LAS TRES FORMAS DE GOBIERNO
El Papa recuerda cómo la Sociedad civil tiene un fin próximo, que es el
bienestar material, y un fin último, que es la perfección moral de los
ciudadanos.
La
moralidad es la conformidad del acto humano con la regla objetiva de las
costumbres, o sea, con la ley divina, natural y positiva. El Papa condena, por
tanto, la moral autónoma kantiana, según la cual es moral lo que corresponde a
la razón práctica subjetiva del hombre, autónomamente de toda ley objetiva
natural y divina.
La
religión une al hombre con Dios. Por lo tanto, los ciudadanos deben aliarse
para combatir el ateísmo, especialmente de Estado (o sea, el Estado que hace
leyes contrarias a la divina, natural y positiva), y para salvaguardar la
religión verdadera de la legislación atea o laicista del Estado revolucionario.
La historia de un pueblo nos muestra cuál es su elemento generador y
conservador, sin el cual el pueblo no podría subsistir en paz y prosperidad.
Para Francia (a la que la presente Encíclica es dirigida) el elemento generador
es la religión católica. Por lo tanto, los Franceses deben actuar con sagacidad
para conservarla, pero no se puede decir que la Iglesia incite a los católicos
a la unión para tener un dominio político absoluto sobre el Estado (objeción
que ya hacían los fariseos a Cristo); ella quiere solamente que los ciudadanos
pidan al Estado la unión y la cooperación con la Iglesia, no la separación y su
persecución. El Papa cita a San Justino Mártir (Diálogo
con Trifón) y muestra cómo ya en los tiempos apostólicos la Sinagoga
instigaba al Imperio romano contra los cristianos y la Iglesia, que es Cristo
continuado en la historia. Semejante objeción se renueva en el curso de los
siglos y el Estado anticristiano puede justificar, así, la guerra contra la
Iglesia y la religión cristiana, como sucedió con la así llamada “unidad de Italia”, que fue un pretexto para
abatir el cristianismo y el Papado.
Aquí el
Papa pasa a estudiar las divergencias que se crearon entre los Franceses al
respecto de la República de entonces (1892), que era masónica, anticristiana y
hacia leyes contrarias a la divina, natural y positiva. Les exhorta a unirse
para que en el parlamento puedan entrar diputados elegidos por los cristianos,
a condición de que hagan leyes conformes a la divina y natural. En efecto, los
Franceses se habían separado de tal modo de la República masónica hasta el
punto de dejarle la mayoría de los escaños en el parlamento y la posibilidad de
legislar contra la Iglesia. Se trataba entonces, según León XIII, de volcar la
situación enviando al parlamento un número suficiente de diputados cristianos o
dispuestos a defender la ley de Dios.
Los Franceses eran reacios a participar en las elecciones políticas de
la República porque estaban unidos a la monarquía. El Papa explica entonces la
doctrina sobre las tres formas de gobierno (monarquía, aristocracia y
democracia clásica), de las cuales ninguna es mala en sí misma, sino que es el
fin que persiguen o las leyes que promulgan los que las hacen buenas o malas.
Ciertamente, en teoría, la monarquía es por sí misma la mejor forma de
gobierno, pero, en la práctica, o sea, en cuanto a la malicia del hombre, es
bueno que sea templada por la aristocracia y en los municipios pequeños por la
democracia clásica, según la cual el poder no viene de la mayoría del pueblo,
sino siempre de Dios (León XIII, Encíclica Au
milieu, en Tutte le Encicliche dei Sommi Pontefici, Milano,
Dall’Oglio Editore, ed. V, 1959, 1º vol., p. 464).
La
Iglesia no cambia en su esencia, divinamente instituida, mientras que el tiempo
cambia las instituciones políticas. Ninguna forma de gobierno, en cualquier
nación, es absolutamente definitiva.
Si la
república es indiferente en sí misma como forma de gobierno, la Tercera
República Francesa (de los tiempos de la Encíclica) es mala porque su
legislación promulga leyes contrarias a la divina, natural y positiva.
