sábado, 10 de noviembre de 2018

APOCALIPSIS



–Todo eso ya lo he leído en su blog.
–[Qué hombre…] En 9 años llevo más de 500 articulos, y hay varios en los que he tratado del Apocalipsis en algún subtítulo. Pero esta vez, tal como está el patio, quiero exponer más ampliamente la Revelación de Jesucristo, uno de los libros más grandiosos del N. T., y quizá el más ignorado.
    En la prensa diaria se dan sobre todo noticias malas de cosas ya pasadas,relativas a este mundo que es pasando. Resulta abrumador, deprimente, engañoso. Se entiende, pues, que León Bloy dijera: «Cuando quiero saber las últimas noticias, leo el Apocalipsis»: un libro luminoso, confortador, lleno de esperanza; hoy especialmente necesario en la Iglesia, entre tantos males y tantas falsificaciones de la verdadera realidad. Aten­damos, pues, a la invitación del ángel: «sube aquí, y te mostraré lo que va a suce­der después de esto» (Ap 4,1).
* * *
–DE CRISTO O DEL MUNDO
    El Apocalipsis de San Juan Evangelista, el último libro del Nuevo Testamento, es al mismo tiempo una profecía y una explicación de la historia de la Iglesia. No hay libro que revele más claramente cómolos cristianos se perfeccionan, se santifican en Cristo, sufriendo al mundo con fidelidad y pa­ciencia.
Ya lo dijo nuestro Señor Jesucristo: «Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, sino que yo os he elegido sacándoos del mundo, por esto el mundo os odia… Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15,19-20; +Mt 5,11-12). Y San Pablo: «el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gál 6,14).
Hoy no pocos cristianos estiman que debemos hacernos amigos del mundo, conciliándonos con él, cuanto sea posible, en «pensamientos y caminos» (cf. Is 55,8). Como si fuera posible. Pero la tesis es falsa, es mentira, y por tanto, es diabólica. Nuestra fe, directamente fundamentada en la Palabra de Dios, enseña y manda justamente lo contrario: «Adúlteros… Quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios» (Sant 4,4).
Estas doctrinas chocan de frente contra la ideología hoy predominante en gran parte de la Iglesia: ustedes lo ven hace ya décadas. Pero siguen siendo verdaderas, y eso es lo único que nos vale. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35). «Sabemos que somos de Dios, mientras que el mundo todo está bajo el Maligno» (1Jn 5,19), que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44).
(Cf. José María Iraburu, De Cristo o del mundo, Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2013, 3ªed., 233 pgs.)

–APOCALIPSIS DE JESUCRISTO
    Compuesto hacia el año 68, el libro de la Revelación de Jesucristo fue escrito como libro de Consolación y de exaltación del martirio. En efecto, para confortar a las Iglesias primeras, que estaban padeciendo ya los pri­meros zarpazos de la Bestia imperial ro­mana, y animar al martirio, mostrándolo como la gran victoria de Cristo en sus fieles. Ahora bien, siendo así que el mundo perseguirá siempre a la Iglesia, el Apocalipsis fue escrito para asistir y orientar en las pruebas de la historia a todas las Iglesias del pre­sente y del futuro, también a las de hoy (+Ap 2,11; 22,16.18).
    «El Apocalipsis es claramente un Evangelio», «un quinto Evangelio» (J-P, Charlier, OP, II,131. 224). Es una Buena Noticia que a los cristianos perseguidos les da Juan, «vuestro hermano y com­pañero de la tribu­lación, del reino y de la paciencia, en Jesús» (Ap 1,9). Por eso las biena­venturanzas jalo­nan este maravilloso texto revelado.
    Son bienaventurados los que leen y guardan las palabras de este libro (1,3; 22,7), los que permane­cen vigilantes y puros (16,15), los que mue­ren por el Señor (14,13), los que son in­vitados a las bodas del Cordero (19,9), y así entran para siempre en la Ciudad celeste con limpias vestiduras limpias (22,14).
Aunque no pocos puntos de este libro misterioso tienen difícil interpretación, sus revela­ciones fundamentales son muy claras, y sumamente importantes a la hora de situarse en el mundo según la fe, buscando la santidad, la perfección evangélica, con la fuerza y alegría de la esperanza. El mensaje fundamental del «Apocalipsis de Jesucristo» (1,1) es éste:
Desde la victoria de la Cruz, hay una opo­sición permanente y durísima entre Cristo y el Dragón infernal, entre la Iglesia y la Bes­tia mundana (Vat. II, GS 13b,37b), a la que ha sido dado poder en el siglo para perse­guir  a la descendencia de la Mujer coronada de doce estrellas. No debe, sin embargo, apode­rarse de los cristianos el pánico. La victoria es ciertamente de Cristo y de aquéllos que, en la fe y la paciencia, guardan su testimo­nio, si es preciso con el martirio.
   
