–Todo eso ya lo
he leído en su blog.
–[Qué hombre…]
En 9 años llevo más de 500 articulos, y hay varios en los que he tratado del
Apocalipsis en algún subtítulo. Pero esta vez, tal como está el patio, quiero
exponer más ampliamente la Revelación de Jesucristo, uno de los libros
más grandiosos del N. T., y quizá el más ignorado.
En la prensa diaria se dan sobre todo noticias malas de cosas ya pasadas,relativas
a este mundo que es pasando.
Resulta abrumador, deprimente, engañoso. Se entiende, pues, que León Bloy
dijera: «Cuando quiero saber las últimas noticias, leo el Apocalipsis»:
un libro luminoso, confortador, lleno de esperanza; hoy especialmente necesario
en la Iglesia, entre tantos males y tantas falsificaciones de la verdadera
realidad. Atendamos, pues, a la invitación del ángel: «sube aquí, y te mostraré
lo que va a suceder después de esto» (Ap 4,1).
* * *
–DE CRISTO O DEL MUNDO
El Apocalipsis
de San Juan Evangelista, el último libro del Nuevo Testamento, es al mismo
tiempo una profecía y una
explicación de la historia de la
Iglesia. No hay libro que revele más claramente cómolos cristianos se perfeccionan, se santifican en Cristo, sufriendo al
mundo con fidelidad y paciencia.
Ya lo dijo nuestro Señor
Jesucristo: «Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois
del mundo, sino que yo os he elegido sacándoos del mundo, por esto el mundo os
odia… Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15,19-20;
+Mt 5,11-12). Y San Pablo: «el mundo está crucificado para mí, y yo para el
mundo» (Gál 6,14).
Hoy no pocos cristianos estiman que debemos hacernos amigos del mundo, conciliándonos con él,
cuanto sea posible, en «pensamientos y caminos» (cf. Is 55,8). Como si
fuera posible. Pero la tesis es falsa, es mentira, y por tanto, es diabólica.
Nuestra fe, directamente fundamentada en la Palabra de Dios, enseña y manda
justamente lo contrario: «Adúlteros… Quien
pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios» (Sant 4,4).
Estas doctrinas chocan de frente contra la ideología hoy predominante en gran parte de la Iglesia:
ustedes lo ven hace ya décadas. Pero siguen siendo verdaderas, y eso es lo
único que nos vale. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán» (Mt 24,35). «Sabemos que somos de Dios, mientras que el mundo todo
está bajo el Maligno» (1Jn 5,19), que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn
8,44).
(Cf. José
María Iraburu, De Cristo o del mundo, Fund. GRATIS DATE,
Pamplona 2013, 3ªed., 233 pgs.)
–APOCALIPSIS DE JESUCRISTO
Compuesto
hacia el año 68, el libro de la Revelación de Jesucristo fue escrito
como libro de Consolación y de exaltación del martirio. En efecto, para confortar a las Iglesias
primeras, que estaban padeciendo ya los primeros zarpazos de la Bestia
imperial romana, y animar al martirio, mostrándolo como la gran victoria de
Cristo en sus fieles. Ahora bien, siendo así que el mundo perseguirá siempre
a la Iglesia, el Apocalipsis fue escrito para asistir y orientar en las pruebas
de la historia a todas las Iglesias del presente y del futuro, también a las
de hoy (+Ap 2,11; 22,16.18).
«El
Apocalipsis es claramente un Evangelio», «un quinto Evangelio» (J-P, Charlier,
OP, II,131. 224). Es una Buena Noticia que a los cristianos perseguidos
les da Juan, «vuestro hermano y compañero de la tribulación, del reino y de
la paciencia, en Jesús» (Ap 1,9). Por eso las bienaventuranzas jalonan este maravilloso texto revelado.
Son bienaventurados
los que leen y guardan las palabras de este libro (1,3; 22,7), los que
permanecen vigilantes y puros (16,15), los que mueren por el Señor (14,13),
los que son invitados a las bodas del Cordero (19,9), y así entran para
siempre en la Ciudad celeste con limpias vestiduras limpias (22,14).
