Un texto de sorprendente actualidad.
Joseph Ratzinger, en una época en la que, antes
incluso de ser obispo, oteó los males que aquejaban a la Iglesia y propuso
seguir amándola en medio de ellos.
Hace
escasas fechas, George Weigel, biógrafo
de San Juan Pablo II, se refería a 2018 como un annus horribilis católico. El contexto es conocido: la
renuncia en pleno del episcopado chileno, el caso del cardenal Theodore
McCarrick, el informe del gran jurado de Pensilvania o el que empieza a
conocerse en Alemania, el terremoto originado por el testimonio del arzobispo
Carlo Maria Viganò y las enfrentadas reacciones subsiguientes, o el inicio
inminente de un sínodo sobre los jóvenes cuyo punto de partida inquieta no menos al mismo Weigel
que al arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput.
“Un acontecimiento de gran importancia ha comenzado: la Iglesia se apaga en las almas y se
disgrega en las comunidades”. Estas
palabras parecen pensadas para describir el momento, pero son de 1970 y las
pronunció en una conferencia, parafraseando a Romano Guardini (“Un acontecimiento de
gran importancia ha comenzado: la Iglesia despierta en las almas”, había
dicho en 1921), un reputado teólogo, perito en el reciente Concilio Vaticano
II, llamado Joseph Ratzinger.
Medio siglo después, ya como Papa, les haría eco su célebre
afirmación de que “en amplias zonas de
la tierra la fe está en peligro de
apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento”.
Las
inquietudes del teólogo y pastor Ratzinger en 1970 se referían al “vacío desconcertante”, la “extraña situación de confusión” y la “disgregación” del postconcilio, acumulación de “muchos y
opuestos motivos para no permanecer en la Iglesia”. La misma
desazón que se apodera hoy de numerosos católicos ante el predominio mediático
de todo cuanto pueda perjudicar a la Iglesia y la evidencia de que, por
interesado y manipulador que pueda resultar ese predominio, responde a lo que
el mismo Francisco ha reconocido como “atrocidades cometidas por personas
consagradas”.
En ese
sentido, la conferencia del obispo Ratzinger es un auténtico bálsamo para este annus horribilis, porque aporta criterios de fe y de razón para la esperanza
y la fidelidad en medio de la tormenta. La pronunció el 11 de junio de
1970 en Múnich por invitación de la Katholischen Akademie de Baviera, y se
recoge en un volumen compartido con Hans Urs von Balthasar precisamente para
responder a la cuestión de por qué seguir siendo cristiano y miembro de la
Iglesia en los momentos en los que la bate la tormenta.
El
texto ha sido traducido y preparado por el sacerdote y teólogo Pablo Cervera para su inclusión en el
tomo VIII/2 (La Iglesia, signo entre los pueblos, de aparición en enero
de 2019) de las Obras Completas de
Joseph Ratzinger.
LAS
CAUSAS DE QUE ALGUIEN PUEDA PENSAR EN ABANDONAR LA IGLESIA
De la
exposición que hace el futuro pontífice pueden deducirse algunas causas
por las que la Iglesia ha llegado a una situación como la que él mismo describe.
LA
EFICACIA COMO CRITERIO SUPREMO
“La perspectiva contemporánea", afirma, "ha determinado nuestra mirada sobre la Iglesia, de
tal modo que hoy prácticamente sólo
vemos la Iglesia desde el punto de vista de la eficacia, preocupados por
descubrir qué es lo que podemos hacer con ella... Para nosotros hoy no
es nada más que una organización que se puede transformar, y nuestro gran
problema es el de determinar cuáles son los cambios que la harían «más eficaz»
para los objetivos particulares que cada uno se propone".
Con este
concepto, la conversión personal pasa a un segundo plano. El "núcleo central" de cualquier "reforma" en la Iglesia "es un
proceso espiritual, totalmente cercano al cambio de vida y a la conversión,
que entra de lleno en el corazón del fenómeno cristiano: solamente a través de
la conversión se llega a ser cristianos; esto vale tanto para la vida
particular de cada uno como para la historia de toda la Iglesia".