–LA BESTIA DEL MUNDO MODERNO
    Si los intérpretes del Apocalipsis han reconocido generalmente los rasgos de la Bestia mundana en el Im­perio romano y en otros poderes mundanos semejantes de la época o posteriores, ¿cómo los cristianos de hoy no reconoceremos la Bestia maligna en los actuales Imperios ateizantes,que se empeñan en construir la Ciudad  del mundo sin Dios y contra Cristo?
    El Imperio romano era para los cristianos un perro de mal genio, con el que se podía con­vivir a veces, aunque en cualquier mo­mento podía morder, comparado con el tigre del Blo­que comunista o más aún con el león poderoso de los Estados occidentales após­tatas, cifra­dos en la riqueza y en una liber­tad humana sin Dios y sin Cristo, abandonada a sí misma por el liberalismo (+Ap 13,2.11). Para hacerse una idea de la ferocidad de cada una de las Bestias citadas, basta apre­ciar la fuerza histórica real que cada una de ellas ha mostrado para combatir y llevar a los cristianos a la apostasía. «Por sus frutos los conoceréis»
Es curioso. Los primeros apologistas cristianos –Justino, Atenágoras, Tertuliano–, en el mero he­cho de componer sus apologías, todavía manifiestan una cierta esperanza de que sus destinatarios, el em­perador a veces, atiendan a razones y depongan su hostilidad. Y es que los poderosos del mundo eran entonces paganos, pero no apóstatas. Los actuales, por el contrario, vienen de vuelta del cristianismo, y saben bien que gracias a que no creen o a que callan en la política su fe en Cristo, evitan la persecución y están donde están, en el poder mundano
    Hoy la Bestia mundana, comparada con sus primeras encarnaciones históricas, es in­comparablemente más poderosa y seductora, más inteligente en la persecu­ción de la Iglesia, tiene muchos más cóm­plices, también dentro de la Iglesia, y está mucho más determinada en hacer desaparecer de la tierra a los cristianos y toda huella de cristianismo.

–UNA BESTIA HERIDA DE MUERTE
    «¡Ay de la tierra y del mar! Porque el Diablo ha bajado a vosotras con gran furor, sa­biendo que le queda poco tiempo» (Ap 12,12). En efecto, la Bestia secular, a pesar de su aparente prepotencia, está siempre conde­nada a una muerte más o menos próxima. No es Casa edificada sobre la roca, como la Iglesia en Cristo, sino sobre la arena, y está destinada por tanto a un derrumbamiento inevitable (Mt 7,26-27).
    El Cristo glorioso del Apo­calipsis se manifiesta en cambio sereno y domi­nador, siempre imponente y victorioso. Resucitado, vencedor del pecado, del mundo y del diablo, asciende al Padre, y con Él y el Espíritu Santo «vive y reina por los siglos». En la visión de Juan,
    «sus pies pa­recían como de metal precioso acrisolado en el horno; su voz como voz de grandes aguas; tenía en su mano derecha siete estre­llas [todas las Iglesias], y de su boca salía una espada aguda de dos filos» (1,15-16). En los momentos que su providencia elige, Cristo por sus ángeles o por sí mismo de­rrama las copas de la ira, hiere a los pa­ganos con la espada de su boca, captura a la Bestia, quiebra sus pies de arcilla, y la enca­dena por un tiempo, o la suelta por otro tiempo, o bien la arroja definitivamente con el falso pro­feta al lago de fuego inextinguible.
    Desde los sucesos de la Cruz y la resurrección, la Bestia diabólica, a pesar de todas sus prepotencias y prestigios mundanos, está condenada a muerte, y lo sabe: avanza inexorable­mente hacia ese abismo de absoluta condena. Sabe bien que a Cristo le «ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Y que Él, como Rey del mundo, actúa conti­nuamente como Salvador en la historia de la humanidad, obrando directamente o a través de sus ángeles y san­tos, o bien por la permisión providente de una cadena de causas malvadas, que son dejadas a su propia inercia siniestra.