Aunque no pocos puntos de este libro misterioso tienen difícil
interpretación, sus revelaciones fundamentales son muy claras, y sumamente
importantes a la hora de situarse en el mundo según la fe, buscando la
santidad, la perfección evangélica, con la fuerza y alegría de la esperanza. El
mensaje fundamental del «Apocalipsis de Jesucristo» (1,1) es éste:
Desde la
victoria de la Cruz, hay una oposición permanente y durísima entre Cristo y el
Dragón infernal, entre la Iglesia y la Bestia mundana (Vat. II, GS 13b,37b), a
la que ha sido dado poder en el siglo para perseguir a la descendencia
de la Mujer coronada de doce estrellas. No debe, sin embargo, apoderarse de
los cristianos el pánico. La victoria es ciertamente de Cristo y de aquéllos
que, en la fe y la paciencia, guardan su testimonio, si es preciso con el
martirio.
–LA BESTIA DEL MUNDO MODERNO
Si los
intérpretes del Apocalipsis han reconocido generalmente los rasgos de la Bestia
mundana en el Imperio romano y en otros poderes mundanos semejantes de la
época o posteriores, ¿cómo los
cristianos de hoy no reconoceremos la Bestia maligna en los actuales Imperios
ateizantes,que se empeñan en construir la Ciudad del mundo sin
Dios y contra Cristo?
El Imperio
romano era para los cristianos un
perro de mal genio, con el que se podía convivir a veces, aunque en
cualquier momento podía morder, comparado con el tigre del Bloque comunista o más aún con el león poderoso de los Estados
occidentales apóstatas, cifrados en la riqueza y en una libertad humana sin
Dios y sin Cristo, abandonada a sí misma por el liberalismo (+Ap 13,2.11). Para
hacerse una idea de la ferocidad de cada una de las Bestias citadas, basta apreciar
la fuerza histórica real que cada una de ellas ha mostrado para combatir y
llevar a los cristianos a la apostasía. «Por sus frutos los conoceréis»
Es curioso. Los primeros apologistas
cristianos –Justino, Atenágoras, Tertuliano–, en el mero hecho de componer sus
apologías, todavía manifiestan una
cierta esperanza de que sus destinatarios, el emperador a veces, atiendan a
razones y depongan su hostilidad. Y es que los poderosos del mundo eran
entonces paganos, pero no apóstatas. Los actuales, por el contrario, vienen
de vuelta del cristianismo, y saben bien que gracias a que no creen o a que
callan en la política su fe en Cristo, evitan la persecución y están donde
están, en el poder mundano.
Hoy la Bestia mundana, comparada con sus primeras encarnaciones
históricas, es incomparablemente más poderosa y seductora, más inteligente en la
persecución de la Iglesia, tiene muchos más cómplices, también dentro de la
Iglesia, y está mucho más determinada en hacer desaparecer de la tierra a los
cristianos y toda huella de cristianismo.
–UNA BESTIA HERIDA DE MUERTE
«¡Ay de la
tierra y del mar! Porque el Diablo ha
bajado a vosotras con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo»
(Ap 12,12). En efecto, la Bestia secular, a pesar de su aparente prepotencia,
está siempre condenada a una muerte más o menos próxima. No es Casa edificada
sobre la roca, como la Iglesia en Cristo, sino sobre la arena, y está destinada
por tanto a un derrumbamiento inevitable (Mt 7,26-27).
El Cristo glorioso del Apocalipsis se
manifiesta en cambio sereno y dominador, siempre imponente y
victorioso. Resucitado, vencedor del pecado, del mundo y del diablo,
asciende al Padre, y con Él y el Espíritu Santo «vive y reina por los siglos».
En la visión de Juan,
«sus pies
parecían como de metal precioso acrisolado en el horno; su voz como voz de
grandes aguas; tenía en su mano derecha siete estrellas [todas las Iglesias],
y de su boca salía una espada aguda de dos filos» (1,15-16). En los momentos
que su providencia elige, Cristo por sus ángeles o por sí mismo derrama las
copas de la ira, hiere a los paganos con la espada de su boca, captura a la
Bestia, quiebra sus pies de arcilla, y la encadena por un tiempo, o la suelta
por otro tiempo, o bien la arroja definitivamente con el falso profeta al lago
de fuego inextinguible.
