En el mundo de hoy se puede ver una multiplicación
de las sectas. Las sectas son grupos religiosos que desean ejercer en común
actividades de culto, de formación espiritual, de oración y de ayuda social. Es
difícil definir una secta, pero en general una secta comporta un número
restringido de adherentes y se distingue de esta manera de las «grandes
religiones».
En la
historia de las religiones sucede a menudo que al comienzo un grupo se
considera una secta y que luego cuando crece es reconocido como religión. Esto
mismo se ha verificado en el cristianismo.
El sacerdote
está llamado a reconocer en las sectas una manifestación del hambre de Dios que
anima muchas veces la vida humana. En su fe, el sacerdote tiene un concepto más
justo de Dios. Pero aún si puede discernir fácilmente todo tipo de desviación y
errores en el hombre religioso, debe en primer lugar, acoger los valores
positivos de todos los intentos del hombre por establecer una relación con
Dios. Hay aspectos buenos en estos intentos y se deben animar y desarrollar.
El
peligro reside en ver solamente en las sectas una religiosidad equivocada. El
sacerdote tiene el deber particular de ayudar a entender el bien que se oculta
o se manifiesta incluso en el marco de una fe que puede ser muy imperfecta. Con
la luz del espíritu santo puede obtener la gracia de descubrir los errores que
quizás se presenten de manera muy atractiva. No debe pensar nunca que allí se
encuentra al reparo de cualquier desviación: necesita al Espíritu para
conservar una perfecta rectitud de pensamiento. En la medida de lo posible debe
intentar corregir los errores sin herir a las personas.
El
sacerdote tiene el deber de testimoniar una profunda y sincera estima por todas
las asociaciones que tienen como objetivo desarrollar la vocación religiosa del
hombre. Según las declaraciones de la sociedad internacional, se debe respetar
el derecho de cada uno a una auténtica libertad religiosa, evitar todo tipo de
intolerancia o de discriminación fundada en las convicciones de fe o en el
pertenecer a grupo y movimientos religiosos.
En virtud
del precepto del amor universal enunciado por Cristo, el sacerdote es invitado
a un esfuerzo especial de simpatía y de comprensión de todos aquellos que
trabajan con grupos hostiles a la Iglesia y que luchan contra la doctrina
proclamada por el Evangelio.
Intentado
entender mejor los motivos de esta hostilidad, debe mantener la esperanza de
hacer que se superen los prejuicios y obtener una luz más eficaz que elimine la
falta de comprensión y conseguir el acceso pleno a la verdad.
En el
caso de los abusos, y en particular de los comportamientos que hacen daño a la
personalidad, el sacerdote tiene el deber de recurrir a la autoridad
competente, de la manera más discreta posible, para proteger los derechos de
las personas amenazadas.
Por Jean Galot
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