lunes, 22 de octubre de 2018

IGLESIA Y ESTADO: ASUNTO ABOMINADO


Basta recordar el Catecismo para saber que los bienes que el hombre puede y quiere conquistar, en relación con los atributos de su personalidad, podrían dividirse en tres: los del cuerpo, los del alma y los exteriores. Ámbitos en cada uno de los cuales los pecados capitales hacen lo suyo, corrompiendo la búsqueda y la posesión de los mismos. Por lo que toda alerta es poca y toda rectitud virtuosa recomendable.

Recordemos también –para proseguir con el didactismo- que los bienes clasificables según su objeto, son los honestos, los deleitables y los útiles. Es sabio y pertinente pedir el resguardo de todos estos bienes, pero de un modo jerarquizado y señorial, sin confundir lo urgente con lo importante, y sin darle a la añadidura mayor entidad que al Reino de Dios y su justicia.
En esta perspectiva debe medir el buen cristiano el compendio de males que ha causado y está causando a la patria esa escoria ignominiosa que, para abreviar, llamaremos macrismo.
Por poner un ejemplo casi obvio y que cae de maduro: el vasallaje explícito al Fondo Monetario Internacional es menos grave por el endeudamiento y la miseria que provocan que por la deleznable revolución cultural a la que nos obliga y somete.
Y si otro ejemplo se pide, la corrupción del Poder Judicial no consiste primariamente en que el mismo viola el principio de presunción de inocencia; sino en la lenidad e impunidad en que mantiene a los corruptos –comunes o políticos- y en la pesada vara de culpabilidad cósmica e insaciable que deja caer sobre aquellos a quienes tocó la tarea de combatir al terrorismo marxista.
Que la economía se reduzca a crematística con su secuela de estragos para la sociedad en su conjunto, vaya si es malo. Pero que los niños y jóvenes de esa misma sociedad sean prostituidos por la ideología del género, o eliminados por los abortos, sobrepasa la maldad precedente porque conculca bienes mayores. Que ladrones y malvivientes de toda índole entren y salgan de las cárceles, sin demasiados sobresaltos, puede ser calificado de pésimo, por limitar la adjetivación en un punto. Pero que el latrocinio y la malvivencia –espiritual, intelectual y moral- sean política de Estado, sobrepasa lo pésimo para alcanzar dimensiones atroces y repugnantes.
Viene a cuento tanta obviedad por la “misa” lujanera del pasado 20 de octubre. Y entrecomillamos la palabra misa, no por volcarnos ahora al sempiterno debate entre el vetus y el novus ordo, sino porque, ni por la catadura ruinosa de los oficiantes, ni por el contenido de lo celebrado, ni por la denigrante feligresía reunida, puede ser aquello considerado una misa.

Radrizzani y quienes lo secundaron en esta parodia sacrílega. Radrizzani y sus mandantes, socios, prohijadores, fogoneros y artífices han incurrido públicamente en el pecado contra el Segundo Mandamiento. Juntaron su hez con la hez, respaldaron de modo grotesco a la calaña peronista y estofas satelitales. Y no hubo en ningún momento de la pseudohomilía esa jerarquización de bienes y de males con las que principiamos estas reflexiones. Ni en el falso sermón, ni antes ni después. Todo lo contrario.
Se calló de modo imperdonable el enunciado y la condena de los daños mayores y monstruosos que el Régimen está produciendo en las almas, las mentes y los corazones; mientras se acentuó exclusivamente la mirada terrenalista, naturalista, sociológica y horizontal. No; claro que no, lo reiteramos. Aquello no fue una misa, sino un maridaje entre malevos, un contubernio entre cumpas de orga gangsteril y viciosa; un cónclave de maleantes que se cubren recíprocamente las espaldas. Usemos la palabra necesaria: fue una profanación.

Es el sueño de la Iglesia Nacional Justicialista, que alguna vez le regaló al mismo Perón un cura homosexual, gnóstico y masonoide –genuino mamarracho humano e ideológico-llamado Pedro Badanelli. Sólo que ahora tienen en Roma al pontífice sumo de este engendro. Brazos en alto, risas ordinarias, balconeadas populacheras, canonizaciones de perdularios y principios teológicos invertidos, como los clérigos que apañó o muchos de los visitantes que recibe sin sobresaltos para su anestesiada conciencia de pastor ruinoso.
Después del 20 de octubre, ofendiendo a la Virgen de Luján, riéndose de los verdaderos pobres que son víctimas de estos sindicalistas opulentos a los cuales se encubre, prodigándose recíprocamente “paces” y ternezas entre rufianes, al pie de un altar ficticio y mundano, los argentinos de bien y los católicos serios, ya saben bien en qué han convertido a la Iglesia nuestros obispos. Esta “Iglesia” y este “Estado” son, por cierto, una juntura para abominar y salir corriendo.
Le debemos a un fiel sacerdote puntano la profunda meditación del Salmo Primero. “Bienaventurado aquél que no se sienta en la reunión de los burladores”, dice el salmo. Es la tercera clase de pecadores que retrata. “No caminar con ellos, no detenerse, no sentarse. Tres verbos progresivos, porque así procede el mal. Desgastando. Y al final una reunión, una asamblea. Son burladores. Se burlan de Dios, ésa es su impiedad característica. Y tendrán, a su tiempo, el castigo. Y el justo no se instala allí, no se sienta, no habita, no forma parte, se separa, se aparta. Su corazón está en otra parte, en la Palabra del Señor. Ésa es su gozosa soledad. Es la soledad de Cristo. Y es una soledad llena de vitalidad. Sus hojas nunca se marchitan, plantado junto a las aguas, da fruto a su tiempo. De la única vitalidad posible. De la única Vida real. Y el justo aparece sólo, como el árbol frente al pasto seco”.
Contra esos hombres contrahechos que siguen moviéndose dentro de categorías demasiado humanas –macrismo, peronismo y otras sentinas-; que creen poder apostar a una de ellas contra las otras, como si no fueran exactamente lo mismo; que han elegido bandos y líderes intercambiables, cabecillas sin honduras, ni claridades y hasta sin prosodia ni gramática.
Contra toda esta recua de confundidos que nos asaltan –de diestras o siniestras, dá lo mismo-; oportunistas, contemporizadores, partidócratas y sirvientes del sistema; ególatras autoreferenciales, componedores y rejuntadores de votos, se alce la gran lección del Salmo Primero.
Llévense sí, ante todo y por sobre todo, nuestro repudio y rechazo, los pastores aludidos, traidores a la Iglesia Católica ,y fautores de este neoengendro, que tras décadas de escarnio eclesial, han hallado al fin en Bergoglio al Caronte de esta barcaza, remedo y antítesis de la Barca.
A la Virgen Santísima, la gran agraviada, le ofrecemos nuestra reparación movida por el dolor y la esperanza:
Andamos indigentes de tus advocaciones. Ven, Virgen Venerada, conforta a tus legiones. Te escoltarán, Señora, en unánime lanza, como ayer, como siempre, tan Digna de Alabanza.
Tu potestad de llanto, de luz corredentora, Virgo Potens si acaso fuera la última hora
consérvanos la fe, las promesas crismales grácil Virgen Clemente, que no seamos eriales.
Que no seamos perjuros en la Postrimería  Virgen Fiel del pesebre, la gran cosmogonía.
Tu balanza no pesa con la ley del tendero. Espejo de Justicia, como un sable cristero.
Desata el nudo oscuro del indócil sirviente. Sede de la Sapiencia, aplasta a la serpiente.
Entonces reiremos y Tú serás la Causa de Nuestras Alegrías, ¡Ave dicha sin pausa!.

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