Basta
recordar el Catecismo para saber que los bienes que el hombre puede y quiere
conquistar, en relación con los atributos de su personalidad, podrían dividirse
en tres: los del cuerpo, los del alma y los exteriores. Ámbitos en cada uno de
los cuales los pecados capitales hacen lo suyo, corrompiendo la búsqueda y la
posesión de los mismos. Por lo que toda alerta es poca y toda rectitud virtuosa
recomendable.
Recordemos
también –para proseguir con el didactismo- que los bienes clasificables según
su objeto, son los honestos, los deleitables y los útiles. Es sabio y
pertinente pedir el resguardo de todos estos bienes, pero de un modo
jerarquizado y señorial, sin confundir lo urgente con lo importante, y sin
darle a la añadidura mayor entidad que al Reino de Dios y su justicia.
En esta
perspectiva debe medir el buen cristiano el compendio de males que ha causado y
está causando a la patria esa escoria ignominiosa que, para abreviar,
llamaremos macrismo.
Por poner
un ejemplo casi obvio y que cae de maduro: el vasallaje explícito al Fondo
Monetario Internacional es menos grave por el endeudamiento y la miseria que
provocan que por la deleznable revolución cultural a la que nos obliga y
somete.
Y si otro
ejemplo se pide, la corrupción del Poder Judicial no consiste primariamente en
que el mismo viola el principio de presunción de inocencia; sino en la lenidad
e impunidad en que mantiene a los corruptos –comunes o políticos- y en la
pesada vara de culpabilidad cósmica e insaciable que deja caer sobre aquellos a
quienes tocó la tarea de combatir al terrorismo marxista.
Que la
economía se reduzca a crematística con su secuela de estragos para la sociedad
en su conjunto, vaya si es malo. Pero que los niños y jóvenes de esa misma
sociedad sean prostituidos por la ideología del género, o eliminados por los
abortos, sobrepasa la maldad precedente porque conculca bienes mayores. Que
ladrones y malvivientes de toda índole entren y salgan de las cárceles, sin
demasiados sobresaltos, puede ser calificado de pésimo, por limitar la adjetivación
en un punto. Pero que el latrocinio y la malvivencia –espiritual, intelectual y
moral- sean política de Estado, sobrepasa lo pésimo para alcanzar dimensiones
atroces y repugnantes.
Viene a cuento tanta obviedad por la “misa” lujanera del pasado 20 de
octubre. Y entrecomillamos la palabra misa, no por volcarnos ahora al
sempiterno debate entre el vetus y el novus ordo,
sino porque, ni por la catadura ruinosa de los oficiantes, ni por el contenido
de lo celebrado, ni por la denigrante feligresía reunida, puede ser aquello
considerado una misa.
Radrizzani
y quienes lo secundaron en esta parodia sacrílega. Radrizzani y sus mandantes,
socios, prohijadores, fogoneros y artífices han incurrido públicamente en el
pecado contra el Segundo Mandamiento. Juntaron su hez con la hez, respaldaron
de modo grotesco a la calaña peronista y estofas satelitales. Y no hubo en
ningún momento de la pseudohomilía esa jerarquización de bienes y de males con
las que principiamos estas reflexiones. Ni en el falso sermón, ni antes ni
después. Todo lo contrario.
Se calló de modo imperdonable el enunciado y la condena de los daños
mayores y monstruosos que el Régimen está produciendo en las almas, las mentes
y los corazones; mientras se acentuó exclusivamente la mirada terrenalista,
naturalista, sociológica y horizontal. No; claro que no, lo reiteramos. Aquello
no fue una misa, sino un maridaje entre malevos, un contubernio entre cumpas de orga gangsteril
y viciosa; un cónclave de maleantes que se cubren recíprocamente las espaldas.
Usemos la palabra necesaria: fue una profanación.
