lunes, 21 de enero de 2019

DIOS Y LA ETERNIDAD: UNO DE ESOS POSTS QUE TANTO OS GUSTAN


El día de ayer y hoy han sido muy productivos para mí, intelectualmente hablando. Sé que las líneas de hoy pueden parecer a algunos unas líneas pletóricas de soberbia. Pero seré sincero, a sabiendas de que los lectores de libros míos como Las corrientes que riegan los cielos (libro sobre la Trinidad) sí que me agradecerán que les comparta mis pensamientos.

Ayer desatasqué una cuestión a la que llevaba años dándole vueltas sin lograr una solución definitiva: ¿la eternidad de Dios es un tipo de temporalidad o no? La definición de tiempo de Aristóteles (que es la que sigue santo Tomás de Aquino) es esta: El tiempo es la medida del movimiento según el antes y el después.

Esta definición es clara y verdadera. La cuestión, al afrontar un razonamiento acerca de la eternidad divina, es si esta definición de tiempo es la más adecuada. La definición es muy importante, porque esta palabra se convierte en el instrumento clave para todo razonamiento posterior. Y aceptar esta definición tiene implicaciones a la hora de elaborar las construcciones lógicas después. Debo aclarar que estoy trabajando en un nuevo texto sobre la Santísima Trinidad.

La atemporalidad, por supuesto, no sirve para definir el ahora divino. Es una nota negativa. No podemos definir la realidad positiva del ahora de Dios por esa mera característica que compartiría Dios con, por ejemplo, el universo antes de existir.

Durante años, dudé si el presente de Dios entraba en la categoría de tiempo, si era un tipo de temporalidad. Si no era así, al hablar de este concepto del tiempo en Dios, había que crea crear una tercera categoría: atemporalidad, temporalidad y deieternidad. La eternidad es una mera características de algunas temporalidades.

Pero me di cuenta de que la realidad que es el tiempo se define mejor por su característica de presente, que por la característica del devenir. El único tiempo que existe es el ahora. Y la definición resulta más perfecta si se basa en lo que las cosas son, más que en lo que las delimita desde un punto de vista negativo. Se pueden poner muchos ejemplos de esto que omitiré.

Es más adecuado definir el tiempo por lo que es (el ahora) que en contraposición por lo que no es (el antes y el después).

De ahí que resulta más adecuado al ser de las cosas incluir la deieternidad como un tipo de temporalidad, que crear un tercer estado entre los entes que poseen un devenir y los entes sumidos en la atemporalidad. ¿Por qué? Pues sencillamente, porque entre el ser y el no ser no hay nada. De hecho, esto tendría un paralelismo con la existencia: este árbol es, Dios es. No afirmamos que por el hecho de que el Ser de Dios sea infinito ya no se puede clasificar como el concepto de ser.

Del mismo modo, el presente sin antes y después de Dios se califica mejor como un tipo de temporalidad (teniendo que cambiar la definición de tiempo) que creando una tercera categoría.

La definición clásica de tiempo se mantiene como definición del tiempo de las criaturas. Pero la definición de tiempo en abstracto sería la característica de que el ser posea un ahora. Y el “ahora sí“ que tendríamos que definirlo por comparación con lo único que conocemos: ese momento del movimiento entre un antes y un después. Teniendo que cambiar el ahora divino por la definición de un ahora sin antes ni después.

Puede parecer que solo hemos bajado un escalón al volver a recurrir al movimiento ontológico para entender el ahora. Pero eso cambia nuestra concepción del tiempo, aunque sea necesario reconocer que hay dos tipos de ahora. Con ello hay una simetría con el esquema lógico del verbo ser, como ya he dicho.

Espero que haya un mínimo grupo de lectores del blog a los que este tema les haya interesado tanto como a mí. Seguro que he aburrido soberanamente a muchos lectores. Pero este tipo de posts son los que le gustarían a Aristóteles. El antiguo, no Aristóteles Onassis.

En mi libro Ex Scriptorio, acabaré un artículo sobre el tema de la eternidad y Dios en breves días. Os informaré aquí por si os interesa descargarlo en Biblioteca Forteniana. Los chinos ya me han ofrecido medio millón por el descubrimiento. No queda claro medio millón de qué.

P. FORTEA

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