miércoles, 3 de octubre de 2018

DÍA 2 POR LA SEÑAL DE LA SANTA CRUZ...


POR LA SEÑAL DE LA SANTA CRUZ
En el vasto mundo de la espiritualidad de la Iglesia, la oración del Rosario ocupa un lugar especial. Es un modo de oración mixto, como a mitad de camino entre la oración mental y la vocal.
Involucra al hombre en su realidad espiritual y corporal. Participan de ella la inteligencia, la voluntad, la memoria, la imaginación, el mundo de los afectos y pasiones; y también interviene el cuerpo, especialmente a través de la recitación de las oraciones vocales.
Alcanzar la plena conjunción de todas estas potencias supone un proceso que nos lleva la vida entera. No es tarea fácil, además, porque la oración es, siempre, una auténtica lucha espiritual. Nuestro propio mundo interior se convierte en un campo de batalla, que tanto Dios como el Enemigo quieren conquistar.
Por eso, cada vez que comienzas a rezar tu Rosario, la Iglesia te invita a trazar tres cruces con tu dedo pulgar sobre tu frente, tus labios y tu pecho, acompañadas por las significativas palabras: “por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro”.
¿CUÁLES SON NUESTROS ENEMIGOS? ¿POR QUÉ ESAS CRUCES EN ESOS LUGARES DEL CUERPO?
A nuestra MENTE vienen durante la oración pensamientos perturbadores, recuerdos que nos distraen o entristecen, temores del futuro que nos “sacan” del encuentro íntimo con nuestro amado Señor y su Madre… Por eso trazamos la Señal de la Cruz en la FRENTE, como “exorcizando” con la fuerza de la Pascua todo pensamiento vano, inútil, pernicioso o distrayente, y pidiendo al Señor que encienda la llama luminosa de una fe viva y penetrante. Pedimos en ese simple gesto que nuestra inteligencia, nuestra memoria y nuestra imaginación se dispongan dócilmente a la contemplación de los misterios del Redentor
En nuestro CORAZÓN conviven el anhelo de lo sublime con pasiones oscuras, las ganas de ser fieles a Dios con la fragilidad que nos amenaza de manera constante, la generosidad con el egoísmo, la capacidad de abnegación con la búsqueda desordenada del placer, la confianza ilimitada en el poder del Creador con la duda… El mismo amor a Jesús puede verse manchado por la búsqueda de nosotros mismos, o un sutil deseo de evadirnos de la realidad, bajo pretexto de estar a solas con Él. Por eso trazamos el Signo de la Cruz en el PECHO, pidiendo que la Sangre redentora aquiete nuestras pasiones, armonice nuestros afectos e inflame nuestro corazón en la verdadera caridad.
Pero el Rosario implica no sólo nuestra mente y nuestro corazón: también nuestra VOZ participa de esta ofrenda espiritual. Trazamos la señal de la Cruz sobre nuestros LABIOS para que el Señor nos preserve de la precipitación y el apuro, para que nuestras palabras nunca sean simples fórmulas vacías ni mecánicas, sino que siempre concuerden con nuestro interior. Y para que esos labios que proclaman el amor y la fe continúen, más allá del Rosario, siendo manantial de palabras de vida y esperanza.
Por eso, realiza este simple gesto con solemne sencillez y con profunda piedad. Cree y confía que verdaderamente Él dio la vida en el Calvario por Ti, y anímate a dejarte sanar y salvar por su amor.
Así, protegidos con el escudo de la cruz y bajo el Signo de la Sangre del Cordero, nos disponemos, unificados interiormente, a caminar con María siguiendo los pasos de su hijo en la Tierra, hasta el Cielo.
Leandro Bonnin

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