LA MALDAD DA MUERTE AL MALVADO
    En este mundo, el bien tiene ser, bondad y belleza, y por eso es durable. El mal, en cambio, a pesar de su aparato fascinante, apenas tiene ser, bondad ni au­téntica belleza, y está destinado necesariamente a la muerte: nihil violentum durabile. El mal por su propio pensamiento y paso camina a la ruina. «La maldad da muerte al mal­vado» (Sal 33,22).
    El Imperio comunista, por ejemplo, tan colosal y coherente en sí mismo, tan «irreversiblemente» instalado en el poder, tan capaz de durar para siempre y de apoderarse del mundo entero, tenía –como toda Bestia diabólica– los pies de hierro y barro, y no fue abatido a cañona­zos o por la invasión de fuerzas extranjeras o por la irrupción de ejércitos celestiales, no. Duró solamente «hasta que una piedra se desprendió, sin intervención humana, y chocó contra los pies de hierro y barro de la estatua, haciéndola pedazos» (Dan 2,33-34.41-42; +Ap 2,27). Esto sucedió en el año de gra­cia de 1989, reinando, como siempre, nuestro Señor Jesucristo. Y sin que ningún kremlinólogo lo hubiera previsto. A fines del 87, por ejemplo, invitados por Gorbachov, visitaron la Unión Soviética tanto fray Betto como Leonardo y Clovis Boff, grandiosos profetas del progresismo, que no queriendo ser los últimos cristianos, vinieron a ser los últimos marxistas. Pues bien, para los hermanos Boff aquélla era «una sociedad libre, limpia, donde uno no se siente perseguido» (sic). Si tardan un poco en salir de su pasmo admirativo y no abandonan la región, se les cae encima todo el Sis­tema comunista en su auto-derribo. Tuvieron suerte.
Lo mismo ha sucedido con todos los Imperios bes­tiales del mundo. Y lo mismo sucederá al monstruoso Le­viatán de las actuales democracias liberales, potentes propugnadoras del Nuevo Orden Mundial. Cuando la manipulación política y la permisividad liberal, cuando la confusión y el desorden de una sociedad partida en partidos, en facciones sistemáticamente hostiles entre sí; cuando el abuso, la corrupción, la destrucción del orden natural, la lujuria y la falta de hijos, lleven a ciertos límites la degradación de las na­ciones antes cristianas, y cuando a pesar de éstas y otras plagas que hoy apenas podemos imaginar, los hom­bres persistan en sus pecados y, más aún, «blasfemen contra Dios a causa de sus dolores y llagas, pero sin arrepentirse de sus obras» (Ap 16,11; +16,9.21), entonces la Gran Babilonia se verá con­sumida en el incen­dio de sus propios vicios.
Y todos los que la admiraban llorarán su ruina, eso sí, pru­dentemente, «desde lejos», llenos de estupor al ver cómo «de golpe» (18,21), «en una hora, ha sido arruinada tanta riqueza» (18,17). Allí una Bestia marxista, consumida por la miseria, se de­rrumbó en una hora; y aquí la Otra liberal y apóstata, podrida por las riquezas, la mentira y los peores vicios, que ahora son su orgullo, caerá también en una hora. Es igual. En uno y otro caso, la maldad da muerte al malvado.

