Estamos
entrando al momento más penitencial del Adviento. Recordemos que, aunque lo
hayan olvidado algunas emperifolladas parroquias, llenas de árboles de navidad
con lucecitas incluso en el altar desde inicio del mes, el Adviento es un
tiempo de penitencia, expiación y expectación.
El Adviento es un compendio de la vida del homo viator, especialmente en esta época, en que, como
diría el papa san Pío X en E Supremi (1903),
parece que «ya habita en este mundo el hijo de la perdición de
quien habla el Apóstol». El
tiempo litúrgico que solemniza la espera de la Primera Venida nos prepara y
edifica para el tiempo histórico que prepara la Segunda.
Una bellísima manifestación de esto es el
himno Rorate Caeli, del Oficio Divino durante estos días,
especialmente esta estrofa:
Ne irascáris Dómine, ne
ultra memíneris iniquitátis: ecce cívitas Sáncti fácta est desérta: Síon
desérta fácta est, Jerúsalem desoláta est: dómus sanctificatiónis túæ et glóriæ
túæ, ubi laudavérunt te pátres nóstri. [No te irrites, Señor, no te acuerdes más de nuestras iniquidades. Mira
que la ciudad santa está desierta: Sión ha quedado desierta, Jerusalén está desolada,
la casa de tu santificación y de tu gloria, en donde te alabaron nuestros
padres].
¡Qué mejor descripción de la desolación
posconciliar, donde la Jerusalén mística ha sido desfigurada hasta hacerse casi
irreconocible, donde la misma liturgia, domus sanctificationis tuae,
ha sido desertificada! Abscondisti faciem tuam a
nobis, et allisti nos in manu inquitatis nostrae…[Escondiste tu faz de nosotros y nos entregaste a manos de nuestra
iniquidad].
Por otro lado, estamos
en el periodo más penitencial de Adviento: las témporas, el tiempo más penitencial del tiempo
penitencial que es el Adviento. El
viernes 21 de diciembre, viernes de témporas (que también es el
solsticio de verano en estas latitudes) la Iglesia cantará en las
Antífonas Mayores, ante la inminencia del Nacimiento del Redentor: «Oh, Sol Naciente, esplendor de luz eterna y sol de
justicia, ven e ilumina a aquellos que viven en la oscuridad y en la sombra de
la muerte»: Llenémonos de esperanza en la venida del Salvador, pues la batalla
está ganada. Pero, como las vírgenes prudentes, tiene que encontrar
nuestras lámparas con aceite: el aceite de la
penitencia y de la virtud. Hoy más que nunca en la historia, la práctica
de las virtudes morales y sobrenaturales, especialmente de la pureza, es verdaderamente
contrarrevolucionaria. Con la ayuda de Dios es absolutamente posible vivirlas,
digan lo que digan Amoris Laetitias y
otras cacofonías del modernismo. Sepamos
pues llenarnos del mismo gozo expectante de los días anteriores a la
Navidad, pues estamos cada vez más cerca de la Navidad definitiva: Quaere moerore consumeris? Quare innovávit
te dolor? Salvábo te; noli
timére: ego enim sum Dóminus Deus tuus, Sanctus Israël, Redémptor tuus.
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