viernes, 7 de septiembre de 2018

REFLEXIONES SOBRE EL FEMINISMO


El hombre moderno vive el tiempo de la gran destrucción de los sentimientos y de la Fe.

La sociedad descristianizada continúa estando privada de nexos más allá del ganancia y del consumo. Se sabe que el fundamento de la sociedad cristiana, que se opone a la realización del Nuevo Orden Mundial, está en la familia. Para socavar la familia ha sido necesario destruir el papel de la mujer como esposa y madre y rediseñar su rol social, redimensionando sus aspectos de madre y de mujer.
Se hace creer a la gente común, que cree saber cómo van las cosas porque se informan viendo la televisión, que los roles del varón y de la mujer cambian porque “cambian los tiempos”. Como escribió Edward Bernays: “Los hombres son raramente conscientes de las verdaderas razones que están a la base de sus acciones”. La verdad es que las ideologías que influencian el pensamiento y el curso de la historia son las armas más eficientes.
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El feminismo fue concebido como una forma de adoctrinamiento de masa para el control social, ampliamente sostenida por todos los medios de comunicación. La Rockefeller Foundation fue uno de los mayores financiadores del movimiento feminista. Como escribió Karen M. Paget, en su libro “Patriotic Betrayal”, existieron también conspicuas financiaciones de la CIA. Los fines de las financiaciones de la Rockefeller Foundation fueron: que las mujeres, en vez de trabajar entre los muros domésticos fueran a trabajar para el gran capital privado, poder cobrar impuestos también a las mujeres que habrían adquirido el “derecho” de trabajar y arrancarles a sus hijos a una edad todavía más precoz, eliminando la instrucción familiar, de manera que fueran adoctrinados por medio de la escuela y el aparato estatal, como fue revelado por el mismo Nicholas Rockefeller durante una entrevista. Nada es casual en los proyectos de ingeniería social de las minorías culturalmente más aguerridas al servicio de la Masonería y del Becerro de Oro, el gran capital financiero.
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El feminismo ha inculcado en la mujer la convicción de que su “realización” personal se obtiene sobre todo imitando al hombre en su vida profesional y entrando en competición con él. La mujer debe abandonar su preciosa tarea de custodia de la familia, de esposa y madre, y buscar en el trabajo el éxito y la “gratificación”. Las mujeres “liberadas”, privadas de su identidad, deben hacer carrera y poseer dinero para adquirir lo que deseen.
Actualmente, el feminismo, sostenido por el aparato legislativo, continúa engañando a la mujer, imponiéndole que sea todo salvo mujer: puede ser soldado, policía, barrendero, pero ay si hace de madre y de esposa; ay si trabaja entre los “muros domésticos” en vez de aprovechar las “grandes ocasiones” que ofrece el mercado globalizado del trabajo…
Las mujeres de hoy, injertadas en el mecanismo “virtuoso” de la concurrencia en el trabajo, están obligadas a respetar ritmos y horarios impuestos por ley; a menudo, terminan por ser absorbidas en el mecanismo y por quedar frustradas como mujeres y como trabajadoras.
Con el feminismo, las mujeres han perdido también su natural feminidad, reducida a menudo a una banal exhibición de las formas de su cuerpo. Pero es una ilusión pensar que la feminidad aumente recortando la falda. La “verdadera” feminidad está en la dulzura y en las premuras que nacen de su sentido materno, está en el pudor que huye de las miradas y no se pliega a los fáciles halagos porque debe custodiar el don precioso que Dios ha elegido para la mujer: “La mujer genera lo que Dios crea” (Pío XII). Cuántas mujeres prefieren en cambio exhibir su propio cuerpo como si fuera una mercancía…