–LA VICTORIA DEFINITIVA ESTÁ PRÓXIMA
    A Cristo resucitado y vencedor –que es «el que nos ama» (Ap 1,5), «el alfa y el omega, el que es, el que era, el que viene, el Todopoderoso» (1,8)– le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, y todo está sujeto a su im­perio irresistible. No se escandalicen, pues, los fieles, despreciados y humillados por el mundo; no pierdan el ánimo ante las per­secuciones de la mala Bestia miserable, infiltrada incluso en la «Iglesia». Por el contrario, resistién­dose a la seducción de los Poderes y presti­gios mundanos, asistidos por la Santísima Trinidad y la Mujer de las doce estrellas, venzamos al mundo por la fe y la paciencia, guar­dando fielmente la Pala­bra divina y el testimonio de Jesús. Y por misericordia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, después de la muerte y de la última purificación necesaria, seremos conducidos a la Casa del Padre.
«Estos son los que vienen de la gran tribulación, y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del Cordero… Ya no tendrán hambre, ni sed, ni caerá sobre ellos el sol, ni ardor alguno, porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a las fuentes de agua de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos» (7,14-17; +21,3-4). «Éstos son los que guardan los preceptos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (12,17).
La vic­toria final de Cristo está próxima. Bienaventurados, dichosos los fieles, llamados a las bodas del Cordero (19,9), pues en la Ciudad santa de Dios ya no reina la mentira y el pecado, ya no hay muerte ni llanto (21,3-4), ya que el Dios lumi­noso de la vida ha venido a ser todo en todas las cosas (1Cor 15,28).
Pronto, muy pronto, Cristo vencerá total y definitivamente al mundo. Es uno de los mensajes principales del Apocalipsis: «Revelación de Jesu­cristo… para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto» (Ap 1,1; +22,7; 2,16). «Vengo pronto; mantén con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate tu co­rona» (3,12). «Mira, vengo pronto y traigo mi recompensa conmigo, para pagar a cada uno según su trabajo» (22,12). «Sí, vengo pronto» (22,20).
«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron… Y oí una voz fuerte que decía desde el trono:… “Mira, hago nuevas todas las cosas”» (Ap 21,1.5). Es la misma voz fuerte del Señor Dios, que dijo al principio: «Hágase la luz, y hubo luz» (Gen1,3)… Sólo el Creador del mundo puede ser su Salvador.
José María Iraburu, sacerdote


–Pero bueno, todo esto serán como símbolos y parábolas ¿no?
–Craso error. «Apocalipsis de Jesucristo, que para instruir a sus siervos sobre las cosas que han de suceder pronto ha dado Dios a conocer por su ángel a su siervo Juan» (Ap 1,1).