Desde los
sucesos de la Cruz y la resurrección, la
Bestia diabólica, a pesar de todas sus prepotencias y prestigios mundanos,
está condenada a muerte, y lo sabe:
avanza inexorablemente hacia ese abismo de absoluta condena. Sabe bien
que a Cristo le «ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt
28,18). Y que Él, como Rey del mundo, actúa continuamente como Salvador en la
historia de la humanidad, obrando directamente o a través de sus ángeles y santos,
o bien por la permisión providente de una cadena de causas malvadas, que son
dejadas a su propia inercia siniestra.
–LA MALDAD DA MUERTE AL MALVADO
En este mundo, el bien tiene ser,
bondad y belleza, y por eso es durable. El
mal, en cambio, a pesar de su aparato fascinante, apenas tiene ser,
bondad ni auténtica belleza, y está destinado necesariamente a la muerte: nihil
violentum durabile. El mal por su propio pensamiento y paso camina a la
ruina. «La maldad da muerte al malvado» (Sal 33,22).
El Imperio comunista, por ejemplo, tan colosal y coherente en sí mismo, tan
«irreversiblemente» instalado en el poder, tan capaz de durar para siempre y de
apoderarse del mundo entero, tenía –como toda Bestia diabólica– los pies de
hierro y barro, y no fue abatido a cañonazos o por la invasión de fuerzas
extranjeras o por la irrupción de ejércitos celestiales, no. Duró solamente
«hasta que una piedra se desprendió, sin intervención humana, y chocó contra
los pies de hierro y barro de la estatua, haciéndola pedazos» (Dan
2,33-34.41-42; +Ap 2,27). Esto sucedió en el año de gracia de 1989, reinando,
como siempre, nuestro Señor Jesucristo. Y sin que ningún kremlinólogo lo
hubiera previsto. A fines del 87, por ejemplo, invitados por Gorbachov,
visitaron la Unión Soviética tanto fray Betto como Leonardo y Clovis Boff,
grandiosos profetas del progresismo, que no queriendo ser los últimos
cristianos, vinieron a ser los últimos marxistas. Pues bien, para los hermanos
Boff aquélla era «una sociedad libre, limpia, donde uno no se siente
perseguido» (sic). Si tardan un poco en salir de su pasmo admirativo y
no abandonan la región, se les cae encima todo el Sistema comunista en su
auto-derribo. Tuvieron suerte.
Lo mismo ha sucedido con todos los Imperios bestiales del mundo. Y lo
mismo sucederá al monstruoso Leviatán de las actuales democracias liberales, potentes propugnadoras del Nuevo Orden Mundial. Cuando la
manipulación política y la permisividad liberal, cuando la confusión y el
desorden de una sociedad partida en partidos, en facciones sistemáticamente
hostiles entre sí; cuando el abuso, la corrupción, la destrucción del orden
natural, la lujuria y la falta de hijos, lleven a ciertos límites la
degradación de las naciones antes cristianas, y cuando a pesar de éstas y
otras plagas que hoy apenas
podemos imaginar, los hombres persistan en sus pecados y, más aún, «blasfemen
contra Dios a causa de sus dolores y llagas, pero sin arrepentirse de sus
obras» (Ap 16,11; +16,9.21), entonces la
Gran Babilonia se verá consumida en el incendio de sus propios vicios.
Y todos los que la admiraban
llorarán su ruina, eso sí, prudentemente, «desde lejos», llenos de estupor al
ver cómo «de golpe» (18,21), «en una hora, ha sido arruinada tanta
riqueza» (18,17). Allí una Bestia marxista, consumida por la miseria, se derrumbó
en una hora; y aquí la Otra liberal y apóstata, podrida por las riquezas, la
mentira y los peores vicios, que ahora son su orgullo, caerá también en una
hora. Es igual. En uno y otro caso, la maldad da muerte al malvado.
–LA VICTORIA DEFINITIVA ESTÁ PRÓXIMA
A Cristo resucitado y vencedor –que es
«el que nos ama» (Ap 1,5), «el alfa y el omega, el que es, el que era, el que
viene, el Todopoderoso» (1,8)– le ha sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra, y todo está sujeto a su imperio irresistible. No se escandalicen, pues, los fieles, despreciados y humillados
por el mundo; no pierdan el ánimo ante las persecuciones de la mala Bestia
miserable, infiltrada incluso en la «Iglesia». Por el contrario, resistiéndose
a la seducción de los Poderes y prestigios mundanos, asistidos por la
Santísima Trinidad y la Mujer de las doce estrellas, venzamos al mundo por
la fe y la paciencia, guardando fielmente la Palabra divina y el
testimonio de Jesús. Y por misericordia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo,
después de la muerte y de la última purificación necesaria, seremos conducidos
a la Casa del Padre.
