domingo, 16 de septiembre de 2018

“REFUGIO MÍO Y FORTALEZA MÍA, DIOS MÍO, EN QUIEN CONFÍO” (SAL 90)


Una de las peores situaciones en las que una persona puede llegar a encontrarse es cuando se siente abandonada a sí misma y obligada a afrontar en soledad problemas tan grandes y complejos que pongan en crisis sus recursos físicos y morales.

Hoy, nosotros comunes mortales y “creyentes a ultranza” nos encontramos casi en dicha situación. Abandonados por las autoridades: gobernantes, políticos, administradores, responsables religiosos y tal vez también por amigos y familiares, nos encontramos solos al afrontar las dificultades, como las morales por ejemplo, con nuestras débiles fuerzas y en medio de la indiferencia general.
Frente a un futuro nebuloso nos sentimos incomprendidos y marginados, ignorados por los pastores de la Iglesia, cuando deberían ayudarnos a afrontar los acontecimientos apocalípticos que recaen sobre la humanidad.

La prueba evidente de la carencia de una guía segura a nivel planetario es que el pensamiento único laicista nos impone ignorar nuestro destino eterno; descuidando semejante verdad de primaria importancia se infravalora también nuestra vida terrena, la única oportunidad que nos es concedida para merecer la vida eterna, prometida por el Señor Jesucristo a aquellos que Le aman.

A este propósito, la guía espiritual del papa Francisco, propuesta por muchos devotos suyos, no es acogida por todos con favor, porque parece más orientada al problema del ecumenismo y de la integración racial, que a la de maestro de vida espiritual.
El hombre de hoy está olvidando dramáticamente que ha recibido del Creador un alma inmortal, nuestra única riqueza, un tesoro que merece ser custodiado con gran cuidado, porque está destinado a participar eternamente en Su Reino de luz y de paz. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se arruina a sí mismo?” (Lc 9, 25).

No es necesario una gran agudeza intelectual para comprender que el silencio culpable sobre estos temas, impuesto por los enemigos de Dios y acogido supinamente por las “autoridades” religiosas y políticas debe atribuirse al “príncipe de este mundo”, para que la gente permanezca en la ignorancia o en la indiferencia, corriendo el riesgo de la perdición eterna.