–VISIÓN INICIAL DEL CRISTO GLORIOSO, SEÑOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA
A los que hablan de «Jesús de Nazaret», sin mencionar apenas su divinidad; a quienes ven a Jesús como un hombre tan unido a Dios que puede decirse divino, sin que sea Dios; a los que pasan ante el Sagrario como si nada tuviera dentro; a quienes son incapaces de arrodillarse ante la Eucaristía, y por supuesto a todos los cristianos, ha de abrirles los ojos la visión del Cristo glorioso que se le presentó al apóstol San Juan en la isla de Patmos hacia el año 68. Cito extractando:
«El día del Señor [el domingo] fui arrebatado en espíritu y escuché detrás de mí una voz potente como de trompeta… “Lo que estás viendo, escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias”… Me volví y vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros como un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido con un cinturón de oro. Su cabeza y cabellos eran blancos, como la nieve, y sus ojos como llama de fuego… Tenía en su mano derecha siete estrellas, y de su boca salía una aguda espada de doble filo. Su rostro era como el sol cuando brilla en su apogeo. Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto».
Ya la apariencia de Cristo ascendido al Padre no es la de los cuarenta días de resucitado, en los que trata amigablemente con sus discípulos, comiendo y conversando con ellos sobre el Reino… A partir de la ascensión a los cielos, la humanidad de Cristo se muestra ya infinitamente gloriosa y divina. Su más íntimo discípulo, Juan, el que en la Cena apoya su cabeza en el pecho de Cristo, al verlo ahora, cae en tierra como muerto.
«Él puso su mano derecha sobre mí diciéndome: “No temas, yo soy el Primero y el Ultimo, el Viviente. Estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que estás viendo: lo que es y lo que ha de suceder después de eso”» (Ap 1,9-19).
Juan apóstol cae en tierra como muerto al contemplar al Cristo glorioso… Recuerda la visión de Daniel (10). El Jesús que se le manifiesta no es el de rubios tirabuzones y dulce expresión muy humana. Es el Señor del cielo y de la tierra: «Contempladlo y quedaréis radiantes» (Sal 33,6).
 –CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS
Elige el Señor a siete Iglesias locales para dirigirles cartas. No hay opinión unánime para explicar por qué fueron éstas las elegidas entre tantas otras del Asia Menor. Quizá, simplemente, porque lo necesitaban más que las otras. El caso es que en la primera visión de San Juan «los siete candelabros de oro, las siete estrellas, son los ángeles de las siete iglesias»: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. Transcribo literalmente fragmentos de estos mensajes (Ap 2-3).
«ESCRIBE AL ÁNGEL DE LA IGLESIA EN ÉFESO:
Esto dice el que tiene las siete estrellas en su derecha… Conozco tus fatigas, tu perseverancia… Has puesto a prueba a los que se llaman apóstoles, sin serlo, y has descubierto que son mentirosos… Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero… El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios».
«ESCRIBE AL ÁNGEL DE LA IGLESIA EN ESMIRNA:
Esto dice el Primero y el Ultimo… Conozco tu tribulación, y las calumnias de los que se llaman judíos, pero que no son sino sinagoga de Satanás… No tengas miedo de lo que vas a padecer. El Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel. Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida».
«ESCRIBE AL ÁNGEL DE LA IGLESIA EN PÉRGAMO:
Esto dice el que tiene la espada de doble filo. Sé que habitas donde está el trono de Satanás, pero mantienes mi nombre y no has renegado de mi fe… Pero tienes ahí a los que profesan la doctrina de Balaán, que enseñó a comer de lo sacrificado a los ídolos y a fornicar. Conviértete, pues, si no, vendré pronto a ti y combatiré contra ellos con la espada de mi boca. Al vencedor le daré el mana escondido».
«ESCRIBE AL ÁNGEL DE LA IGLESIA EN TIATIRA:
Esto dice el Hijo de Dios: conozco tus obras, tu amor, tu fe, tu servicio, tu perseverancia, y que tus obras últimas son mejores que las primeras. Pero tengo contra ti que permites a esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñar y engañar a mis siervos a fornicar y a comer de lo sacrificado a los ídolos. No quiere convertirse de su fornicación. Mira, voy a postrarla en cama, y a sus hijos los heriré de muerte. Pero a vosotros, los demás de Tiatira, que no profesáis esa doctrina, os digo: Mantened lo que tenéis hasta que yo vuelva. Al vencedor, que cumpla mis obras hasta el final, le daré autoridad sobre las naciones, y le daré la estrella de la mañana».
«ESCRIBE AL ÁNGEL DE LA IGLESIA EN SARDES:
Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas. Conozco tus obras, tienes nombre como de quien vive, ero estás muerto. Se vigilante y reanima lo que te queda. Acuérdate de como has recibido y escuchado mi palabra; guárdala y conviértete. Tienes en Sardes unas cuantas personas que no han manchado sus vestiduras, y pasearan conmigo, porque son dignos. El vencedor vestirá blancas vestiduras, y no borraré su nombre del libro de la vida».
«ESCRIBE AL ÁNGEL DE LA IGLESIA EN FILADELFIA:
Esto dice el Santo y Verdadero. Conozco tus obras, y aun teniendo poca fuerza, has guardado mi palabra y no has renegado de mi nombre. Mira, voy a entregarte algunos de la sinagoga de Satanás, los que se llaman judíos y no lo son, y se postrarán ante tus pies, para que sepan que yo te he amado. Porque has guardado mi consigna de perseverancia, yo también te guardaré de la hora de la tentación que va a venir sobre todo el mundo. Mira, vengo pronto. Mantén lo que tienes, para que nadie te arrebate tu corona. Al vencedor le haré columna del templo de mi Dios, en la nueva Jerusalén».