«Estos son los que vienen de la gran tribulación, y lavaron sus
túnicas y las blanquearon en la sangre del Cordero… Ya no tendrán hambre, ni
sed, ni caerá sobre ellos el sol, ni ardor alguno, porque el Cordero que está
en medio del trono los apacentará y los guiará a las fuentes de agua de la
vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos» (7,14-17; +21,3-4). «Éstos son los que guardan los preceptos de Dios y
mantienen el testimonio de Jesús» (12,17).
La victoria final de Cristo está próxima. Bienaventurados, dichosos los fieles, llamados a las bodas del Cordero
(19,9), pues en la Ciudad santa de Dios ya no reina la mentira y el pecado, ya
no hay muerte ni llanto (21,3-4), ya que el Dios luminoso de la vida ha venido
a ser todo en todas las cosas (1Cor 15,28).
Pronto, muy pronto, Cristo vencerá total y definitivamente al mundo. Es uno de los mensajes
principales del Apocalipsis: «Revelación de Jesucristo… para manifestar
a sus siervos lo que ha de suceder
pronto» (Ap 1,1; +22,7; 2,16). «Vengo pronto; mantén con firmeza
lo que tienes, para que nadie te arrebate tu corona» (3,12). «Mira, vengo pronto
y traigo mi recompensa conmigo, para pagar a cada uno según su trabajo»
(22,12). «Sí, vengo pronto» (22,20).
«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la
primera tierra desaparecieron… Y oí una voz fuerte que decía desde el trono:…
“Mira, hago nuevas todas las cosas”» (Ap 21,1.5). Es la misma voz fuerte del
Señor Dios, que dijo al principio: «Hágase la luz, y hubo luz» (Gen1,3)… Sólo el Creador del mundo puede ser su
Salvador.
José María Iraburu, sacerdote
–Pero bueno,
todo esto serán como símbolos y parábolas ¿no?
–Craso error.
«Apocalipsis de Jesucristo, que para instruir a sus siervos sobre las cosas que han de suceder pronto
ha dado Dios a conocer por su ángel a su siervo Juan» (Ap 1,1).
–VISIÓN INICIAL DEL CRISTO GLORIOSO, SEÑOR DEL
CIELO Y DE LA TIERRA
A los que hablan de «Jesús de
Nazaret», sin mencionar apenas su divinidad; a quienes ven a Jesús como un
hombre tan unido a Dios que puede decirse divino, sin que sea Dios; a
los que pasan ante el Sagrario como si nada tuviera dentro; a quienes son
incapaces de arrodillarse ante la Eucaristía, y por supuesto a todos los
cristianos, ha de abrirles los ojos la
visión del Cristo glorioso que se le presentó al apóstol San Juan en la isla de
Patmos hacia el año 68. Cito extractando:
«El día del Señor [el domingo] fui arrebatado en espíritu y escuché
detrás de mí una voz potente como de trompeta… “Lo que estás viendo, escríbelo
en un libro y envíalo a las siete iglesias”… Me volví y vi siete candelabros de
oro, y en medio de los candelabros como
un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido con un cinturón
de oro. Su cabeza y cabellos eran blancos, como la nieve, y sus ojos como llama
de fuego… Tenía en su mano derecha siete estrellas, y de su boca salía una
aguda espada de doble filo. Su rostro era como el sol cuando brilla en su
apogeo. Cuando lo vi, caí a sus pies
como muerto».
Ya la apariencia de Cristo ascendido al Padre no es la de los cuarenta
días de resucitado, en los que trata amigablemente con sus discípulos, comiendo y
conversando con ellos sobre el Reino… A partir de la ascensión a los cielos, la
humanidad de Cristo se muestra ya infinitamente gloriosa y divina. Su más
íntimo discípulo, Juan, el que en la Cena apoya su cabeza en el pecho de
Cristo, al verlo ahora, cae en tierra como muerto.