Es el
sueño de la Iglesia Nacional Justicialista, que alguna vez le regaló al mismo
Perón un cura homosexual, gnóstico y masonoide –genuino mamarracho humano e
ideológico-llamado Pedro Badanelli. Sólo que ahora tienen en Roma al pontífice
sumo de este engendro. Brazos en alto, risas ordinarias, balconeadas
populacheras, canonizaciones de perdularios y principios teológicos invertidos,
como los clérigos que apañó o muchos de los visitantes que recibe sin sobresaltos
para su anestesiada conciencia de pastor ruinoso.
Después
del 20 de octubre, ofendiendo a la Virgen de Luján, riéndose de los verdaderos
pobres que son víctimas de estos sindicalistas opulentos a los cuales se
encubre, prodigándose recíprocamente “paces” y
ternezas entre rufianes, al pie de un altar ficticio y mundano, los argentinos
de bien y los católicos serios, ya saben bien en qué han convertido a la
Iglesia nuestros obispos. Esta “Iglesia” y
este “Estado” son, por cierto, una juntura
para abominar y salir corriendo.
Le
debemos a un fiel sacerdote puntano la profunda meditación del Salmo Primero. “Bienaventurado aquél que no se sienta en la reunión de
los burladores”, dice el salmo. Es la tercera clase de pecadores que
retrata. “No caminar con ellos, no detenerse, no
sentarse. Tres verbos progresivos, porque así procede el mal. Desgastando. Y al
final una reunión, una asamblea. Son burladores. Se burlan de Dios, ésa es su
impiedad característica. Y tendrán, a su tiempo, el castigo. Y el justo no se
instala allí, no se sienta, no habita, no forma parte, se separa, se aparta. Su
corazón está en otra parte, en la Palabra del Señor. Ésa es su gozosa soledad.
Es la soledad de Cristo. Y es una soledad llena de vitalidad. Sus hojas nunca
se marchitan, plantado junto a las aguas, da fruto a su tiempo. De la única
vitalidad posible. De la única Vida real. Y el justo aparece sólo, como el
árbol frente al pasto seco”.
Contra
esos hombres contrahechos que siguen moviéndose dentro de categorías demasiado
humanas –macrismo, peronismo y otras sentinas-; que creen poder apostar a una
de ellas contra las otras, como si no fueran exactamente lo mismo; que han
elegido bandos y líderes intercambiables, cabecillas sin honduras, ni
claridades y hasta sin prosodia ni gramática.
Contra
toda esta recua de confundidos que nos asaltan –de diestras o siniestras, dá lo
mismo-; oportunistas, contemporizadores, partidócratas y sirvientes del
sistema; ególatras autoreferenciales, componedores y rejuntadores de votos, se
alce la gran lección del Salmo Primero.
Llévense
sí, ante todo y por sobre todo, nuestro repudio y rechazo, los pastores
aludidos, traidores a la Iglesia Católica ,y fautores de este neoengendro, que
tras décadas de escarnio eclesial, han hallado al fin en Bergoglio al Caronte
de esta barcaza, remedo y antítesis de la Barca.
A
la Virgen Santísima, la gran agraviada, le ofrecemos nuestra reparación movida
por el dolor y la esperanza:
Andamos indigentes de tus advocaciones. Ven, Virgen
Venerada, conforta a tus legiones. Te escoltarán, Señora, en unánime
lanza, como ayer, como siempre, tan Digna de Alabanza.
Tu potestad de llanto, de luz corredentora, Virgo Potens si
acaso fuera la última hora
consérvanos la fe, las promesas crismales grácil Virgen Clemente, que no seamos eriales.
Que no seamos perjuros en la Postrimería Virgen Fiel del
pesebre, la gran cosmogonía.
Tu balanza no pesa con la ley del tendero. Espejo de Justicia, como
un sable cristero.
Desata el nudo oscuro del indócil sirviente. Sede de
la Sapiencia, aplasta a la serpiente.
Entonces reiremos y Tú serás la Causa de Nuestras Alegrías, ¡Ave dicha sin pausa!.
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