RESUMEN DE LA PRIMERA PARTE
En la entrega anterior vimos
que, tras haber recordado que los católicos no pueden apoyar de ningún modo las
reuniones ecuménicas, en las que se considera que los diferentes pueblos,
aunque tengan sobre Dios ideas totalmente distintas, se pondrán de acuerdo, sin
embargo, un día en la profesión de un mínimo común denominador de doctrinas, el
Papa advierte que semejante teoría pan-ecumenista, no sólo es falsa, sino que
repudia totalmente la verdadera religión falseando su concepto, abriendo el
camino al naturalismo y al ateísmo (Pío XI, Encíclica Mortalium animos, 6 de enero de 1928, en Tutte le Encicliche dei Sommi Pontefici, Milano,
Dall’Oglio Editore, de. V, 1959, 1º vol., p. 803).
ATENCIÓN AL ENGAÑO BAJO APARIENCIA DE
BIEN
En esta segunda parte del artículo dedicado a la Mortalium animos, vemos que Pío XI advierte a los
católicos que presten atención sobre todo “allí
donde bajo la apariencia de bien se oculta fácilmente el engaño” (ivi),
es decir, allí donde “se trata de promover la
unidad entre todos los cristianos” (ivi). En efecto, la apariencia de
bien o el sofisma dentro del cual se oculta el error manifiesto es profesar que
es debido que “cuantos invocan el nombre de Jesús
se abstengan de las recriminaciones mutuas y se unan con un poco de caridad
recíproca” (ivi). En efecto, Jesús, en el Evangelio (Jn., XIII, 35), recomendó a sus discípulos que se
amaran los unos a los otros; así, “si todos los
cristianos, un día, se convirtieran en una sola cosa, serían más fuertes para
combatir la peste de la impiedad” (ibidem, p. 804).
Este es
el eslogan de los “pan-cristianos”, como los
llama Pío XI, los cuales, “bajo estas palabras tan
atrayentes y amorosas” (ivi), en cuanto propugnan la unidad de los
cristianos, esconden “un error de los más graves,
que derrumba desde los cimientos las bases de la fe católica” (ivi).
EL PAN-ECUMENISMO ES UNA APOSTASÍA DE
LA VERDADERA RELIGIÓN
Según Pío
XI, por lo que respecta al pan-ecumenismo, no se trata de desviaciones, de
herejías, sino de una auténtica apostasía, o sea, de pasar de la religión católica
a otra esencialmente distinta de ella: el
racionalismo o el ateísmo. En efecto, explica el Papa, Dios podría haber
dado al hombre solamente una ley natural para conseguir que se dirigiera hacia
su fin último. En cambio, Dios quiso añadir a la ley natural preceptos
especiales a los que los hombres debieran obedecer y reveló verdades que
debemos creer. “Por tanto, es claro que no puede
existir religión verdadera sino la que tiene como base la palabra revelada de
Dios: revelación comenzada en los orígenes de la humanidad, continuada en el
Antiguo Testamento y perfeccionada y concluida por Jesús mismo en el Nuevo
Testamento” (ibidem, p. 805).
En
resumen, el hombre, según Pío XI, debe creer en la revelación y en la palabra
de Dios y obedecer sus mandamientos. Pues bien, para ayudar al hombre a cumplir
estos deberes, “Dios fundó en la tierra Su Iglesia.
Por tanto, uno no puede profesarse cristiano sin creer que Cristo fundó una
Iglesia y una Iglesia única” (ivi).
Este es
el punto crucial. En efecto, “el disenso comienza
cuando se quiere saber cuál debe ser esta Iglesia según la voluntad de Su
Fundador” (ivi).
Los
protestantes niegan que la Iglesia de Cristo deba ser visible y jerárquicamente
constituida. En cambio, el Evangelio nos muestra cómo “Cristo
instituyó Su Iglesia como sociedad perfecta, por su naturaleza externa y
visible, la cual prosiguiera en el futuro la obra de la redención humana, bajo
una sola Cabeza, con la enseñanza de viva voz y con la administración de los
sacramentos; no por nada la paragonó a un reino, a una casa, a un redil, a un
rebaño. Finalmente, esta Iglesia, una vez muertos Su Fundador y sus Apóstoles,
que tanto la habían difundido, no podía acabar y extinguirse, ya que le fue
mandado llevar a la salvación eterna a todos los hombres de todos los tiempos.
Por tanto, es imposible que la Iglesia no exista todavía hoy y en todo tiempo,
y no sea la misma que en la edad apostólica” (ivi).
CONFUTACIÓN DEL ERROR FUNDAMENTAL SOBRE
EL QUE SE BASAN LAS INICIATIVAS ECUMENISTAS
Pío XI,
llegado a este punto, afirma que es necesario confutar el error sobre el que se
fundan las iniciativas ecumenistas de los a-católicos, relativas a la unión de
todas las sectas cristianas puestas en común con la Iglesia que Cristo fundó
sobre Pedro.
Los
ecumenistas piensan que el deseo de Cristo de fundar una sola Iglesia dirigida
por un solo Pastor ha quedado sin efecto, negando así implícitamente la
divinidad y la omnipotencia de Cristo. Ellos afirman que la Iglesia,
actualmente, está dividida en varias partes, o sea, consta de varias pequeñas
iglesias o comunidades particulares, que convienen sólo en algunos puntos de
doctrina. La Iglesia estuvo quizá unida sólo en la edad apostólica. Por tanto,
sería necesario poner aparte todas las controversias dogmáticas entre los
cristianos y prestar atención sólo al mínimo común denominador que los pone en
común. Sólo cuando todas las distintas iglesias estuvieran confederadas en este
fondo común de fe, podrían poner freno a la incredulidad.