«Él puso su mano derecha sobre
mí diciéndome: “No temas, yo soy el Primero y el Ultimo, el Viviente. Estuve
muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de
la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que estás viendo: lo que es y lo que
ha de suceder después de eso”» (Ap 1,9-19).
Juan apóstol cae en tierra
como muerto al contemplar al Cristo glorioso… Recuerda la visión de Daniel
(10). El Jesús que se le manifiesta no es el de rubios tirabuzones y dulce
expresión muy humana. Es el Señor del cielo y de la tierra: «Contempladlo y
quedaréis radiantes» (Sal 33,6).
–CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS
Elige el Señor a siete Iglesias locales para dirigirles cartas. No hay opinión unánime para
explicar por qué fueron éstas las elegidas entre tantas otras del Asia Menor.
Quizá, simplemente, porque lo necesitaban más que las otras. El caso es que en
la primera visión de San Juan «los siete candelabros de oro, las siete
estrellas, son los ángeles de las siete iglesias»: Éfeso, Esmirna, Pérgamo,
Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. Transcribo literalmente fragmentos de
estos mensajes (Ap 2-3).
«ESCRIBE AL ÁNGEL DE
LA IGLESIA EN ÉFESO:
Esto dice el que tiene las
siete estrellas en su derecha… Conozco tus fatigas, tu perseverancia… Has
puesto a prueba a los que se llaman apóstoles, sin serlo, y has descubierto que
son mentirosos… Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero… El que
tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré a
comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios».
«ESCRIBE AL ÁNGEL DE
LA IGLESIA EN ESMIRNA:
Esto dice el Primero y el
Ultimo… Conozco tu tribulación, y las calumnias de los que se llaman judíos,
pero que no son sino sinagoga de Satanás… No tengas miedo de lo que vas a
padecer. El Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel. Sé fiel hasta
la muerte y te daré la corona de la vida».
«ESCRIBE AL ÁNGEL DE
LA IGLESIA EN PÉRGAMO:
Esto dice el que tiene la
espada de doble filo. Sé que habitas donde está el trono de Satanás, pero
mantienes mi nombre y no has renegado de mi fe… Pero tienes ahí a los que
profesan la doctrina de Balaán, que enseñó a comer de lo sacrificado a los
ídolos y a fornicar. Conviértete, pues, si no, vendré pronto a ti y combatiré
contra ellos con la espada de mi boca. Al vencedor le daré el mana escondido».
«ESCRIBE AL ÁNGEL DE
LA IGLESIA EN TIATIRA:
Esto dice el Hijo de Dios:
conozco tus obras, tu amor, tu fe, tu servicio, tu perseverancia, y que tus
obras últimas son mejores que las primeras. Pero tengo contra ti que permites a
esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñar y engañar a mis siervos a
fornicar y a comer de lo sacrificado a los ídolos. No quiere convertirse de su
fornicación. Mira, voy a postrarla en cama, y a sus hijos los heriré de muerte.
Pero a vosotros, los demás de Tiatira, que no profesáis esa doctrina, os digo:
Mantened lo que tenéis hasta que yo vuelva. Al vencedor, que cumpla mis obras
hasta el final, le daré autoridad sobre las naciones, y le daré la estrella de
la mañana».
«ESCRIBE AL ÁNGEL DE
LA IGLESIA EN SARDES:
Esto dice el que tiene los
siete espíritus de Dios y las siete estrellas. Conozco tus obras, tienes nombre
como de quien vive, ero estás muerto. Se vigilante y reanima lo que te queda.
Acuérdate de como has recibido y escuchado mi palabra; guárdala y conviértete.
Tienes en Sardes unas cuantas personas que no han manchado sus vestiduras, y
pasearan conmigo, porque son dignos. El vencedor vestirá blancas vestiduras, y
no borraré su nombre del libro de la vida».
«ESCRIBE AL ÁNGEL DE
LA IGLESIA EN FILADELFIA:
Esto dice el Santo y
Verdadero. Conozco tus obras, y aun teniendo poca fuerza, has guardado mi
palabra y no has renegado de mi nombre. Mira, voy a entregarte algunos de la
sinagoga de Satanás, los que se llaman judíos y no lo son, y se postrarán ante
tus pies, para que sepan que yo te he amado. Porque has guardado mi consigna de
perseverancia, yo también te guardaré de la hora de la tentación que va a venir
sobre todo el mundo. Mira, vengo pronto. Mantén lo que tienes, para que nadie
te arrebate tu corona. Al vencedor le haré columna del templo de mi Dios, en la
nueva Jerusalén».
