Cartas al director
Un joven, que ha
preferido permanecer en el anonimato, ha compartido con InfoCatólica su
testimonio a raíz de las críticas que ha recibido el nuevo Secretario de la
Conferencia Episcopal Española. Como él mismo manifiesta, « sufro atracción hacia personas del
mismo sexo desde los 13 años y no me ofenden las palabras ni del Magisterio, ni
del Papa Francisco ni de Argüello. Es más, me dan paz y me confirman en la fe»
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Hace unos días el secretario general de la Conferencia Episcopal
Española (CEE), Mons. Luis Argüello, defendió el derecho de
la Iglesia a poder seleccionar a sus candidatos al sacerdocio entre quienes estén
dispuestos a ser célibes y «que se reconozcan y
sean enteramente varones, por tanto, heterosexuales». Las palabras han
sembrado la polémica y han sido discutidas por medios de comunicación laicos y
católicos, siendo por ejemplo bastante criticadas en la edición del viernes 24
de noviembre del programa «La Linterna de la Iglesia»
de la emisora de radio de los obispos españoles.
Muchos se han levantado, también dentro de la Iglesia, «en defensa de las personas homosexuales»,
criticando y cuestionando las palabras del Obispo Luis Argüello, yendo, en fin,
en contra del Catecismo, los documentos de la Iglesia sobre el discernimiento
vocacional y contra el mismo Papa Francisco que, un encuentro con los obispos
italianos, fue muy claro sobre la posibilidad de admitir en el seminario a
candidatos con tendencias homosexuales: «Si tienen
la más mínima duda, es mejor no dejarlos entrar».
Pues yo soy un joven español
con tendencias homosexuales, con una posible vocación al sacerdocio y apoyo lo
que dijo Monseñor Luis Argüello.
Yo sufro atracción hacia
personas del mismo sexo desde los 13 años y no me ofenden las palabras ni del
Magisterio, ni del Papa Francisco ni de Argüello. Es más, me dan paz y me
confirman en la fe. El Catecismo no me «induce al suicidio» como dijo James Martin, sino
que me da Libertad, la libertad de vivir en la Verdad, verdad que algunos se
empeñan en negar en base a una falsa caridad (que quizás esconde el no querer
asumir y vivir el Magisterio en lo relativo a la sexualidad…)
La Iglesia tiene razón
respecto de la homosexualidad. En mi caso, gracias a Dios, nunca he tocado a un
hombre, no he «salido del armario». Nunca he
deseado esta tendencia. Sé bien que eso ha hecho para mí todo esto más fácil.
Hace un par de años tuve un proceso de conversión, tuve un encuentro muy fuerte
con Dios y empecé a vivir en gracia y a ser mucho más feliz que antes. También
feliz luchando por la castidad, porque la moral católica, la castidad, no es
represión, sino libertad, auto-control…y todo para proteger y madurar el amor
humano, que alcanza su cenit en el matrimonio fecundo entre hombre y mujer,
reflejo del amor divino.
También descubrí que efectivamente mi tendencia homosexual es un
desorden, como enseña el Catecismo, no es natural. Una vida homosexual jamás dará la felicidad a nadie, y
no hace falta haber vivido la vida gay para darse cuenta de que abrazar y vivir
la homosexualidad casi siempre va unido a una mayor promiscuidad, infidelidad,
mayor incidencia de problemas psicológicos… He comprendido que la atracción
hacia personas del mismo sexo es fruto de heridas afectivas, y que algunas
personas consiguen sanar su tendencia homosexual con un adecuado acompañamiento
psicológico y, también, espiritual. La homosexualidad no solo es una tendencia
desordenada, es un cúmulo de heridas afectivas no superadas, un desorden en la
afectividad. Las personas homosexuales no existen: existen
hombres y mujeres y ya está; que pueden tener una atracción hacia el mismo
sexo, pero eso no nos define, como quiere definirnos esa mentira perversa que
es la ideología de género y que algunos en la Iglesia se equivocan al abrazar y
defender. Una cosa es la tendencia y otra la persona. Yo soy un hombre,
no un homosexual. Soy lo que soy por naturaleza, un hombre, pero sí, un hombre
herido en mi afectividad psico-sexual. Dicho de otra forma, no soy «enteramente varón», como dijo Monseñor Argüello,
porque lo natural es que a un hombre le atraigan exclusivamente las mujeres.
