Pocos parecen
notarlo pero entre más egolatría, menos racionalidad, menos justicia y menos
paz.
¿Quién podrá poner remedio?
Solo Dios que cambia el corazón humano. ¿Cómo lo hará? Poniendo al ególatra a tomar responsabilidad por las consecuencias.
Dos caminos pondrá el Señor
ante el ególatra: a. el camino del
arrepentimiento o, b. el camino de su propia
condena.
De acuerdo, habrá casos
patológicos que serán eximidos de culpa por el hecho de la misma enfermedad,
pero igual, la gracia tiene el poder de sanar hasta al mayor psicópata si es
que buscara la salud de cuerpo y alma.
Yo misma tengo cercano a un
narcisista que por cuidar su imagen de hombre de fe batalla contra la
frustración y la ira, pide perdón, se enmienda, se confiesa, comulga, reza el
rosario, frecuenta la santa misa y, poco a poco, aquél narcisismo que hacía
tanto daño, la gracia lo ha moldeado como a un trampolín que, muy
probablemente, lo llevará al cielo.
Así que, es cierto que el
Señor puede cambiar el corazón de piedra por uno de carne. A un trastornado en
un hombre que se conduce por la vida como quien conoce, ama y sirve a Dios.
De tal forma que, si nos ha
tocado vivir en un mundo en el que, poco a poco, la filosofía y la
antropología, moldeándonos como a perfectos ególatras, nos apartan de Dios,
Dios –a pesar de nuestra rotunda miseria- se las ingenia para continuar
salvando almas que buscan salvarse pese a sus graves defectos y enfermedades.
Mi propia vida
serviría de ejemplo.
Pocos parecen notarlo pero,
si, lo que sobreabunda es la egolatría la que, en muchísimos casos, raya en
simple locura tal como la que resulta fácil observar en los gobernantes a todo
nivel, en los clérigos de igual forma. Muchísimos andan como cabras locas: híper-excitados, confusos, aturdidos… contagiando de su
desenfreno a quienes se lo permiten.
¿Saben? Viene a ser como meterse
voluntariamente a uno de esos recintos para niños que contienen muchísimas
pelotas de plástico sobre las que saltan, se hunden o sumergen, se lanzan, caen
y del que, con mucha dificultad, tratan de levantarse para salir de allí.
¿Cómo salen los
niños? Híper-excitados,
confundidos, aturdidos, frustrados, cansados, mareados; muchas veces llorando o
con ganas de hacerlo. Por los resultados, claramente, es un juego absurdo al
que muchos ven como lo más normal.
Más o menos así estamos hoy en
día. Uno puede decidir meterse en el recinto o puede decidir no hacerlo. Un
niño razonable no lo haría, ¿por qué habría de
hacerlo un adulto?
En fin… que, si eso que llaman
“la vida real”, resulta ser una lucha de
ególatras que batallan dentro de un ridículo cajón de pelotas plásticas, a los
redimidos les quedan dos opciones: 1. Meterse, a sabiendas del resultado, o 2.
Mirar desde fuera, orar, rezar muchísimos rosarios y, (¿por
qué no?) sonreír a ratos.
“Oh, Dios, crea
en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. No me arrojes
lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu [ ] Devuélveme la
alegría de tu salvación, afiánzame en tu espíritu generoso. Enseñaré a los
malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti [ ] Señor, me abrirás los
labios, y mi boca proclamará tu alabanza”
Por eso digo que el salmo 50 viene a ser la oración del ególatra redimido.
Mi propia oración, dicho sea de paso.
Maricruz Tasies
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