«ESCRIBE AL ÁNGEL DE
LA IGLESIA EN LAODICEA:
Esto dice el Amén, el Testigo
fiel y veraz. Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. Y estoy a punto
de vomitarte de mi boca. Tú dices: “soy rico, no tengo necesidad de nada”. Y no
sabes que eres un desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo. Yo, a
cuantos amo, reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete. Mira, estoy de
pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en
su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo
en mi trono».
Estas cartas misteriosas, cada
una, terminan diciendo: «El que tenga
oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». La Iglesia vive en
el mundo una gran batalla entre las fuerzas de Cristo y las de Satanás. Se
manifiesta siempre Jesucristo como Señor, como dominador absoluto de la
historia del mundo y de la Iglesia. Conoce bien las tentaciones y las victorias
del Malo. Pero conoce también y alaba siempre a quienes se mantienen fieles,
que a veces son pocos, un resto de Yavé. Y asegura que todos los que mantienen
la fe en su nombre salvador recibirán premios grandiosos.
–LAS SIETE TROMPETAS
En el corazón del Apocalipsis
se halla el septenario de las
trompetas (8,2-14,5). En él se contemplan los estremecimientos de la historia humana en torno a la encarnación del
Hijo de Dios, su Pasión y su Resurrección.
Siete ángeles van tocando sucesivamente las siete trompetas, que a un mismo tiempo
designan calamidades terribles y acciones salvíficas de la Providencia divina.
A pesar de estos sones cósmicos de las trompetas angélicas, «el resto de los
hombres, que no murió en estas plagas, no se arrepintió de las obras de sus
manos… No se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus maleficios, ni de su
fornicación, ni de sus robos» (9,20-21). Más aún, como se ve también en el septenario de las copas, los
hombres «blasfemaban de Dios a causa de sus penas, pero de sus obras no se arrepentían»
(16,11; +16,9). En efecto, los hombres, aplastados por las consecuencias
intrínsecas de sus propios pecados, en vez de arrepentirse, echan la culpa de
esas plagas a Dios.
En la quinta trompeta «una estrella caída del cielo a la tierra», esto
es, un demonio, «abrió el pozo del Abismo y subió del pozo una humareda como la
de un horno grande, y el sol y el aire se oscurecieron con la humareda del
pozo» (9,1-2). Comienza en el mundo a ser difícil para los hombres ver
la realidad. Sigue a esto una plaga como de langostas, y en la sexta trompeta, una innumerable
caballería misteriosa lleva la muerte a un tercio de los hombres.
En la séptima trompeta van a enfrentarse, por fin, definitivamente la
cólera de Dios y las naciones encolerizadas contra Él. «Ya llegó el
reino de nuestro Dios y de su Cristo sobre el mundo, y reinara por los siglos
de los siglos… Te damos gracias, Señor, Dios todopoderoso, el que es, el que
era, porque has cobrado tu gran poder y entrado en la posesión de tu
reino» (11,15-17).
–EN MARÍA SE ENCARNA EL HIJO DE DIOS: ESTALLA
LA GRAN BATALLA CONTRA EL DRAGÓN INFERNAL
Apocalipsis 12: «Apareció en
el cielo una señal grande, una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus
pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas», gimiendo con dolores de
parto. Y «apareció en el cielo otra señal, y vi un gran Dragón de color de
fuego… Se paró el Dragón delante de la mujer para tragarse a su hijo en cuento
pariese… La mujer huyó al desierto… Y hubo una batalla en el cielo: Miguel y
sus ángeles combatían contra el Dragón, y peleó el Dragón y sus ángeles, que no
pudieron triunfar ni hubo lugar para ellos en el cielo».
«Oí una gran voz en el cielo: Ahora llega la salvación, el poder, el
reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque fue precipiado al
Acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios de
día y de noche.