Eso una realidad y el asumirlo nunca me ha supuesto un trauma, sino paz, la paz
de vivir en la verdad y ser coherente con ella. Una persona con tendencias
homosexuales no es menos, ni más pecador por ello. Eso la Iglesia lo sabe, por
ello el Catecismo y el Papa anima a acoger y a respetar a todas las personas
con esa circunstancia, pero a las personas, no a las ideologías, esas «colonizaciones ideológicas», ni al pecado.
En el proceso de mi conversión, sentí la llamada al sacerdocio, pero me
di cuenta de que no estaba preparado para algo tan grande y de lo cual dependen
tantas almas. Yo no estoy
bien del todo. Ser sacerdote es tan importante que implica tener una madurez y
un orden en todos los ámbitos de la vida y la persona, y las personas con
tendencia homosexual no estamos en orden del todo. Aparte de la insensatez que
constituye que una «persona homosexual» entre
en un seminario lleno de hombres. Sería como meter a un heterosexual a vivir en
un convento femenino. Es jugar con fuego, un completo disparate.
Asumir que no puedo ser
sacerdote tampoco ha supuesto ningún trauma. Cuando uno vive cerca de Dios la
verdad se abre paso en la mente y el corazón: «mi
yugo es llevadero, y mi carga, ligera». El verdadero sufrimiento, el que
carece de esperanza y salida, es el que viene de negar la verdad, porque solo
la verdad libera. Negando la verdad en tu vida no hay libertad posible, porque
te haces prisionero de ti mismo.
¿Quiere todo
esto decir que toda persona que haya experimentado tendencias homosexuales debe
extirparse de la cabeza y el corazón una posible vocación al sacerdocio (o a la
vida consagrada)? No. Yo no cierro esa puerta, pero sé que mientras tenga esta tendencia
no cruzaré ese umbral, ni debo, ni quiero, porque traicionaría mi conciencia, a
mi Madre, que es la Iglesia, y a Dios.
La felicidad está en hacer la
voluntad de Dios, no en satisfacer nuestros los deseos y aspiraciones, que
pueden no coincidir con los de Dios. Confiemos, confiemos en Dios. El camino que Dios tiene preparado para cada
uno de nosotros es mejor y nos hará más felices que el que cada uno puede
desear o imaginar, aunque haya cruz en él. No es mi caso, pero entiendo
si para alguno el asumir esta realidad le genera una gran frustración y una
impotencia insoportable… pero es la realidad, de nada sirve negarla. Muchas
veces la realidad es ilusionante, pero otras no: esas
cruces que todos tenemos, en una forma u otra, debemos subirlas en nuestros
hombros y cargarlas hasta amarlas, amarlas igual que Cristo amó la cruz, porque
sabía que su inmolación vendría nuestra salvación; amarlas, porque de ello
depende encontrar la verdad de nuestra vida y nuestra santificación, pero también
nuestra felicidad, porque ahí, en nuestro sufrimiento es donde más se hace
presente la Felicidad, que es Jesús.
¿Hay esperanza
entonces? Me dijo un
obispo español que, aunque tenga atracción hacia personas del mismo sexo, esto
no quiere decir que el Señor no me haya llamado al sacerdocio, porque si
consiguiese sanar la tendencia homosexual, Dios todavía podría llamarme a
servirle. Solo Dios lo sabe. Pero si tengo que cargar esta cruz toda la vida la
cargaré, porque si «el Señor es mi pastor nada me
falta».
No nos ciñamos a nuestro deseo, si caminamos junto a Dios, llegaremos a
la vocación y al plan que Él quiere hacer con nosotros. Solo tenemos que ser fieles a
Él, a la Iglesia, confiar y decirle sí. Quizás hasta nos sorprenda la felicidad
que nos tenía preparada.
Espero que mi testimonio le
ayude a alguien, quizás para convencerse de la verdad y caridad de las
enseñanzas de la Iglesia o quizás para no tomar el equivocado camino de
ingresar en el seminario con este problema.
A todos aquellos que dicen que
la Iglesia es dura, retrógrada y rígida, y que hablan desde donde muchos les
pueden escuchar: Yo soy feliz, porque mi felicidad es Cristo, que sobre todo se
hace presente en las cruces de la vida. Sean fieles. Tienen una gran
responsabilidad cuando hablan a la Iglesia y a la sociedad desde los puestos
donde Dios les ha colocado.
Si alguien tiene a bien rezar
por mí, se lo agradezco de corazón. Yo rezo por ustedes.
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