OBSESIÓN
POR LAS ESTRUCTURAS
Como
consecuencia de lo anterior, abandonado el "esfuerzo
y el deseo de conversión", se espera la salvación "únicamente del
cambio de los demás, de la transformación de las estructuras, de formas siempre nuevas de adaptación a los
tiempos". Lo reformable son entonces solo "las
realidades secundarias y menos importantes de la Iglesia. No es de extrañar,
por tanto, que la misma Iglesia aparezca en definitiva como algo
secundario".
La
obsesión contra "las estructuras" se
convierte así en "una sobrevaloración del
elemento institucional de la Iglesia sin precedentes en su historia", de
modo que "para muchos la Iglesia queda
reducida a esa realidad institucional" y "la pregunta sobre la Iglesia se plantea en
términos de organización".
LAS
INTERPRETACIONES SUSTITUYEN A LA FE
Ratzinger
alerta de que los aplausos a la Iglesia ante ciertos cambios provienen de "aquellos que no [tienen] ninguna intención de
llegar a ser creyentes en el sentido de la tradición cristiana, pero [saludan] este «progreso» de la Iglesia como
una confirmación de sus propias opciones y de los caminos recorridos por
ellos".
Eso fuera
de la Iglesia. Pero dentro sucede algo parecido, con la incertidumbre
introducida por interpretaciones de la fe en las que "las
verdades pierden sus propios contornos", con lo cual "los límites
entre la interpretación y la negación de las verdades principales se hacen cada
vez más difíciles de reconocer".
Ratzinger
lo dice sin tapujos: "El derecho de ciudadanía que la incredulidad ha
adquirido en la Iglesia vuelve la situación cada vez más insoportable
tanto para unos como para otros".
DENIGRACIÓN
DE LA IGLESIA HISTÓRICA
Cuando los católicos aceptan e incluso propagan la
mayor parte del discurso anticatólico sobre el pasado de la Iglesia,
siembran la semilla del abandono de la fe.
La
Iglesia siempre se vio a sí misma como "el
gran estandarte escatológico visible desde lejos que convocaba y reunía a los
hombres. Según el concilio de 1870, ella era el signo esperado por el profeta
Isaías (11,12), la señal que incluso desde lejos todos podían reconocer y que a
todos indicaba claramente el camino a recorrer. Con su maravillosa propagación,
su eminente santidad, su fecundidad para todo lo bueno y su profunda
estabilidad, ella representaba el
verdadero milagro del cristianismo, la mejor prueba de su credibilidad
ante la historia".
Hoy,
incluso desde dentro de la Iglesia se traslada la idea de que es "no una comunidad maravillosamente difundida, sino
una asociación estancada...; no ya una profunda santidad, sino un conjunto de
debilidades humanas, una historia vergonzosa y humillante, en la que no ha
faltado ningún escándalo... de modo que quien pertenece a esa historia no puede
hacer otra cosa que cubrirse vergonzosamente la cara... Así, la Iglesia no aparece ya como el signo que
invita a la fe, sino precisamente como el obstáculo principal para su
aceptación.
RAZONES
PARA SEGUIR EN LA IGLESIA
“Ante la situación presente, ¿cómo
se puede justificar la permanencia en la Iglesia?”, se pregunta Ratzinger, como pueden estar
preguntándose hoy miles de católicos: “Dicho en
otros términos: la opción por la Iglesia, para que tenga sentido, ha de ser
espiritual. Pero ¿en qué puede apoyarse una opción espiritual?” Igual
que vale la pregunta, valen también las respuestas que proponía entonces el
futuro Benedicto XVI.
PORQUE
LA IGLESIA NO ES NUESTRA, SINO “SUYA”
"Permanezco en la Iglesia", explica, "porque creo que hoy como ayer, e independientemente
de nosotros, detrás de «nuestra
Iglesia» vive «Su Iglesia», y que no puedo estar cerca de Él si no es
permaneciendo en su Iglesia. Permanezco en la Iglesia porque, a pesar de
todo, creo que no es en el fondo nuestra sino «Suya». Dicho en términos muy
concretos: es la Iglesia la que, no obstante todas las debilidades humanas
existentes en ella, nos da a Jesucristo; solamente por medio de ella puedo yo
recibirlo como una realidad viva y poderosa, que me interpela aquí y
ahora".