«ESCRIBE AL ÁNGEL DE LA IGLESIA EN LAODICEA:
Esto dice el Amén, el Testigo fiel y veraz. Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. Y estoy a punto de vomitarte de mi boca. Tú dices: “soy rico, no tengo necesidad de nada”. Y no sabes que eres un desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo. Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete. Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono».
Estas cartas misteriosas, cada una, terminan diciendo: «El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». La Iglesia vive en el mundo una gran batalla entre las fuerzas de Cristo y las de Satanás. Se manifiesta siempre Jesucristo como Señor, como dominador absoluto de la historia del mundo y de la Iglesia. Conoce bien las tentaciones y las victorias del Malo. Pero conoce también y alaba siempre a quienes se mantienen fieles, que a veces son pocos, un resto de Yavé. Y asegura que todos los que mantienen la fe en su nombre salvador recibirán premios grandiosos.

–LAS SIETE TROMPETAS
En el corazón del Apocalipsis se halla el septenario de las trompetas (8,2-14,5). En él se contem­plan los estremecimientos de la historia hu­mana en torno a la encarnación del Hijo de Dios, su Pasión y su Resurrección.
Siete ángeles van tocando sucesivamente las siete trompetas, que a un mismo tiempo designan cala­midades terribles y acciones salvíficas de la Providencia divina. A pesar de estos sones cósmicos de las trompetas angélicas, «el resto de los hombres, que no murió en estas plagas, no se arrepintió de las obras de sus manos… No se arre­pintieron de sus homici­dios, ni de sus maleficios, ni de su fornica­ción, ni de sus robos» (9,20-21). Más aún, como se ve también en el septenario de las copas, los hombres «blasfemaban de Dios a causa de sus penas, pero de sus obras no se arre­pentían» (16,11; +16,9). En efecto, los hombres, aplastados por las consecuencias intrínsecas de sus propios pecados, en vez de arrepen­tirse, echan la culpa de esas plagas a Dios.
En la quinta trompeta «una es­trella caída del cielo a la tierra», esto es, un demonio, «abrió el pozo del Abismo y subió del pozo una humareda como la de un horno grande, y el sol y el aire se oscurecieron con la humareda del pozo» (9,1-2). Comienza en el mundo a ser difícil para los hombres ver la realidad. Sigue a esto una plaga como de langostas, y en la sexta trompeta, una innumerable caballería misteriosa lleva la muerte a un tercio de los hombres.
En la séptima trompeta van a enfrentarse, por fin, definitivamente la cólera de Dios y las naciones encoleri­zadas contra Él. «Ya llegó el reino de nuestro Dios y de su Cristo sobre el mundo, y reinara por los siglos de los siglos… Te damos gracias, Señor, Dios todopoderoso, el que es, el que era, porque has cobrado tu gran poder  y entrado en la posesión de tu reino» (11,15-17).

EN MARÍA SE ENCARNA EL HIJO DE DIOS: ESTALLA LA GRAN BATALLA CONTRA EL DRAGÓN INFERNAL
Apocalipsis 12: «Apareció en el cielo una señal grande, una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas», gimiendo con dolores de parto. Y «apareció en el cielo otra señal, y vi un gran Dragón de color de fuego… Se paró el Dragón delante de la mujer para tragarse a su hijo en cuento pariese… La mujer huyó al desierto… Y hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatían contra el Dragón, y peleó el Dragón y sus ángeles, que no pudieron triunfar ni hubo lugar para ellos en el cielo».
«Oí una gran voz en el cielo: Ahora llega la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque fue precipiado al Acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios de día y de noche.
Con la Encarnación del Hijo divino toda la histo­ria se acelera, sufre el mundo espasmos de gozo o de horror, y estalla una guerra tremenda. El Dragón, que no es sino «la Serpiente an­tigua, el llamado Diablo y Satanás, el se­ductor del mundo entero», frustrado por la encarnación, pasión, resurrección y ascensión del Mesías al cielo, y por la huída del Hijo de la Mujer, «se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús».

