Un milagro es un hecho que se encuentra
fuera del alcance del método científico.
Manuel
Alfonseca es un gran divulgador de temas de ciencia y fe con su interesante
blog Divulciencia.
En su último artículo aborda el tema de los milagros, los dogmas y los hechos
históricos, y su relación con la ciencia. Puedes leelo a continuación.
En su
obra Quatrevingt-Treize, cuyo
título se suele traducir como “Noventa y Tres” (se
refiere a 1793, el año del Terror y de la Vendée), Victor Hugo introduce a un
personaje llamado Cimourdain, un ex-sacerdote que ha perdido la fe por culpa de
la ciencia: “La ciencia había demolido su fe; el dogma se había desvanecido en él...
Lo sabía todo de la ciencia y lo ignoraba todo de la vida”.
Aparte de
que la segunda frase es muy discutible (nadie puede saberlo todo de la
ciencia), la primera plantea el enfrentamiento entre ciencia y fe, que comenzó
con la Ilustración y alcanzó el máximo efecto filosófico en el siglo XIX, el de
Victor Hugo, que probablemente en esta cita proyecta sus prejuicios decimonónicos en un anacronismo histórico.
Porque
veamos: ¿qué descubrimiento científico había
demolido la fe de Cimourdain? ¿Darwin? Pero Darwin no había nacido en 1793. ¿Copérnico?
Pero la teoría de Copérnico no
se comprobó experimentalmente hasta 1838 cuando Bessel midió por
primera vez la paralaje de una estrella (61 Cisne), demostrando así que la
Tierra gira alrededor del sol. Por otra parte, que la Tierra esté en el centro
del universo nunca fue un dogma católico, y las reservas de parte de la Iglesia
a la teoría de Copérnico no se debían a su posible oposición con las
Escrituras, sino a que echaba por tierra la cosmología de los filósofos griegos
(especialmente la de Aristóteles).
Pero
vayamos al fondo de la cuestión: ¿cuál es el dogma
católico fundamental, el que Victor Hugo suponía que la ciencia había echado
abajo? Me voy a atrever a resumirlo en unas pocas
palabras: “Dios
existe, ha creado el universo y se hizo hombre en la persona de Jesucristo, que
murió en la cruz y resucitó”.
LA
BASE DE LA FE CRISTIANA Y LA CIENCIA
La
resurrección de Jesucristo después de su muerte en la cruz es sin duda la base
del dogma central del Cristianismo. Dicha
resurrección no es un hecho científico, sino un hecho histórico, atestiguado
por el testimonio de varios centenares de personas, que afirmaron haber visto a
Cristo resucitado. Muchas de esas personas dieron la vida antes que
renunciar a su testimonio.
Como he
dicho en otro sitio, la ciencia no tiene nada que decir sobre la existencia (o la no
existencia) de Dios. Todo lo más puede proporcionar indicios, que de
hecho, a lo largo del siglo XX, se han inclinado claramente a favor de su
existencia. ¿Tiene la ciencia algo que decir
respecto a la resurrección de Jesucristo?
El
diccionario de la Real Academia define así la palabra milagro: “Hecho no
explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención
sobrenatural de origen divino”.
Es decir,
un milagro es un hecho que se encuentra
fuera del alcance del método científico. Por lo tanto, decir que la
ciencia ha demostrado que no existen los milagros es lo mismo que decir que la
ciencia demuestra que no existen hechos inexplicables para la ciencia: una
afirmación que se auto-contradice.
Los
hechos históricos no están sujetos al método científico experimental, que se
apoya en la inducción. Su veracidad depende de la documentación disponible y de
los testimonios humanos que la apoyan (es decir, se utiliza el método abductivo). ¿Imagina
alguien que se pueda tomar en serio una frase como la siguiente?: “La ciencia ha descubierto que el asesinato de
Julio César no es digno de crédito”.
Sin
embargo, Victor Hugo parece haber tomado en serio esta otra afirmación: “La ciencia ha
descubierto que la resurrección de Jesucristo no es digna de crédito”.
ACTITUDES
ANTE LOS HECHOS HISTÓRICOS
Ante un
hecho histórico concreto, como la resurrección de Cristo, que está atestiguada
por centenares de testigos oculares y por los documentos correspondientes
(esencialmente el Nuevo Testamento), se pueden tomar las tres actitudes
siguientes, que se parecen mucho al famoso trilema de C.S.Lewis:
1. O bien ese suceso concreto
ocurrió de verdad. O sea, Cristo resucitó y los varios centenares de
testigos que le vieron dijeron la verdad.
2. O bien el suceso no ocurrió,
y los testigos mintieron deliberadamente.
3. O bien el suceso no ocurrió,
pero los testigos no mintieron, simplemente estaban equivocados y habían sido
presa de una alucinación colectiva, o alguna explicación equivalente.
¿TIENE
LA CIENCIA ALGO QUE DECIR AL RESPECTO? NADA
EN ABSOLUTO.
Las tres
opciones indicadas anteriormente no tienen el mismo peso. La mayor parte de
quienes se enfrentan a este trilema excluyen la segunda opción, porque no se
considera razonable creer que varios cientos de personas se pusieran de acuerdo
para afirmar algo que sabían que era mentira, y que muchos de ellos dieran
después la vida para defender su testimonio. Quizás en un caso concreto, con
una sola persona, esto podría haber sucedido, pero con un grupo tan grande de
testigos no es una opción razonable.
QUEDAN
DOS OPCIONES: LA PRIMERA Y LA TERCERA. ES EVIDENTE QUE LOS ATEOS PREFIEREN LA
TERCERA, Y QUE LOS CREYENTES PREFERIMOS LA PRIMERA. Pero se
trata de una preferencia que no tiene nada que ver con la ciencia. Podríamos
decir que se trata de una preferencia filosófica.
Lo mismo
ocurre siempre que se discute la realidad (o no) de cualquier milagro. Sin ir
más lejos, consideremos el milagro de Fátima, que tuvo lugar el 13 de octubre
de 1917, hace poco más de 100 años. Según
los cálculos realizados por entonces, hubo entre 30.000 y 40.000 testigos del
milagro. Con semejante número, es preciso excluir la segunda opción,
porque es imposible que tantas personas se pusieran de acuerdo para mentir. De
nuevo nos vemos reducidos a la primera y a la tercera opción: los ateos sostienen
que el milagro fue una alucinación colectiva, o bien un efecto óptico debido a
la contemplación del sol. Los creyentes seguimos prefiriendo la primera opción.
EN
EL FONDO, EL RAZONAMIENTO DE LOS ATEOS
ANTE LOS MILAGROS ES CIRCULAR Y PUEDE RESUMIRSE ASÍ:
1.
Los milagros son imposibles.
2.
En cualquier referencia a un
milagro, como la resurrección de Cristo o el de Fátima, la primera premisa de
este razonamiento (que usualmente no se hace explícita) nos obliga a excluir
que sucediera en realidad, por lo que sólo queda la opción de que haya sido una
alucinación colectiva o una explicación equivalente.
3.
Luego los milagros son
imposibles.
Es un
caso de libro de la falacia de la
afirmación del consecuente, que ya conocía Aristóteles, y que consiste
en demostrar una afirmación partiendo de ella misma. En cuanto a lo que dice
Victor Hugo (que la ciencia ha echado
abajo los dogmas) es claramente falso.
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