Por eso, "quien desea la presencia de Cristo en la humanidad,
no la puede encontrar contra la
Iglesia, sino solamente en ella".
PORQUE
NO SE PUEDE SER CRISTIANO EN SOLITARIO
"No se puede creer en solitario", dice el futuro Papa: "La
fe sólo es posible en comunión con otros creyentes. La fe, por su misma
naturaleza, es fuerza que une. Su verdadero modelo es la realidad de
Pentecostés, el milagro de compresión
que se establece entre las personas de procedencia y de historia diversas.
Esta fe o es eclesial o no es tal fe".
PORQUE
LA FE NO PUEDE SER UNA ELECCIÓN PERSONAL
Esa
eclesialidad es garantía contra el capricho y la volubilidad de la creencia
puramente privada: "Además, así como no se
puede creer en solitario, sino sólo en comunión con otros, tampoco se puede
tener fe por iniciativa propia o invención, sino sólo si existe alguien que me
comunica esta capacidad, que no está en mi poder, sino que me precede y me
trasciende. Una fe que fuese fruto de
mi invención sería un contrasentido".
Si fuese
algo puramente personal, la fe "me podría
decir y garantizar solamente lo que yo ya soy y sé, pero nunca podría superar
los límites de mi yo. Por eso una Iglesia, una comunidad que se hiciese a sí
misma, que estuviese fundada sólo sobre la propia gracia, sería un
contrasentido. La fe exige una
comunidad que tenga poder y sea superior a mí, y no una creación mía ni el
instrumento de mis propios deseos".
"Todo esto se puede formular también desde un punto de vista más histórico", precisa Ratzinger, atendiendo a la condición divina
de Jesús. Porque si Jesús no fue un ser
superior al hombre, "yo me encontraría al arbitrio
de mis reconstrucciones mentales y Él
no sería nada más que un gran fundador, que se hace presente a través de un
pensamiento renovado. Si en cambio Jesús es algo más, Él no depende de mis
reconstrucciones mentales, sino que su poder es válido todavía hoy".
PORQUE
EL MUNDO SIN CRISTO SERÍA PEOR
"¿Qué sería el mundo sin Cristo, sin un Dios que habla y se
manifiesta, que conoce al hombre y a quien el hombre puede conocer?", se pregunta el que sería pocos años después
arzobispo de Múnich: "La respuesta nos la dan
clara y nítida quienes con tenacidad
enconada tratan de construir efectivamente un mundo sin Dios", dice
en clara referencia a los totalitarismos del siglo XX, erigidos con la
finalidad expresa de prescindir de Él.
"Permanezco en la Iglesia", resuelve
entonces, "porque creo que la fe, realizable solamente en ella y nunca
contra ella, es una verdadera necesidad para el hombre y para el mundo.
Este vive de la fe aun allí donde no la comparte. De hecho, donde ya no hay
Dios —y un Dios que calla no es Dios— no existe tampoco la verdad que es
anterior al mundo y al hombre".
PORQUE
SOLO LA IGLESIA SALVA AL HOMBRE, POR LA CRUZ
"El mismo pensamiento puede ser expresado de otra manera:
permanezco en la Iglesia porque solamente
la fe de la Iglesia salva al hombre", afirma a continuación el teólogo de prestigio que
era el interviniente. Hace un repaso de las erradas corrientes de pensamiento
moderno (cita a Freud, Jung, Marcuse, Adorno, Habermas, Marx) que buscan la salvación del hombre: "El
gran ideal de nuestra generación es una sociedad libre de la tiranía, del dolor
y de la injusticia". Es "un
impulso fundamentalmente cristiano, pero el pensar que a través de las reformas
sociales y la eliminación del dominio y del ordenamiento jurídico se puede
conseguir aquí y ahora un mundo libre de dolor, es una doctrina errónea, que desconoce profundamente la naturaleza humana".