LAS DOS BESTIAS POTENCIADAS POR EL DIABLO
Apocalipsis 13. Así las cosas, «vi surgir del mar una Bes­tia» poderosísima, a la que el Dragón le dio su poder y su trono y gran poderío. Y «la tierra entera siguió maravi­llada a la Bestia», que durante cuarenta y dos meses blasfemó contra Dios. En ese tiempo se le dió a la Bestia diabólica «hacer la guerra a los santos y vencerlos», y se le concedió «poderío sobre toda raza, pue­blo, lengua y nación», de tal modo que su reinado vino a hacerse casi universal, pues le adoran «todos los habitantes de la tierra cuyo nombre no está inscrito, desde la creación del mundo, en el libro de la vida del Cordero degollado».  
        
¿QUÉ HARÁN, PUES, LOS CRISTIANOS FIELES EN MEDIO DE ESTA APOSTASÍA GENERALIZADA?…
«El que tenga oídos, oiga. El que a la cárcel, a la cárcel ha de ir; el que ha de morir a es­pada, a espada ha de morir. Aquí se re­quiere la paciencia y la fe de los santos». Fidelidad y paciencia. Guardar la fe verdadera, sin concesión al­guna a la mentira. Participar en la paciencia de la Pasión de Cristo. Abandonarse a las penas que el mundo inflija, sean las que fue­ren, con un corazón firme en la esperanza: que sea lo que Dios quiera o per­mita. La victoria es de nuestro Dios y la de su Cristo glorioso.
Una segunda Bestia, menos poderosa, salida de la tierra, actúa como agente ideológico para la propaganda de la primera. Esta Bestia, realizando grandes señales y dotada de un poder de seducción inmenso, consigue que sean «exterminados cuantos no adoran la imagen de la Bestia. Y hace que todos, pe­queños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se hagan una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar nada ni vender, sino el que lleve la marca con el nombre de la Bestia o con la cifra de su nombre».

–VICTORIA FINAL DE CRISTO Y DE SU IGLESIA
El septenario de las trompetas ex­presa la victoria final de Cristo y de sus santos con una gran liturgia. En ella «el Cordero, de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cua­renta y cuatro mil que tenían su nombre y el nombre de su Padre inscrito en la frente», cantan «un cántico nuevo». Éstos son vírge­nes, y no se han contaminado con el adulterio y la fornicación de la idolatría, sino que han guar­dado «el tes­timonio de Jesús». Han sido fie­les al seguimiento del Cordero, por donde quiera que éste les llevara,  a veces hasta la pérdida de todo y la muerte. No se halló la mentira en su boca, ni nunca el Dragón, el padre de la mentira, tuvo poder sobre ellos. Han vencido al mundo y a su Príncipe, y son bienaventura­dos, pues han sido gratuitamente «rescatados de entre los hombres como ofrenda para Dios y para el Cordero» (14,1-5).
Resumo la exégesis de Jean Pierre Char­lier (Comprender el Apocalipsis, I-II): La Bestia es el Imperio romano, y con­cretamente Domiciano, que reinó del 81 al 96 (el Apocalipsis se escribió hacia el 95): «la Bestia sería este emperador que se hacía llamar Dominus et Deus», gran blasfemia, por la que se seculariza to­talmente el poder civil (I,254). Pero cuando Roma pase, «habrá otra Roma que tomará inevitablemente el relevo. Por consiguiente, [la Bestia] es todo edifi­cio político como tal, sea quien sea quien lo ejerza –Domiciano o cualquier otro– en la medida en que busca su poder, su autoridad y su trono fuera de Dios» (255). «Más allá de Roma y Domiciano, más allá del siglo I de nuestra era, éste [la Bestia] es cual­quiera que haga pesar su autoridad sobre los hom­bres, pretendiendo guiarlos fuera de los valores del Evangelio» (256), queriendo obligarles a aceptar su marca en la mano derecha o en la frente: esto es, en la conducta o en el pensamiento.
Con todo esto se forman, ine­vitablemente, «dos grupos antinómicos: el que reco­noce el sistema político, ideológico y económico, y, por otra parte, el que se desvincula de él para su ma­yor incomodidad: los adoradores idólatras y codicio­sos, y los verdaderos religiosos en espíritu y en ver­dad» (261). La victoria final es, ciertamente, de Dios y del Cordero, y de los fieles que han guardado la fe. «Sobre el monte Sión ya no hay Templo, sino sólo el Cordero. Ya no hay sacrificios de holocausto, sino la muchedumbre de los excluidos de la sociedad, resca­tados por Dios y su Cristo, transformados en obla­ción suprema» (268).