Con la Encarnación del Hijo divino toda la historia se acelera, sufre el mundo espasmos de
gozo o de horror, y estalla una guerra tremenda. El Dragón, que no es sino «la
Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo
entero», frustrado por la encarnación, pasión, resurrección y ascensión del
Mesías al cielo, y por la huída del Hijo de la Mujer, «se fue a hacer la guerra
al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el
testimonio de Jesús».
–LAS DOS BESTIAS POTENCIADAS POR EL DIABLO
Apocalipsis 13. Así las cosas,
«vi surgir del mar una Bestia»
poderosísima, a la que el Dragón le dio su poder y su trono y
gran poderío. Y «la tierra entera
siguió maravillada a la Bestia», que durante cuarenta y dos meses
blasfemó contra Dios. En ese tiempo se le dió a la Bestia diabólica «hacer la guerra a los santos y vencerlos»,
y se le concedió «poderío sobre toda raza, pueblo, lengua y nación», de tal
modo que su reinado vino a hacerse casi universal, pues le adoran «todos los
habitantes de la tierra cuyo nombre no está inscrito, desde la creación del
mundo, en el libro de la vida del Cordero degollado».
¿QUÉ HARÁN, PUES, LOS CRISTIANOS FIELES EN MEDIO DE
ESTA APOSTASÍA GENERALIZADA?…
«El que tenga oídos, oiga. El
que a la cárcel, a la cárcel ha de ir; el que ha de morir a espada, a espada
ha de morir. Aquí se requiere la
paciencia y la fe de los santos». Fidelidad y paciencia. Guardar la fe
verdadera, sin concesión alguna a la mentira. Participar en la paciencia de la
Pasión de Cristo. Abandonarse a las penas que el mundo inflija, sean las que
fueren, con un corazón firme en la esperanza: que sea lo que Dios quiera o
permita. La victoria es de nuestro Dios y la de su Cristo glorioso.
Una segunda Bestia, menos poderosa, salida de la tierra, actúa como agente ideológico
para la propaganda de la primera. Esta Bestia, realizando grandes señales y
dotada de un poder de seducción inmenso, consigue que sean «exterminados
cuantos no adoran la imagen de la Bestia. Y hace que todos, pequeños y
grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se hagan una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda
comprar nada ni vender, sino el que lleve la marca con el nombre de la Bestia o
con la cifra de su nombre».
–VICTORIA FINAL DE CRISTO Y DE SU IGLESIA
El septenario de las trompetas expresa la victoria final de Cristo y de
sus santos con una gran liturgia. En ella «el Cordero, de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta
y cuatro mil que tenían su nombre y el nombre de su Padre inscrito en la
frente», cantan «un cántico nuevo». Éstos son vírgenes, y no se han
contaminado con el adulterio y la fornicación de la idolatría, sino que han
guardado «el testimonio de Jesús». Han sido fieles al seguimiento del
Cordero, por donde quiera que éste les llevara, a veces hasta la pérdida
de todo y la muerte. No se halló la mentira en su boca, ni nunca el
Dragón, el padre de la mentira, tuvo poder sobre ellos. Han vencido al mundo y
a su Príncipe, y son bienaventurados, pues han sido gratuitamente «rescatados
de entre los hombres como ofrenda para Dios y para el Cordero» (14,1-5).
Resumo la exégesis de Jean
Pierre Charlier (Comprender el Apocalipsis, I-II): La Bestia es el
Imperio romano, y concretamente Domiciano, que reinó del 81 al 96 (el
Apocalipsis se escribió hacia el 95): «la Bestia sería este emperador que se
hacía llamar Dominus et Deus», gran blasfemia, por la que se seculariza
totalmente el poder civil (I,254). Pero cuando Roma pase, «habrá otra Roma que
tomará inevitablemente el relevo. Por consiguiente, [la Bestia] es todo
edificio político como tal, sea quien sea quien lo ejerza –Domiciano o
cualquier otro– en la medida en que busca su poder, su autoridad y su trono
fuera de Dios» (255). «Más allá de Roma y Domiciano, más allá del siglo I
de nuestra era, éste [la Bestia] es cualquiera que haga pesar su
autoridad sobre los hombres, pretendiendo guiarlos fuera de los valores del
Evangelio» (256), queriendo obligarles a aceptar su marca en la mano
derecha o en la frente: esto es, en la conducta o en el pensamiento.