Tiempos sumamente misteriosos, que deben acogerse con prudencia, por ser posibles mensajeros de grandes sorpresas.
MOTIVOS DE APRENSIÓN 
Muchos son los motivos que producen preocupación en este tiempo, en el que a cada paso podemos incurrir en peligros mortales – atentados, disparos, matanzas, agresiones, catástrofes naturales, epidemias, etc. –, circunstancias frecuentes que conducen a cambiar costumbres y estilos de vida, a obedecer a los Mandamientos, a pensar más seriamente a nuestro destino ultraterreno, etc. Por estos motivos, se puede decir que la acción oculta de satanás – llamada también guerra infinita, global o terrorista por capítulos, claramente anticristiana – tiene en sí misma algún lado positivo, reconocido por pocos por la ley del silencio impuesta por los enemigos de Dios que dictan la ley a nivel planetario, mientras que para otros se convierte en un motivo urgente para la conversión.
El aumento del riesgo de muerte imprevista a causa de una guerra sin reglas ni confines es signo de que satanás está libre de las cadenas que hasta ahora lo mantenían atado, mientras que ahora está “desencadenado”, esto es, libre para herir por sorpresa, en cualquier lugar y de cualquier modo; una situación dramática que sólo el maligno puede organizar, para matar y devastar sin manifestarse abiertamente, camuflándose tras el biombo de la “guerra santa”, de la fatalidad y del destino adverso.
Una situación aparecida con el desarrollo de los acontecimientos y penetrada extensamente en la mentalidad común debería sugerir a muchos distraídos el pensamiento de la precariedad de la vida terrena y, por tanto, acrecentar el deseo de volver a vivir según los Mandamientos de Dios.
En un mundo de egoísmo como el actual, debería brotar también el deseo legítimo de nuestra libertad y dignidad, el descubrimiento en nosotros del don privilegiado de sentirse “señores” y responsables de un alma inmortal y preciosa, que no debemos despreciar o perder por ningún motivo. Ella nos permitirá vivir eternamente felices en el Cielo, meta de todo hombre y don de la infinita bondad y misericordia de Dios.
Una verdad preciosa, consoladora y estimulante, que por sí sola puede bastar para dar vigor a nuestra fe, que necesita argumentos prácticos y realistas para ser comprendida por el hombre moderno, positivista y pragmático. Insistir más en argumentos simples, prácticos, accesibles a todos, podría ser de gran utilidad para la vuelta de muchas ovejas perdidas al redil de la Iglesia católica.
La humanidad espera del Cielo una señal grandiosa y decisiva, la única que podrá restituir de manera dramática e imprevista a la humanidad al Dios verdadero y al Dios verdadero a la humanidad. Vivimos desde hace demasiado tiempo en la apostasía, alejados de Dios, y sentimos la gran necesidad de volver a Él por todos los medios y a cualquier precio. Sobre todo sentimos la necesidad inefable de la conversión total a Cristo del pueblo judío, el pueblo de la antigua alianza, que dio al mundo a los grandes personajes – los Patriarcas y los Profetas del Antiguo Testamento – al principio de la historia de nuestra salvación. Aquel día memorable será glorioso para la Iglesia y para el Cielo: pidamos al Señor que acelere los tiempos para este acontecimiento extraordinario.
LA GRAN TRIBULACIÓN 
Nosotros que vivimos inmersos en las profecías del Apocalipsis, a juicio de muchos, estamos también a la espera de grandes acontecimientos, sin conocer el tiempo, que podría ser incluso largo. Cuando las profecías hablan de inminencia debemos ciertamente estar vigilantes, pero no podemos conocer los tiempos que nos separan del cumplimiento de los mismos. Por ejemplo: todavía no podemos reconocer al Anticristo que podría ser incluso un gran personaje de la Iglesia que traiciona su mandato. ¿Sabremos reconocerlo al momento?

Según San Pablo (cfr. 2 Ts 2, 2), en un texto de dificilísima interpretación porque él se remonta a su enseñanza oral, impartida a los Tesalonicenses, para los cuales todo estaba claro, en el momento actual la Iglesia está viviendo momentos preparatorios. En base a estas profecías bíblicas y a otros elementos más recientes, podemos estar bastante de acuerdo al menos en las siguientes afirmaciones:
1) La apostasía, como signo preparatorio del Anticristo, está ciertamente presente, pero ¿en qué medida?
2) ¿Cuál es el obstáculo – el katekon – que se debe “quitar de en medio” para que pueda manifestarse el hombre inicuo?
3) El reino del hombre inicuo durará tres años y medio, ¡después intervendrá Jesucristo, que lo aniquilará!
4) Los tiempos deberían ser bastante próximos, pero ¡nadie ha comenzado todavía el movimiento decisivo!
5) La salvación de la humanidad y de la Iglesia están asegurados por la intervención de Dios pero ¿cuándo?
6) ¿Qué sentido debemos dar al silencio misterioso de las instituciones religiosas y laicas?
Los verdaderos creyentes viven días de gran espera, pero no están angustiados: los acontecimientos que esperan son el cumplimiento de las promesas del Cielo, anunciadas desde hace tiempo.
¡EL SEÑOR ESTÁ CERCA! NO OS ANGUSTIÉIS POR NADA (FIL 4, 5) 
En el periodo previsto de la gran tribulación, “próximo” ya, el Señor nos nos abandonará a la desolación, aunque tendremos que sufrir mucho, porque la humanidad y la Iglesia tendrán la ayuda providencial de los elegidos (cfr. Mt 24, 22), personas elegidas, conscientes de su papel, dotadas de dones especiales del Espíritu Santo, preciosos en los tiempos del gran sufrimiento físico y espiritual. Los elegidos serán los guías seguros, predispuestos por el Cielo y reservados para los últimos tiempos, para asistir y conducir a salvo a los supervivientes de la gran tribulación, destinados a repoblar la tierra renovada y limpia de toda suciedad.