Esta mercantilización es alimentada tanto por las modas, producidas por la industria cultural del capitalismo globalizado, como por las ideologías progresistas de matriz comunista. El primado de la “liberación sexual” de la mujer de las “cadenas de la familia” se debe, en efecto, al Partido Comunista Bolchevique, que fue el primero en desarrollar una nueva política sobre las relaciones sexuales, lanzando la campaña “el amor es como un vaso de agua”, en el sentido de que copular equivalía a saciar la sed. El matrimonio era visto como el instrumento de “explotación” de la mujer y la familia una institución “burguesa” que debía ser abatida.
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También la estrategia de las sectas secretas ha servido de apoyo a la pérdida del pudor femenino. En 1968, la revista masónica L’Humanisme publicó las directivas para destruir a la Iglesia Católica. En un párrafo se lee: “La primera conquista que debe hacerse es la conquista de la mujer. La mujer debe ser liberada de las cadenas de la Iglesia y de la ley […]. Para abatir el catolicismo, es necesario comenzar suprimiendo la dignidad de la mujer, la debemos corromper junto a la Iglesia. Difundamos la práctica del desnudo: primero los brazos, después las piernas, después todo lo demás. Al final, la gente irá por ahí desnuda, o casi, sin pestañear. Y, eliminado el pudor, se apagará el sentido de lo sagrado, se debilitará la moral y morirá por asfixia la fe”.

La situación actual es penosa. Hoy es reivindicado incluso con rabia el derecho a “vestirse” con ropa interior descubierta o bien visible a través de vestidos ceñidos. Esta es también una manera para mantener subyugadas las hormonas masculinas, para escalar puestos en la sociedad, obteniendo cumplidos y éxitos en un mundo en plena bancarrota ética.
En realidad, la admiración que los hombres muestran por estas mujeres es siempre falsa: “La admiración que fingen por ellas es puramente sensual porque no está dirigida a su persona, sino a su cuerpo, y las miran como un objeto de placer” (Don Dolindo Ruotolo, “La moda e il decoro cristiano”, 1939).

Vestirse dignamente hoy es un verdadero acto de “rebelión” contra el degrado generalizado de un mundo en el que a cualquier edad las mujeres se ponen minifaldas y mallas, ofreciendo a menudo la caricatura de sí mismas. Las jóvenes que imitan en el vestido y en el look a las pop stars de la televisión, coleccionan vulgares exhibiciones que son los nuevos rituales paganos del culto de la “apariencia”. Aun cuando se van a “vivir juntos” (el matrimonio esta ya “pasado de moda”) y se convierten en madres, su modo de vestir no cambia. Gracias a sus compañeros “modernos” y “tolerantes”, las mujeres “emancipadas” pueden “mostrar al público” lo que el buen decoro impondría cubrir. Se someten voluntariamente a prácticas degradantes en una sociedad camino del nudismo, movida por arriba por los vasallos del poder mundialista y sostenida por abajo por la pasiva aceptación de la gente. El nudismo es más en general la eliminación de todo decoro en el vestido, equivale en el ámbito moral a la instauración de la anarquía: ninguna autoridad, ninguna regla.

El Gran Capital, por medio de la “moda”, impone las líneas guía en el ámbito del vestido: la moda que “desviste” casi del todo a la mujer, la cual cree ser liberada de fastidiosos “tabúes”. En realidad, la mujer ha perdido simplemente la fascinación más grande que tenía: la del pudor.
La mamá “de un tiempo”, que obligaba a sus hijas a una compostura en público y al decoro personal ha muerto ya. Así como hace tiempo que ha muerto el padre “de un tiempo”, que se hacía obedecer por los hijos y hablaba de honestidad, de mantener la palabra dada.
Hoy existe la mamá hip hop, sin “prejuicios”, que considera las partes “íntimas” como “recursos” que exhibir… como “talentos” que mostrar en el escenario de la vida cotidiana. En la “patología del exhibición” que aflige a la mujer moderna, existe una “sexualización perenne” que debe atraer las miradas y estimular el “deseo”. Todo se realiza con superficialidad y ligereza, como en la publicidad de la televisión. Todo es conforme a una sociedad en la que solamente se sonrosan ya los peces rojos.
Finalmente, existe el papá amigote y simpático, a veces un poco estúpido, que, para no sentirse distinto, se ha adecuado a la transgresión.
De normalizar cualquier exceso se encargan después las playas en verano, en las que quien tiene un poco de pudor es considerado portador de un hándicap. Ideología feminista y revolución del vestido son una misma cosa con el “sexo fast food”, tan aconsejado por los psicólogos de moda y por los “expertos” que se ocupan de “educación sexual” en las escuelas: el sexo “libre” y consumido “apenas sea posible”, como en las películas, que deja sólo vacío y amargura, como las promesas de la felicidad “fácil”, que esconden siempre el engaño.