En
efecto, "se nos quiere hacer creer que se
puede llegar a ser hombres sin el dominio de sí, sin la paciencia de la
renuncia y la fatiga de la superación, que no es necesario el sacrificio de
mantener los compromisos aceptados, ni el esfuerzo para sufrir con paciencia la
tensión entre lo que se debería ser y lo que efectivamente se es".
Pero "en realidad, el hombre no es salvado sino a través de la cruz y la aceptación de los
propios sufrimientos y de los sufrimientos del mundo, que encuentran su sentido
liberador en la pasión de Dios. Solamente así el hombre llegará a ser
libre. Todas las demás ofertas a mejor precio están destinadas al fracaso".
PORQUE
LA VERDAD DE LA IGLESIA NO SON SOLO SUS DEBILIDADES
Estas
verdades necesitan ser dichas, no escondidas, porque "la
esperanza del cristianismo y la suerte de la fe dependen de algo muy simple: de su capacidad para decir la verdad.
La suerte de la fe es la suerte de la verdad; esta puede ser oscurecida y
pisoteada, pero jamás destruida".
Y la
verdad es que la Iglesia no se reduce a
sus debilidades, sino que, "junto
a la historia de los escándalos, existe también la de la fe fuerte e intrépida,
que ha dado sus frutos a través de todos los siglos en grandes figuras".
PORQUE
NECESITAMOS LA BELLEZA DE LA IGLESIA
La
belleza que ha aportado la Iglesia al mundo es uno de los grandes argumentos a
su favor: "También la belleza surgida bajo el
impulso de su mensaje, y que vemos plasmada aún hoy en incomparables obras de
arte, se convierte para él en un testimonio de verdad: lo que se traduce en
expresiones tan nobles no puede ser solamente tinieblas... La belleza es el resplandor de la verdad, ha
afirmado Tomás de Aquino, y podríamos añadir que la ofensa a la belleza
es la autoironía de la verdad perdida. Las expresiones en que la fe ha sabido
darse a lo largo de la historia son testimonio y confirmación de su
verdad".
PORQUE
LA IGLESIA ESTÁ LLENA DE PERSONAS QUE LO MERECEN
Un
argumento que valía hace medio siglo como hoy y siempre a lo largo de dos mil
años: "Si se tienen los ojos abiertos, también
hoy se pueden encontrar personas que son un testimonio viviente de la fuerza
liberadora de la fe cristiana. Y no es
una vergüenza ser y permanecer cristianos en virtud de estos hombres que,
viviendo un cristianismo auténtico, nos lo hacen digno de fe y de amor".
Porque
esos hombres son una prueba viviente de la presencia de Dios: "¿No figura acaso como una prueba relevante en favor
del cristianismo el hecho de que haga
más humanos a los hombres en el mismo momento en que los une a Dios?
Este elemento subjetivo ¿no es también al mismo tiempo un dato objetivo del
cual no hemos de avergonzarnos ante nadie?"
PORQUE
AMAMOS A LA IGLESIA
Es la
razón fundamental porque la que seguimos en ella, y con la que concluye la
conferencia de Joseph Ratzinger: la amamos, y por eso queremos limpiarla de
nuestras propias miserias: "El amor no es
estático ni acrítico. La única
posibilidad de que disponemos para cambiar en sentido positivo a una persona es
la de amarla, transformándola lentamente de lo que es en lo que puede
ser. ¿Sucederá de distinto modo en la Iglesia?".
En
resumen: "No valdría la pena permanecer en una
Iglesia que, para ser acogedora y digna de ser habitada, tuviera necesidad de
ser hecha por nosotros; sería un contrasentido. Permanecer en la Iglesia porque ella es en sí misma digna de permanecer
en el mundo, digna de ser amada y transformada por el amor en lo que
debe ser, es el camino que también hoy nos enseña la responsabilidad de la
fe".
C.L. / ReL
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