Con todo esto se forman, inevitablemente,
«dos grupos antinómicos: el que reconoce el sistema político, ideológico y
económico, y, por otra parte, el que se desvincula de él para su mayor incomodidad:
los adoradores idólatras y codiciosos, y los verdaderos religiosos en espíritu
y en verdad» (261). La victoria final es, ciertamente, de Dios y del Cordero,
y de los fieles que han guardado la fe. «Sobre el monte Sión ya no hay Templo,
sino sólo el Cordero. Ya no hay sacrificios de holocausto, sino la muchedumbre
de los excluidos de la sociedad, rescatados por Dios y su Cristo,
transformados en oblación suprema» (268).
–NO ADORAR A LA BESTIA
«Toda la tierra seguía maravillada a la Bestia... La adoraron todos los
moradores de la tierra, cuyo nombre no está inscrito, desde el principio del
mundo, en el libro de la vida del Cordero degollado» (13,3.8). En efecto, la
Bestia realiza grandes signos, al tiempo que blasfema contra Cristo y persigue
y vence a sus santos. Domiciano, el emperador, o el Estado sin Dios, da igual, se ha declarado Dominus et Deus,
y todos han de aceptar su marca en la frente y en la mano de modo público y
manifiesto. Sólo así se adquiere ese libellum imperial –cédula o carnet–,
sin el cual se hace imposible comprar o vender, publicar escritos o enseñar,
relacionarse a niveles altos e influir socialmente.
Ante esta situación, el
vidente del Apocalipsis, con apostólica solicitud y por encargo del mismo
Señor, pone en guardia a los cristianos
de su tiempo y a los de todos los siglos. «Escribe lo que has visto, lo
que ya es y lo que va a suceder más tarde» (Ap 1,19). «Éstas son palabras
ciertas y verdaderas de Dios» (19,9; 21,5; 22,6)… ¡Cuidado! ¡Reconoced a la Bestia, daos cuenta de que todo su
poder lo ha recibido del Dragón infernal! (13,2). ¡No sucumbáis a su fascinación
ni le deis culto! ¡No os fiéis de sus palabras ni promesas, que el Padre de la
Mentira es su alma falsa y engañadora! ¡No temáis por lo que habéis de
sufrir! (2,10). Estad seguros de que Dios tiene medido el tiempo de esta
Bestia, pues solamente «se le dio poder de actuar durante cuarenta y dos meses»
(13,5). ¡Que nadie se rinda y ceda, que todos guarden fielmente la Palabra
divina y el testimonio de Jesús! Y si alguno ha de ir a la cárcel o a morir a
espada, no dude en ir a la cárcel o a la muerte. Ahí es donde se manifestará la
paciencia y la fe de los santos (13,10).
Y Juan apóstol y evangelista,
con el mismo amor con que exhorta a ser fieles a Cristo Esposo, en martirio y
bodas de sangre, con el mismo amor
amenaza, buscando que nadie se pierda... «Si alguno adora a la Bestia y a su imagen, y acepta la marca en su
frente o en su mano [en su pensamiento o en su conducta], tendrá que
beber también del vino del furor de Dios, que está preparado, puro, en la copa
de su cólera. Será atormentado con fuego y azufre delante de los santos Ángeles
y delante del Cordero. Y la humareda de su tormento se eleva por los siglos de
los siglos. No hay reposo, ni de día ni de noche, para los que adoran a la
Bestia y a su imagen, ni para el que acepta la marca de su nombre» (14,9-11;
+21,8.27; 22,15).
* * *
Ya se comprende que no todos
los cristianos necesitan absolutamente leer y estudiar el Apocalipsis. Después
de todo, sus grandes luces pueden llegarle por los otros libros del Nuevo
Testamento y de la Liturgia, por la Tradición y la predicación. Pero sí puede
decirse que quien carece en gran medida de la visión histórica del Apocalipsis no entiende nada de la historia de la
humanidad pasada y presente. Aunque sea un historiador sumamente erudito
y prestigioso, si no tiene las luces del Apocalipsis, aunque conozca miles de
datos anecdóticos, ignora el pasado, no entiende nada de lo que está viviendo en
el presente, y desconoce absolutamente el futuro. No conoce la historia de la humanidad.
José María Iraburu, sacerdote
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