
verdadero motor del capitalismo liberal, puso el acento en la acumulación de la
riqueza por la riqueza misma, sin respeto alguno por la moral y los derechos
fundamentales del hombre. Al reducir al Estado a mero espectador pasivo del
proceso, impidió que éste ejerciera su función de árbitro supremo entre los
distintos sectores sociales. Sólo ante la evidencia del drama por él provocado,
el liberalismo fue cediendo paso a una concepción más justa del orden
económico. Como lo sintetizó irónicamente Chesterton: “el mal del capitalismo liberal no fue el
haber creado capitalistas, sino el haber creado demasiado pocos capitalistas.
El remedio al abuso del capital consiste, precisamente, en facilitar el
acceso de todos los grupos sociales a las diferentes formas de la propiedad
(ver Enc. Mater et Magistra de Juan XXIII).
El juicio de la Iglesia siempre fue muy severo contra la usura y el liberalismo económico, por someter al hombre a la economía en vez de colocar el dinamismo productivo al servicio de la persona. La solución cristiana estriba en la difusión de la propiedad, la humanización del trabajo y la instauración de una auténtica organización profesional de la economía nacional con la participación de todos los sectores, bajo el ordenamiento jurídico del Estado.
Carlos Sacheri, El orden natural, Vórtice,
Buenos Aires 2008, 64-72.
— Post-post:
vale la pena también leer el siguiente artículo de reciente aparición en el Diario La Prensa
Javier Olivera
Ravasi
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