domingo, 7 de octubre de 2018

DÍA 5: CUANDO OREN, DIGAN: PADRE NUESTRO…


CUANDO OREN, DIGAN: PADRE NUESTRO…
Lo vieron irse tantas, tantas veces solo al monte o al desierto, a orillas del lago y también en el Templo, o caminar de gusto un poco más rápido o más lento que ellos de ciudad en ciudad…
Lo veían retornar de esos momentos radiante, seguro, decidido, sonriente, transmitiendo –si es que eso era realmente posible- una paz todavía más inmensa, infinita, un halito de eternidad.
Y se animaron una vez a pedirle, quizá después de haberlo conversado entre ellos y dudado, como temiendo entrometerse en algo demasiado privado, algo solo reservado a Él.
Pero no se equivocaron: parecía como si Jesús hubiera estado esperando aquél pedido desde hacía tiempo: “Señor, enséñanos a orar”
Y así, con gozo, como el profesor que disfruta enseñando a sus alumnos su lección favorita, o como ese abuelo que se complace en contar al pequeño nieto la historia predilecta, Jesús entregó a sus discípulos la llave maestra, la palabra esencial, la que marcaba un antes y un después en la historia de la revelación del misterio de la oración: “Cuando oren digan: PADRE…”
Y es que allí, en esa sola palabra, están contenidos todos los secretos, todos los tesoros, todo el entero misterio de Cristo y su misión redentora.
Para que podamos decir en verdad “Abba", “Padre”, para hacernos hijos en él, el Hijo, bajó del Cielo, tomó forma de esclavo, llegó hasta la muerte y muerte de Cruz.
Y así como al inicio del pentagrama se ubica la clave que da sentido a todas las demás notas y define la armonía, así esta palabra va a marcar el tono general de todo el misterio de la oración cristiana. Porque no nos dirigimos al orar al “motor inmóvil” de los griegos, ni a los dioses crueles y egoístas de los pueblos paganos, ni al gran arquitecto del deísmo. No. Hablamos a un Dios papá, un Dios tierno, un Dios que incluso cuando corrige y castiga es sólo por amor.
Por eso la Iglesia antigua daba tanta importancia a la primera vez que un catecúmeno aprendía la oración del Señor, y a la primera vez que la decía. Por eso en cada Eucaristía, y en la alabanza matutina y vespertina de la Iglesia entera, resuena con fuerza “desde donde sale el sol hasta el ocaso". Por eso en cada sacramento y en cada sacramental volvemos a decirla.
Por eso al iniciar cada misterio de la vida de Cristo en el Rosario la Iglesia te indica: “cuando ores, di: Padre nuestro…” Sea que vayas solo a contemplar, sea que vayas a implorar gracias para ti o para otros, sea que vayas a pedir perdón, no te olvides: el fin último de tu oración es un Dios Padre.
Que no nos acostumbremos a pronunciar esa palabra, de la cual nuestros labios y nuestros corazones nunca serán suficientemente dignos. Que María nos conceda rezar el Padrenuestro -y cada una de sus peticiones- con renovado asombro y estupor, como si fuera la primera vez.
Que al pronunciar con sentido estas sagradas palabras también tu y yo vayamos irradiando la paz y la alegría que Jesús traía en su Rostro cada vez que regresaba de estar a solas con su Padre.
P. Leandro Bonnin

No hay comentarios:

Publicar un comentario