–NO ADORAR A LA BESTIA
«Toda la tierra seguía maravillada a la Bestia... La adoraron todos los moradores de la tierra, cuyo nombre no está inscrito, desde el principio del mundo, en el libro de la vida del Cordero degollado» (13,3.8). En efecto, la Bestia realiza grandes signos, al tiempo que blasfema contra Cristo y persigue y vence a sus santos. Domiciano, el emperador, o el Es­tado sin Dios, da igual, se ha declarado Dominus et Deus, y todos han de aceptar su marca en la frente y en la mano de modo público y manifiesto. Sólo así se adquiere ese libellum imperial –cédula o carnet–, sin el cual se hace imposible comprar o vender, publicar escritos o enseñar, relacio­narse a niveles altos e influir socialmente.
Ante esta situación, el vidente del Apocalipsis, con apostólica solicitud y por encargo del mismo Señor, pone en guardia a los cristia­nos de su tiempo y a los de todos los siglos. «Escribe lo que has visto, lo que ya es y lo que va a suceder más tarde» (Ap 1,19). «Éstas son palabras ciertas y verdaderas de Dios» (19,9; 21,5; 22,6)… ¡Cuidado! ¡Reconoced a la Bestia, daos cuenta de que todo su poder lo ha recibido del Dragón in­fernal! (13,2). ¡No sucumbáis a su fascina­ción ni le deis culto! ¡No os fiéis de sus pa­labras ni promesas, que el Padre de la Men­tira es su alma falsa y engañadora! ¡No temáis por lo que ha­béis de sufrir! (2,10). Estad segu­ros de que Dios tiene medido el tiempo de esta Bestia, pues solamente «se le dio poder de actuar durante cuarenta y dos meses» (13,5). ¡Que nadie se rinda y ceda, que todos guarden fielmente la Palabra divina y el testimonio de Jesús! Y si alguno ha de ir a la cárcel o a mo­rir a espada, no dude en ir a la cárcel o a la muerte. Ahí es donde se manifestará la pacien­cia y la fe de los santos (13,10).
Y Juan apóstol y evangelista, con el mismo amor con que ex­horta a ser fieles a Cristo Esposo, en martirio y bo­das de san­gre, con el mismo amor amenaza, bus­cando que nadie se pierda... «Si alguno adora a la Bestia y a su imagen, y acepta la marca en su frente o en su mano [en su pensamiento o en su conducta], tendrá que  beber también del vino del furor de Dios, que está preparado, puro, en la copa de su cólera. Será atormentado con fuego y azufre delante de los santos Ángeles y delante del Cordero. Y la humareda de su tormento se eleva por los siglos de los siglos. No hay re­poso, ni de día ni de noche, para los que adoran a la Bestia y a su imagen, ni para el que acepta la marca de su nombre» (14,9-11; +21,8.27; 22,15).
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Ya se comprende que no todos los cristianos necesitan absolutamente leer y estudiar el Apocalipsis. Después de todo, sus grandes luces pueden llegarle por los otros libros del Nuevo Testamento y de la Liturgia, por la Tradición y la predicación. Pero sí puede decirse que quien carece en gran medida de la visión histórica del Apocalipsis no entiende nada de la historia de la humanidad pasada y presente. Aunque sea un historiador sumamente erudito y prestigioso, si no tiene las luces del Apocalipsis, aunque conozca miles de datos anecdóticos, ignora el pasado, no entiende nada de lo que está viviendo en el presente, y desconoce absolutamente el futuro. No conoce la historia de la humanidad.
José María Iraburu, sacerdote

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