Los padres modernos “teledependientes” y “telecondicionados” os dirán que todo esto es normal y que también sus hijos “deben tener sus propias experiencias”… un modo como otro para declinar en otros su propio rol de guía de sus hijos.
Según el feminismo, el sexo debe estar desvinculado del amor y del matrimonio. Esta ideología ha atacado y ridiculizado siempre los valores que se derivan de la cultura cristiana, como la fidelidad conyugal. Hemos llegado al punto en que hoy el adulterio es considerado casi una “divagación” de la rutina del matrimonio, hecho todavía más accesible por las posibilidades de las redes sociales. En la red hay disponibles servicios y chats, de pago para los hombres y gratis para las mujeres, que hacen el adulterio “veloz y seguro”.
El catolicismo “moderno” sin “muros ni barreras”, que no enseña ya a conmensurar la gravedad del pecado con el gesto realizado, nos asegura de que la tolerancia lo soluciona todo. El “Don Matteo” de la serie televisiva ofrece el ejemplo del sacerdote “que va con los tiempos”, que, en cambio de condenar el abomino de la infidelidad conyugal, reprocha ásperamente todo mínimo resentimiento de quien ha sido traicionado. El desprecio de la recta razón y del sentido común es llevado hasta el rechazo de la realidad. La mayor parte de las personas no se ha dado cuenta mínimamente del “trabajo” realizado sobre las conciencias por los medios de comunicación, las nuevas armas de “seducción de masas”.
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El liberalismo ideológico del feminismo se comporta como el liberalismo económico: ambos favorecen y promueven la “precariedad”. El liberalismo económico, en el que el hombre se convierte en una variable de las estrategias de producción y de consumo, favorece y promueve la precariedad laboral. El liberalismo ideológico del feminismo favorece y promueve relaciones “precarias”, en las que el sexo, desvinculado de los sentimientos, de la familia y de la procreación, se reduce a “miseria sexual” de una sub-humanidad vacía y sin Dios.
Se nos da el derecho a la “libertad sexual” y se nos quita el derecho al trabajo. NADA ES CASUAL.
En otros tiempos, cuando no había inútiles distracciones sociales, que dos jóvenes se frecuentaran era más raro, se hacían novios, se casaban y se tenían hijos. El comienzo del conocimiento de los dos parterns era a menudo precisamente el matrimonio. Esta era la realidad de la generación de nuestros abuelos, en la que se permanecía juntos toda la vida. La generación de hoy en cambio está afligida por las dudas, no se fía ya el uno del otro, porque los valores de “honestidad”, “fidelidad” y “pudor” sobre los que se mantenían las familias tradicionales han decaído.

Hoy estamos muy lejos de la concepción caballeresca en la que, si un hombre tenía la fortuna de poder amar a una mujer y ser amado por ella, podía afirmar haber obtenido una “gracia divina”.
La tendencia hoy es todavía la de animar a las jóvenes a hacer estudios universitarios para perseguir la ilusoria meta de la carrera en el Mercado Global, donde el trabajador es reducido a mero componente del ciclo productivo de la ganancia.
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La solución está claramente en la vuelta a la educación de los hijos según los VALORES CRISTIANOS tradicionales.
Es necesario volver a educar a las jóvenes a recuperar “dignidad” en el MATRIMONIO y en el cuidado de la familia, recuperando antiguas competencias como la economía doméstica y la cultura del ahorro. Es necesario volver al honrado papel de mater familias, fundamento para el buen funcionamiento de la máquina social.

La Virgen del Buen Suceso, el 21 de enero de 1610, lo predijo así: “En cuanto al sacramento del matrimonio, que es símbolo de la unión de Cristo con su Iglesia, será atacado y profundamente profanado. La masonería, con su poder, promulgará leyes inicuas con el fin de eliminar este sacramento, facilitando la vida pecaminosa de cada uno e incentivando la procreación de niños ilegítimos, nacidos sin la bendición de la Iglesia. El espíritu católico disminuirá rápidamente; la preciosa luz de la fe se apagará progresivamente, hasta cuando se llegará a una corrupción de las costumbres casi total […]. En estos tiempos desastrosos, existirá una lujuria ostentada que mantendrá a las personas en el pecado y conquistará a innumerables almas frívolas que se perderán. No se encontrará casi ya inocencia en los niños, ni modestia en las mujeres. ¡En el supremo momento de la necesidad de la Iglesia, los que deberán hablar permanecerán en silencio!”

Anonimo Pontino
(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)

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