Artículo que trata sobre las enemistades, el perdón y
la reconciliación.
Este
derecho no queda recogido en la Declaración Universal de Derechos Humanos, pero
Vicente Fisas –investigador por la paz y director de la cátedra UNESCO sobre
paz y derechos humanos de la Universidad Autónoma de Barcelona– en su libro
Gestión de conflictos habla del «derecho a no tener
enemigos». Como todo derecho, es una opción. A menudo nos ganamos
enemigos; creamos enemistades con nuestras acciones, con nuestras palabras.
Pero, todo derecho comporta también un deber: el
deber de actuar en consecuencia, y, en este caso, no hacer méritos para ganarse
enemistades. Hay enemigos que nos los trabajamos; a menudo hacemos lo
posible para que ciertas relaciones acaben en enemistad.
Desde la
enemistad y la división se produce odio, espíritu de venganza, adicción a la
violencia, afán de competición, apatía generalizada, traición, violación de la
fama y del prestigio, rabia…
En un
proceso de enemistad hay una víctima y un agresor que padecen un trauma.
Habitualmente la víctima adquiere un crédito de violencia, se siente en el
derecho de volverse; mientras que el agresor padece de culpabilidad, tiene un
débito de violencia y teme que la víctima la ejerza contra él. Se establece así
una cadena de traumas que forman una espiral sin fin.
Vera
Grabe, antropóloga e investigadora en temas de pedagogía y convivencia en el
Observatorio por la Paz, en la Primera Conferencia Iberoamericana de Paz y
Tratamiento del Conflicto, en el año 1996 afirmó: «Para
la paz hace falta ceder, desnudarse de alguna cosa. No sólo de las armas. Quizá
de privilegios. De excedentes. De injusticias. De ambiciones. De afán de
protagonismo.» En este ceder y desnudarse se va cuajando la paz. Ceder
delante del espíritu de venganza, ceder para no volverse frente a este crédito
de violencia, ceder para mantenerse en el derecho a no tener enemigos. Y esto
supone un esfuerzo. Un gran esfuerzo. Por eso la clave está en la
reconciliación. Podemos optar por vivir anclados en el resentimiento o bien por
vivir anclados en la reconciliación. Es otra cuestión de opción.
La
reconciliación a menudo comporta estar dispuestos a absorber el mal y la
violencia para que cese esta espiral de agresiones. Comporta no responder con
actitudes agresivas –ya sean armadas, psicológicas o culturales– frente a un
hecho destructivo ni responder con una actitud de robar prestigio o fama, sino
más bien actuar a modo de agujeros negros o vertederos incontrolados, que
absorben lo que sobra y de los cuales ya no sale más afán de venganza. Absorben
sin devolver diente por diente ni ojo por ojo.
El
ofendido, al ofrecer el perdón, se sobrepone a la correlación instintiva de
venganza y se sobrepone a sí mismo. El perdón incluye el deseo de volver a
relacionarse con el otro y es condición necesaria para conseguir la paz; el
perdón también es condición indispensable para desbancar al enemigo, incluso
invitándolo a ser amigo; y es la única forma de romper con la espiral de
violencia y de olvidar la hostilidad.
Los
procesos de reconciliación -\\’volver a
conciliarse\\’– consisten en ofrecer perdón como gesto de cordialidad
hacia quien nos ha ofendido. La ofensa genera sentido de venganza. La ofensa
sólo puede ser asimilada desde la reconciliación y el perdón. La reconciliación
tiene, por lo tanto, un efecto terapéutico, comporta una modificación de la
percepción negativa de uno mismo y del otro para llegar a los sentimientos y
las emociones. Para que la ofensa no nos afecte tenemos que comprender al otro,
de manera que nos cause el mínimo daño psicológico y no tengamos que reaccionar
en contra. Sin embargo, comprender no es justificar la acción del otro ni mucho
menos caer en la ingenuidad.
Perdonar
rebaja la tensión. A menudo no queremos perdonar porque nos consideramos con el
derecho de volvernos en contra, de actuar en relación con la violencia
recibida. Perdonar implica ceder y optar por otro derecho: el derecho a no
tener enemigos.
La
autora, doctora en Pedagogía, con especialización en Resolución de Conflictos
y colaboradora del SOI – Servicio de Observación sobre Internet
www.observatoriodigital.net
Martha
Burguet Arfelis
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