Pocas cosas me
quedan o me quedaban por hacer como cura. Lo de dirigir ejercicios espirituales lo había hecho en alguna ocasión
con laicos y religiosas. Con
sacerdotes, nunca. Por eso mi resistencia cuando me lo propuso Miguel
Asorey para curas de Lugo. Le costó más de un año convencerme.
Los sacerdotes estamos para lo que estamos: anunciar
la Palabra, celebrar los sacramentos y construir la Iglesia en la caridad. Todos los sacerdotes somos
ordenados para eso. Otra cosa es cómo concretarlo en una tarea determinada.
La vida pastoral puede tomar muchos derroteros y desarrollarse en múltiples
facetas. La inmensa mayoría de los
sacerdotes estamos dedicados a la vida pastoral parroquial, otros se
dedican a la pastoral educativa, los hay especializados en la atención a
religiosos, sobre todo religiosas, y nos puede pasar que, además de nuestra
vida ordinaria, nos toquen cosas que
surjan. Por ejemplo, una charla, un retiro, una clase, unas jornadas de
formación. O dirigir unos ejercicios
espirituales como ha sido mi caso hace unos días, y, encima, a sacerdotes,
cosa que impresiona más.
¿Ha merecido la pena? Rotundamente
sí. Y hablo,
más que por los sacerdotes, pensando en
mí mismo. Han sido semanas previas de mucho rezar, mucho pensar, reflexionar por dónde enfocar
esos días, decidir los temas del retiro, estudiar documentos, ver papeles…
Solo por eso han sido días de mucha riqueza que a uno le obligan a repensar su
sacerdocio. Los que hemos dedicado tiempo a la docencia de chavales y de
seminaristas sabemos que preparando clases uno aprende mucho, sobre todo por el
esfuerzo que te supone de sintetizar, priorizar asuntos, ver modos de exponer
las cosas. Solo por esto, merece la pena, porque cuando uno tiene que preparar
unas reflexiones para los demás, no tiene más remedio que pensar, repensar,
rezar y hacer un esfuerzo.
Esto en lo previo. Los días de ejercicios pueden ser días intensos de fe
y fraternidad sacerdotal para el propio director. Días de oración serena con
otros hermanos, de celebración gozosa de la fe en comunidad con otros
presbíteros, de silencio. Para mí han
sido ejercicios personales en los que he recibido la predicación de la vida y
el testimonio de los demás.
A uno le cuesta, pero también
llegas a entender que alguien tiene que
hacerlo. Nos resistimos, porque predicar a la gente lo tenemos superado,
pero dirigir una palabra a compañeros
sacerdotes nos impresiona. Alguien tiene que hacerlo, insisto. Pues a
por ello.
En la tranquilidad, de nuevo,
de mis pueblos, me alegro de la
insistencia de Miguel. He aprendido mucho, me ha venido muy bien, y he
descubierto que alguien tiene que hacerlo y que merece la pena aceptar el reto
por uno y por lo que puedas aportar a los compañeros, que es,
básicamente, tu original manera de ver y vivir las cosas.
Luego, cada sacerdote lo
enfoca de una manera distinta. Ya les dije que a un servidor hablar de los
anawin o de la inhabitación trinitaria en el alma del justo es cosa que no le
sale. Si me puede salir animar en el diario de la vida sacerdotal, que de eso
tengo más experiencia. Pues vale. Cada uno desde sus originalidades. Pero sí,
mereció la pena.
Jorge Gonzales
Aci Prensa
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