Entonces, se pregunta el Papa, ¿no es nunca lícito
participar en las elecciones para intentar quitarle la mayoría a los masones y
dársela a los católicos? ¡No! Explica en Pontífice. En efecto, la nación
tiene el derecho de defenderse de la mala legislación de la Tercera República,
creando un gobierno de cualquier forma (republicana o monárquica), con tal de
que esté compuesto por diputados en su mayoría católicos, que legislen bien, o
sea, conforme a la ley divina. Es necesario, en efecto, distinguir la forma de
gobierno de la autoridad o del poder, que viene de Dios. Si la Tercera
República es mala es necesario distinguir también en ella la forma, que es
neutra en sí misma, del poder político, que hace leyes malas. Por lo tanto, es
necesario hacer caer este último e – incluso con una forma de gobierno
republicana – hacer leyes buenas. Se puede participar en las elecciones para
tomar la mayoría en el parlamento y volver buena la mala legislación de la
Tercera República. Hay una gran diferencia entre los dos casos, o sea, la forma
de gobierno y las leyes promulgadas: en efecto, con la actual Tercera República
se tiene una forma de gobierno neutra, pero que hace leyes malas; con el nuevo
gobierno deseado por León XIII se tendría una forma neutra (la república), pero
que hace leyes buenas. Por lo tanto, es lícito participar en las elecciones. En
efecto, la calidad de las leyes depende no de la forma de gobierno (republicana
o monárquica), sino de los hombres que gobiernan y legislan bien o mal. La ley
es buena si el legislador es bueno y legisla bien. Los católicos, amonesta el
Papa, deben unirse para volver buena la legislación futura y combatir la
antigua y mala legislación, respetando, no obstante, el poder constituido, sin
obedecer, sin embargo, toda ley de semejante poder, antes bien, desobedeciendo
a las leyes malas. En efecto, una ley mala no tiene fuerza de ley, sino que es
más bien corrupción de la ley, siendo la ley una orden razonable, o sea, hecha
según la recta razón, que tiende hacia la verdad y el bien (ibidem, p. 468).
El Estado
debe a Dios el culto oficial. Si lo niega falta, no sólo contra Dios, sino
también contra los derechos de los ciudadanos, que tienen su origen en sus
deberes hacia Dios. Si el Estado no honra a Dios, reniega de su naturaleza de
Estado y no tiene razón de existir.
León XIII
concluye recordando que Francia es católica y la separación entre Estado e
Iglesia no es lo suyo.
Resumiendo: León XIII recuerda que, por principio, la Iglesia sabe cuál
es la mejor forma de gobierno en sí misma. Sin embargo, enseña que las tres
formas de gobierno (monarquía, aristocracia, politeia) son indiferentes: se vuelven buenas o malas según el fin hacia el que son
dirigidas, o sea, el bien común o no. En este orden de ideas
especulativas, cada ciudadano tiene plena libertad de preferir una forma de
gobierno (por ejemplo, la monarquía) a otra (por ejemplo, la república). Pero,
recuerda el papa Pecci, la forma de gobierno no es ni
perpetua ni intangible; el tiempo, este gran transformador de todo aquí abajo,
obra en las instituciones políticas grandes cambios, que pueden ser
pacíficos o, desgraciadamente, violentos, y entonces se corre el riesgo de caer
en la anarquía; entonces, una necesidad social se impone a la nación: ella debe
proveer a sí misma y semejante necesidad justifica
la creación de nuevas formas de gobierno, haciendo suceder una forma
(por ejemplo, la república) a otra (por ejemplo, la monarquía); la novedad se
refiere sólo a la forma de gobierno (que en sí misma es indiferente) y no al
poder o a la autoridad consideradas en sí mismos, que siguen siendo dignos de
respeto.
El Papa introduce otra distinción entre poder
constituido y legislación. Y explica que bajo un régimen cuya
forma es excelente (por ejemplo, la monarquía) la legislación puede ser
detestable (por ejemplo, las leyes promulgadas por la Casa de Saboya en Italia
durante el Risorgimento o por la Casa real inglesa después del cisma
anglicano); mientras que, por el contrario, bajo un régimen cuya forma de
gobierno es la menos perfecta (por ejemplo, la politeia o república), puede
haber una excelente legislación (por ejemplo, Ecuador bajo García Moreno). La
legislación es la obra de los hombres que están investidos del poder y, por lo
tanto, la calidad de las leyes depende más de estos hombres de gobierno que de
la forma de poder. Las leyes serán buenas o malas según los gobernantes tengan
su espíritu embebido de la prudencia política (García Moreno) o de la pasión
(Víctor Manuel II de Saboya y Enrique VIII Tudor).
Por lo
tanto, el Papa llega a la conclusión: este es el terreno en el cual, puesta
aparte toda discordia sobre la forma de gobierno preferida, la gente buena debe
unirse como un solo hombre para combatir los abusos de la mala legislación,
hecha por malos gobernantes, prescindiendo de la forma de gobierno, en sí misma
indiferente, que no es el problema primario, porque debe ceder el paso frente a
una legislación anticristiana y a legisladores malos.
Augustinus
(Traducido por
Marianus el eremita/Adelante la Fe)
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