Pío XI
responde a los pan-cristianos que “la Sede
Apostólica no puede de ningún modo tomar parte en sus congresos, y de ninguna
manera los católicos deben unirse a semejantes tentativas, de otro modo darían
autoridad a una pretendida y falsa religión cristiana, que está mil millas
alejada de la única Iglesia de Cristo” (ibidem, p. 807).
No se
puede admitir que la verdad revelada por Dios quede comprometida. Pues bien, lo
que está en juego en este asunto del ecumenismo es precisamente la verdad
revelada por Dios sobre la naturaleza de Su Iglesia: una,
santa, católica, apostólica y romana.
Se
plantea en este punto un dilema. En efecto, los pan-cristianos, que quieren
unir todas las iglesias y las sectas, parecen animados por una idea muy noble y
caritativa: acrecentar la unidad entre cristianos, pero – se pregunta el Papa –
“¿cómo puede la caridad dañar la fe?” (ivi).
Después recuerda que San Juan (el Apóstol de la caridad) “prohibió absolutamente todo tipo de relación con cuantos
no profesaban entera e inmaculada la doctrina de Cristo. Por tanto, si la
caridad no tiene otro fundamento que la fe íntegra y sincera, es necesario para
los cristianos, si quieren unirse, unirse antes y sobre todo en la unidad de la
fe íntegra y sincera” (ibidem, p. 808).
Esta
verdad recordada por Pío XI no debemos olvidarla jamás, sobre todo hoy, cuando
se querría que practicáramos una caridad sin o incluso contra la fe. Por
ejemplo, en Asís se oró juntos cada uno a su divinidad (también los
a-cristianos y los ateos…), pero sin la fe no subsiste la caridad. Pues bien, en
Asís la fe faltó y, por tanto, faltó la verdadera caridad sobrenatural para dar
lugar a un simulacro de filantropía y amistad puramente natural.
El Papa
continúa: “¿Cómo se puede pensar en una
Confederación cristiana, cuyos miembros, también en materia de fe, pueden
considerar cada uno lo que les parece, cuando también los demás tienen ideas y
sentimientos opuestos?” (ivi). En resumen, sin unidad de fe no subsiste
la caridad. Y propone un remedio: “Esta unidad
puede nacer sólo de un único magisterio, de una única ley del creer y de la
única fe de los cristianos, mientras que la desigualdad de las opiniones es el
camino hacia la negligencia de la religión, o indiferentismo, y al modernismo,
según el cual la verdad dogmática no sería absoluta sino relativa” (ivi).
EL ÚNICO ECUMENISMO VERDADERO
Pío XI
enseña que “la reunión de los cristianos se puede
favorecer solamente favoreciendo el retorno de los disidentes a la única
Iglesia verdadera de Cristo, de la cual se separaron; a la única Iglesia
verdadera de Cristo, que es visible para todos y que, por voluntad de Su
Fundador, seguirá siendo tal y como Él mismo la fundó para la salvación de
todos” (ibidem, p. 809).
Además, el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, es uno (1 Cor., XII, 12), es compacto y conexo y es semejante a
Su cuerpo físico. Por tanto es una estupidez pretender que este Cuerpo místico
resulte de miembros desunidos y dispersos. Por tanto, quien no está unido a él
no es miembro suyo, no está unido a su cabeza, que es Cristo (Ef., V, 30).
Finalmente
“nadie está en esta única Iglesia de Cristo, nadie
persevera en ella, si no reconoce y acepta la autoridad y la potestad de Pedro
y de sus legítimos sucesores” (ivi).
Los disidentes que salieron de la Iglesia, que vuelvan a ella y serán
acogidos con gran amor. Como enseña Lactancio: “si
alguien no entra o sale de la Iglesia se queda fuera de la vida de la esperanza
y de la salvación. Aquí no conviene engañarse a sí mismos con disputas
pertinaces. Aquí se trata de la vida y de la salvación: si no se presta
atención con cautela y con diligencia, la vida, la salvación, se pierden y se
encuentra la muerte” (Divin. Instit., IV,
30, 11-12).
Por
tanto, el Papa hace una última llamada: “Que
vuelvan los hijos disidentes a la Sede Apostólica, colocada en esta ciudad que
Pedro y Pablo consagraron con su sangre, a esta Sede que es raíz y origen de la
Iglesia; pero que no vuelvan con la idea de que la Iglesia del Dios vivo
abandone la integridad de la fe y tolere sus errores; sino más bien para
someterse a su magisterio y gobierno” (ibidem, 811).
CONCLUSIÓN
A partir de lo que es enseñado en la Encíclica Mortalium animos salta a la vista cuánto el falso
ecumenismo, iniciado con el Concilio Vaticano II, se aleje de la doctrina y de
la práctica bimilenaria de la Iglesia, resumida en la Encíclica de Pío XI.
Es, por
tanto, deber nuestro permanecer anclados en la fe católica de siempre y
repudiar todas las novedades ecuménicas que la comprometen y nos exponen al
peligro de naufragar y apostatar de la fe católica, como Pío XI nos advirtió.
Robertus
Fin de la segunda y última parte
(Traducido por
Marianus el eremita /Adelante la Fe)
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