San Pedro, en su segunda Carta (3, 3-13), escribe: “Ante todo debéis saber esto, que en los últimos días vendrán burlones con todo tipo de burlas, que actuarán conforme a sus propias pretensiones y dirán: «¿En qué queda la promesa de su venida? Pues desde que los padres murieron todo sigue igual, como desde el principio de la creación». Porque intencionadamente se les escapa que desde antiguo existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida en medio del agua gracias a la palabra de Dios; por eso el mundo de entonces pereció anegado por el agua. Pero ahora los cielos y la tierra custodiados por esa misma palabra están reservados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. Mas no olvidéis una cosa, queridos míos, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión. Pero el Día del Señor llegará como un ladrón. Entonces los cielos desaparecerán estrepitosamente, los elementos se disolverán abrasados y la tierra con cuantas obras hay en ella quedará al descubierto. Puesto que todas estas cosas van a disolverse de este modo, ¡qué santa y piadosa debe ser vuestra conducta, mientras esperáis y apresuráis la llegada del Día de Dios! Ese día los cielos se disolverán incendiados y los elementos se derretirán abrasados. Pero nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia.” 

También este fragmento del apóstol Pedro se vuelve iluminador si es aplicado a nuestros tiempos porque, no obstante el silencio ensordecedor que nos circunda, asume un gran significado profético: en efecto, si esperamos comprobar su validez cuando estemos en medio de los acontecimientos, habremos perdido también el precioso valor de preparación, de amonestación y de salvación típico de las profecías, porque entonces todo sucedería sin que pudiéramos comprender su significado.

He aquí por qué hoy, según un criterio lógico de valoración, debemos superar la mentalidad laicista que impone un pensamiento “anticristiano” que nos hace olvidar nuestra dimensión espiritual para adecuarnos a la mentalidad atea y pagana predominante.
Además, si ponemos en duda la Segunda Venida de Jesús, tendremos también incertidumbres en el camino de la vida, mientras que su Palabra tiene un valor universal y eterno, especialmente allí donde dice: “Pero el Hijo del hombre, cuando vuelva, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lc 18, 8). En efecto, ¡Jesús volverá a la tierra para comprobar nuestra fe! Por lo cual nos preguntamos: ¿por qué la catequesis parroquial de hoy no toma en consideración la Segunda Venida de Jesús a la tierra?

Si pensamos en la situación mundial cada vez más comprometida con el maligno, podemos afirmar tranquilamente que hoy los jefes de las naciones más “desarrolladas” están vinculados a sus adeptos, que esperan el momento oportuno para entregar a sus “súbditos” a satanás para su condenación eterna: ellos creen en la inmortalidad de las almas para entregarlas a su señor, que les colma de bienes materiales en esta breve vida terrena, en cambio de la desesperación eterna que les espera en el más allá. Estas personas vendidas a satanás, querrían quizá entregar a la entera humanidad al infierno por medio de la guerra nuclear, mientras que en el ámbito mundial se está desarrollando la lucha más grande a nivel de espíritus: diablos y almas condenadas contra los Ángeles de Dios y las almas santas del Cielo. El final naturalmente por descontado es la victoria de Cristo, pero hay algún iluso entre los seguidores de satanás que espera a ultranza en las promesas del maligno.

Las promesas de Jesús en cambio son seguras y no excluyen el sufrimiento: Él mismo dio el ejemplo sublime de ello con su Pasión, Muerte y Resurrección y también a nosotros, después de una vida de fidelidad al Evangelio, de sufrimiento y de muerte nos espera la alegría de la vida eterna. Intentemos mantener viva nuestra fe y conservarla para los días que están por llegar.
Marco
(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)

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